Revista n.º 1064 / ISSN 1885-6039

Debrigode Live.

Viernes, 9 de enero de 2015
Roberto Cabrera
Publicado en el n.º 556

El día 11 se clausura una exposición en la Biblioteca Municipal-TEA sobre el escritor Pedro Víctor Debrigode, uno de los grandes autores de la novela popular en los 40. Fue autor de centenares de títulos, y residió durante un tiempo en Santa Cruz de Tenerife, que apareció en sus novelas. Este fue el texto con el que se presentó.

Cartel de la exposición en el TEA de Debrigode.

 

 

Revólver y crimen perfecto, Interpol. Días de enero brumosos y con llovizna. Neblina que cuelga en flecos blancuzcos por las ramas que giran como al son  de una pavana. Muchachas deliciosas como sirenitas de Andersen. Colonias Lynn Abart. Pero también el maltrato continuado que termina en la venganza de Belinda, una joven con aspecto de nórdico espectro de un país de brumas.

 

Con un estilo diligente, lleno de un humor a veces histriónico, colma Debrigode sus relatos de suspense, de desenlaces muchas veces insospechados y que mantienen en continua brega la intuición del lector. José Calvo Poyato, quien explica el declive de la novela popular por la llegada de  la televisión como el gran medio de distracción de masas, reflexiona que en los medios académicos se la consideró no solo un subgénero, sino basura literaria; privándole incluso su valor social y funcional, para añadir que a diferencia de lo acaecido en Francia o Gran Bretaña, donde se rinde culto como maestros de la literatura de su época a Conan Doyle, Agatha Christie en Gran Bretaña o Alejandro Dumas y Jules Verne en Francia, en España han sido relegados al olvido. Pedro Víctor Debrigode escribió obra paralela, digamos que fuera de la “mercancía” que se ofrecía como producto de consumo de una época difícil y que debía ser abierta a la esperanza. Obra que reservó para sí como Morir por algo digno en sus dos libros: El espía inocente y El barco borracho o Guiones argumentales. Y hay que retrotraerse a nuestro Santa Cruz de los 50 con su vida portuaria y comercial, de turismo americano, de cine negro y taxis descapotables e intérpretes. En esa franja intermedia entre la silenciada vanguardia europeísta y el luego degradado regionalismo, y la irrupción de una nueva y emergente corriente emblematizada luego en los narradores fetasianos. Lo que reafirma la amistad entre Debrigode y Francisco Pimentel. Se trata de un hombre augural que ejemplifica al escritor de oficio y que hará posible que la corrupción no sea una categoría ausente en nuestra literatura. Un hombre que rueda en un chevrolet corbette en unos tiempos y que en otros ocupa casi todos los presidios. En los chaplones de todos los barrios se leen sus novelas y en las más disímiles geografías, Alemania, Francia, España, Venezuela etc. En una cercanía física de frontón y boxeo, apuestas de gallos o ludopatía de quinielas. De esta pura ficción era para nosotros en las cercanías de los umbrales de nuestros hogares, los cuentos acerca de un misterioso hombre que escribía durante la noche con varios relojes fijos a sus muñecas, que controlaban las horas de acciones de espías que iban y venían de interminables  relatos que lo mantenían ocupado toda la noche. Hoy que muchos escritores no consideran la ficción policial como un lujo para un público sofisticado, ni que es rechazada por su escaso contacto con la realidad, debe entenderse que en este caso no sólo se cuestiona la violencia sino que la detesta. Estos escritores no tuvieron otro remedio que ser duros, negros, que admiraron el cine y los relatos de Chandler o Hammett y que incorporaron lecturas desde Faulkner a Hemingway o Cadwell, Bioy Casares o Borges.

 

Bien es verdad, expone Calvo Poyado, que esas evidentes dotes narrativas, las circunstancias no permitieron un desarrollo adecuado por el sometimiento a pautas de producción como entregar un original cada par de semanas para poder subsistir.

 

Portada de la novela de Peter Debry Platillos Volantes.

