Aunque articulado de viva voz tiempo atrás, no hace mucho que fue publicado como cuadernillo el discurso de ingreso en la Academia Canaria de la Lengua (ACL) del filólogo de la ULPGC Juan Manuel Pérez Vigaray, que lleva por título Español de Canarias y 'humor canario': amores que matan. El asunto que afronta se aparece ante nosotros como una porción meridiana para avivar, en la mesa de los intercambios sociales, las reflexiones que han de realizarse en torno a la expresión lingüística como eje vertebral de los sujetos. Las vinculaciones aquí atendidas entre la lengua y el humor no habrán de ser, en absoluto, "alrededores" de los alcances del idioma, pues los riesgos que se juegan en estas maniobras pueden derivar, como aquí afirmaremos, manifiesta degradación y consiguiente perjuicio sicosocial, esto es, asunto regresivo para nuestra vida toda.
La alocución comentada se equilibra en una serie de sospechas ante los jóvenes que llegan a la universidad, en los que se detecta una constitutiva inseguridad dentro de su autopercepción lingüística. La vacilación se revela en la correspondencia que practican identificando nuestra modalidad de habla con lo rural, lo coloquial, lo antiguo..., que se ponen a la misma altura de otras características compactas de las peculiaridades insulares (seseo, aspiración de la -/s/ implosiva...); se desvela también en los pensamientos que admiten que el estándar de la RAE es la panacea, que el canario no puede ser –bajo ningún concepto– modelo de enseñanza del español para extranjeros. A esto sigue la exposición de una serie de hechos recientes favorecedores, según el lingüista, para que los desequilibrios apreciativos previos no se dieran, o acaso se aminoraran: profesores de Secundaria bien preparados, libros de textos adaptados, la labor de la ACL, una administración educativa favorecedora de lo insular y, además, la relevante tradición científica dialectal de la ULL y la ULPGC. Por lo que, ante todo ello, la pregunta (im)pertinente que dimana es: "¿Qué es lo que contrapesa las medidas emprendidas hasta hacerlas casi ineficaces?".
Las causas le parecen estar enraizadas y animadas –con unas relaciones humanas ultradirigidas por los medios audiovisuales de masas– desde la presión perseverante del español estándar peninsular de las cadenas estatales, desde cierta influencia de las variantes canarias sui géneris televisivas y publicitarias; a lo que se añade la envergadura desarrollada por el espectro del humor, más que nada desde los exitosos doblajes "al canario" en Youtube y desde el programa, de audiencia notoria, En Clave de Ja. Precisamente este último es el que el autor vocifera como más claro caso a partir del que formular sus veredictos crítico-analíticos, por lo central que se torna en el contexto comentado y por el seguimiento que detenta, además de por llevar insertos elementos desde los que vislumbrar juiciosamente algo de claridad sobre la inseguridad comunicativa que arriba se expresaba. Y así obtenemos en sus representaciones semanales un caos moldeado con fenómenos del español general estigmatizados junto a terminología que nada tiene que ver con los canarismos (Clipper, suspiros de Moya...), y por supuesto decorado con chabacanería barata salpicada de tacos y otras menudencias ralas que llevan al público a reírse cuando se define, en una (mala) suerte de diccionario absurdo, un término tan normal como alongarse. Para Pérez Vigaray, el problema sustancial radica, desde el profano, en la pervertida mezcla que lo lleva a identificar el habla canaria "con la risa, el tipismo folclórico o directamente la vulgaridad, sin tener en cuenta sus repercusiones en la conciencia que los canarios tenemos de nuestra manera de hablar".
Y las repercusiones, aunque no lo sepamos, son notables. Para llegar a entenderlas tendríamos que recordar la evidente dirección que la lengua soporta como configuradora de lo humano, siendo sin duda una de sus más inexcusables extremidades, de sus más imprescindibles órganos. Se traducirá entonces, si hubiera voluntad, que los múltiples modos –entendemos que involuntarios– que se tienen para minusvalorar esta modalidad de español están atentando contra nuestra psique y autoestima en un acoso y derribo continuado que ha de ser tomado como creemos que es: agravio social. Hablamos de un arribo machacón a nuestro fuero íntimo que se corporiza, en determinados contextos, como achicamiento y complejo personal-colectivo, uno de los factores –nefastos– principales que ha configurado la sicología insular. Porque el problema es estructural (y esto no lo dice Pérez Vigaray), y por eso las particulares iniciativas que se enumeraban –entendidas como favorecedoras del asunto– son inútiles: no es solo en la universidad donde la percepción comienza a rodar puesto que puedo testimoniar año tras año, como parte del profesorado, una continuidad de estas infravaloraciones en los jóvenes desde la Primaria hasta la Secundaria con un arraigo tal que, por mucho que lo intente el francotirador desde su aula, se torna impracticable la aniquilación de los destructivos prejuicios. Y es que a todos estos factores insalubres se sumaría la consideración que de la propia forma de hablar poseen los padres, la sociedad que los rodea en la cercanía, sus amigos, los propios profesores (incluidos muchos de Lengua) y los cultos –autoridades se dicen y se creen– de cualquier signo... Todos en el inconsciente (e ignorante) carro de la degradación de sí mismos: o se ríen del español de Canarias o, en la más ridícula de las coyunturas, sus palabras les parecen "graciosas", sin darse cuenta de que están echando basura sobre su propio espejo.
Insisto en que, aunque sin voluntad, se trata de un hostigamiento sicosocial como otros (ensañamiento, acoso...), y que nadie se atrevería a decir que no deben señalarse públicamente como sutura de dominación. Y no es victimismo –como ya pensará el cultureta de turno–; más bien se erige defensa. La víctima que todos somos habrá de ser defendida y tendrá que atrincherarse si quiere vivir con dignidad humano-lingüística, como persona; y las instancias político-sociales han de adquirir la obligación de protegerla. Las acciones públicas como las aludidas, entonces, tendrían que ser estudiadas por estamentos, creados o por crear (no sé si es una de las funciones del Diputado del Común, por eso de que investiga "sobre el trato incorrecto a los ciudadanos"), desde donde se les pueda asesorar en consecuencia. Creemos que es precisamente la ACL la que debería instaurar como otra más de sus funciones prioritarias ser atalaya denunciante de actitudes nocivas de este trazo –para con nuestra personalidad lingüística– que pululen por los cercanos radios de recepción; tal y como las administraciones, los colectivos sociales, los medios de comunicación, las empresas... deberían tener siempre en cuenta (a través de informes pertinentes solicitados o desde cualquier otro procedimiento adecuado) la opiniones de esta institución que, por encima de todo, debe velar por nuestra salud y entereza síquico-idiomáticas. Porque, ciertamente, en esta clave la cosa sí va en serio para una Canarias feliz y deseablemente por-venir.