Revista n.º 1069 / ISSN 1885-6039

La memoria del agua. Pregón de la Fiesta del Agua 2015.

Lunes, 6 de julio de 2015
David Naranjo Ortega
Publicado en el n.º 582

Señora Alcaldesa, Concejales y concejalas del Ilustre Ayuntamiento de Teror (Gran Canaria), Señor Cura Párroco de la Basílica de Nuestra Señora del Pino, vecinos y vecinas de nuestra Villa Mariana de Teror, familiares, amigos, amigas…Muy buenas noches a todos....

Una acequia de Teror.

 

 

Antes que nada, y como es de buen nacido ser agradecido, me gustaría dar las gracias a las personas que confiaron en mí para que en esta noche de hoy pudiera tener el honor y el privilegio de pregonar una de las fiestas más importantes para Teror y sus gentes, como son las de las Fiestas del Agua, con ese marcado aroma a tradición, tierra y, cómo no, agua.

 

Mucho tiempo atrás, nos tendremos que ir hoy en un viaje en la historia, cuando Teror no se llamaba Teror y en el que las plazas y calles de nuestro municipio por las que hoy paseamos se encontraban bajo la sombra de grandes Tiles, Madroños, Laureles y Barbuzanos. Nos encontramos, claro está, dentro de ese bosque casi encantado que los europeos se empeñaron en denominar la Selva de Doramas. En este momento del que les hablo el ser humano pisaba por primera vez sus ramas húmedas y se adentraba en lo más profundo y oscuro de este valle. Caminaba en busca de ese bien tan necesario como era el agua, agua que en ocasiones podía recoger de los cauces de los barrancos que conforman esta zona y que, en otras, tenía que domar para que estas fuesen aprovechables.

 

Fueron estos “Antiguos Canarios” los primeros que con ingenio y destreza cortaron árboles e hicieron acequias con sus troncos para canalizar el agua a sus cultivos de cebada y trigo, los primeros en realizar nateros con los que poder parar esa tierra tan rica que arrastraba el agua en invierno y poder plantar en ella. Pero también fueron pioneros en mirar hacia el cielo y desde los puntos más altos y claros de nuestra geografía terorense hacer rogativas a los dioses para que esa agua tan ansiada calmase la sed de los hombres y mujeres, cultivos y ganados que vivían en esa antigua sociedad que pobló nuestro pueblo y cuyos restos todavía son apreciables en pagos como los de Lezcano, Guanchía o la Hoya Alta.

 

Con la llegada de extraños a nuestras costas y con los años a nuestro Terore, las costumbres extranjeras se fueron imponiendo en esta nueva sociedad que se estaba conformando, y con ella, en medio de este bosque frondoso de Laurisilva, en el mayor de todos los pinos de la zona, apareció, hacia el año 1481, eso dice la tradición, la imagen de Nuestra Señora del Pino. Según cuenta la leyenda, este enorme pino de cerca de 50 metros de alto crecía a los pies de una fuente de aguas medicinales y entre las ramas de este gigante del bosque crecían tres dragos, junto a los que se localizaba también una loza con grabados podomórficos, quizás buscando ese nexo con esta cultura en pleno retroceso.

 

Leyenda o no, lo cierto es que a partir de este punto Terore pasará a ser Teror. El proceso de poblamiento de estos nuevos vecinos influyó también en el propio retroceso del antiguo bosque de Doramas, que fue desapareciendo en los lugares que se iban poblando. Y así lo podemos comprobar en las fuentes escritas, donde nos encontramos con un contrato de 1515 ante el escribano Cristóbal de San Clemente, en el cual a un portugués, estante en la isla, se le obligó a cortar para otro vecino seis mil cargas de leña mayor de laurel “de la montaña que dicen el Espartero”. En estos terrenos talados se fueron creando caseríos y cultivándose terrenos o huertas. La aparición de la Virgen, junto a las tierras fértiles y la abundancia de agua, serán los pilares fundamentales para la desaparición de Terore y el nacimiento del nuevo Teror.

 

A partir de este punto, esos antiguos canarios que quedaban y seguían apegados a su cultura no levantarán más los brazos al cielo buscando el agua e implorando a Acorán, ya no derramarán más leche con sus gánigos entre las cazoletas labradas en los duros riscos.

