Al SO de la isla de La Gomera, sobre los caseríos de La Dehesa y Pavón y en la margen derecha del Barranco de Erque, se localiza una extensa meseta de unos 1240 m de altitud y de unos 300 x 170 m de amplitud. Todo un portento natural.
¿Qué nos atrae de la Argodey? Su grandeza, robustez, altura, su trascendencia, los misterios que esconde. Lo cierto es que tradicionalmente ha sido un lugar de leyendas, refugio, conspiraciones, batallas, bailadero de brujas, misas… La montaña simboliza la proximidad al mundo espiritual o divino, pues se eleva, siendo un punto de encuentro entre el cielo y la tierra, lo que le otorga la categoría de Centro del Mundo. Ahora bien, su más preciado tesoro son los restos arqueológicos que contiene, concentrados en los extremos Norte y Sur de La Fortaleza, presentando un gran vacío el resto del espacio. Las tipologías más abundantes y destacadas son las aras de sacrificio o pireos que evidencian un marcado carácter ceremonial en todo el conjunto.
“La primera mención detallada de la montaña figura en un manuscrito inédito atribuido al cura de Chipude, don J. Fernández Prieto, datado hacia 1774, donde se señala:
[existe cerca del pago de La Dehesa] una montaña que por la banda del sud que mira al barranco de Cague, tendrá de alto mil brazas, mirando al norte tendrá veinte, mirando al sudoeste tendrá ochenta, es una montaña redonda toda de risco, tendrá de llano tres fanegadas de tierra, toda la más es de juagasal de jara, son peligrosas sus entradas que tiene dos mirando para la iglesia, una que es al norte y otra que es al este, allí se van á hacer los exorcismos cuando hay plagas y el presente cura ha estado allí cinco ó seis veces, por encima en lo llano, sirve de echar cabritos y corderos de este, hay en ella muchas casas de gomeros, se hallan vestigios y huesos de ellos. [Fernández Prieto: s. f. (c. 1774)]
Un siglo más tarde, el médico tinerfeño J. Bethencourt Alfonso visita la montaña, dándola a conocer para la ciencia en su artículo de 1881. Entre los distintos grupos de construcciones que identifica en la meseta, destaca la presencia de varios pireos o aras de sacrificio, llegando a excavar uno de ellos. Bethencourt concluye que la montaña era un lugar sagrado de los antiguos gomeros, opinión compartida por el antropólogo francés R. Verneau” (1).
Manuel Pellicer (Universidad de La Laguna) desarrolló un trabajo de investigación a partir de 1973, excavando 24 estructuras diferenciadas en siete tipos: cabaña circular, redil, cabaña-redil, cabaña-abrigo, hogar. Concluye que la Fortaleza de Chipude es un yacimiento arqueológico de un interés muy relativo, pobre y rudimentario, un lugar pastoril de vulgares hogares y desecha su carácter sagrado. Dos décadas más tarde, Juan F. Navarro, a partir de 1992, vuelve a retomar la consideración sagrada de este emblemático lugar (2) y (3).
Vista de Argodey
Muchos pueblos de la antigüedad carecían de templos cerrados tal y como los imaginamos, muchos de sus cultos se celebraban al aire libre en las cumbres de las montañas con sacrificios de animales. Este es el caso de la isla de La Gomera y el de su emblemática Argodey. Llama la atención la abundancia de aras de sacrificio (unas 25 construcciones) sencillas y complejas, de piedra seca, con planta circular u oval y en cuyo interior se quemaban ofrendas para los dioses. Los restos más abundantes pertenecen al grupo de ovicápridos, sobre todo de individuos jóvenes.
Este acto ritual, desplegado mediante un comportamiento estandarizado de inmolación animal, es un mecanismo simbólico de comunicación que genera una conciencia colectiva de participación extraordinaria, donde se escenifica periódicamente el tiempo primigenio de carácter cíclico.
La montaña es un símbolo cósmico y representa, a la vez, el centro y el eje del mundo. Allí, el ser humano es capaz de establecer una divina comunicación con el cosmos a través de sus construcciones simbólicas, levantando la mirada para descubrir referencias verticales. Crea entonces un espacio mítico donde las hierofanías o manifestaciones de lo extraordinario se advertían y se compartían. Alrededor de estos núcleos giraba la repetición de lo sagrado, el eterno retorno de los acontecimientos, definido muy bien en la obra de Mircea Eliade.
Existen ciertos lugares que se definen por su ubicación, la sacralización del paisaje, su función espacial y su vinculación astral. Determinados accidentes topográficos fueron transformados culturalmente para organizar y unificar los principios cívicos y religiosos de los pueblos. Los dioses del cielo confluían con las montañas y, por tal motivo, les rindieron tributo, les sirvieron ofrendas y plegarias.