 

Para contrarrestar este ostracismo, desde el año 90 se ha venido acometiendo una ingente labor que ha consistido en la inclusión del autor en varios volúmenes de homenaje a la novela popular española, de Vázquez de Parga, en el ciclo del Ateneo en La Laguna Algunos de los nuestros, en la Biblioteca Jaume Fuster de Barcelona: Decobrir Debry, en la presentación de Guiones Argumentales en la feria del libro de Frankfurt, en el número 8 de la revista El Vigía, o en la publicación de Morir por algo digno, y en dos volúmenes de la editorial Idea, novela que debe figurar como las de José Antonio Rial entre las destacadas como testimoniales de la guerra civil, y que muestra de forma espectacular los momentos decisivos del golpe militar de Franco en Santa Cruz de Tenerife.

 

También el texto “El pirata negro” en Radio 5 y los medios de prensa insulares. En múltiples ediciones digitales a lo que hay que sumar este acto de hoy dentro del centenario de su nacimiento en la biblioteca del TEA bajo el rótulo: Las vidas de sus seudónimos en la novela popular española, así como las recientes ediciones que a partir de la de Akal Ediciones se han venido sucediendo.

 

Sabemos que hoy existe un auge y renovación de la novela de género y que especialmente en Canarias se está con vehemencia produciendo; y por ello resulta más que necesario un acto como este donde se reconozca el legado de Pedro Víctor Debrigode por parte de autores y editores, dejando bien a las claras y no desde posiciones políticas precisamente, que la sociedad tinerfeña no ha dejado en el olvido a tan valioso narrador, quien incluso tomó como fondo y llevó al papel el paisaje de algunas de nuestras ciudades con enorme creatividad desde su más temprana juventud.

 

La modernidad de su prosa, el acento de sus diálogos, su capacidad para el manejo del argot y muchos más detalles de su técnica han sido ya analizados con profusión por uno de sus mejores mentoras, el profesor ovetense Luis Manuel del Valle. No digamos nada de su meticulosidad al retratar el alma de las cosas, las más difíciles facciones de sus personajes que son fijadas con el mejor arte fotográfico, y aunque él mismo confiese que no escribe para describir perfiles psicológicos, cuando debe hacerlo los clava como el anillo al dedo.

 

Las citas y referencias cultistas son múltiples pero siempre necesarias al texto y por allí aparecen desde Verlaine a Lorca, Cyrano de Bergerac o Rimbaud. Cada uno en su oportuno sitio. Lo coloquial, en esa fusión impetuosa del narrador con lo culto e incluso lo filosófico o científico, presta al texto profundidad y frescura. Las inflexiones políticas de sus personajes tampoco pasan desapercibidas. Rompe tópicos y se hace un deconstructor de tipismos que casi siempre acaban en el cubo de la basura. Combatiendo constantemente su perversa e irónica soberbia hasta asentarse en una bárbara naturalidad y las más de las veces, por más que sea arrastrado por sus personajes a la desbordante pasión, planean en sus párrafos el dominio de los clásicos y una ética nicomáquea, para cada una de las acciones humanas. Son maniobras de desocultamiento, las que emprende su prosa, reconocimiento expreso  de la condición humana, y en el fondo de una supuesta arrogancia, una nobleza suprema.

 

Resulta sorprendente por otro lado, su huida de los grandes discursos ideológicos, su vehemente descaro en encontrar la virtud de la justicia. Todos aquellos antihéroes contribuirán a que los pillos reciban su merecido, gracias a una moral que no estuvo precisamente tan vigente en la época en que fustigó con sus relatos ese anhelo de libertad del que se arrogan muchos de los grandes literatos; mientras que este  escritor de oficio marcó a mas de uno con su velado pero contumaz ideal democrático.