 

 

(FOLÍA)


Del verde que dio el laurel,
El madroño, el barbusano
En el pago de Lezcano
Hoya Alta y Guanchia un vergel.
Nos queda el recuerdo aquel
De la aborigen labor...
De ese pueblo luchador
Capaz de domar el agua;
El que en dos nombres se fragua
De Terore hasta Teror.


Por Iván Quintana

 

 

Terore ya desaparecía y, con el paso del tiempo, esos gestos paganos para la obtención divina del agua se irán sustituyendo por nuevas plegarias, un nuevo Dios y nuevos Santos. Santos como el que hoy nos compete. San Isidro Labrador, patrón de los agricultores, y para el que debemos remontarnos al siglo XVIII. Es ahí donde nos encontramos al Santo Patrón en unas fiestas votivas o de acción de gracias en cumplimiento de una promesa por las lluvias pedidas y caídas.

 

Y es que es sobradamente conocido que la vida gira en torno al agua y en torno a ella la propia civilización. Pero esta máxima se manifiesta aun más en un pueblo como el de Teror, donde hombres y mujeres han sabido domesticar estas aguas que vienen desde lo más alto de la isla, para su mayor provecho y gestión. Con este cúmulo de conocimientos, sabiduría, vocabulario e infraestructuras nace lo que podemos denominar como La Cultura del Agua.

 

Esta domesticación del agua tuvo su punto más álgido tras los primeros repartimientos de tierras derivados de la anexión castellana de la isla. Una isla casi virgen estaba a punto de ser pasto de la avaricia y la codicia con la que los nuevos pobladores llegaron. Con esta incorporación a la Corona Castellana no solo vinieron nuevas gentes y nuevas culturas, sino también nuevos cultivos como la caña de azúcar, producto base de uno de los mercados más rentables en Europa, y con este nuevo cultivo llegaron también los ingenios azucareros, que propiciaron la casi total desaparición de la masa forestal de Gran Canaria.

 

Estos cultivos se situaban en las grandes vegas costeras de nuestra isla, por lo que desde su inicio se tuvo que invertir en grandes obras hidráulicas para traer el agua desde las altas cumbres y medianías a las zonas costeras. Como es de imaginar, estas nuevas canalizaciones pasaban por nuestro municipio, que solo veía pasar el líquido elemento por sus barrancos, ya que los repartimientos que abarcaban desde la zona de Teror hasta la cumbre se caracterizaban generalmente por ser tierras de secano, debido a que la propiedad del agua se concedió a los propietarios de terrenos localizados en el Valle de Tenoya. Este sistema de repartos dejaba tras de sí un panorama de bocados, cadenas y pequeñas huertas secas en los meses estivales cuyos propietarios y campesinos veían y oían correr por sus terrenos la preciada agua que solo estaba de paso con destino al Valle de Tenoya.

 

Elementos de la cultura del agua canaria.

 

Y es por tanto que esta “sed” de agua desencadenó en más de una ocasión revueltas populares en las que el pueblo de Teror se enfrentó al orden establecido y en las que en más de una vez hubo quien se tomó la ley por su mano. Estas disputas se producían normalmente con los miembros de la Heredad de Tenoya, los cuales eran dueños, como decimos, de las aguas que pasaban por Teror. Hechos como los ocurridos en el año de 1721, en los que se producen revueltas debido a la usurpación de aguas del heredamiento de Tenoya, ponen de manifiesto el malestar y el descontento de los vecinos de la Villa frente a los derechos adquiridos por sus vecinos costeros.

 

Pero estas tensiones, lejos de apaciguarse, se fueron incrementando como lo hacía también la violencia de sus aguas, produciéndose tristes episodios en la historia de Teror: como los acaecidos en el año de 1734, en los que se masticó la tragedia en el fértil barrio de Los Llanos, famoso por sus trillas y trigales. Se produjo entonces una de las pocas muertes violentas vinculadas a las disputas por el agua que tendrá la isla de Gran Canaria; en esta ocasión el finado será un Alcalde de Agua de Tenoya, conocido como Don José de la O. Su muerte ocurrió como consecuencia directa de las heridas sufridas en el tumulto producido por el reparto del agua de la acequia de Los Llanos. Este grado de conflictividad y descontento generalizado entre los vecinos de Teror por no tener derecho ni beneficio de sus aguas solía desencadenar continuos saqueos nocturnos mediante la quiebra de acequias y albercones para poder “robar” su propia agua.

