A mediados de 1894 Magdalena Hurtado de Mendoza, «la madrina» y cuñada de Galdós, presentía que no le quedaba mucho tiempo de vida. Padecía de «ruidos, dolores y jaqueca» y fue tratada por el profesor Rafael Martínez Molina, maestro del doctor Manuel Tolosa Latour, que la había diagnosticado como una enferma del sistema nervioso que padecía, además, arteriosclerosis e hipertensión arterial. Y, puesto que sus asuntos personales requerían inmediata atención, decidió que don Benito viajara a Las Palmas. Él aceptó esta oportunidad por varias razones. En primer lugar, tendría la ocasión de conocer de cerca la fortuna de la familia. Su interés por la herencia fue creciendo a medida que los ingresos por sus obras no arreglaban su problema económico. Asimismo, su breve visita complacería a sus compatriotas después de haber estado ausente un cuarto de siglo.
Tolosa Latour, que gozó de gran prestigio como médico, fue no solo amigo entrañable de Galdós sino también el médico de su familia y, a través de Magdalena Hurtado de Mendoza, conoció la intención de don Benito de viajar a Las Palmas. El 24 de agosto de 1894 escribe Tolosa Latour a don Benito: «Ya sé que te vas a Canarias. ¡Qué bonito viaje! Si no fuera por el miedo que me produce el mareo iba allá. Pero no se puede hacer todo lo que viene en ganas». Doña Magdalena fallece y don Benito, al enterarse del óbito, comunica el 14 de octubre a Miguel Honorio de la Cámara (Prisco) desde Cádiz que «anoche, a poco de llegar aquí, supe lo ocurrido y ya puede V. comprender lo que me ha afectado».
Existía también el temor de que el pueblo llano de Las Palmas, movido por opiniones equivocadas sobre el canarismo de Galdós, no acudiera en masa a recibirle. Por esto, el día 17 de octubre de 1894, el alcalde Felipe Massieu y Falcón publicó una alocución a los habitantes de Las Palmas para que «este pueblo noble y leal acudiera en cariñosísima manifestación a recibir en el Puerto de la Luz al esclarecido hijo de Las Palmas».
El día 18 de octubre, jueves, después de 25 años de ausencia llegó a Las Palmas Benito Pérez Galdós. Al poner el pie en tierra resonó una salva de aplausos y algunos gritos entusiastas de ¡viva Galdós!, ¡viva el príncipe de las letras patrias! Desde la escalinata del muelle, hasta el lugar donde se hallaba situado el carruaje, Galdós fue aclamado y cumplimentado por las distintas comisiones y corporaciones. Ocupó luego el carruaje acompañado de su hermano el general Ignacio Pérez Galdós, del Alcalde y del Delegado del gobierno siguiendo una larga fila de coches hasta la casa de recreo que la familia de Galdós poseía en Santa Catalina.
El eterno paseante se levantaba muy temprano para escribir y, después, cogía el tranvía de vapor, que comunicaba el Puerto de La Luz con el casco antiguo de la ciudad de Las Palmas. Allí, casi de incógnito, observando todo minuciosamente, caminaba por la antigua calle de la Carnicería (actual calle Mendizábal), hacia el Colegio de San Agustín como en sus días de estudiante. Paseaba por la ciudad y por los barrios encontrándose con viejos amigos y tomando siempre nota.
En la sesión del 19 de octubre, viernes, de 1894 acordó el Ayuntamiento de Las Palmas dirigir un mensaje de bienvenida, que podían firmar todos los vecinos de esta ciudad que lo desearan, al ilustre paisano Benito Pérez Galdós. También el Ayuntamiento en esa sesión plenaria, presidida por el alcalde Felipe Massieu y Falcón, acordó por unanimidad entre otros honores colocar en la casa natal de don Benito, calle del Cano número 33, una lápida conmemorativa de su nacimiento.
A finales de octubre de 1894 se preguntaba la prensa de Las Palmas «qué hace Pérez Galdós durante el tiempo que se encuentra entre nosotros». En esos días se conoció un capricho de Galdós. En uno de sus paseos trató a Manuel Miranda Romero, que era carpintero de ribera. Acompañado de este nuevo amigo don Benito visitó una mañana la ermita de San Telmo y saludó al presidente de la Confraternidad de Mareantes del mismo lugar. «Entonces don Benito -dice Néstor Álamo- se propone ser dueño del mejor galeón que estaba en los tirantes de la capilla y que eran exvotos de los navegantes en peligro. Y lo logró por medio de Miranda, que llevaba la rueda del timón en aquel feudo de armadores y navegantes». Don Benito veladamente insinuó su propósito de que figurara en el lugar que conservaba para las colecciones en su palacete San Quintín, en Santander. Este capricho de Galdós tiene su origen en su infancia cuando iba con frecuencia al templo con el deseo de admirar la colección de hermosos barquichuelos que, en aquella época, poseía la iglesia de San Telmo. En el momento que Galdós tuvo en sus manos aquel viejo barquichuelo encargó a Manuel Miranda que lo restaurara y se lo enviara por vía marítima para instalarlo en su despacho de San Quintín. Meses más tarde, el 1 de febrero de 1895, Galdós agradeció por carta a Manuel Miranda el envío del galeón restaurado, que esperaba con vehemente deseo. «[…] No necesito decirle cuánto le agradezco la diligencia, esmero y entusiasmo con que ha realizado V. la restauración de este modelo, que de sus manos, estoy de ello seguro, habrá salido como nuevo, de tal modo que lo reconocería por suyo el mismo don Juan de Austria, capitán general de las galeras del Rey Católico y de la Liga contra el Turco. Ahora me falta dar también las gracias a la Confraternidad de San Telmo por su delicado obsequio, que no olvidaré nunca».
Galdós también encontró, en uno de sus paseos matutinos, a su antiguo amigo Joaquín Gutiérrez, que era carpintero, charlatán y bebedor. Los dos amigos se hicieron inseparables. Y todos los días al atardecer se sentaban en los poyos del Obispo, más allá del barrio San José, en la carretera a Telde, observando las plataneras situadas debajo del barrio y, a lo lejos, el azul del Atlántico.
En la prensa de Las Palmas se publicó el 29 de octubre la esquela mortuoria de doña Magdalena Hurtado de Mendoza y Tate, viuda de don Domingo Pérez Galdós, que había fallecido en Santander el día 15. Las misas por el eterno descanso de su alma se celebraron en la Parroquia de San Francisco de Las Palmas el día 31 de octubre de 6 a 8 de la mañana. Tal vez don Benito asistió a ese acto y prestaría atención al tañido de las campanas de San Francisco. Pasaron los años y don Benito, evocando cuando vivía en su casa de la calle del Cano número 33, contestaba en la entrevista realizada en julio de 1910 por El Bachiller Corchuelo, para la revista Por esos mundos, que «cuando he oído el tañido de sus campanas, siempre he sentido una emoción entre triste y dulce. Su son no lo confundiría con ninguno. Lo distinguiría entre cien que tocasen a un tiempo».
Manuel Herrera-Hernández forma parte de la Asociación Española de Médicos Escritores.