Aunque extinguida en la actualidad, estuvo muy arraigada hasta mediados del s. XX. Fue una ocupación básicamente femenina, transmitida de madres a hijas, por lo que constituye un ejemplo más de la rígida división entre labores femeninas y masculinas propia de la agricultura canaria.
La mujer era la encargada de vender y criar los pavos, logrando beneficios considerables sin grandes inversiones, por lo que disfrutaba de cierta consideración social; pero si lo hacía el hombre -lo que sucedía, según nuestros datos, en contadas ocasiones- se lo tildaba de mujerengo o afeminado1.
Los ranchos de pavos a su paso por el municipio de El Sauzal. Las paveras desplazaban su manada (rancho) a las tierras próximas a la costa para que esta se alimentara de hierbas, cigarrones, cochinilla, higos picos y, sobre todo, de granos en los caminos, barrancos y, fundamentalmente, en los campos de barbecho. Al llegar la noche, encerraban el rancho de pavos en una pequeña construcción adosada a su vivienda, en la que también permanecían las pavas en época de cría. Después de este período, conservando un pavo y algunas pavas, lo trasladaban hasta la zona de venta. La Laguna y Santa Cruz eran destinos habituales, dada la demanda, que llegó a ser cada vez mayor en fechas navideñas.
Para alcanzar estos puntos de venta era imprescindible pasar por Ravelo, concretamente por el Camino Real. Así, nos cuentan que: Venían del Norte y subían por el Camino Real. Llevaban el rancho de pavos como quien llevaba una manada de cabras a vender a La Laguna.
El recorrido hacia La Laguna se iniciaba entre julio y las primeras lluvias de septiembre. En Ravelo se recuerda que solía llover cuando las paveras atravesaban sus caminos y que se resguardaban bajo alguna higuera hasta que escampara, continuando después su camino.
Cuatro días duraba el trayecto hasta Los Rodeos, lo que suponía tres paradas nocturnas a lo largo del camino, aunque un tanto arbitrarias, siempre coincidentes con enclaves frecuentados o con viviendas de amigos. Los más viejos de Ravelo recuerdan que solían ir dos mujeres y dos hombres, dos delante y dos detrás, guiándolos con una rama de brezo. Era, además, un recorrido lento, ya que las paveras debían caminar al paso de los pavos, cuidando, con su característico y típico grito -¡Chiiii, chiiii,..!- que no salieran a la carretera y que perdieran el menor peso posible.
El paso de los ranchos de pavos por los diversos puntos del trayecto provocaba la algarabía general, pues rompía la monotonía diaria: las gentes se asomaban a verlo pasar y le daban de comer y beber para llamar su atención. Su destino habitual no era otro que el de los barrios más privilegiados de Santa Cruz y La Laguna.
La generalización de la costumbre de consumir pavo por Navidad justifica la presencia de las paveras en los Nacimientos tinerfeños. En todos ellos aparecen representados con su vestimenta característica que recuerdan las gentes de Ravelo y que fue plasmada por Alfred Diston en (1824). Al pie de una ilustración que representa a una pavera de Icod el Alto podemos leer: La mujer que aquí aparece bosquejada es de las que obtienen su modo de vida cuidando pavos y llevándolos en manadas de 15 ó 20 al Puerto de la Orotava y a otros lugares para vender. Son sobrias en el vestir y aficionadas a la mezcla de colores chillones. Su sombrero de paja está adornado con pequeños trozos de tela (preparada para trenzar) y una cofia (toca), hecha de trozos de lino de fabricación casera, trenzados con gran esmero. Su mantilla es de bayeta amarilla inglesa, ribeteada de cinta azul2.
Pavera de Icod el Alto (Alfred Diston, s. XIX)
Notas
1. LORENZO PERERA, M. (1988). La tradición oral en Canarias. CCPC, Santa Cruz de Tenerife.
2. DISTON, A. (1824). Álbum dedicado a Sir Archibald Little. Manuscrito.
Este artículo está sacado de El Sauzal. Tradiciones Navideñas de la Cumbre al Mar, de Julio Torres Santos. Editado por el Ayuntamiento de El Sauzal. Tenerife. 1999.