 

Estos continuos litigios fueron una constante y así la documentación consultada nos lo demuestra, repitiéndose sucesos parecidos en 1750, cuando, una vez más, se producen altercados con la Heredad de Tenoya debido a las roturas de acequias para que estas perdiesen agua en su camino hacia la costa.

 

 

Polcas.


Si el agua nace en la cumbre
Y camina por Teror
Vire la torna en la acequia
Para el pueblo agricultor.  J. M.

 

Yo sé bien que quiere el agua
Como una preciada joya
Pues tendrá usted que pagarla
En la heredad de Tenoya.  I. Q.

 

No pretenda que yo pague
Ni que viva en la agonia
Si por Teror pasa el agua
Es tan suya como mía. J. M.

El agua suya no es
No siga con ese empeño
Págueme usted si la quiere
Porque su único dueño. I. Q.

No puedo pagar, y pago
Porque no tengo riqueza
Pero tengo un garrote
Pá mandarle en la cabeza. J. M.

Si quiere pelear, peleamos
Por que firme me mantengo
A pelear por lo que robo
Desde la heredad yo vengo  I. Q.

 

Por Iván Quintana y José M.ª

 

 

Esta sucesión de pleitos, silenciosos en algunos momentos y en otros con algo más de bulla, conformaron un nuevo panorama para Teror. Las aguas desde aquel entonces serían durante el día para los vecinos de la Villa y por la noche para sus antiguos dueños de la Heredad de Tenoya.

 

Dice el refranero que la necesidad hace al hombre y, lógicamente, también a la mujer, y este caso es un claro ejemplo de cómo hombres y mujeres tuvieron que, no con poco sudor y sacrificio, construir una importantísima red de acequias, estanques, albercas, pozos y galerías para poder exprimir de una tierra ya de por sí esquilmada algunas gotas para calmad la sed.

 

Esta cultura tan rica que gira en torno al agua era algo inherente a la sociedad de nuestro pueblo, que heredaba esa capacidad de recoger, almacenar y gestionar el líquido elemento. Pese al transcurso de los años, esa cultura sigue siendo muy visible hoy en día, en la forma de un riquísimo patrimonio hidráulico del que todos los terorenses somos dueños.

 

Tristemente mucho de ese patrimonio intangible vinculado al agua ha desaparecido, como lo hacen las aguas tras la seca tierra, pero otra parte, gracias al esfuerzo, empeño y testarudez de algunos, ha llegado a nuestros días como auténticos tesoros que debemos mimar y valorar.

 

Hasta hace muy pocos años no era extraño encontrar en un rinconcito de cualquier casa de nuestra Villa una pila de agua, que se filtraba limpia y fresca por esas bellas destiladeras, adornadas con culantrillos que le daban ese toque mágico, y que venía a depositarse para permanecer guardada y reposada en la talla o bernegal. A esta escena tan típica y pintoresca, que a buen seguro muchos recuerdan de su niñez, le acompañaban los constantes griteríos de la chiquillería, que casi a modo de procesión iban a recoger agua a las diferentes fuentes o manantiales más cercanos al hogar. Esas camisas blancas, que ya no eran blancas, sino sucias por los juegos con la tierra y las rodillas peladas de pasar largas temporadas con los pantalones cortos, las recuerda con cariño mi padre, cuando ya de muy pequeño tenía que bajar desde El Hoyo hasta la Fuente Agraria para ir a recoger agua para su familia y de cómo la cantidad de las botellas que cargaba era directamente proporcional a la edad que tenía. Atajando camino entre cultivos de millos y papas al grito de los vecinos de ¡¡eso ‘ta plantao!!, y no sin cuidado, ya que, según dicen, por esos tiempos, al mínimo movimiento saltaban p’al aire los tapones de corcho debido al gas que contenía el agua.

