Entre la Historia y la Leyenda.
BENEHARO.
VIERA Y CLAVIJO (Tomo II, Libro 9, página 193 de “Noticias de la Historia General de las Islas Canarias”) Núñez de la Peña (Libro I, capítulo 14, página 114)
«Como quiera que sea, habiendo salido de Canarias el 30 de abril de 1494 el armamento del general don Alonso Fernández de Lugo, compuesto de más de mil soldados de infantería y ciento veinte de a caballo, abordo de quince bergantines, bien pertrechados de víveres, artillería, ballestas y demás armas que se usaban en aquel tiempo, echaron las áncoras en el puerto de Añaza a las 6 de la mañana del día siguiente.
Cualquiera que hubiese visto salir a tierra nuestro general a la cabeza de sus tropas, con una gran cruz de madera entre los brazos, y que a pocos pasos la fijaba en la arena, adorándola con la mayor humildad y reverente devoción, no pensaría sino que aquel era un ángel de paz, que venía a Tenerife únicamente a predicar el Evangelio y la mansedumbre cristiana; pero se engañaría. Alonso de Lugo era un conquistador.»
P. Espinosa (Libro 3, capítulo 4 y 5) Núñez de la Peña (Libro I, capítulo 14, página 21)
«El general, que había trazado en aquella ribera su campo, dispuso que don Fernando Guanarteme, acompañado de los setenta canarios de su parentela, marchase sin pérdida de tiempo a captar la benevolencia del Mencey de Anaga, en cuya jurisdicción residían. Esta diligencia no fue infructuosa. Beneharo dio palabra de conservar una perfecta neutralidad, si bien, como luego veremos, Bencomo le hizo apartar de estos pensamientos cobardes.»
«Se retiró Bencomo apresuradamente a sus estados de Taoro, en donde pocos días después tuvieron su congreso y famosas vistas los ocho menceyes de la isla, cuyos nombres eran: Quebehi Bencomo, mencey de Taoro; Adxoña, mencey de Abona; Pelinor, mencey de Adeje; Romen, mencey de Daute; Pelicar, mencey de Icoden o Benicod; Acaymo, mencey de Tacoronte; Tegueste, mencey de Tegueste, y Beneharo, mencey de Naga. No asistió Añaterve, mencey de Güimar, que ya había concertado alianza con los conquistadores (...) Los menceyes de Abona, Adeje, Daute e Icod, que siempre habían mirado con demasiado recelo el gran poderío de Bencomo, protestaron vigorosamente la liga y rompieron la conferencia concluyendo:”que cada mencey defendería sus tierras cuando llegase la ocasión”. Ellos habían creído que los españoles no podrían penetrar fácilmente hasta sus estados, que eran los más remotos, y más temían a Bencomo que a Alonso de Lugo. Pero los menceyes de Tacoronte, de Tegueste y de Anaga, con Zebensui o Zebensayas, señor de la Punta del Hidalgo-pobre, viendo que sus dominios eran los más expuestos a la violencia de los conquistadores, no dudaron debían entrar seriamente en la alianza defensiva con el de Taoro, quien ofrecía aún más de cuatro mil hombres de tropas auxiliares.»
Núñez de la Peña (Libro I, capítulo 15, página 156) Viera y Clavijo (Tomo II, Libro 9, páginas 227 y 228)
«Algún tiempo después, doce soldados españoles que eran de un rancho, y siempre marchaban unidos (Rodrigo de Barrios, Juan de Guzmán, Diego Fernández Manzanilla, Juan de Llarena, Francisco Melián, Francisco del Portillo, Gonzalo Muñoz, Juan Méndez, Diego de Solís, Lope de Fuentes, Rodrigo de Burguillos y Alonso Fernández Gallego), habiendo pedido licencia al general para emprender solos una correría hacia los valles del estado de Anaga, ofrecieron a nuestras tropas una escena, que a la verdad tenía mucho de caballería andante. Por más que los oficiales veteranos censuraron aquel arrojo, salieron de Santa Cruz los doce campeones, y corriendo armados por el valle de Igueste, penetraron hasta Taganana, en donde hicieron un considerable botín, después de haber rendido seis pastores que velaban sobre el rebaño. Ya retrocedían ufanos con la presa y entraban por el valle de San Andrés, cuando se hallaron rodeados de más de doscientos isleños, mandados por el mismo mencey Beneharo, que había convalecido de la alteración de su juicio.
