Revista n.º 1064 / ISSN 1885-6039

Bienmesabe (y III). (Facsímil fotostático encontrado en la Plaza de San Juan).

Viernes, 21 de agosto de 2015
Juan Ferrera Gil
Publicado en el n.º 588

La calle volvió a ser un bien común y, en las tardes veraniegas, volvieron a sacar las sillas a las aceras los vecinos, y la gente comenzó a citarse en los lugares de siempre: en la esquina del ayuntamiento, en la plaza, al lado del bar de Antonio…

Turronero que lee un periódico en la calle León y Castillo de Arucas.

 

 

 

(Viene de aquí)

 

 

El Archivo Cultural Canario, impreso en el Centro de la Cultura Popular Canaria, comenzó a expandirse por todas las islas gracias a la desinteresada colaboración de las navieras que unen el archipiélago. Pronto las fotocopiadoras comenzaron a trabajar como hace años y las copias empezaron a repartirse en las bibliotecas municipales, institutos, colegios y asociaciones de vecinos. Y las bibliotecas volvieron a ser templos del silencio, del estudio y de la reflexión, como lo habían sido siempre. Todos los jueves, en las siete islas, a las ocho de la tarde, se celebraba una actividad cultural en cada pueblo para sentir el hermanamiento verdadero. Nada de pantallas, solo realidades verdaderas. Al día siguiente se publicaban en los medios escritos y radiofónicos el desarrollo de las actividades. Entonces los canarios volvieron a sentirse como un pueblo unido.

 

El Valle del Silicio atacó de nuevo. Primero habló de avería técnica, luego pidió disculpas a medias y, por último, ante el empuje del pueblo canario, reconoció públicamente su error. Para cuando ya había pedido perdón, la gente estaba en otra cosa: las bibliotecas, llenas; los concejales de cultura, arropados por una gente dispar y trabajadora; los municipios, engalanados, recuperaron los parques y las plazas públicas, y las bandas de música, cada viernes, animaban a la concurrencia. La calle volvió a ser un bien común y, en las tardes veraniegas, volvieron a sacar las sillas a las aceras los vecinos, y la gente comenzó a citarse en los lugares de siempre: en la esquina del ayuntamiento, en la plaza, al lado del bar de Antonio…

 

José Luis Correa presentó su nueva novela en el Ateneo de La Laguna, después de haberlo hecho en la Biblioteca Municipal de Arucas; Antonio Lozano, recién regresado de Túnez, hizo lo propio en el Casino de Santa Cruz de La Palma y en su pueblo natal; Alexis Ravelo recorrió 33 institutos isleños donde dejó claro por qué escribía y en el Club de Pensionistas de Teror recopiló distintas historias que contaría más tarde en el recién inaugurado Museo de los Cuentos de Los Silos.

 

Andaba la gente más despacio y más tranquila. Los concursos de poesía y de narrativa proliferaron en los colegios y los festivales infantiles de música volvieron al protagonismo perdido en las fiestas patronales. Los “silicianos” intentaron patrocinar las romerías y las publicaciones universitarias, pero la gente supo mantenerse firme y gracias a la colaboración individual se editaron los distintos trabajos. El redactor jefe de bienmesabe.org vio publicada al fin su tesis doctoral y comprendió que ahora tenía que recorrer las siete islas para darla a conocer. Para cuando se restauró el archivo digital, ya el pueblo canario había cambiado totalmente y ni siquiera aquel hecho se mencionó en los medios. Desde que la gente se sentía más tranquila y risueña, las ansias virtuales de mirar continuamente una pantalla habían dejado de ser esenciales.

 

Es lo que tiene la Cultura.

Vale.

 

 

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