 

Detalle de unas papas sacadas de la tierra.

 

Y qué decir de la Fuente Agria, lugar predilecto para cualquier terorense, emblema de las luchas de un pueblo que se enfrentó a aquellos que un día la quisieron privatizar y poner rejas en sus puertas, marca que lleva el nombre de Teror mucho más allá de nuestra costa, y que gracias a su gestión crece cada año, no solo aliviando la sed de quienes la consumen, sino también facilitando la creación de ayudas y proyectos que surgen en su entorno y que hacen que Teror crezca cada día más, junto a todos los trabajadores que orgullosos madrugan para refrescar a todos los canarios.

 

Siguiendo con esa memoria que tenemos como pueblo, quién no recuerda el rumor de las acequias correr, las carreras de barquillas, con hoja las más rudimentarias y de latón y madera las más sofisticadas. Acequias que, como las venas de un cuerpo, cruzaban de Norte a Sur, de Este a Oeste por toda nuestra geografía para aliviar con su contenido a todo aquello que abrazaba, preñando de esta forma a la tierra con su simiente, para posteriormente recoger el fruto que alimentaría a la casa. Acequias que atravesaban riscos y barrancos, esfuerzos titánicos para su construcción y mantenimiento que terminaban en las cantoneras, lugar donde se separaban para sus diversos propietarios. En este punto es donde entraba en acción el acequiero, profesión directamente vinculada a mi familia paterna, personas destinada a las labores de mantenimiento y conservación de las acequias y encargado del reparto de las aguas según fuesen sus derechos.

 

Hoy las acequias se entubaron con plástico, el agua ya no corre con ese gorgojeo característico, muchas de ellas ya se encuentran reventadas por tuneras y piteras que, ante tal dejadez, prosiguen con su lenta pero inexorable conquista, o simplemente enterradas bajo la caída de paredes de cultivo que antaño se levantaron con sacrificio y que hoy caen bajo el peso de la historia y del abandono. Personajes como el terorense don Sixto Dávila Cabrera son fiel reflejo de todo el acervo cultural que fluye por las acequias, conocedor de este mundo en pleno retroceso, donde las modernas llaves de distribución han puesto en desuso a las tablillas y cañas, y con ello terminologías como azadas, dulas o gruesas, dejando muda a esa cultura del agua y al propio acequiero.

 

Ya los pozos y minas que antaño agujerearon como un buen queso de medianías los hombres de nuestra tierra, y que estaban presentes en casi todos los barrancos de nuestra geografía terorense, son hoy simples cicatrices, heridas en la tierra de las que se esperaba con mayor o menor fortuna extraer el agua.

 

No podríamos olvidar en este corto recorrido a esos gigantes de nuestros barrancos como son los molinos de agua, que, gracias a la fuerza y empuje con la que bajaban las aguas de la cumbre, hacían mover las paletas y con ellas las grandes piedras con las que moler el cereal. Cereal que calmó muchísimas barrigas y que libró de muchas calamidades, como bien sabía mi bisabuela materna, Elenita la Molinera. Allá en el pago de Arbejales.

 

 

(MALAGUEÑA)


El agua calmó la sed
Y daba vida al molino
Hizo parir a la tierra
El sueño de un campesino
Que al agua siempre se aferra.


Por José María

 

 

Y es que estas Fiestas del Agua llaman a la memoria, al recuerdo… suenan en mi cabeza nombres como los de mi bisabuela paterna, conocida popularmente como Mariquita el Pino, la de la fuente, famosa por ser en su día abuela de Teror y por ser la primera mujer que regentó la pequeña tienda de la Fuente Agraria, que hacia 1910 abriera uno de sus hermanos, Santiago, cuando, junto a la Fuente había un balneario, tomando esa costumbre tan europea de fines del XIX y comienzos del XX de ir a determinados sitios a “tomar las aguas”, pues es bien sabido que las aguas minerales de Teror poseen propiedades medicinales. De mi bisabuela M.ª del Pino por suerte recuerdo su cara, enterrada bajo el pañuelo negro, surcada de arrugas por los años, casi 102, ahí es nada, y el esfuerzo de sacar adelante 12 hijos ella sola, debido a la temprana muerte de mi bisabuelo.