Bien echaron de ver los españoles que los guanches venían resueltos a despeñarlos en el mar inmediato-, así, procuraron formarse en cuadro, y tomando la palabra Rodrigo de Barrios les dijo con entereza de ánimo: «bárbaros: rendíos, porque hemos hecho ya la cuenta y sabemos cuántas cabezas vuestras nos toca por acero». Es de presumir que Beneharo no comprendió el énfasis de este breve discurso, tan bravo como caballeresco; más prendado, a lo que parece, de la singular valentía de aquellos hombres y compadecido del aprieto en que les veía, se sonrió un poco, y vuelto a sus vasallos les advirtió: «que pues no sería crédito del nombre de guanches manchar sus manos en tan corto número de enemigos, era de dictamen se les concediese paso franco para que se fuesen con los suyos».
¿Y qué hicieron los españoles? No tardaron en manifestar a los bárbaros que aquel corto número más debía de ser objeto de temores que de demencias. Se asegura que Juan de Llarena animó a sus camaradas con las siguientes expresiones: « ¿En qué nos detenemos? Afrenta será nuestra volver al real de Santa Cruz sin la presa de ganado que hemos hecho, y sin llevar la mitad de estos bárbaros maniatados... Embistámosles». Y diciendo «Santiago», les hicieron rostro descargando sus mosquetes y ballestas con increíble estrago de los guanches. Inmediatamente se echaron sobre los restantes espada en mano, con tal denuedo y felicidad, que consternados los anagüenses, se retiraron por el valle abajo, dejando a Beneharo solo. Este príncipe loco se defendió de los doce furiosos, hasta tanto que sintiéndose herido, se arrojó de un cerro muy alto, para no caer en mano de los vencedores».
Todos los pasajes de esta memorable aventura tuvieron alguna cosa de los romances del tiempo. Se refiere, que observando Francisco de Melián que Lope de Fuentes derramaba mucha sangre de una mano que tenía herida, le suplicó la atase con un lienzo-, pero que éste le respondió: «deja amigo, que salga la sangre que quisiere, supuesto que llevamos aquí sustancia con que criar otra». Finalmente, estos «doce Pares» de nuestra conquista entraron como en triunfo por Santa Cruz, no sin ser admirados y aun envidiados de sus camaradas».
GUACIMARA
Antonio de Viana, canto III, (página 56) Viera y Clavijo, obra citada, (página 192)
«Los guanches seguían dentro de sus cavernas y en el silencio de sus bosques, continuando como otros Arcades aquel género de vida feliz, en que sólo se trataba de rebaños, de pastos y de mieses-, aunque a la sazón estaban en su mayor vigor los inocentes amores de Guacimara, hija del mencey de Anaga, con Ruyman, príncipe de Güímar, y de Guaxara con Tinguaro, hermano de Bencomo, según cantó un poeta.»
Era en extremo Guacimara hermosa,
tenía partes dignas de loarse,
aunque robusto cuerpo giganteo:
cabellos rubios, claros, rutilantes,
en proporción al rostro largo, lleno,
grave, modesto y agradable en todo;
alta la frente y anarcadas cejas
negras y negro en medio un lunar bello,
que con lustrosos pelos las juntaba;
crecidas las pestañas, ojos grandes,
negros, alegres, vivos y rasgados;
rosadas y encendidas las mejillas,
nivelada nariz, boca pequeña
-minero de preciosas margaritas-
cual de coral, cercada de dos labios
gruesos y cortos, de color de púrpura,
los cuales en moviendo se hacían
dos burladores hoyos a los lados;
color moreno un poco por más gracia,
derecho y alto cuello en color nieve,
y en el organizado de alabastro
aquel camino que a las ventas llega
donde reposa amor: los pechos albos,
y entreverados con labor cerúlea
de azules venas, do la sangre hierve.
“Enferma y palidece de amor la ardiente Guacimara cuando su padre le anuncia sus prometidas bodas con Tinguaro, si el hermano de Bencomo gana a'los españoles en el sitio de Acentejo; pero ocupado su corazón con el recuerdo del príncipe Ruimán, contesta gallardamente a su padre y de una manera extraña para una mujer de su tiempo y civilización:
Mucho padre, me admira que ofreciese
tu discreción promesa tan terrible,
sin que en ello mi gusto precediese,
pues forzarlo es disgusto no sufrible;
cuando, señor, yo esposo te pidiese,
o presumieras me era apetecible
no me admirara tanto, pero advierte
que antes que tal, me puedes dar la muerte.
