La fiesta de San Sebastián volvió a congregar este año a miles de personas; algunas por pura diversión y entretenimiento; otras por devoción y fe, tradición y orgullo familiar, o bien por cumplir con el rito de la bendición de sus animales. Esta festividad pervive y gusta porque no ha perdido la esencia de los actos de antaño: el espectáculo de los animales, sobre todo de los caballos; pero también la comida y el vino en los ventorrillos de las comisiones de fiestas o en los coches y furgones con la familia y los amigos.

Una de las historias la protagoniza Sebastián López, vecino de Armeñime. Desde hace 38 años es uno de los que lleva las andas del santo. Lo hace por promesa. Su hijo mayor tenía dos años y, tras ponerse enfermo, los médicos no le dieron ninguna esperanza de vida. Y se acordó de San Sebastián. Su primer descendiente sobrevivió y ya le ha dado nietos.

Jesús Fraga y su amigo Dámaso bajan cada año desde Taucho a lomo de sus caballos. Jesús cumple con una tradición familiar y ya lo hacía antes, pero hace 18 años que lleva su propia montura. Tarda unas dos horas y media en la ruta. Y para él es un orgullo poder entrar con su animal en el mar.

Roberto Melo acude a la fiesta desde niño, cuando lo hacía con su abuelo, y ahora trae a sus hijos. Engalana su burra con claveles rojos y de otros colores. El rojo en cintas o en otros objetos antiguamente era una protección contra el "mal de ojo". Relata que uno de sus tíos salvó a una familia que en la riada ocurrida por la fiesta en 1951 estuvo a punto de morir arrastrada por la corriente. El rescate lo hizo atándose una cuerda y amarrando ésta a una mula. Francisco y Paula, nacidos en Icod y Buenavista, viven la fiesta con una comida familiar, bajo un toldo y junto a sus coches. A la mesa también se sientan vecinos de Adeje y La Orotava e, incluso, un invitado de Madrid.