Lo que ocurre en el pasado vuelve a ser vivido en la memoria (John Dewey). Las evidencias arqueológicas, la tradición oral y el paisaje visual nos abastecen de reseñas bastantes concluyentes del vínculo entre los humanos, las montañas y los astros. En este sentido, J. Barrios, J.C. Hernández y J.M. Trujillo (2016) confeccionaron un interesante anexo documental del que extraemos una pregunta clave cuya respuesta da sentido a una de las funciones primordiales de Argodey: ¿Qué día se iba arriba? No, nosotros íbamos cualquier día… era, me parece que era víspera de San Juan... Un día de San Juan fuimos, un día de San Juan.
Los conceptos de espacio (territorio sagrado) y tiempo fundamentan y sustentan la esencia del pensamiento indígena, sugiriendo nuevas miradas y nuevas dinámicas de los estudios territoriales. Puede resultar extraño a nuestra lógica occidental que los restos arqueológicos se concentren en ambos extremos de La Fortaleza, mientras el resto de la plataforma central se encuentra desprovista de elementos materiales. Para los antiguos gomeros esa es la distribución perfecta, el lugar en el cual el mundo se orienta y se remite a convicciones cosmológicas; de hecho, solo se necesitan tres puntos de referencia para una observación astronómica: el lugar de observación (aras de sacrificio), uno o más puntos auxiliares del horizonte (pico Garajonay y montaña Gua) y el objeto observado en el firmamento (Sol), que convergen cuando llega el solsticio de verano.
Según el modelo de su cosmogonía, se instituyen una serie de rituales que se orientan a la renovación del Mundo; esto es, a retornar simbólicamente al principio. Todos los años, en el mismo tiempo, se podría y se puede actualmente contemplar cómo desde el extremo Sur, el orto solar, cuando llega el solsticio de verano, se manifiesta por la mayor elevación de la Isla: Pico Garajonay. A su vez, desde el extremo Norte de Argodey, la salida del Sol en la misma fecha se produce por la distinguida Montaña Gua unos 6 minutos antes. Dos elevaciones sustanciales que se sincronizaron con el tiempo que rubrica el Sol durante el solsticio de verano.
El solsticio de invierno también presenta una señal muy destacada en el espacio al coincidir el ocaso solar por detrás de la isla de El Hierro. ¿Y los equinoccios? Con el Sol no existe nada significativo en el relieve; sin embargo, los antiguos advirtieron que el equinoccio de primavera se puede determinar muy fácil atendiendo a la evolución de la constelación de Casiopea. Llegado ese momento, durante el crepúsculo del 20-22 de marzo, Casiopea se ocultaba por el extremo Norte de la isla de La Palma, perfectamente visible desde Argodey. En ese instante, los días y las noches tienen la misma duración.
Existen otros dos precisos intervalos de tiempo fundamentales. Las dos elevaciones dispuestas a ambos lados del Garajonay -Montaña de Las Burras y Montaña Gua-, coinciden con la aparición de la Luna durante los lunasticios de invierno Mayor y Menor Norte. Esto sucede cada 9 años, siendo dos acontecimientos astronómicos sagrados y ritualizados desde La Fortaleza.
Es muy probable que se consagraran otros tiempos coincidentes con los ortos y ocasos de otras estrellas y constelaciones. Por ejemplo, las Pléyades o Cabrillas cuyo orto crepuscular se produce por la Montaña de Las Burras hacia el 20 de octubre en los primeros siglos de la era cristiana, anunciando la llegada del período de las lluvias importantes en la Isla.
En definitiva, en Argodey la conexión fue explícitamente establecida mediante la construcción de recintos sagrados en ambos extremos sincronizados con la orografía más manifiesta y los astros más significativos en su cosmovisión.
Solsticio de verano y lunasticios de invierno, Mayor y Menor
Notas
1. Barrios García, J.; Hernández Marrero, J. C.; Trujillo Mora, J. M. (2016). "Investigaciones arqueoastronómicas en La Gomera. La cueva de San Blas y el origen del culto a la Candelaria en Chipude". XXI Coloquio de Historia Canario-Americana (2014), XXI-080: http://coloquioscanariasmerica.casadecolon. com /index.php/aea/article/view/9561
2. Navarro Mederos, J. F. et al. (2001a): “El diezmo a Orahan: pireos o aras de sacrificio en la prehistoria de La Gomera (Islas Canarias)”. Tabona. Revista de prehistoria y de arqueología (La Laguna), vol. 10, pp: 091-126.
3. Navarro Mederos, J. F. et al. (2001b): “La Fortaleza de Chipude y los concheros de Arguamul al cabo de tres décadas: viejos problemas, nuevas interpretaciones”. SPAL. Revista de prehistoria y arqueología de la Universidad de Sevilla (Sevilla), vol. 10, pp: 327-341.
Miguel A. Martín González es historiador, profesor, fundador y director de la revista Iruene. Ver más artículos del autor.