¿Tan vieja te parezco? Pues entiendo
que de los veinte años no he pasado...
Guacimara reclama para sí algo tan moderno como la libertad de elección en amor, y con animosos arrestos añade:
María Rosa Alonso (“El Poema de Viana”, páginas 332,333 y 335) Antonio de Viana (Canto XIII, página 351), (Canto V, páginas 153-154)
Y si tanto te importa la victoria,
dame una sunta y un banot y espera,
haré hazañas dignas de memoria
en la extranjera gente brava y fiera.
EL POEMA.
Los versos de «La Cantata del Mancey Loco» pertenecen al largo poema «La Tierra y la Raza», del poeta tinerfeño Ramón Gil-Roldán, dado a conocer en la «Fiesta de los Menceyes», Ateneo de La Laguna, 12 de septiembre de 1919. Se ha elegido para «La Cantata» la segunda parte del poema, titulada precisamente «El Mencey Loco». Por motivos musicales -adecuación del texto a los distintos ritmos- y de otra índole, los versos del original han sufrido algunas alteraciones, y otros fueron suprimidos en aras de lograr mayor unidad en intención, así como en función de trasladar la significación del suceso a la problemática canaria actual. El poema de Gil-Roldán, no suficientemente conocido, vio la luz en la revista «Hespérides», número 70, correspondiente al 1 de mayo de 1927.
Como se desprende de las notas históricas que acompañan esta grabación, Gil-Roldán es probable que se inspirase en el pasaje que relata Viera y Clavijo sobre la incursión de los doce soldados españoles, capitaneados por Rodrigo de Barrios, en tierras de Anaga. Gil-Roldán, al igual que Viera, parece tomar partido por los guanches y la figura de Beneharo. El poeta refiere que los nativos iban sin armas y tenían el propósito de concertar las paces. El historiador, a pesar de su condición de religioso y de los peligros inquisitoriales, ridiculiza claramente a los aventureros en la parte final de la leyenda.
Las palabras guanches intercaladas en el texto castellano también es posible que Gil-Roldán las tomara de Viera (obra citada). El historiador ofrece en el Tomo I (Libro II) lo que él denomina «dicciones de la lengua canaria». Entre ellas, se encuentran precisamente las que utiliza Gil-Roldán en su poema. Son las siguientes:
AÑEPA = Lanza de tea que precedía al mencey.
BAÑOTE = Garrote de guerra.
ACHAMAN = Dios.
GUAÑOHT = Amparo, socorro.
MENCEY = El rey.
Los Sabandeños, La Cantata del Mencey Loco, Columbia TXS 2035, Depósito Legal M
CARA 1
- Cantata del Mencey Loco. Elfidio Alonso/Ramón Gil-Roldán - Introducción 3'20
- La Raza. 6'17"
- Guacimara. 5'05"
- La Muerte de Beneharo. 6'20"
- Canto Final. 2’50'’
Ensamblaje Literario y Musical: Elfidio Alonso. Arreglos Instrumentales y Corales: Miguel Martín / Manuel Melián. Solistas: Dacio Ferrera / Alfonso Prendes. Recitados: Manuel Melián.
CARA 2
- Isa de la borrachera. 6’57" Isa. Elfidio Alonso
- Sombras del Nublo. 3’42’’ Canción. Néstor Álamo
- Saltonas tartamudas. 3'02" Saltonas. Nijota/Elfidio Alonso
- Puerto de Cabras. 3’36” Canción. Elfidio Alonso
- La Muerte de Tinguaro. 3’51” Folías y malagueñas. Elfidio Alonso
Solistas: Dacio Ferrera, Manuel Feria, Alfonso Prendes, Juan José García, Elfidio Alonso. Directores: Enrique Martín, Elfido Alonso.
LA MÚSICA
INTRODUCCION.
En esta especie de prólogo instrumental se plantean todos los temas musicales de las siguientes partes: fragmentos de los «Cantos Canarios», de Power, malagueñas, isas, tajaraste, folías y el tema inspirado en peteneras que le sirve al coro para la narración de los pasajes épicos del poema. Queda en evidencia, igualmente, esa especie de pugilato entre la música colonial española y la que posteriormente surgió en el Archipiélago, ya con unas características bien definidas y emancipadoras (al menos, en lo que a organología respecta: chácaras, flauta, timple, contra, caracola, tambora).
