El grancanario Antonio Pineda de Ayala es otro genuino representante del liberalismo venezolano. Había nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1781. Era el segundo de cuatro hermanos varones del matrimonio formado por José Antonio Pineda y Gregoria de Ayala. Su hermano mayor fue Juan Bautista, y los menores, Faustino y Pedro. Este último llegó a ser sacerdote y falleció en Barquisimeto1. Antonio fue bachiller de Medicina en 1808. José Domingo Díaz, como médico del Hospital Militar de Caracas, certificó sus prácticas en el citado hospital desde 9 de octubre de 1803 hasta 9 del mismo mes de 1807. Abonó los 23 pesos necesarios para el título de bachiller en Medicina el 7 de noviembre y alcanzó el grado el 14 de noviembre en un ejercicio en el que intervinieron dos hijos de canarios, José Ángel del Álamo y José Joaquín Hernández, y un paisano suyo, Antonio Gómez2.
En 1797, a los 18 años de edad, emigró a Venezuela con sus padres. Se estableció en Barquisimeto, la patria de otro galeno hijo de isleños, José Ángel del Álamo, una localidad nodal entre los Llanos y los Andes, donde la colonia isleña era numerosa. Atraído como tantos otros en aquellos tiempos por la carrera eclesiástica, antes de 1800 recibió la primera tonsura, aunque finalmente dejó tales estudios y se inclinó por la Medicina. Al terminar sus estudios decidió retornar a su tierra, pero un accidente en la nave en la que se trasladaba le obligó a quedarse un año en Puerto Rico (1809-1810) y pasar seguidamente a Santo Domingo3. La actual República Dominicana acababa de retornar a la dominación española por voluntad de sus clases dirigentes, tras deponer al gobernador francés Ferrand. Habían transcurrido quince años después de que la metrópoli por el Tratado de Basilea de 1795, la había cedido a Francia.
Al asentarse en Santo Domingo, desempeñó el empleo de facultativo en el antiguo Hospital de San Nicolás de Bari. En 1819 fue designado presidente del Tribunal del Protomedicato de la provincia, que acababa de ser reinstaurado. Se involucró de lleno en el proceso político de la llamada España Boba, hasta el punto que fue diputado provincial. Como parte de esas funciones, dio a la luz en 1814 un breve opúsculo sobre la promoción de la vacuna contra la viruela que denominó Memoria de la vacuna4. En esta obra propugnaba la obligación de los poderes públicos de adoptar y propagar por todos los medios posibles entre los habitantes de esta Antilla española la práctica benéfica de la vacuna para contrarrestar su epidemia. Entre sus argumentos señalaba:
la vacunación promete a las personas vacunadas una seguridad eterna contra las fuerzas atroces de este enemigo de la salud del pueblo; promete más felicidad a las familias, mayor número de habitantes y una gran restablecimiento de salud a todas las personas que abren dócilmente sus brazos para recibir el impulso propicio de sus beneficios. Conserva asimismo la hermosura de la cara con todas sus gracias e integridad de sentidos y restituye a la especie humana tantos millones de individuos que la guerra, el hambre, las enfermedades y otras calamidades han reducido a polvo5.
En 1812 contrajo nupcias en Santo Domingo con Dolores Sanabria Falcón, con la que tuvo cinco hijos, tres varones y dos hembras, siendo la mayor Isidora, nacida en la capital dominicana el 25 de julio de 1812, y el segundo Antonio María, el 18 de agosto de 1818, licenciado en Leyes. Hijo de éste fue Antonio María Pineda, nacido en Barquisimeto el 27 de septiembre de 1850, que estudió Medicina en la Universidad Central de Venezuela en 1876 y se radicó en París, para finalmente retornar a su ciudad natal, donde fue valorado como uno de los más grandes cirujanos del país. Su Hospital Central lleva precisamente su nombre6.
En la reinstalada Universidad de Santo Domingo se inscribe cono alumno del curso de Derecho Civil y Canónico en 1816-1818, apenas un año después de su restablecimiento. A principios de 1821, desempeñó la cátedra de Medicina, una disciplina que por falta de facultativos apenas fue impartida en la Universidad colonial. Eran años de directa involucración en el movimiento liberal insular con los aires nuevos de libertad de prensa que supuso el advenimiento del Trienio constitucional en 1820. A partir del 30 de noviembre de ese año fue elegido diputado por Santo Domingo en la Diputación Provincial dominicana. Precisamente en esas fechas dio a la luz como director El Telégrafo Constitucional de Santo Domingo, la primera publicación en que, en su misma pluma, se utiliza el gentilicio de dominicano para los habitantes de la parte española de la Isla. Editado entre el 5 de abril y el 26 de julio de 1821, fue un órgano de información general partidario del liberalismo. En él se exaltaba la agricultura como madre de la abundancia, se defendían los valores constitucionales y el progreso social dentro de las líneas programáticas del pragmatismo liberal conservador con que nació la España Boba. En su prospecto, Pineda exaltaba los aires nuevos que se aproximaban:
Ya empieza a rayar el crepúsculo de la felicidad venidera de Santo Domingo, delineada en la Constitución política de la Monarquía española, en las leyes y decretos emanados con melifluidad de sus principios luminosos y en las miras sublimes de las Cortes remuneradoras de la justicia y de la humanidad. Gobernábase la nación a sí misma, sin estar obligada a doblar la cerviz bajo el yugo abominable de un favorito, de un privado o tirano. Es, pues, ésta la época en que cada uno puede aplicarse con constancia al trabajo, sin aquel temor servil de ver después talados sus campos.
