Primero, y antes de entrar en faena, he de agradecer a Jorge que me haya elegido, una vez más, para presentar su nuevo libro del que dejo constancia por escrito en esta revista cultural. Es para mí un honor y una responsabilidad, y espero estar a la altura del reto. Así, amigo, gracias por tu generosa invitación. Un agradecimiento hacia tu persona que extiendo también porque me obligas, en los momentos en que me recojo interiormente con cierto aire de desaliento, a salir al encuentro del estudio y a la palestra del público lector.
La Venezuela de hoy está carente de libertad: el alimento del alma. Tampoco la población puede comer todos los días ni tiene medicinas, muy especialmente para curar a niños y ancianos. Quiero darles a leer un hermoso poema de Ángel González que habla del futuro, porque se titula así, "El futuro", el que espero venturoso, con democracia consolidada, para nuestra querida Venezuela:
Mañana he decidido ir adelante,
y avanzaré,
mañana me dispongo a estar contento,
mañana te amaré, mañana
y tarde,
mañana no será lo que Dios quiera.
Mañana gris, o luminosa, o fría,
que unas manos modelan en el viento,
que unos puños dibujan en el aire.
Esta idea de la Venezuela jodida, como en su momento el Perú de Vargas Llosa, la plasma el autor en la Introducción cuando reflexiona: El resultado [del “Caracazo” que se produjo entre el 27 de febrero y el 5 de marzo de 1989] fue cientos de muertos y la paralización de las garantías democráticas. Desde entonces Venezuela no es la misma, aquel país tranquilo, que desconocía la violencia social en sus calles desde 1958, tras el derrocamiento de la dictadura [de Marcos Pérez Jiménez], ha estado inmerso en abundantes crisis…El Chavismo ha acabado por hundirlo todo.
Periodista, historiador y editor de éxito, Liria lleva dentro, escondido por su innata timidez, un enciclopedista que todavía nos tiene que dar muchas e importantes creaciones en los tres campos citados. ¿Citar su currículum? Necesitaríamos muchas páginas para llenarlo. En verdad: ¡muchas, muchas! De él, en pequeña medida, da fe la solapa de este libro.
Venezuela es un pretexto que nuestro autor ha escogido para hablar de su querida América hispana. Un pretexto que, por ello, no deja de ser un amor en sí mismo que refleja materialmente en este sugestivo libro, titulado Emigración de pintores y escultores canarios a Venezuela. ¿Por qué este rótulo? Porque a pesar de ser una obra miscelánea (que se explica porque el autor quiere demostrar la relevancia estructural que ha tenido la migración canaria a Venezuela), ha querido Jorge Liria incidir en un tipo de emigración cualificada de canarios, en este caso de escultores y pintores, que siempre la hubo en dirección a América, pero que no se ha estudiado con la profundidad que se merece. Esta, por supuesto, minoritaria si la comparamos con nuestra emigración histórica propia de una región precapitalista (al menos hasta 1890) y caciquil, sometida a cíclicas crisis económicas y sociales, y que se caracterizó por su alta tasa de analfabetismo, una enorme sangría de proletariado rural, de pequeños y medianos campesinos jóvenes y jóvenes-adultos; lo que derivó en un secular déficit de varones, esto es, en un evidente retroceso de las tasas de masculinidad (o lo que es lo mismo, el número de hombres por cada 100 mujeres) y en un lógico crecimiento de hijos ilegítimos que sufrieron una elevada mortalidad (sobre todo infantil, lo que se explica por las nefastas condiciones higiénico-sanitarias y el abandono familiar). Todo ello paralelo a una emigración de familias de colonos impulsados por la Corona, principalmente, para ocupar territorios fronterizos y así frenar el avance de otras potencias europeas, y explotar los ya conquistados, más propia esta última realidad de la Época Moderna. Aspectos que pone de relieve en el Capítulo I ("Emigración e ilegitimidad en las Canarias del s. XVIII").
El capítulo II, "Los canarios y la independencia de Venezuela", hay que encuadrarlo en la independencia general de la América hispana. Esta se inició en 1808, en el contexto de la guerra en España contra el invasor francés y culminó en 1824 con su total independencia, salvo las Antillas Mayores Cuba y Puerto Rico, que lo harían en 1898: territorios que constituyeron casi la única imagen que tuvo el pueblo español de América.