 

Con hombres de la generación de Debrigode comienza sin duda el proceso de desideologización, de desenmascaramiento de cruzadas y yihad, y tal como mencionamos al principio, si no fuera por unas circunstancias tan adversas según se relata en su biografía, estaríamos hablado hoy de un Norman Mailer, Graham Green, John Le Carré, Conan Doyle o Joseph Conrad y de novelas como El Topo, El Inocente, El Hombre que fue jueves, El Corresponsal, o 39 Escalones. El fantasma de Harlot o El último saludo. Títulos que citan los especialistas como lo más destacado del espionaje como género. Seguramente algunas de estas obras fueron llevadas al cine, y a mí personalmente me hubiese encantado en este centenario ofrecer al público, mientras ojea la inmensa obra de Pedro Víctor de Debrigode, los acordes de temas de jazz como: "El hombre del arma dorada", de Elmer Bernstein; "La Anatomía de un asesinato" de Duke Ellintong; "Sweet smell of success Elmer", de Chico Hamilton; "Odds against tomorrow" de John Lewis; "Infierno privado" de Leith Stevens; "Jazz Crimes" o "Grisbi" de Jaques Becker, con diálogos de Albert Simonin, que tan adecuadamente transcribió Debrigode y música de Jean Gabin y Lino Ventura.

 

El escritor Peter Debry.

 

Y porque tengo claro que esta obra que he venido a presentar nuevamente, tras una década de su publicación, no lleva como titulo Guiones argumentales de forma arbitraria, sino que se acomoda a la perfección al cine negro y que un día más temprano que tarde alguien la descubrirá para llevarla a la pantalla.

 

La primera novela policíaca que leí, la compré por mi cuenta siendo un preadolescente en un kiosco de la Plaza Militar, en uno de tantos puestos de alquiler de novelas populares. A pesar de no recordar su título si recuerdo que transcurría en la Costa Brava y uno de los personajes conducía un Packard, coche del que se decía que contaba con la garantía de que era imposible que volcase y quedase panza arriba, en cuyo caso el concesionario se obligaba a facilitarle al cliente uno nuevo. En otra escena una mujer espía que se duchaba, supo que alguien entraba en el apartamento por la corriente de aire que producía el abrir la puerta de su apartamento. Aquello no lo he olvidado y me asalta la duda de si no sería algún heterónimo del vecino Debrigode quien la hubiese escrito. Quién nos iba a decir que en días de fiebre infantil nuestra compañía era la de este tan cercano escritor con sus pulps y cuentos bélicos, del oeste o policiales. Y también nuestros amigos, nuestras hermanas o amigas que disfrutaban con aquellas espléndidas entregas de series románticas. Para cada una de las presentaciones de Debry, logramos cubrir aforo, una carpa en la plaza de España, llena de encuentros inesperados u otra en el Centro de la Cultura en La Laguna, donde con inusitada delectación escuchaban atentamente algunos de los más prestigiosos sociólogos, investigadores del antiguo Santa Cruz. Quedaron sorprendidos con el texto La tertulia Debrigode, colaboración inesperada que recibimos en la redacción de la revista de la que cito un fragmento:

 

Me llamo Sergio Gutiérrez y he recibido una información respecto a la atención que ha despertado Pedro Víctor Debrigode. Le conocí personalmente, siendo yo muy pequeño, ya que visitaba mi casa con frecuencia, prácticamente, todas las tardes, donde merendaba con nosotros. Se reunían también, algunos hijos de Ramón Gil Roldan (especialmente Julio, Ramón y a veces Inocencio), Arístides Ferrer, Crosita, Virgilio Díaz Llanos, Román Morales Rufino y su hijo Román, Hernández Abad (propietario de una bodega en Guamasa: ¡el vino no podía faltar!), algunos componentes de la "compañía de zarzuelas" de la Masa Coral tal como Jesús (jefe de taller de la Mercedes), y varios más. Desde luego estaba también un tal Galván (tenia unos 18 hijos) de La Cuesta, hombre de 140 kilos de peso, que era el chofer "oficial" que distribuía a los contertulios que lo necesitasen, y los llevaba en un Ford 5 descapotable o bien en un Packard, que trajo Román Morales Rufino de América y que fue de la policía de EEUU, y en el que se le veían todavía los agujeros de bala en la carrocería. El motor de este Packard fue colocado, posteriormente, en una guagua para servicio público que condujo Galván. Muchas historias e infinidad de anécdotas de la época conoce Román Morales Ruiz, que las vivió; él mismo fue cantante barítono y bajo en la Masa Coral, y en una de sus intervenciones en la Península fue escuchado por elementos de la Ópera de Milán que se lo quisieron llevar. Alguna vez estuvo también Rafael Martín Morales (yo no lo conocí), que fue Ayudante de Cámara de Alfonso XIII, a quien Román Morales Rufino (eran primos) le había "prestado" los títulos de Conde de Castellón y Marques de Figueres para que los usase. Rafael Martín Morales tenia un enorme parecido físico con el Rey, tanto que lo sustituía en actos sin importancia.