En sus páginas se invocaba el renacimiento agrícola de Santo Domingo, que consideraba el objeto más digno de un pueblo liberal, el origen y fomento de la industria, principio de la propagación y multiplicación de los hombres y manantial inagotable de la opulencia de los pueblos cultos7.
Eran los típicos planteamientos reformistas heredados de la Ilustración que hizo suyos el galeno canario, nombrado por la Diputación Provincial como vocal de una comisión para la puesta en marcha de tales proyectos y para la creación de una escuela de agricultura. En su último número invocó precisamente la importancia de la estadística, como ciencia de hechos, compuesta de un gran número de resultados positivos, lo cual por medio de una atinada observación nos presenta pormenores útiles, haciendo valuaciones y medidas; por consiguiente exige el que se dedique a ella muchos conocimientos por ser necesario servirse de otras ciencias auxiliares8.
Sin embargo, el movimiento liberal del que formaba parte, encabezado por José Núñez de Cáceres, ante el ritmo de los acontecimientos experimentados en América, con la ruptura de la Nueva España con la Madre Patria, decidió proclamar la República Independiente del Haití español, la llamada Independencia efímera. Como estipulaba el artículo 5º del acta constitutiva del nuevo país de 1 de diciembre de 1821, Pineda fue designado para gestionar su adhesión a la Gran Colombia. Aunque las noticias son contradictorias, parece que marchó a Venezuela, donde se entrevistó con su gobernador José Antonio Páez. Pero Bolívar, que tenía pactos con la República haitiana desde la época de Petion, no podía comprometerse con esta integración. Tal federación le fue denegada, alegando la guerra directa que todavía tenía la Gran Colombia con los españoles y la necesidad de disponer de los hombres y recursos solicitados en la campaña de Ecuador9.
Paul Verna plantea que probablemente Pineda no arribó nunca a Venezuela. Sostiene que, al llegar a Curaçao, se enteró de la ocupación por Boyer de la parte oriental de la Isla y decidió no continuar su viaje. Recoge un documento venezolano que exponía la llegada a esa posesión holandesa de una misión de la Junta gubernativa dominicana con la finalidad de agregarse y reconocer la Gran Colombia. Asevera que el nuevo estado no despertó mucho interés entre los dirigentes colombianos. Expone una carta de Bolívar de 9 de febrero de 1822 dirigida a Santander en que se felicitaba de la agradable noticia de la emancipación de Santo Domingo y manifestaba que su opinión era que no debemos abandonar a los que nos proclaman porque es burlar la buena fe de los que nos creen fuertes y generosos; y yo creo que lo mejor en política es ser grande y magnánimo. Esta misma isla puede traernos en alguna negociación política, alguna ventaja. Perjuicio no debe traernos si le hablamos con franqueza y no nos comprometemos imprudentemente por ellos. Pero el mismo día que efectuó esa afirmación, el Estado independiente de Haití español dejaba de existir10. Pensamos que el apoyo de Bolívar era imposible con los lazos que le unían con los dirigentes haitianos, y máxime con la confirmación de la ocupación. Sin embargo, el investigador haitiano desconoce las relaciones de Pineda con Venezuela. Es indudable que el isleño llegó a Caracas y conectó con los gobernantes venezolanos, a los que conocía plenamente, dado sus estrechos vínculos con el país, que no había abandonado totalmente en su exilio dominicano, como veremos más adelante con el testimonio del facultativo y amigo personal José de la Cruz Limardo. Sólo que, ante la evolución de los acontecimientos, fue consciente de que toda negociación era inviable. Es más, ante el fracaso de la experiencia de la Independencia efímera y la ocupación haitiana del antiguo Santo Domingo español, decidió retornar de nuevo con su familia a Barquisimeto, donde consta que en 1827 era socio corresponsal de la Sociedad Médica de Venezuela. En 1833 los miembros de la Sociedad de Amigos del País de Venezuela le propusieron como miembro de la Junta inspectora en Barquisimeto11. Como su paisano José Luis Cabrera, se involucró de lleno en la política de la Gran Colombia, alcanzando gran prestigio en Barquisimeto, hasta el punto que su municipalidad le designó como su diputado ante el jefe superior político por la gravedad de la situación en 1828. El 13 de marzo de ese año planteó como tal comisionado que lo urgente era la salvación de la nación, por lo que, para tal fin, era necesario la continuidad de Simón Bolívar en su presidencia, investido de todo el poder dictatorial mientras restablezca el orden, la paz, la unidad y demás elementos necesarios para la legislación más adaptable a la localidad y circunstancias de los pueblos, mejor conocida la estadística de Venezuela12. Llegó incluso a ser su representante en el Congreso Nacional de 1833. Falleció en la capital del Estado Lara en agosto de 1852.