LA RAZA
Tras la presentación del tema o leit motiv de la Cantata, seguida de la intervención del narrador, la caracola, los timples y el murmullo del Arrorró pretenden introducirnos en ese estado de felicidad de los guanches, luego alterado y definitivamente roto con la llegada de los conquistadores. La música resulta alegre y viva, para describir el talante valiente de Beneharo y sus huestes, vencedores en los enfrentamientos con los piratas o ante los propios españoles, que osaban atacar las costas tinerfeñas en grupos aislados procedentes de Canarias («dígalo Sancho de Herrera/díganlo Fernán Pe-raza/y Francisco Maldonado/gobernador de Canaria»), Uno de los más espléndidos motivos de los «Cantos Canarios», de Power, seguido de isa, estribillo y el remate del tajaraste, forman la estructura musical de esta segunda parte de la Cantata, titulada «La Raza».
GUACIMARA
El nombre de la hija de Beneharo titula el siguiente pasaje, concebido por malagueñas, ese hondo canto canario que deriva del fangando andaluz y que hoy cuenta con perfiles propios y diferenciados. Obsérvese que el solista, Dacio Ferrera, encaja a la perfección los seis versos del motivo, cuando lo usual es que las coplas de malagueñas estén formadas por cuatro o cinco. Está clara la influencia de Antonio de Viana en esta concepción que hace Gil-Roldán del personaje femenino, cuya visión idílica queda bruscamente truncada por la aparición del conquistador. Nuevamente el narrador y el coro dan noticia de la llegada de Lugo y de sus inmediatas consecuencias. A la voz recitadora le corresponde casi siempre el papel de testigo que narra en tiempo presente, mientras el coro repite el leit motiv de la Cantata con la intención de subrayar los más inmediatos resultados del enfrentamiento. Los gritos guanches de ¡Guañoth, Achamán! (¡Socórreme, Dios!), culminan este pasaje de forma triste y dramática.
LA MUERTE DE BENEHARO
El narrador nos sitúa ante un Beneharo «más loco cuanto más cuerdo», que quiere concertar las paces con los conquistadores. Gil-Roldán precisa que los guanches «iban sin armas». El tema musical del tajaraste en tono menor da exacta dimensión de la correría, que deja paso al insulto de Rodrigo de Barrios, entonado bajo los clásicos moldes del canto asturiano (pedal de «gaita» y voz alta y viril). He aquí otro buen ejemplo de enfrentamiento musical. Tras las consiguientes intervenciones del narrador y coro, salta otra vez la música canaria con un nuevo motivo de Power (bellísimo), para resaltar la valentía de Beneharo frente a sus viles asesinos.
CANTO FINAL
El enfrentamiento musical llega a su punto culminante en esta parte final. Se inicia con el citado motivo de Power, para que el coro, en su lamento, haga una especie de moraleja al estilo popular («lo cuenta la tradición, también la historia lo cuenta»), rota por el narrador con una frase rotunda: «No fue verdad, murió el hombre». A partir de aquí, asistimos a la pugna entre el fandango y el tajaraste, que se convierte en acto de afirmación por la tierra, la ascendencia y los valores perdidos. El grito final del coro, con acompañamiento de las chácaras, tambora, huesera, cañas y la totalidad de la organología canaria, convierte el pasaje legendario y su trágico desenlace en un mensaje universal, válido y ejemplar para todos los pueblos que luchan por la libertad: «No puede morir jamás/quien de esclavo se libera».
CANTATA DEL MENCEY LOCO
Dicen que murió la raza,
y nunca fue raza muerta,
raza que acabó en la historia
«pa» vivir en la leyenda.
No puede morir jamás,
quien de esclavo se libera,
rompiendo, para ser libre,
con su vida las cadenas.
Oíd la doliente historia
de BENEHARO el de Anaga,
el Mencey desventurado
que enloqueciera de rabia
al perder la libertad
de su estirpe y de su patria.
Y FUE PARA ENLOQUECER...
Nunca a las playas de Añaza
con ambición de conquista
un extranjero arribara,
que no hubiera de medir
con BENEHARO sus armas,
y al cabo, tras el combate,
vencido y roto marchara.
