Revista n.º 1065 / ISSN 1885-6039

Francisco Quevedo, novelista del XXI.

Sábado, 16 de marzo de 2013
Nicolás Guerra Aguiar
Publicado en el n.º 461

Es cierto que hoy arrollan en Canarias los autores de la novela negra no porque sea literatura de menor calidad frente a otros títulos, a otras modalidades narrativas. Lo que ocurre es que los buenos lectores reclaman también nuevas formas, nuevas técnicas, nuevos contenidos.

Portada de El dulzor de la tierra.

 

 

Cuando hace días hablaba con dos exalumnos ya cuarentones (¡se me hacen puretillas!), una parte de la conversación giró en torno a la literatura. Y así debía ser en cuanto que ambos fueron mis discípulos en 3º de BUP y COU, Curso de Orientación Universitaria el segundo que en nada se parece a esa extraña cosa híbrida y elemental que es hoy el 2º de Bachillerato.

 

Los dos, ya en la Universidad, también fueron alumnos del doctor Quevedo García en la asignatura de Literatura. Y al saber quién les había impartido clases sobre novela española los felicité por la gran suerte de haberlo tenido como profesor. Yo lo conocí en los cursos de doctorado, fui discente en el ciclo dedicado a la novela canaria: por tanto, sé de lo que hablo. Su novela Las Palmeras (2002) me había impactado no ya por el desarrollo detectivesco sino, y sobre todo, por la calidad literaria, exquisita estructura narrativa perfectamente hilvanada a través de las palabras. Pero yo había cometido un error en la clasificación de la misma: la consideré como novela negra hasta que el jueves el autor me hizo ver, con sutil elegancia, que yo estaba equivocado.

 

Por tanto, rectifico lo afirmado en el artículo (01.03) sobre Luis León Barreto: Francisco Quevedo no forma parte del extraordinario conjunto de autores canarios de la novela negra -maestros ya consagrados en el género- como Alexis Ravelo, José Luis Correa… Estos, por méritos propios como expertos, y conscientes de lo que escriben consiguieron, además, llamar la atención en torno a una narrativa que se estaba produciendo en Canarias ajena a la novela negra, pero también de gran calidad. Se trata de escritores (Víctor Álamo de la Rosa, Jonathan Allen, Anelio Rodríguez, Álvaro Marcos, Nicolás Melini, el mismo Francisco Quevedo…) que andaban algo dispersos. Por suerte, empezaron a ser re-conocidos como componentes de la que luego se llamaría Generación 21.

 

Casi dos horas de cafetín dan para mucho cuando a quien se deja hablar es al profesor Francisco Quevedo García (que no Villegas), investigador (Constantes de la narrativa canaria de los setenta), novelista, riguroso docente -lo conocí en el aula- y, como tal, osado desestabilizador de cierta verdad teologal jamás discutida o puesta en duda en nuestras ínsulas, mucho menos en Gran Canaria: piensa que Galdós, a pesar de nacer en Canarias y de ser uno de los mejores novelistas de la lengua  española, no debe figurar en lo que se conoce por literatura canaria. Por el contrario, sí defiende la canariedad de El barranco, novela de una mujer nacida en Cuba, 1933 -Nivaria Tejera-, y que la publicó en París. Tal afirmación sobre don Benito -en la serenidad de su inalterable equilibrio psicológico- puede ser osada, quién lo duda. Pero aunque tendrá especialistas que la ratifiquen o aleguen contra ella (dejo fuera a los apasionados), lo cierto es que no se trata de cualquiera emitiendo una opinión intrascendente, muy al contrario: Francisco Quevedo sabe lo que dice, lo ha sopesado previamente y, de seguro, no improvisa, precisamente por su seriedad profesional.

 

Y habló de la novela negra. Aunque para algunos es novela escapista, su matización resulta contundente. En principio, afirma, cualquier narración en la que hay un muerto y una investigación es novela negra. Pero hay diferentes maneras de afrontar esta sencilla base. Una, la novela lúdica, a la manera de Ágata Christie. Se trata de un jeroglífico en el cual el lector coparticipa, pero sin mayor trascendencia, para solucionar el crimen. Es, pues, novela de entretenimiento, y se olvida cuando ya se sabe quién es el criminal.

 

Pero hay una segunda variante, la novela negra social, la de más adeptos, la que triunfa sobre la primera. Esa es, y con gran calidad, la escrita por José Luis Correa, Alexis Ravelo… (con cierta inicial influencia de Manuel Vázquez Montalbán) y cuyas acciones se desarrollan en lugares conocidos de las Islas, fundamentalmente de Gran Canaria. Sus detectives, claro, quieren descubrir al autor del crimen. Pero a la vez se indaga en lo social, en lo personal, e importa mucho conocer las circunstancias por las cuales se ha originado todo. Es una novela que rastrea por las interioridades de la sociedad -afirma- y de las personas.

 

¿Quiere esto decir que solo esta novela es la que se lee en Canarias? En absoluto. El público es variado, las exigencias de una u otra novela dependen de los gustos. Y hay lectores para unos tipos y para otros. Pero sí es cierto que hoy arrollan los autores de la novela negra no porque sea literatura de menor calidad -o ausencia- frente a otros títulos, a otras modalidades narrativas.  Lo que ocurre es que los buenos lectores reclaman también nuevas formas, nuevas técnicas, nuevos contenidos. Por eso lo mismo se lee Las espiritistas de Telde, León Barreto (obra clásica, en cuanto que permanece al paso del tiempo) que Un tango con la muerte (José Luis Correa), Tres funerales para Eladio Monroy (Alexis Ravelo) o El año de la seca (Víctor Álamo).

 

Por tanto, no se trata de que una nueva generación de escritores -Generación 21- se haya impuesto sobre la inmediatamente anterior (Generación del silencio) o la más lejana ya (Generación de los 70). Ocurre que el paso del tiempo es el bisturí diseccionador que ha ido seleccionando con escrupulosidad la producción narrativa. Y la novela que hoy triunfa con los escritores nuevos (frente a los establecidos) sufrirá también la selección rigurosa por la que todas han pasado.

 

 

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