Conocemos algunos datos sobre Pineda de Ayala como facultativo por los testimonios proporcionados por el médico larense José de la Cruz Limardo en sus Memorias. Precisó sobre él que, a su llegada a Santo Domingo, se encontraba en Barquisimeto, pero
regresó a los primeros meses en 1816 y asistió a mi grado en mayo junto con Medrano y otros doctores, siendo rector el señor Dr. José Núñez de Cáceres. Debo a Pineda el más delicado agasajo. Yo vivía con el Dr. Caminero, pero Pineda y su esposa cuidaron de mí en una fiebre ligera que tuve en abril. Estuvo diez días en mi casa, entonces con este motivo, habiéndome acometido la fiebre en Viernes Santo, en momento en que veía yo la procesión allí. Luego en 1820 fui recibido en el Protomedicato, que le había venido a él concedido13.
Núñez de Cáceres fue el presidente de la República efímera y Antonio López Medrano, que había estudiado con ellos en Caracas, era natural de Santiago de los Caballeros y catedrático de la Universidad de Santo Domingo. Ejerció como rector en 1812, pero con la ocupación haitiana se exilió en Caracas. En su centro universitario se había graduado en Artes y había estudiado Latín y Filosofía después de su salida de la isla en 1795. Con la reconquista regresó a Santo Domingo, encargándole el arzobispo la enseñanza de la Latinidad y la Retórica en el Seminario, siendo nombrado posteriormente catedrático de Filosofía. Fue el primero que impartió Filosofía moderna en Santo Domingo. Sus discípulos hicieron posible las cátedras de Derecho Canónico y Civil y Medicina al reinstaurarse la Universidad en 1815. Batalló por la renovación de las ideas filosóficas, introduciendo conceptos empiristas, psicologistas y sensualistas, siguiendo a Newton, Locke o Condillac. Su Tratado es la obra filosófica de mayor importancia de su tiempo escrita en Santo Domingo. Desde 1813 se convirtió en el texto impartido en el recinto académico del palacio arzobispal. En él combinó los avances en pensamiento lógico y filosófico con la concepción clásica de la filosofía como ciencia de las cosas humanas y divinas cognoscibles por luz natural, concibiendo la lógica como una filosofía racional.
En septiembre de 1827, con ambos ya retornados al Estado Lara, José de la Cruz fue auxiliado sin saberlo de un cólico nervioso por Pineda, a quien había llamado su esposa Guadalupe a Barquisimeto. El galeno canario se desplazó al Tocuyo y lo atendió, por cuya fineza le regaló la mula de silla de Guadalupe que en Mérida había comprado al coronel Torres en doscientos pesos. Don José Antonio Márquez fue personalmente por Pineda y le debo este agasajo, que he procurado pagarlo con mi benevolencia en servirlo equitativamente como cuando estuvo a la muerte y testando y administrado de disentería en enero de 1829, que fue a Humocaro Alto a pesar de mis males, que aún eran graves y me hallaba cabalmente aquí mismo en Guariquito14.
Notas
1.Vid. C. Larrazábal Blanco, Familias dominicanas, t. VI, Santo Domingo, Editora del Caribe, 1978, pp. 220-221.
2. AHUCV, Libro 2º de grados médicos, leg. nº 2.
3. Vid. J. L. Sáez, «Antonio María Pineda Ayala, médico, periodista y diplomático», Acta médica dominicana, 19, 6 (1997), p. 237.
4. Existe una reedición moderna: A. Pineda Ayala, Memoria de la vacuna, Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1977.
5. Ibíd., pp. 2-3.
6. Vid. C. Larrazábal, op. cit., t. VI, p. 22, y M. A. Ghersi Gil, Historia de la medicina en el Estado Lara desde el siglo XVI hasta nuestros días, Barquisimeto, Universidad Centroccidental «Lisandro Alvarado», 2000, p. 44.
7. E. Rodríguez Demorizi, La imprenta y los primeros periódicos en Santo Domingo, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 1968, 2.ª ed., pp. 45, 64 y 75.
8. Ibíd., p. 71.
9. Ibíd., y G. A. Mejía Ricart, Crítica de nuestra historia moderna. Primer período del Estado libre en parte española de la isla de Santo Domingo, Santo Domingo, Banco de Reservas de la República Dominicana-Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 2007, p. 177.
10. Vid. P. Verna, Petion y Bolívar, Caracas, Ministerio de Educación de la República de Venezuela, 1970, pp. 463-467.
11. Vid. Sociedad Económica de Amigos del País, Memorias y estudios 1829-1839, t. II, Caracas, Banco Central de Venezuela, 1958, p. 65.
12. J. F. Blanco y R. Azpurua, Documentos para la historia de la vida pública del Libertador, t. II, Caracas, Comité Ejecutivo del Bicentenario de Simón Bolívar-Ediciones de la Presidencia de la República, 1978, pp. 294-295.
13. J. de la C. Limardo, art. cit., p. 341.
14. Ibíd., p. 349.