Revista nº 1037
ISSN 1885-6039

La artesanía en la Historia.

Martes, 07 de Junio de 2016
Guía de Artesanía Tenerife
Publicado en el número 630

En el siglo XVIII existían a lo largo de la isla cientos de telares dedicados a la producción de paños de lana y lienzos de lino. También florecía la producción sedera, destinada, sobre todo, a la exportación.

 

 

A los naturales de esta isla llaman guanches los que la conquistaron. Era gente de mediana estatura. Los de la banda del sur son muy morenos; y los de la banda del norte son blancos y rubios en cuerpo y cabellos1. Este es uno de los primeros testimonios obtenidos de la presencia aborigen tras la conquista de Tenerife. Abreu Galíndo, franciscano procedente de Andalucía, fue uno de los historiadores que, a finales del siglo XVI, describieron las realidades de los autóctonos. Cronistas, historiadores, antropólogos y arqueólogos se han ocupado de estudiar la cultura prehispánica canaria de la que, siendo de transmisión oral, apenas hay constancia hasta después de 1496 y que, por tanto, está inscrita en la prehistoria.

 

A decir de los primeros historiadores, los guanches o gentes de Chinech (Tenerife), eran pacíficos y estaban dotados de un físico potente, adaptado a la orografía insular. Algunos españoles, como Alonso de Espinosa -religioso del siglo XVI-, se dejaron seducir por ellos, alegando que eran ... gente de muy buenas y perfectas facciones de rostro y disposición de cuerpo; eran de alta estatura y de miembros proporcionados a ella2. De origen capsiense y emparentados de cerca con los bereberes norteafricanos, había entre los aborígenes tinerfeños dos tipos diferenciados: el mediterranoide, en el Sur, y el cromañoide, en el Norte, tipos que aún se pueden percibir en los rasgos de algunos isleños, pese a su evidente hibridación.

 

Además de los atributos mencionados por Espinosa, cuentan las crónicas medievales relacionadas con Canarias que los indígenas eran limpios, practicaban la monogamia y creían en un solo dios: Achguayerxeran Achoron Achaman -el sustentador del cielo y de la tierra-, virtudes que conquistaron a los castellanos, en las décadas en las que los que poblaban el Norte de la isla se rebelaron, constituyendo lo que se vino a denominar bandos de guerra que, a medida que iban siendo sometidos, eran reducidos a esclavitud. En contraposición, los habitantes del Sur, que tenían mucho menos que perder debido a la mayor aridez de las tierras que ocupaban, se aliaron con el enemigo, quedando libres y pasando a formar parte del campesinado. Pronto habrían de olvidar sus costumbres ancestrales, perteneciendo a lo que se conoció como bandos de paz.

 

Antes de perder su identidad cultural a raíz de la conquista, los guanches celebraban complejos rituales de enterramientos, mirlando o embalsamando a los muertos más notables en cuevas naturales situadas en los barrancos más inaccesibles de la isla. Habitaban en chozas de piedra y madera y en cuevas. Vivían del pastoreo y se alimentaban de trigo, cebada -el gofio data de entonces-, habas, arvejas, leche, manteca, frutos silvestres, carne, pescado y miel de mocan (Visnea mocanera}. Para ello fabricaban gánigos o útiles de cerámica sin torno y con apenas alguna decoración incisa y acanalada, costumbre que persistirá hasta la actualidad. También, algún recipiente de madera.

 

Vestían tamarcos de piel gamuzada, finamente confeccionados, y usaban enseres tejidos con junco y hojas de palma, precursores de la cestería, que tanto habría de perfeccionarse en épocas posteriores. Como en la isla no existía metal alguno, fabricaban útiles de corte con obsidiana tallada, las tahonas. Conocían la pesca y es probable que, también, un tipo de navegación muy elemental. Formaban una sociedad tribal organizada en menceyatos o especie de reinos de taifas locales que impartían justicia desde el Tagoror o asamblea.

