La orchilla y la cochinilla producen tintes naturales en una amplia gama de tonalidades rojas, y por esta razón y porque sus nombres se parecen, mucha gente suele confundir una cosa con la otra, pero no tienen nada que ver: la orchilla es un liquen y la cochinilla un insecto.
Orchilla. Orchilla es el nombre popular de varias especies de líquenes pertenecientes al género Roccella, que son bastante comunes en barrancos y acantilados costeros de nuestras islas. Estos líquenes contienen sustancias con propiedades tintóreas, como el ácido lecanórico y la eritrina, capaces de teñir fibras de origen animal (seda, lana), pero no las de procedencia vegetal (algodón). Para obtener el tinte, es necesario tratar la orchilla con amoniaco, que antiguamente se conseguía a partir de orines descompuestos, una operación que los tintoreros solían ocultar a sus clientes.
Antes de la conquista de Canarias, la orchilla ya era objeto de comercio entre los navegantes que llegaban a las Islas y los aborígenes canarios, porque se trataba de un producto muy cotizado en los mercados europeos. A comienzos del siglo XV, Jean de Bethencourt, líder de la conquista normanda, se adjudicó el monopolio del preciado liquen, y posteriormente lo hicieron los Reyes Católicos, cuando concluyó la conquista de Tenerife, en 1496. La exportación de orchilla representó una importante fuente de ingresos para Canarias, pero fue perdiendo interés al irse agotando las comunidades liquénicas, que tardan muchos años en regenerarse, si bien en algunas islas su comercio pervivió de forma marginal hasta finales del siglo XIX.
El oficio de orchillero era muy peligroso ya que debía colgarse de riscos y acantilados para alcanzar las mejores colonias de líquenes, y muchos lo pagaron con la muerte. Toda la orchilla recolectada en Canarias se enviaba al puerto de Santa Cruz de Tenerife, pues se trataba de un producto estancado, esto es, su comercio era monopolio de la Real Hacienda, que facilitaba a los orchilleros cuerdas, sacos y las herramientas necesarias para su recolección. Antes de exportarla a los mercados españoles y europeos, se limpiaba de restos vegetales con los que solía falsificarse para aumentar el peso, una labor que se reservaba a las mujeres. En los momentos de mayor producción llegaron a exportarse unas 75 toneladas anuales, y un tercio de los beneficios iba a parar a la Real Hacienda, que también se cobraba el coste de las cuerdas, sacos y herramientas que había entregado a los orchilleros.
Cochinilla. La cochinilla (Dactylopius coccus) es un pequeño insecto de origen americano que vive sobre las pencas de las tuneras (género Opuntia) y se alimenta de su savia. Produce un tinte carmín, muy apreciado por las poblaciones prehispánicas de América, que lo utilizaban para teñir objetos muy diversos: plumas, alimentos, maderas, telas, piedras, etc.
Según el fraile dominico Bartolomé de Las Casas, las tuneras fueron introducidas en Canarias desde México, a principios del siglo XVI. Parece que el religioso vio un ejemplar en el jardín del convento de los dominicos en Las Palmas, cuando su barco, que formaba parte de una expedición a América en 1502, hizo escala en Gran Canaria. A fray Bartolomé se le atribuye la introducción de los plátanos (bananos) en el Nuevo Mundo a partir de plántulas que se cultivaban precisamente en el jardín de los dominicos, y que llevó a la isla de la Española (actualmente República Dominicana y Haití).
Aunque en Canarias se sabía desde hacía tiempo que de la cochinilla se obtenía un tinte rojo, su producción no adquirió importancia hasta 1825, cuando comenzaron a infectarse tuneras con este insecto en terrenos pedregosos de Arucas (Gran Canaria). De allí se extendió al resto de las Islas Canarias, alcanzándose a mediados del siglo XIX una producción media anual de unas 200 toneladas. Sin embargo, el desarrollo de las anilinas sintéticas con propiedades tintóreas en la segunda mitad de ese siglo, fue declinando el interés por este producto, al igual que ocurrió con el resto de los tintes naturales.
El negocio de la cochinilla tuvo una gran importancia económica para las Islas Canarias durante unas cuantas décadas, pero su legado fue nefasto, ya que al abandonarse los cultivos, las tuneras se asilvestraron y expandieron por el piso basal de forma extraordinaria, representando en la actualidad una seria competencia para la flora autóctona y un incordio para los excursionistas, sobre todo, por sus molestas espinas.
En el herbario del Museo de Ciencias Naturales de Tenerife se conservan centenares de ejemplares de orchilla pertenecientes a diferentes especies del género Roccella. Asimismo, en la sala Canarias a través del tiempo del Museo de la Naturaleza y el Hombre pueden observarse muestras de orchilla y un paño de seda teñido con este liquen.