Fueron varias las concausas que determinaron el desmembramiento del imperio español en el continente americano: la difusión de las ideas revolucionarias liberales, la crisis de la monarquía borbónica y la desastrosa política colonial española. En esta dinámica revolucionaria, la fecha del 19 de abril de 1810 marcó el inicio de la rebelión venezolana, firmándose la Declaración de Independencia el 5 de julio de 1811, y reconociendo España a Venezuela como país soberano el 30 de marzo de 1845. Los nuevos Estados surgidos de la insurrección fueron siendo aceptados por España con “Tratados de reconocimiento, paz y amistad”; extendiéndose estos desde 1836, año de verificación del Estado de Méjico, hasta 1894, que Honduras aparece ante los ojos de la diplomacia española como Estado de pleno derecho, aunque, sin duda, ya lo era ante la comunidad internacional.
Como en toda guerra civil los isleños estuvieron divididos entre defender la continuidad de la anexión a España de las colonias sublevadas, o la emancipación de estas. Así lo refleja nuestro autor, al afirmar: Los canarios estuvieron al inicio de la Guerra de Independencia de Venezuela, en parte, como partidarios de los sublevados, pero en 1812, tras la fracasada experiencia de la I República Venezolana [1810-primera mitad de 1812], optaron por engrosar las filas de los realistas. Para no cansar al lector con una hilera de prohombres de las Islas defendiendo una y otra posición, ya este podrá encontrarlos en el subepígrafe "Venezuela y los realistas y emancipadores canarios".
Para cualquier canario, la “octava isla”, desde que fuese avistada por vez primera por Colón en 1498, en su tercer viaje, ha sido un destino que ha contado con la relevante presencia del isleño-canario, desde el mismo momento de la Conquista y de Colonización hasta finales de la década de los sesenta del pasado siglo; siendo su impacto, la huella canaria en Venezuela, muy significativa desde varios puntos de vista: por un lado, si atendemos al desarrollo del español en el país, a la implantación de elementos de nuestra gastronomía y costumbres, y, no menos importante, a la extensión del mestizaje del que fuimos un componente esencial. ¿Y qué le debe Canarias a Venezuela? Que seamos más americanos por el influjo de lo venezolano, que no es poco a la hora de definirnos como pueblo mestizo en lo cultural y en lo poblacional.
La riada migratoria histórica canaria hacia Venezuela ha conocido desde la legalidad del fenómeno, la predominante a lo largo del tiempo, hasta la clandestina, muy significativa desde finales de la década de los treinta hasta la primera mitad de los cincuenta del siglo XX (cuyas causas analiza Liria Rodríguez de la mano de Néstor Rodríguez Martín: uno de nuestros mejores especialistas en este tipo de migración). Debo añadir, además, que desde 1948 con la libertad de emigrar al país circuncaribeño, asistimos a una potente migración legal: en su doble componente de individuos que marchaban solos, y la asistida de tipo familiar, para así facilitar el Reagrupamiento Familiar.
La mención a las embarcaciones que llevaron emigrantes clandestinos (los buques fantasmas, en expresión feliz de Rodríguez Martín), como El Arroyo y la Anita (con la reproducción íntegra del testimonio a cargo de Saturnino Álvarez Álvarez, testigo privilegiado de lo que sucedió en el viaje de este último navío por ser uno de los fugitivos) es destacar la desesperación de aquellos coterráneos y con ello comprender mejor la llegada de pateras y cayucos hoy día a nuestras costas.
Analizando lo clandestino de la emigración, las palabras de Jorge Alberto nos sumergen, por otra parte, en la Guayana Esequiba: “primera tierra avistada por algunos emigrantes” desde que salieron del archipiélago. Un territorio venezolano a todas luces, y que pasó, por las injusticias de la historia, a ser el Estado de la Guyana desde el 26 de mayo de 1966; cuando antes había sido colonia de ultramar inglesa, bajo el nombre de Guayana británica. Todo ello lo hayamos perfectamente explicado en el capítulo IV, que aparece con el bien traído título de "La Guayana Esequiba, primera tierra avistada para algunos emigrantes".
Fue un fenómeno regional la emigración canaria a Venezuela, sin duda, y desde el comienzo del proceso colonizador. Pero en el siglo veinte esta afectó más claramente, gracias a lo que reproducen las fuentes estadísticas, a las Canarias occidentales que a las orientales; por causas que ahora serían imposible, por cuestión de tiempo, que yo enumerase, pero que, no obstante, Jorge Alberto explica perfectamente, mencionando claramente los factores de expulsión (push) propiciados desde el archipiélago y los de atracción (pull) originados en el país suramericano en el capítulo III, bajo el clarificador título de "Venezuela, la otra orilla canaria en el otro extremo atlántico".
