Los niños, (siempre la mirada de los niños), vieron en aquellas barquichuelas el potencial de un juguete con el que navegar y divertirse en las remansadas aguas del charco, emulando a sus padres. Se convirtieron pronto en pequeños grumetes y patrones de la mar, en capitanes del Titanic y piratas a un tiempo. La existencia de los jolateros, como llaman a estas embarcaciones, se pierde en los tiempos en que Arrecife presumía de la merecida fama de contar con buenos artesanos de ribera. Exclusiva del Charco de San Ginés, esta popular tradición se perdía poco a poco debido a los cambios de ocio de los nuevos tiempos. El Club Deportivo JJ5 Jolateros ha retomado desde hace seis años esta actividad y la fomenta entre los jóvenes, extendiendo sus talleres de creación de jolateros por los municipios de la Isla. “Mientras los jóvenes estén aquí, no están en la calle haciendo no se sabe qué”, reflexiona Antonio Rodríguez, presidente del club. En su cuartel general, instalado en unos antiguos almacenes cedidos por pescadores en el Paseo de Naos, enseñan a niños y jóvenes a construir sus jolateros. “Solo les exigimos para practicar esta actividad que sepan nadar. Lo aprenden todo muy rápido, y al finalizar la construcción de sus naves se sienten muy orgullosos. A veces son tan pequeños que vienen acompañados de sus padres, que les ayudan y se implican en la fabricación. Tiempo que comparten, haciendo cosas juntos, aprendiendo a hacer todo un barquito reciclando un deshecho. Todo son ventajas”.
Más de 800 niños, según nos cuenta, han pasado por sus cursos. “Aquí los niños no solo se inician en el arte de construir pequeñas barcas, también aprenden a realizar miniaturas con los envases de aceite en lata”. En el exterior de su taller se amontonan los jolateros. Algunos, con publicidad de las empresas que les apoyan con materiales y herramientas. Eduardo y Pedro son dos jóvenes veinteañeros que aprendieron esta labor gracias a Antonio y ahora enseñan a los más pequeños. Eduardo, con la ayuda puntual de Antonio, su maestro, se dispone a fabricar uno. Suelen usar una radial para cortar el bidón pero hoy se empeñan en hacerlo usando un punzón y un martillo. “Esta es la manera de hacerlo de siempre”, explica Eduardo, “es más artesanal y se ve mejor el proceso”. Para un momento su trabajo para mostrar el mi-nijolatero que hizo como regalo a su novia. “Fue el año pasado, y aun seguimos juntos”, cuenta orgulloso. En apenas una hora, el jolatero queda listo para ser decorado. A pocos metros de su taller hay una pequeña cala que ellos mismos limpian de residuos. El mar invita a un baño. Eligen cada uno un jolatero y se dirigen con ellos a la orilla. “Se acabó el trabajo”, dicen, “ahora, a reírnos un rato”.
Labor del maestro. Antonio no para. Recorre ayuntamientos, colegios y centros culturales ofreciendo la actividad de su club y realizando cursos de iniciación. “A veces hacemos exhibiciones en los hoteles. Lo mejor es el trabajo con los niños, se les ve muy contentos de aprender a realizar jolateros con sus propias manos. Luego los tunean como ellos quieren”. Antonio pasó algunos meses de su vida faenando en el antiguo banco pesquero canario-sahariano. No le gustó aquello. Ahora, embarcado en un jolatero como un chiquillo, navega y se ríe. Es su nueva vida, la de él, la de los niños y la del bidón.
Texto y Fotos: Rafa Avero. Revista Océanos.