 

De ellos, mi abuelo Salvador Naranjo Ojeda, el cual se empeñó en mostrarme dónde estaba la acequia donde él tenía derecho de agua, y en inculcarme que siempre había que mantener el camino limpio de cañas y zarzas para poder llegar a las profundas tierras que poseía en el fondo del barranco del Pino, y donde antaño se apañaban papas, pero en los que hoy en día solo quedan algunos frutales, que luchan cada invierno contra los jurásicos helechos.

 

Pero sin duda, y ya que estamos a las puertas de las fiestas, le debo este sencillo pero sentido homenaje a mi gran abuelo Pepe el Gordo. Hombre que sí entendía de fiestas, jolgorio y parrandas. De buenos sentimientos y de amistades verdaderas. De romerías y de buena carne regada con su pertinente acompañamiento.

 

Y ese aire de fiesta y jolgorio que él me transmitió es el que hoy les quiero hacer llegar a todos ustedes. Ese patrimonio del que hablábamos sería utópico que se volviese a poner en uso, debido a las modernas y rentables técnicas que nos rodean, pero sí su conservación y empleo didáctico, mediante la restauración de este rico tesoro que guardan nuestros barrancos, de la visita y recuperación de este gran legado, que tantos esfuerzos costó labrar a nuestros antepasados y que hoy tenemos la obligación, por lo menos moral, de continuar y transmitir a nuestros hijos, para que estos no sean pasto de la desidia y el abandono. Y que al visitarlos nos recuerden que los terorenses somos un pueblo que sabe de sacrificios y esfuerzos, pero también del buen hacer y del orgullo por la pertenencia a una rica cultura como es la del agua y la del campo.

 

El pregón ya se acaba y este año creo que no hace falta rogarle lluvias al Santo Patrón. En este año les quiero pregonar desde el espíritu de reencuentro, de fiestas y bailes, de carne de cochino y de rones repetidos bajo la luz de un farolillo acompañado de algún que otro timple y de viejas guitarras. Y sin más, como pregonero de las Fiestas del Agua 2015, doy por concluida mi intervención, deseándoles que sean inmensamente felices y que vivan las fiestas desde la memoria de los que no están, de los que están y de los que quedan por venir, y cómo no … QUE EMPIECE LA PARRANDA …

 

 

ISA.


(Estribillo inicial).
La parranda ya empezó
Fuera la pena y la magua
Teror se viste de gala
Hoy por sus Fiestas del Agua

(Solista. Ivan Perreta).
Teror pueblo campesino
De surco, de acequia y fuente
Con sus calles empedradas
Y el esfuerzo de su gente

(Estribillo cantamos todos).
Ya se abrieron las cantinas
A luz de los faroles
Y grita Pepito el Gordo
Pejines y siete rones
Pejines y siete rones
Póngalo sobre la mesa
Que estamos hoy de parranda
Porque Teror ya está en Fiesta.

 


 

 

David Naranjo Ortega (1986) es licenciado en Historia por la ULPGC en la especialidad de Arqueología. Como arqueólogo ha participado en diversas excavaciones, como en la necrópolis de Lomo Juan Primo, en Gáldar, junto a la Catedral de Las Palmas, o en la Fortaleza de Ansite. También ha trabajado como guía para El Museo Canario y para diversas actividades organizadas por la Unidad de Patrimonio Histórico del Cabildo de Gran Canaria dentro del marco Abierto por Obras, así como la realización de guías arqueológicas para diversas empresas privadas y entidades públicas. Además de su trabajo como arqueólogo, compagina su oficio con la afición al Salto del Pastor. Por eso creó en 2013 la Asociación en Teror “Jurria Guanchía”, para que jóvenes como él puedan descubrir a través de esta tradición “el valor de lo nuestro”. Desde 2014 es representante de saltadores para la isla de Gran Canaria en la Federación de Salto del Pastor Canario. Realiza todas las semanas en Radio Teror (107.6 fm) el programa El Gánigo, que se emite los martes a las 18:00 horas y donde nos habla de tradiciones, arqueología y costumbres canarias.

 

 

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