El Gobierno de Canarias condecora cada 30 de mayo a personas, corporaciones e instituciones que hayan prestado relevantes y meritorios servicios al pueblo canario, dignos de agradecimiento público. En este sentido, el Grupo Folklórico Añate de La Victoria de Acentejo (Tenerife) está encabezando una propuesta para que se le conceda la Medalla de Oro de Canarias en su edición de 2016 a D. Juan de la Cruz Rodríguez, artesano, tejedor, investigador y experto en la indumentaria tradicional canaria.
D. Juan de la Cruz Rodríguez (Santa Cruz de Tenerife, 1949) ha trabajado como técnico en textiles e indumentaria del Museo de Historia y Antropología de Tenerife desde 1986 hasta su jubilación en 2014, además de como artesano tejedor en telar manual. Su ardua labor de trabajo de campo, investigación etnográfica y difusión de la vestimenta tradicional de las Islas durante los últimos 40 años lo avalan como el mayor experto en indumentaria tradicional de Canarias y una de las voces con mayor criterio a nivel nacional.
Todos los datos acumulados en su registro profesional los ha divulgado en la publicación de innumerables artículos y estudios en tratados, revistas y prensa local, nacional e internacional, y en cuatro libros propios publicados, que han salvado a modo de enciclopedia del vestido, el vacío bibliográfico isleño que existía hasta entonces en esta materia, además de participar como ponente en congresos y seminarios e impartir cursos, talleres y charlas.
Ha sido asesor en la creación de museos, exposiciones y muestras, proyectos cinematográficos y teatrales, campañas publicitarias y de concienciación y todo tipo de actividades trasmisoras de la manera de vestir de los canarios a través de los siglos; sin duda, uno de los rasgos definitorios de la cultura e identidad personal y colectiva de cualquier pueblo.
Juan de la Cruz se rebeló a finales de los años 70 ante la falsificación y tergiversación del traje popular, enfrentándose, casi en solitario, al empeño social e institucional de hacer antiguo y tradicional lo que nunca fue: unos trajes típicos desnaturalizados, contemporáneos e inventados en algunos casos, paradójicamente aceptados de manera inconsciente e irreflexiva por la población.
Ante ese inconformismo, revolucionó el concepto de “vestirse de mago”, cuando los grupos aún se uniformaban casi en exclusiva con dos modelos de trajes típicos. La recreación en ese momento, inicialmente por el grupo Los Majuelos, de los patrones encontrados en documentación del siglo XVIII en adelante, supuso un cambio conceptual y estético radical, primero en las agrupaciones y poco a poco en la imagen de romerías, bailes de magos y otras manifestaciones, recuperando la verdadera identidad de los atuendos históricos, que había sido desfigurada durante el siglo XX por los fenómenos políticos, sociales y turísticos. Frente a la igualdad de los atavíos usados masivamente hasta ese momento, Juan de la Cruz mostró una colección auténtica y rigurosa, con una amplia variedad de tipologías, variantes por zonas, materiales, técnicas de confección y usos sociales de la vestimenta, globalmente contrastados, aunque no exenta de desconfianza por parte de algunos.
A partir de entonces surge una serie de fenómenos encadenados que contribuyeron a dar valor a las prendas tradicionales: la sociedad comenzó a buscar conciencia, dar importancia de su conocimiento y preservación; las agrupaciones incorporaron las vestimentas como uno de sus objetivos primordiales; brotó la demanda de publicaciones y material didáctico tales como calendarios, láminas encuadernables, patrones, material didáctico infantil, recortables y otras iniciativas. Se reactivaron algunos oficios tradicionales casi desaparecidos y necesarios ahora para la confección de trajes; se prestó mayor atención al traje tradicional en los certámenes de belleza y en la imagen exterior de las Islas; se comenzó a confeccionar y comercializar belenes con modelos tradicionales; las instituciones comenzaron a ocuparse del tema, a subvencionar la confección de los nuevos modelos, a hacer campañas de dignificación del traje de mago, etc.; sin que todo ello contradiga el ingente trabajo de concienciación que aún queda por hacer.
Sería muy complejo cuantificar las horas dedicadas a la investigación a lo largo de su vida por este Maestro de la tierra, estudiando testamentos en archivos parroquiales, protocolos notariales, dotes y herencias, estadísticas y censos oficiales, artículos y estudios publicados, descripciones de viajeros extranjeros, grabados, pinturas, láminas, dibujos, litografías o fotografías más recientes. Así como el vuelco silencioso y discreto de los resultados en incontables reuniones con grupos folklóricos, personas anónimas, cargos e instituciones públicas y privadas y todos los foros imaginables, mediando entre colecciones y pertenencias particulares a favor del interés público que beneficie a todos los canarios.
Creemos más que justificada y apropiada la distinción solicitada, sin desmerecer la labor de otras personas en este mismo terreno. Si importante y elogiable es premiar en el campo de la etnografía y el folklore a intérpretes y colectivos, no lo es menos distinguir a quienes se encargan del vestuario y la estética de los mismos; en concreto, a quien ha contribuido de manera imprescindible a definir la imagen tradicional rigurosa e histórica que la mayoría de agrupaciones y ciudadanos ha adoptado de manera responsable en los últimos 30 años. Y en ese campo hay una realidad constatable y objetiva: cuando se habla del estudio de los trajes tradicionales en Canarias, apenas hay relación con institución pública o privada alguna, ni siquiera con las universidades. En ese caso, la primera referencia indiscutible que nos viene a la mente es Don Juan de la Cruz Rodríguez.