Revista n.º 1069 / ISSN 1885-6039

Aquellas valerosas mujeres de antaño: las parteras.

Martes, 5 de julio de 2016
Marilén García Rodríguez
Publicado en el n.º 634

Fuerteventura no gozó de hospital hasta la década de los 60. Este hecho hace que las parteras, como Mariquita Gutiérrez, fueran imprescindibles ya que suplían con su empeño y buen hacer las carencias sanitarias en el momento de dar a luz, única ayuda con la que contaban las mujeres de entonces.

María Gutiérrez con sus dos nietos.

 

 

Tan vieja como la civilización es la historia de las parteras. En todas las épocas y culturas han existido personas que han ayudado a las mujeres en el parto, mitigando su dolor, asistiendo el parto y ocupándose del recién nacido. Todos los pueblos, desde la más remota antigüedad, han tenido sus expertas en el arte de partear. Sus prácticas han ido evolucionando desde un cúmulo de nociones rudimentarias propias, transmitidas o basadas en la tradición cultural, en muchas ocasiones bajo la influencia de prácticas místicas o religiosas, hasta llegar al conocimiento científico. Mujeres que a lo largo de la historia con su esfuerzo, sacrificio y trabajo, no valorado en muchas ocasiones, y sin ningún tipo de remuneración, han contribuido a que hoy día, en la sociedad, se acepte como imprescindible su inclusión en todos los espacios de participación social, económica y política.

 

El punto de arranque del oficio de las parteras se ha relacionado con la división sexual del trabajo que ya apunta desde la Prehistoria y que hoy conocemos gracias a las manifestaciones artísticas del Arte Rupestre. El conocimiento concreto de las primeras parteras lo tenemos hacia el 1700 a. C. a través de La Biblia, donde existen citas textuales que hacen referencia a este trabajo. La primera cita (Gn 35,17) alude al parto complicado de Raquel, esposa de Jacob: Luego de un parto muy difícil, la partera exclamó: “No temas; tienes otro varón”. La segunda cita, también en La Biblia (Gn 38,27- 29), describe el parto gemelar de Tamar: Cuando llegó el tiempo de su alumbramiento, tenía en su seno dos mellizos. Y al dar a luz, uno de ellos sacó una mano; la partera se la tomó y le ató en ella un hilo rojo, diciendo “Este salió primero”.

 

En la civilización egipcia se sabe que el oficio de partera era una profesión libre y que gozaba de gran prestigio y de la estima de sus ciudadanos. Por estas circunstancias se piensa que la enseñanza de estos oficios estaba basada en la experiencia práctica que se iba adquiriendo al estar junto con otro más experimentado. Las parteras griegas se proveyeron de los conocimientos egipcios sobre el embarazo y parto. La ley ateniense exigía para ejercer este oficio haber sido madre y no estar ya en edad de procreación. La cultura romana favoreció sobremanera la entrada de la mujer en la ciencia y principalmente en la medicina. El Senado de Roma dictaminaba quiénes debían ser las parteras: mujeres aprobadas en su arte, que debían examinar o asistir a las esposas de emperadores y césares romanos.

 

Un alumbramiento en un cuadro clásico.

 

Historia. La Edad Media se describe como una época de retroceso cultural donde las pócimas y talismanes se aplicaron en la asistencia al parto. Durante este periodo seguía existiendo un conocimiento popular de los temas relacionados con el parto. Estas mujeres se formaban acompañando a otra mujer de más edad y experiencia que venía cumpliendo con tal menester. Los conocimientos sobre los cuidados de la mujer embarazada, de la parturienta, de su recién nacido, de los métodos anticonceptivos y abortivos se trasmitían de forma oral de generación en generación, normalmente de madres a hijas. De esta forma la partera se iba haciendo una experta en su ámbito de actuación.

 

Ya en los siglos XVI y XVII, las parteras eran, en toda Europa, mujeres expertas en partos, en la salud de madres e hijos, y jugaban un papel clave en actividades religiosas, lo que las convertía en figuras centrales de la vida comunitaria. Sin embargo la formación de las matronas es deficitaria y solo la experiencia acumulada y el intercambio de conocimientos con otras parteras intentarán suplir algunas carencias.

 

La llegada del siglo XVIII contribuyó a un cambio en la forma de pensar y entender la vida. La comunidad científica acepta por unanimidad la obstetricia como una disciplina con fundamentación científica. Por ello, se editaron gran cantidad de manuales para matronas. Durante el siglo XIX el arte de las parteras se desarrolló lentamente hacia lo que se convertiría en la especialidad de Obstetricia y Ginecología. En el siglo XX llegará la verdadera profesionalización de las matronas cuando se asume que la instrucción y la investigación son partes fundamentales para determinar un nivel de profesión. Aflora el interés de las organizaciones profesionales por mantener el nivel educativo y de servicio, y se produce el reconocimiento legislativo de formación y función social.