 

Como decimos, Pedro Víctor Debrigode es un escritor que poco a poco va emergiendo del ostracismo gracias a las antológicas que se han venido editando sobre "novela popular" y a la paciente labor de sus biógrafos y fieles lectores. Ya ha pasado un tiempo desde la emocionante presentación de nuestra publicación El Vigía 8 hasta hoy, cuando entonces tratábamos de ahondar en la genealogía de este narrador, creyendo visualizar un tiempo que coincide con la recuperación de otros narradores coetáneos; trazamos entonces una cartografía homónima a la situación para completar en aquella cercanía física la atmósfera de una época, marcada por muchos signos, tatuada a golpe de exclusiones, marginaciones y también represión.

 

Se ha dicho que se escribía para escapar del ahogo de un mundo belicoso e irracional y falto de aliento democrático, pero se olvida a menudo que el mundo presentido es el único cierto, el edificio del arte como reflejo de un modelo de vida mejor.

 

Y hay un fantasma de Poe que recorre los barrios, y que habla con esos narradores de soledad y secretos martirios, de exculpaciones y remembranzas. Por eso mismo hoy Debrigode vive y está con nosotros en la tensión de sus relatos, en sus pócimas de farmacopea, en la tipología profusa de las aguas de la criminología, que son de puro cine negro, y que nos aguarda en cada esquina de sus descripciones como una guirnalda prieta de suspense.

 

Momento de la presentación de la exposición sobre Peter Debry en el TEA.

Momento de la presentación

 

La juntacadáveres, el hombre anónimo del pasillo de la muerte, la celopatía que lleva al envenenamiento, o la noticia enlutada que acecha a unos amantes en la madrugada. No hay respiro frívolo ni finales felices a pesar de que el lector se contagie de un humor histriónico. Ser el forense del estereotipo que encubre al hombre de carne y hueso es lo que practica Debrigode en estos relatos. Mostrando el poder y la miseria en la lucha asertiva, y hurtándoselo constantemente a aquél que nos aplastaba el cordón umbilical de la libertad en cada uno de nuestros derechos.

 

Vimos cruzar muchas veces al azar durante nuestra investigación y si aquella cartografía nos llevó a una antropología urbana, a una genealogía de un barrio de escritores, la narrativa policial nos reclama un estudio exhaustivo más allá de una enumeración de los "delitos" y “casos”, a la busca de las arbitrarias razones, políticas, morales y de otra índole que se exhiben en cada texto como una cruel copia de una realidad torturadora que la rebasa continuamente.

 

Se afirma que la crítica suele ser disección, tarea de taxidermista en ocasiones, pero tratándose ya de uno de nuestros inseparables compañeros de juego, es mejor que ese menester le plazca al convidado, pues a mi ver que cada uno de estos personajes que Debrigode hibernó para nuestro gusto, cada una de las veces que su héroe practica una autopsia, se acerca y nos mira, y se coloca muy muy cerca de nuestra fresca retina.

 

 

Debes indicar un comentario.
Debes indicar un nombre o nick
La dirección de mail no es valida

Utilizamos cookies, tanto propias como de terceros, para garantizar el buen funcionamiento de nuestra página web.

Al pulsar en "ACEPTAR TODAS" consiente la instalación de estas cookies. Al pulsar "RECHAZAR TODAS" sólo se instalarán las cookies estrictamente necesarias. Para obtener más información puede leer nuestra Política de cookies.