Revista nº 1036
ISSN 1885-6039

Sobre espumaje hay algo escrito.

Martes, 22 de Noviembre de 2016
Fátima Hernández Martín
Publicado en el número 654

A veces, por proliferación de especies muy concretas, el agua cambia de aspecto, se torna mucosa, se densifica. Estos casos son debidos al aumento desorbitado de lo llamados organismos gelatinosos, entre los que se encuentran salpas o medusas, entre otros. Estos fenómenos suelen ser inocuos para el hombre, si bien pueden alterar otros aspectos de las comunidades que habitan en la zona.

 

 

Aunque parece que solo lo tangible y perceptible es en cierta manera lo que dominamos, la realidad muchas veces no es así. Comento esto en relación a los fenómenos que han ocurrido recientemente [por 2009] en aguas costeras de Santa Cruz de Tenerife. Sin entrar en detalles respecto a la causa que, sinceramente, desconozco y de cuya aclaración los expertos y técnicos en la materia siempre elaboran los adecuados informes correspondientes, sí me gustaría recordar que, en un artículo anterior que titulé "Mare sporco: caso abierto" (La Opinión de Tenerife, 3 de junio de 2009), señalaba de soslayo algunas anomalías que pueden ocurrir en las aguas marinas y que han sido testigos del devenir de nuestros días.

 

Como siempre recalco, aun a fuerza de parecer insistente, en océanos y mares desde antaño han ocurrido una serie de sucesos, vinculados a comunidades de organismos que de manera casi invisible pueblan las aguas, porque viven en ellas flotando de manera errante. Relataba en el artículo mencionado que, a veces, por proliferación de especies muy concretas, el agua cambia de aspecto, se torna mucosa, se densifica, como si pudiéramos cortarla. Estos casos son debidos al aumento desorbitado de lo llamados -por los científicos- organismos gelatinosos, entre los que se encuentran salpas, ctenóforos o medusas, entre otros. Cuando aumentan las temperaturas, proliferan los nutrientes por aportes desde tierra, desde el aire (polvo en suspensión) o cambian extrañamente los vientos, pueden reproducirse de manera tan intensa que dan lugar a cadenas -a modo de gelatina blanquecina- que condensan el agua, dándole un aspecto muy curioso. Estos fenómenos suelen ser inocuos para el hombre, si bien pueden alterar otros aspectos de las comunidades que habitan en la zona. Por ejemplo, si lo que proliferan son medusas pueden afectar a cardúmenes de pequeños peces, parte de su alimento, de su dieta. De hecho hay datos en bibliografía (Alvariño, 1985) sobre bancos de arenques que han sido prácticamente esquilmados por exceso de medusas.

 

Otro dato a tener en cuenta es que en los océanos flotan multitud de microalgas, unas son potencialmente tóxicas -generan toxinas bajo determinadas circunstancias-, otras no, y en ocasiones dan lugar a las conocidas mareas rojas. Se trata de fenómenos naturales de duración corta y aparición irregular con proliferación masiva de estas microalgas. En estos casos -también- un exceso de nutrientes, cambios en la dirección de vientos y determinados efectos de las corrientes locales son responsables de provocar situaciones llamadas, como señalamos antes, por el color que "por lo general" adquiere el agua (rojo, marrón, amarillo…). Pensemos que si el alga que se halla en exceso es tóxica (los investigadores las tienen catalogadas) generan una biotoxina que puede pasar a otros organismos (moluscos, crustáceos, peces) y de ahí al hombre. Según Granado et al (2007), durante los últimos años se ha producido un incremento mundial en la frecuencia, intensidad y distribución geográfica de estas explosiones de las algas tóxicas. Precisamente, hemos conocido casos de contaminación con toxinas de microalgas que, aunque estaban relegadas hasta hace poco tiempo a zonas tropicales (Caribe, Índico o Pacífico fundamentalmente), donde se ubican algunas de estas especies "potencialmente" dañinas, ya se están extendido a otras regiones, detectándose algunos casos -eso sí, muy pocos- en localidades bastante alejadas, y que han provocado daños en las personas por consumo de pescado, especialmente piezas de gran tamaño que han acumulado el tóxico a través de la cadena de alimentación. Por ejemplo, conviene aquí mencionar la ciguatera, una enfermedad de la que hemos oído hablar, provocada por consumo de pescado contaminado debido a estas mentadas algas. No obstante, a decir verdad y afortunadamente, en Canarias los casos referenciados en bibliografía científica relacionados con mareas rojas han sido escasos y muy puntuales -casi inexistentes-, al igual que los de intoxicación por consumir pescado con ciguatoxinas que provocan la enfermedad antes citada (Pérez-Arellano, et al 2005), todos resueltos satisfactoriamente. Tengamos en cuenta que la mayoría de las mareas rojas no ofrecen peligro para la salud, si las algas que las producen no son tóxicas; el único problema es el efecto que provoca el encontrarnos de repente el mar con un extraño color que produce lógicamente… rechazo.

 

Sin embargo, no hay que bajar la guardia y recordar que se pueden presentar situaciones más complicadas en las que la zona costera no se coloree y haya presencia masiva de algas tóxicas. Estos casos, más complejos, no se detectarían a simple vista y, de existir, nos encontraríamos con un serio problema "invisible". Afortunadamente estos asuntos están controlados hoy en día, sobre todo en zonas tradicionales de cultivo de marisco, muy sensibles a esta problemática, caso de Galicia, por ejemplo, donde se siguen estos fenómenos de manera muy especializada y constante.

 

En relación a los excesos de espumas (=espumaje, RAE) han sido constatados en varios lugares del Planeta (Gili et al, 2001). Su procedencia puede ser natural o bien deberse evidentemente a un asunto delicado de contaminación. En el primero de los casos se forman por amalgama, acumulaciones densas de microorganismos con abundancia de nutrientes, unido a determinadas características oceanográficas en zonas costeras ribereñas, bahías o ensenadas. En el caso de que su origen sea por contaminación, se deben a vertidos de procedencia variada, pero al igual que puede ocurrir en cualquier zona terrestre, lo que se hace es investigar la procedencia y se actúa en consecuencia. Como siempre para tranquilidad, la solución la tienen expertos y técnicos especializados que realizan controles sanitarios periódicos, análisis exhaustivos del agua, así como las autoridades que adoptan todas las medidas necesarias en caso de detección de anomalías. Porque todo está escrito o al menos se está escribiendo y ante una situación extraña recordemos que los test detectan -si los hubiere- restos fecales (bacterias), contaminantes, pesticidas… y los análisis cuantitativos y cualitativos de microorganismos, tanto a los habituales en la composición del agua de la zona -que se conocen o deberían conocerse-, como las proliferaciones desmedidas o presencias extrañas. Se previene ante el hecho, se aplica el protocolo a seguir, difundiéndolo al público, sin desidia pero sin alarmismos, de manera clara y veraz; y se llevan a cabo todas las pautas adecuadas hasta que el fenómeno se controla, se aleja… o desaparece súbitamente. Porque el océano es generoso a pesar de nuestros agravios, señores, y aunque perturbe durante algunos días nuestra tranquila vida cotidiana, siempre devuelve -con suaves susurros de oleaje- su transparencia en el curso de un nuevo mañana. Doy fe de ello.

 

 

Fátima Hernández Martín es directora del Museo de Ciencias Naturales de Tenerife.

 

 

Comentarios