Pero todo comienza mucho antes. Desde tiempo atrás los hombres venían haciendo Juntas, siempre de noche, primero al lado del cementerio, luego en la conocida como Toca o Tosca de la Loma, o Montaña de la Romera, mostrando su determinación por recuperar las dos horas de riego que consideran les han arrebatado injustamente. Allí, en un contexto de penuria, en una sociedad que dependía del campo como único medio de subsistencia, sin poder emigrar (la emigración se abriría el 19 de agosto de 1950 unos días después de la partida del motovelero Telémaco, mito de la emigración clandestina), cada gota de agua se convertía en vital. Por el agua del Risco / damos la vida / porque de ella depende / nuestra comida, decía una copla de la época. Por eso es que deciden no acatar las disposiciones, en cuanto al riego, impuestas unilateralmente por la clase dominante local en 1941 para su propio beneficio, relacionado con la necesidad de agua para el plátano como cultivo de exportación.
En una de esas Juntas, el maestro pedrero Claudio Pérez, natural de Granadilla, Tenerife, dice: Vamos a dar el golpe de estado el día de San Antonio de Padua, que es la fiesta de mi pueblo, y si ganamos la pelea compramos un San Antonio. El 13 de junio es la fecha acordada y pasan a la acción, no dejando transcurrir el agua para el Valle Bajo hasta que el sol no llegara a las marcas tradicionales, tal y como había sido uso y costumbre durante generaciones.
Tras una dura lucha (con detenciones, heridos, muertos y con un activo papel de las mujeres), los vecinos consiguen hacer llegar sus reclamaciones a las autoridades y a mediados de abril de 1948 se llega a un acuerdo por ambas partes, creándose la Comunidad de Regantes de la zona alta y baja de Valle Gran Rey, que entra en vigor el 21 de junio de ese mismo año y que reconoce a los regantes de Guadá sus derechos tradicionales sobre el agua.
Los vecinos entonces cumplieron su promesa y empezaron a erigir la ermita en el mismo lugar en que habían tenido lugar las Juntas, en un terreno cedido por María Barroso. En aquella montaña alta y de tosca viva estuvieron trabajando, de forma voluntaria, picando, por turnos, cavando un zanjón para construir la ermita. La madera vendría del monte, bajada a escondidas por el camino de la Tranquilla.
Ahora solo faltaba el santo, o mejor: los santos; porque en aquel tiempo se estaba construyendo la carretera que uniría Valle Gran Rey con Arure y las obras iban por el risco de Yorima. Dado el evidente peligro, tanto para los trabajadores como para los propios vecinos, ya que se ponían barrenos y ellos estaban debajo, se hizo la promesa de que si la carretera se concluía sin pasar ninguna desgracia, se pondría también en la ermita un Santo Ángel de la Guarda.
Para comprar los santos salieron los vecinos a pedir por toda la Isla. Cuando por fin los adquirieron llegaron por Agencia a la casa de José Chinea Gámez, en La Calera, junto con un San Pedro que iba para la iglesia de Chipude. De allí los subieron al Santuario de Los Reyes, donde los abrieron ya que venían en cajones, trasladándolos luego a la escuela de Lomo del Balo, donde permanecieron hasta la conclusión de las obras de la ermita.
En principio la plaza era de tierra (la polvasera daba miedo), así que recaudando dinero, y sobre todo con el que mandaron los emigrantes que estaban en Venezuela, se pudo poner un trocito de plaza de cemento, frente a la ermita, con un poyo por fuera. Y se pudieron comprar las campanas.
En el año 1951 se termina la ermita y en 1952 se celebra por fin la primera fiesta en honor a San Antonio de Padua; cantaron los tambores: San Antonio sin espada / ganó la guerra pasada. Y así hasta hoy, cada 13 de junio los vecinos de Guadá celebran su fiesta, renovando el cumplimiento de la promesa realizada en aquellos lejanos días.
Foto: fiesta de San Antonio en 1970 (cedida por Manuel Vera)