Dígalo Sancho de Herrera,
díganlo Fernán Peraza
y Francisco Maldonado,
gobernador de Canaria...
A todos supo vencer
altivo el Mencey de Anaga.
Su añepa nunca abatida,
victoriosa paseaba
desde la orilla del mar
hasta la cumbre escarpada,
de las selvas que coronan
el valle de Taganana.
GUACIMARA
Y cuentan que en esas luchas
Con caudillos y piratas,
amazona singular
al frente de su mesnada
arrogante se batía
la princesa GUACIMARA.
Y cuentan que era tan bella,
y cuentan que era tan brava,
y cuentan que tal hechizo
escondía en su mirada,
que más de un aventurero
quedó en las playas de Añaza,
cuando no herido del cuerpo
herida de amor su alma.
Entonces, entonces llegó el de Lugo,
y tras el primer esfuerzo
ineficaz que le trajo
la derrota de Acentejo,
armado en la Gran Canaria
con Guanarteme el converso
volvió a la carga, y los guanches
a su empuje sucumbieron.
Ya la libertad perdida,
ya derrotado el empeño,
ya homenaje de adhesión
rinde a Lugo el tinerfeño.
Ya no más luchar de frente
cara a cara y pecho a pecho,
ya el banote se quebró
del arcabuzazo al fuego.
Ya la libertad perdida
ya derrotado el empeño,
¡Era para enloquecer
de horror y remordimiento!
BENEHARO enloqueció,
arrojó diadema y cetro,
y vagando por las cumbres,
anduvo de cerro en cerro,
espantando a los rebaños
con sus profundos lamentos: g
ritos de rabia y dolor,
imprecaciones al cielo,
que en sus alas recogían
las águilas y los cuervos.
¡Guañoth!
¡ Achamán!
¡ Guañoth! ¡ Achamán! gritaba...
¡Achamán! repetía el eco
de los profundos barrancos
repercutiendo en los senos...
¡Guañoth!
¡Achamán!
LA MUERTE DE BENEHARO.
Vuelto a la razón un día,
-más loco cuanto más cuerdo-
el Mencey llamó a los suyos,
recobró diadema y cetro,
y por concertar las paces
se apercibió, con doscientos
de sus fieles, que sin armas
obedientes le siguieron.
En un repecho del monte
un grupo de aventureros
que en requisa de ganados
hasta la cumbre subieron,
dióles el alto, y ufano
adelantóse uno de ellos,
un tal Rodrigo de Barios, f
anfarrón y pendenciero,
increpando así al Mencey
y a los sumisos isleños:
«Gente bárbara y servil,
nacida para ser siervos:
rendíos, que a cuenta echada
tenemos vuestros pescuezos,
y ya sabemos a cuántos
han de tocar por acero».
Dijo, disparó el mosquete,
arengó a sus compañeros,
y en una nube de plomo
los pobres guanches envueltos
se dispersaron heridos
por los opuestos senderos.
BENEHARO quedó solo,
sangrando en mitad del pecho,
pero firme y desafiando l
as veinte bocas de fuego.
Al terminar la matanza
aquellos aventureros
se llegaron hasta él
con ánimo de prenderlo.
Entonces, el Mencey loco
de un revés tumbó al primero.
Y en carrera montaraz
dejando en el patrio suelo
de su sangre generosa
un imborrable reguero
trepó hasta la cumbre altiva,
y alzando las manos, tremuló,
con un lúgubre alarido
así le increpó a los cielos:
¡Guañoth, Guañoth!
¡Achamán, Achamán!
¡Guañoth, Guañoth, Achamán...
Achamán repitió el eco.
Y el Mencey, de un salto ingente,
lanzó al abismo su cuerpo.
CANTO FINAL.
Lo cuenta la tradición,
también la historia lo cuenta:
la historia del Mencey loco
que mueve a dolor y a pena.
Alguien quiso deducir
de esta sencilla leyenda,
que con el Mencey murió
la noble raza guanchesca.
NO FUE VERDAD,
MURIO EL HOMBRE...
Dicen que murió la raza
y nunca fue raza muerta,
raza que acabó en la historia
«pa» vivir en la leyenda.
No puede morir jamás
quien de esclavo se libera,
rompiendo, para ser libre,
con su vida las cadenas.