 

Estos y otros muchos aspectos referidos por los cronistas han servido para alimentar la memoria y el inconsciente colectivo, a menudo en busca de una identidad indígena desaparecida, sin embargo, poco después de la conquista. A veces se ha querido ver fantasmas donde no los había, y achacar un origen prehispánico a demasiadas cosas y tradiciones insulares. Otras, por el contrario, se ha pretendido blanquear y españolizar (es un decir, porque los guanches, lo mismo que los bereberes, eran de raza blanca) las raíces canarias, privándolas de sus innegables orígenes norteafricanos, para negar eso que hoy se conoce como el hecho diferencial.

 

 

Pero volvamos a la artesanía, fruto, precisamente, de la más cosmopolita y abierta visión del universo mundo. De forma pausada e inteligente y huyendo de localismos miopes, los artesanos supieron desde un principio incorporar a las técnicas ancestrales innovaciones venidas del exterior que harían más fácil y bello su trabajo. Si la mayoría de los objetos manufacturados eran de producción familiar, pronto surgió una industria textil destinada al comercio. Ya en época del rey de Mauritania Juba II (siglo I d. C.), los romanos comerciaron con la púrpura y la orchilla, dos tintes de excepción que habrían de usarse hasta el siglo XIX, cuando fueron sustituidos por la cochinilla.

 

En el siglo XVIII existían a lo largo de la isla cientos de telares dedicados a la producción de paños de lana y lienzos de lino. También florecía la producción sedera, destinada, sobre todo, a la exportación. La seda, que llegó a adquirir gran importancia en la economía insular, era de dos clases: la de lo ancho, utilizada para fabricar tafetanes y otros tejidos, y la de lo estrecho, de género menor y empleada para la confección de cintas y medias. Más adelante, en el siglo XIX, se importa desde Madeira el arte de los calados, que también serán objeto de comercio. Las labores trabajadas en tela de lino traída de Holanda e Irlanda pronto se exportarán a Inglaterra y Estados Unidos, donde serán revendidas a un precio a la europea, es decir, muy superior al insular.

 

Pero el auge de estos trabajos se vendrá abajo durante el siglo XX con la importación de productos industriales de imitación procedentes de Oriente, a precios mucho más competitivos.

 

La alfarería era en cambio de producción familiar, manteniendo numerosos focos a lo largo de la isla. El más afamado era el de Candelaria, al Sur, hoy desaparecido. La alfarería -tal vez, la artesanía canaria más estudiada, junto con los textiles- supone una continuación de la aborigen, si bien con algunas formas y usos adoptados de la cerámica popular peninsular e, incluso, de la loza inglesa, introducida a raíz de las relaciones comerciales con aquel país durante los siglos XVIII y XIX. Las cafeteras que hacen las loceras de Arguayo, por ejemplo, se parecen más a una tetera inglesa que a una pieza clásica española.

 

Inglaterra fue el país que sostuvo un intercambio comercial más activo con el Archipiélago. Ya en el siglo XVI la caña de azúcar y el vino se exportaban a Europa. En especial el malvasía, cuyos principales consumidores fueron los ingleses, siempre amantes y conocedores de los buenos caldos. Shakespeare y, siglos más tarde, Stevenson, fueron algunos de los ilustres británicos que se deshicieron en alabanzas hacia este líquido ambarino y dulce. También partió rumbo a América todo tipo de género, al tiempo que se recibía cuero, cacao y otros productos procedentes del Nuevo Mundo. Todos estos movimientos habrían de insidiar aires renovadores a la isla. El régimen de puertos francos decretado en 1852 y ampliado en 1870 contribuyó a esta eclosión económica que, sin embargo, se eclipsó a partir de la Primera Guerra Mundial, en 1914. Desde entonces la emigración hacia América, en especial Cuba y Venezuela, sería la única válvula de escape para una población privada de casi todo. Solo con el boom turístico de los sesenta, Canarias -una de las regiones más densamente pobladas de España- volverá a levantar cabeza.