 

Fuerteventura y Mariquita Gutiérrez, la partera de Agua de Bueyes. Sin embargo, hacia la mitad del siglo XX, Fuerteventura aún era una isla estancada como consecuencia de su desarrollo histórico. El régimen señorial presente en la isla durante siglos evitó su avance económico, social y político. El Antiguo Régimen supuso un encerramiento insular que apartaba a Fuerteventura del desarrollo que en las demás islas se producía. Debido a esa y otras razones, Fuerteventura no gozó de hospital hasta la década de los 60. Este hecho hace que la figura de la partera fuera imprescindible en casi todos los pueblos de la geografía insular, ya que suplían con su empeño y buen hacer las carencias sanitarias en el momento de dar a luz, única ayuda con la que contaban las mujeres de entonces; de ahí la obligación de recordar su meritoria labor.

 

Por eso en el mes de mayo (el día 5 se celebra el Día Internacional de las Parteras) se homenajeó a María Gutiérrez Cardona, la partera de Agua de Bueyes, donde nació en 1889, hija de D. Francisco Gutiérrez y Dña. Isabel Cardona, la quinta de siete hermanos. Se casó con D. Antonio Alonso y tuvo cinco hijos: Antonio, Genara, Guadalupe, Francisco y Peregrina. Toda su vida fue conocida por Mariquita, y por la tarea a la que se dedicó durante muchos años: la partera de Agua de Bueyes. Gracias a su ayuda muchas vecinas lograron una de las experiencias más bellas para una mujer: ser madres, ya que facilitó el alumbramiento de la mayor parte de los nacidos en este pueblo desde la década de los años 30 hasta que Fuerteventura contó con un hospital.

 

Mariquita acudía allá donde había una parturienta que necesitara de su ayuda. Cuenta su hija Peregrina que los vecinos venían a buscarla a cualquier hora, a veces incluso de pueblos cercanos como Tiscamanita, Valles de Ortega, Casillas de Morales, Tuineje y, en alguna ocasión, llegó hasta Gran Tarajal. Nunca dijo que no a nadie. Cada vez que acudían en busca de su ayuda ella comenzaba su ritual: lo primero, encomendarse a la Virgen del Carmen para que el parto fuera con éxito y no tuviera ningún contratiempo; se cortaba las uñas; cogía su instrumental para asistir el parto; y ya luego se marchaba a la casa de la parturienta. Una vez junto a ella se desinfectaba las manos, colocaba todo el instrumental indispensable alrededor (tijeras, la palangana con el agua tibia, agua oxigenada, vendas y sábanas), y con la intuición propia de las mujeres y un poco de jeito ponía en práctica toda su experiencia en el arte de ayudar a nacer una nueva vida.

 

Algunos partos eran rápidos, otros más lentos, pero ella acompañaba el tiempo que fuera necesario. Peregrinita me cuenta con orgullo que su madre nunca tuvo ningún contratiempo, y que en una ocasión llegó a salvar la vida de una vecina del pueblo con un parto muy largo y complicado, en el que el médico que había en aquella época aconsejó trasladar a Gran Canaria.

 

Una vez que Mariquita tenía el recién nacido en sus manos, ella se encargaba de bañarlo; curar y vendar el cordón umbilical para que cicatrizara de forma más rápida; vestirlo, y se lo entregaba a su madre para que le diera el pecho. Además, le daba algunos consejos a esta relacionados con la dieta para su pronta recuperación y sobre los cuidados y la higiene para el recién nacido. Pero ahí no acababa su tarea, ya que volvía a los dos o tres días a revisar el cordón umbilical hasta que se le caía. Nunca cobraba por ello, pero no la dejaban ir con las manos vacías ya que en agradecimiento la obsequiaban con lo mejor que tenían, que en aquellos años de la posguerra era muy poco: queso, huevos, legumbres, lapas, jareas o alguna gallina.

 

Fueron muchos los niños que vinieron al mundo con la ayuda de sus manos, hasta que a finales de la década de los 60 se inauguró el Hospital de Fuerteventura. No obstante, en los primeros años desde su apertura las mujeres de aquella época se sentían más seguras en manos de una mujer antes que en las de un hombre, aunque este tuviera la preparación académica necesaria para el desempeño de la profesión.

 

Mariquita tuvo el privilegio de ayudar a nacer a todos sus nietos y con casi 81 años asistió por última vez como partera en el nacimiento de su última nieta. Murió en 1982 con 93 años. El mínimo pago a tantas décadas de callado servicio es la plaza que llevará su nombre y mantendrá viva la memoria de Mariquita Gutiérrez, la partera de Agua de Bueyes.

 

María Gutiérrez con sus dos nietos.

María Gutiérrez con dos de sus nietos

 

 

Bibliografía

AA. VV. Brujas, Parteras y Enfermeras. Barcelona, 1981.

AA. VV. "Las Parteras, Patrimonio de la humanidad". Revista de Obstetricia y Ginecología. Vol. 62, n.º 2. Junio, 2011.

ALONSO GUTIÉRREZ, Peregrina. Entrevista realizada el 10 de abril de 2015 en Agua de Bueyes. Entrevistadora: Marilén García Rodríguez.

SERRANO MONZÓ, Inmaculada. Apuntes históricos de la profesión de Matrona. Asociación Navarra de Matronas. Pamplona, 2002.

CONDE FERNÁNDEZ, Fernando. Parteras, comadres, matronas. Evolución de la profesión desde el saber popular al conocimiento científico. Academia de las Ciencias. Lanzarote, 2011.

 

 

Este texto fue previamente publicado en el programa de las Fiestas de La Peña 2015 de Fuerteventura.

 

 

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