El meollo de este trabajo, que en parte sugiere el título del mismo por lo ya apuntado más arriba, se contiene en el capítulo V. Y responde al epígrafe de "La otra emigración. Escultores y pintores canarios en Venezuela". La inmensa mayoría de los artistas canarios llegados a Venezuela arribaron a esta durante la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez (2-12-1952 / 23-1-1958), período de fuerte crecimiento económico; aunque Jorge arranca desde el siglo XVIII la existencia de los mismos en los ejemplos del palmero Marcelo Gómez Carmona y del lagunero Domingo Gutiérrez Curbelo. Siguiendo el discurso económico, en Canarias, la economía jugaba a la precariedad y la política franquista a la persecución (a mi modo de ver una causa subyacente a la económica para que algunos buscasen más libertad fuera de las Islas). Como dice Alberto Liria: Sin duda una constante [las penurias materiales] en la Canarias anterior a la década de 1960, emigrar para subsistir, no importaba [cuál] fuera la profesión, simplemente se trataba de mejorar aquello que las islas no podían dar. Empero, el cielo protector del triunfo no fue para todos. Lo fue para algunos de aquellos que participaron en el Primer Salón Anual de Artistas Plásticos Canarios (en Caracas, en 1967): Juan Jaén Díaz, por ejemplo; demostrando, su celebración, la importancia de la plástica canaria en la Venezuela del momento. Otros artistas que obtuvieron reconocimiento nacional serían Juan Ismael, Pedro González González, Francisco Borges Salas, Tony Gallardo, Eduardo Gregorio… Entre los olvidados (en cierta medida para utilizar la palabra acuñada por el autor) citaremos los casos del acuarelista Valerio José Padrón Pérez o el pintor y escultor Emilio Luis Pérez Delgado. Mientras lo dicho constituye lo mollar del capítulo, extiende el contenido del mismo, sin embargo, a otros artistas plásticos canarios residentes en otras partes de América (Cuba, Argentina, EE.UU., Puerto Rico, Uruguay…) y a explicar grosso modo la plástica contemporánea venezolana; siempre en busca de un contexto explicativo y la reivindicación de que la emigración canaria a América también supuso un aporte de migrantes calificados.
El libro acaba, como dice su autor, con “una cronología artística de Venezuela desde 1900 a 1963, en la que se muestra el panorama [del] arte que encontraron los canarios a su llegada al país sudamericano en el siglo XX”. Es la realidad, pues, que trata el capítulo VI: "Cronología del arte en Venezuela (1900-1963)".
Finalmente, debemos mencionar que las páginas de este libro rezuman agilidad prosística y destreza en el manejo de los datos. En ellas se filtran a través del texto expositivo y en notas a pie de página, combinación que intenta evitar el peso excesivo de lo erudito, una extensa bibliografía (la fuente más utilizada) con autores de primera categoría en cada una de las temáticas tratadas, tanto de obras generales como de temas específicos. Junto a la literatura bibliográfica, el autor introduce en su discurso fuentes primarias: no solo de naturaleza documental (en este caso periodísticas) sino también echando mano de la Red. Todas ellas, a mi juicio, reúnen un factor común muy importante: están a salvo del tiempo de lo inmediato por la calidad y lo heterodoxo de las mismas, y en ellas navegan con la fluidez que requiere el relato disciplinas relacionadas con la Historia, la Demografía, el Arte, la Sociología, el Derecho…
¿Y qué decimos de la parte visual, clave en un trabajo de Historia para deleitar los sentidos y hacer comprender mejor lo que se lee? El lector hallará en esta obra cuadros estadísticos de diversa factura, gráficos, mapas que enmarcan lo analizado, y fotografías (tanto de personajes, navíos, de esculturas y pinturas, de documentos, así como de carteles, grabados) elocuentes por su valor histórico y documental, y por hacer más atrayente la lectura del libro en cuestión en función de cualquier clase de público.
En fin, esta obra, que recomiendo con entusiasmo, es una aportación relevante a la historiografía americanista canaria. En sus páginas entendemos que la historia de Canarias quedaría amputada sin la mirada constante hacia América.
Título: Emigración de pintores y escultores canarios en Venezuela
Autor: Jorge A. Liria Rodríguez
Madrid, Mercurio Editorial, 2016.
220 páginas. 10,40 euros.
Valentín Medina Rodríguez es Dr. en Historia.