Una de las principales particularidads naturales del Archipiélago Canario es la enorme variedad de ecosistemas y paisajes únicos en el mundo. Uno de los que más atractivos presentan son los ambientes de montaña, de elevados peñascos e intrincados barrancos, de pinares y matorrales de cumbre, de aves que surcan el cielo y de silencios que invitan a reflexionar y a buscar la esencia más profunda del ser humano. La isla de La Palma es todo un portento de lo abrupto, de elevaciones que parecen enganchadas al cosmos. Pues bien, aprovechando estas fechas del equinoccio de otoño, vamos a mostrar un complejo arquitectónico de culto poco conocido localizado en un pequeño rellano, a 2140 m de altitud, sobre el margen derecho del Barranco de Izcagua (Garafía).
La historia comienza entre codesos de cumbre un 31 de diciembre de 1994 cuando haciendo camino por donde no lo había, descubrimos cinco amontonamientos de piedras, más de ochenta grabados rupestres en todo su contorno más cercano, una cabaña, numerosos fragmentos cerámicos y cinco gabros de la Caldera de Taburiente de diferentes colores muy llamativos. Fue una jornada muy afortunada por la calidad y el volumen de los restos encontrados.
Parece evidente que los acontecimientos cambian en función de cómo se observen. Así que, examinando la zona en años sucesivos, encontramos la inspiración con erudiciones desde otros campos de la investigación dando como resultado el hallazgo de un espacio consagrado al Sol que pudimos confirmar durante los rastreos que perpetramos en 2006 y 2007, acreditando las perfectas alineaciones con los dos solsticios y los equinoccios (Abora, 2006; revista Iruene: nº 1, 2009; y nº 3, 2011).
Se trata del segundo conjunto de majanos más sustancial de la Isla, después del complejo de Las Lajitas, localizado a tan solo 500 m de distancia. Sus construcciones siguen la misma tipología de lajas hincadas en círculo rellenas de piedras y lajas con grabados rupestres que no superan los 3 m de diámetro y 1 m de altura. La mayoría están muy deteriorados y algunos prácticamente vacíos.
Estos y otros igurar (amontonamientos de piedras) que se dispersan por las cumbres de la Caldera de Taburiente, suponen la primera manifestación arquitectónica religiosa de la isla de La Palma. El hecho de ubicarse en lugares de tanta altura nos empuja a señalar un arquetipo (una imitación) de la montaña y a establecer un vínculo entre la tierra y el cielo. Ahora bien, ¿cómo se construye esa conexión? Nuestra responsabilidad es interpretar los restos que nos legaron. No obstante, a través de la metodología arqueológica actual, apoyándose en bibliografías anteriores, en la consagración de hipótesis como hechos o en la repetición de arraigadas exposiciones, es imposible madurar en los aspectos religiosos. Para contrarrestar esta inmutable visión es necesario ser crítico. En nuestro modelo de argumentación interpretativa demostramos que los awara (antiguos habitantes de la isla de La Palma) buscaron la altura estableciendo un principio ideológico con los astros, asociado a la topografía. Levantaron la mirada y observaron un cosmos cargado de sentido y de significados profundos. El hecho de que los mismos fenómenos astronómicos hayan sido contemplados por distintos grupos humanos, nos permite aprender mucho sobre las sociedades que las originaron. Debido a su falta de tecnología y conocimientos científicos, las culturas primitivas confiaban en el control divino del universo. De este modo, los rítmicos y eternos movimientos del Sol, la Luna y las estrellas permitieron ajustar el tiempo de las numerosas efemérides que regulaban las actividades festivas, los rituales y todo tipo de actos periódicos.
Para determinar si un monumento tiene un sentido litúrgico y a la vez calendárico, tiene que encontrarse un vínculo entre su alineación espacial con los puntos más destacados de la topografía montuosa y el tránsito aparente del Sol, la Luna o las estrellas por la bóveda celeste. Es decir, la arquitectura tiene que guardar un orden con el cielo.
En el sitio de Las Lajes se alzaron cinco amontonamientos de piedras para determinar, mediante una serie de alineaciones sencillas, los ortos solsticiales y equinocciales.
La alineación al solsticio de invierno la conforman tres majanos. Si nos ubicamos mirando hacia la montaña, descubriremos como los tres igurar siguen una misma línea que coincide con el lugar por donde asoma el Sol cada 21 de diciembre.
La marca del solsticio de verano la establece un grabado rupestre tallado sobre la cara de una roca que mira hacia el lugar por donde despunta el Sol cada 21 de junio y un amontonamiento de piedras que sirve de trazo e itinerario entre ambos (grabado rupestre y Sol).
Orto solar durante el solsticio de verano
El Sol, en su órbita aparente, cruza dos veces las transiciones o mitad del trayecto: los equinoccios en marzo y en septiembre. Las Lajes es el único sitio posible desde donde se puede observar cómo el Sol surge por detrás de la montaña más alta de la Isla: el Roque de Los Muchachos durante los equinoccios. Esto requiere de una gran precisión. Si nos colocamos en el amontonamiento de piedras superior, localizado en el mismo borde del precipicio del barranco, en los días señalados podremos observar una mágica y armónica unificación entre el Roque de Los Muchachos y el Sol.
A pesar de que en la actualidad, según la moda intelectual vigente, se tiende a pensar de un modo muy reduccionista (cuadriculado) y a considerar a los indígenas como ignorantes e ingenuos, la verdadera historia espiritual de los antiguos canarios es ilimitada y cosmológica. Estos amontonamientos de piedras reflejan el paso del tiempo en el cielo, el inicio y el final de un ciclo que se repite eternamente con la llegada de los solsticios y equinoccios.