 

Antes que los castellanos, los portugueses habían intentado la conquista de las islas encabezados por Enrique el Navegante, llegando a ocupar Lanzarote y parte de La Gomera. Un sector del nuevo campesinado canario surgido a raíz de la conquista estaba formado por portugueses, que se entremezclaron con castellanos, andaluces, extremeños, vascos, gallegos y guanches del bando de paces, procedentes del Sur. Prueba de la presencia lusitana son los numerosos portuguesismos relacionados con la artesanía y ausentes en otras regiones de España. Entre ellos, el callao (canto para bruñir la cerámica), el balayo o cesto de paja de centeno y la pleita (también llamada empleita) u hoja de palma tejida. Préstamos muchos de ellos, a su vez, tomados del celta. La influencia portuguesa se dejará sentir también en el arte: Renacimiento y Barroco en la arquitectura religiosa canaria tienen un marcado acento luso. En el siglo XIX la artesanía del calado, y probablemente las rosetas, se importarán de Portugal.

 

La presencia árabe o mudéjar se dejará sentir, en cambio, en la talla de la madera: taracea y artesonados de los siglos XVI y XVII. También, en la arquitectura tradicional: balcones corridos con celosías, patios con galerías de madera y aleros muy pronunciados son elementos típicamente mudéjares. Los géneros textiles tendrán un marcado sabor morisco, como se puede apreciar en esas coloridas telas rayadas de lana con que se confeccionan las faldas tradicionales. Y si no, obsérvense las típicas mantas alpujarreñas. La probable integración de población morisca venida de la recién conquistada al-Ándalus, y de esclavos magrebíes que suplantaron a los nativos (demasiado levantiscos para el gusto de los castellanos) en las tareas agropecuarias, habría de aportar numerosas improntas. La cerámica y la cestería pueden arrojar también alguna luz en este sentido.

 

Siglos más tarde, en pleno auge comercial, los ingleses trajeron consigo modos e incluso voces que fueron adoptadas por los lugareños. No en balde, en Gran Canaria se le llama cake (o mejor dicho, queque) al bizcocho y naife (knife) al cuchillo canario. También, las papas que se siembran normalmente en Canarias se llaman quineguas (aunque lo parezca, no es palabra de origen guanche), deformación de la marca King Edward... Son además muy populares las papas autodate, de out of date (fuera de temporada).

 

De América se importaron, vía Península, la papa, el tomate, el pimiento y el café. Pero también se trajo plata y algunas técnicas como la filigrana. Un ejemplo notable es la cruz de mano de la parroquia de Santiago Apóstol, en Los Realejos. El caso es que la filigrana llegó a América, a su vez, procedente de algún orfebre andalusí, probablemente de origen judío. La comunidad judía de al-Ándalus era la más versada en este arte, del que aún podemos contemplar bellos trabajos en Córdoba, Cáceres o Salamanca. También han sido tradicionalmente judíos los orfebres del Atlas y de la ciudad atlántica marroquí de Essaouira, en la que todavía se realizan bellísimos objetos en filigrana. Y es que simplificar en materia de influencias culturales, cerrando horizontes, no conduce a nada bueno.

 

 

 

Notas

1. Abren Galindo, Historia de la Conquista de las Siete Islas de Canaria, Goya Ediciones, Santa de Cruz de Tenerife, 1977, p. 290.

2. En Las Culturas Aborígenes Canarias, Tejera Gaspar, A. y González Antón, R., Interinsular Ediciones Canarias, Santa Cruz de Tenerife, 1987, p. 77.

a. Así lo documenta Martín Hernández en “La artesanía del calado en Canarias y Madeira, breves apuntes para su estudio entre 1880 y 1914”, en su trabajo presentado en 1986 en Tenerife, con ocasión del I Congreso de Cultura de Canarias.

 

 

Artículo extraído del libro Guía de Artesanía Tenerife, publicado por la D. Gral. de Industria del Gobierno de Canarias con la colaboración de Inés Eléxpuru, Juan Carlos Martínez Zafra y María Victoria Hernández.

 

 

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