La purificación del ganado. El 2 de febrero es La Candelaria, fiesta de la purificación del ganado, haciéndolo pasar entre las grandes hogueras flameantes que purifican los animales, quedando a salvo de las enfermedades o influjos nocivos, refiere Cardini1. 40 días después de la Navidad nos encontramos con el 2 de febrero, la fecha más temprana posible de un Carnaval siempre condicionado por las fases de la luna. Este carácter de cuarenta días se corresponde dentro del calendario lunar con una luna y media. El Carnaval señala la última luna de invierno que se correspondería teóricamente con el día de La Candelaria2.
La Fiesta de La Candelaria refleja en sí misma todas las motivaciones inherentes al período en que se celebra. Se corresponde con el período de después del Nacimiento en el que el Niño Jesús presenta sus atributos en el templo. Después de un nacimiento se celebra entre las mujeres la vuelta al lecho, que se relaciona con la purificación. Y por ello se hace en febrero con la luna nueva de La Candelaria con las reglas, justamente lo contrario que en la luna llena que es etapa de fecundidad, delatando esa estrecha simbiosis que caracteriza a los ciclos lunar y femenino. La estrecha relación de este período con la fecundidad se puede apreciar en los días que la fecunda. Santa Brigida, el 1, hincha las ubres de las vacas, dado su carácter de bienhechora que milagrosamente recuperó sus pechos cortados, asegurando a todas las nodrizas de Europa la lactancia; y Santa Águeda, el 5, es la protectora por excelencia de las nodrizas3.
Por tanto, el 2 de febrero, purificación de la Virgen y presentación de Jesús en el templo, ofrece símbolos manifiestos de un nuevo renacimiento. Nacido el 25 de diciembre, Jesús se queda en su cuna hasta el 2 de febrero, fecha en la que se guarda el Belén y se deja de sacar al niño por las casas. Ese día es, pues, un nuevo nacimiento, sólo nace verdaderamente en ese momento. En los mismos evangelios aparece entonces como Dios. Esa diferencia de 40 días que el dicho del oso impone en Europa para el comienzo de la primavera popular se encontraría en el periodo precedente que va desde el 25 de diciembre al 2 de febrero. Presentado en el templo, pero escondido hasta entonces en su cuna, sin ninguna relación con el mundo, Jesús va a entrar bruscamente en contacto con el edificio al cual se comparará.
Dentro de esa relación entre la leche y La Candelaria, una de las leyendas más extendidas por las Islas es la de San Bernardo bebiendo la leche de la Virgen. Cristóbal Hernández de Quintana la representó en un lienzo y en lo alto del altar del Rosario de la iglesia del convento dominico de Santa Cruz se conservaba otro, aunque confundido quizás por Alvarez Rixo con Santo Domingo, y que lo relata así: Representaba a la Virgen sentada sobre nubes con el pecho izquierdo esgrimiéndoselo con sus bellas manos y vertiendo un chorro de leche que iba a caer en la boca de Santo Domingo, el cual estaba más abajo y de rodillas con la boca abierta de par en par recibiendo aquel divino sustento. Cuanto menos lo que quería el pintor era atribuirle el milagro para honra de su religión a Santo Domingo, pero lo cierto es que, según testimonia el historiador portuense, el cuadro existía de 1810 a 1811, pereciendo en las reformas constitucionales, que consideraban irreverente ese culto. La leyenda relata que San Bernardo, tras una larga plegaria, consiguió que la Virgen, presionando sobre su seno, le enviase un chorro de su leche a la boca. La singularidad de ello estriba en que no es un día ni un lugar al azar donde se localiza la lactación de San Bernardo. Mientras que su fiesta está fijada en agosto en función de la muerte del Santo, es el 2 de febrero cuando se efectúa la lactación4.
La Candelaria en la Cristiandad reemplaza también a antiguas fiestas paganas. Su mismo nombre alude a la utilización de candelas encendidas. Desde el s. VII se reconoce que su objetivo era reemplazar las cofradías de las Lupercales, verdaderos hombres lobos desplegados por la ciudad con correas hechas de cuero de macho cabrío sacrificado con las que golpeaba a las mujeres para fecundarlas. Pero a su vez también reemplaza la de Perséfone, en la que su madre y otras mujeres la buscaban recorriendo por la noche provistas de antorchas. Atestiguan los teólogos medievales que fue el deseo de ver como la verdadera luz, la de las candelas, triunfaba sobre la luz profana de las antorchas, lo que hizo que la Iglesia instaurase el uso de las velas de La Candelaria, empleadas generalmente cuando ocurría un óbito. Eran las velas que aseguraban la buena muerte. De la relación con las almas en pena y su fusión con el Purgatorio no había más que un paso. No en vano en febrero las ánimas de los muertos erraban en forma de llamas por Roma. Por eso, mientras que no se hayan apaciguado y sean devueltas a su morada no dejarán de errar. De ahí que sea precisamente en Pascua cuando se produzca esta remisión de los muertos bajo la forma del descenso de Cristo a los limbos, cuando abre las puertas del infierno, adonde remiten a todos los espíritus que antes habían salido5.
Esta estrecha relación entre el culto a los muertos y la purificación se puede apreciar en la candela verde que poseía La Candelaria que se le apareció a los aborígenes. Velas de color verde se ofrendaban antiguamente por los peregrinos y se relacionan con un simbolismo de clara alusión a la esperanza6. Pero verde no es sólo señal de culto agrario, es también la luz que surge de la fundición del bronce, el verde gris y el resplandor de la estrella que preside los misterios de los broncistas. El tinte de los objetos de este metal oxidado será pronto asociado a la muerte y a la resurrección7.
La identificación entre La Candelaria y la purificación del ganado antes referida es obvia. Ya hemos citado la coincidencia entre la crianza de las cabras y esta fecha. Pero algunos elementos nos pueden ayudar aún más a precisar esta asociación. Berthelot refiere que existía la creencia de que el rebaño puesto al servicio de La Candelaria, ofrecido por los aborígenes, que reservaron Igueste para ello, nunca merma, a pesar de que sólo está compuesto de hembras8. Antón, el aborigen cristianizado, según Espinosa, llevó a la Virgen a la orilla del mar a una cueva donde solían ordeñar los ganados y llaman Ach-binico y los cristianos llamaron después Cueva de San Blas9. La elección creemos que no es casual porque si no qué otro sentido podría tener. San Blas, dominador del viento y del soplo, el Santo de la caverna que se relaciona en Europa con el oso y protege la garganta, celebra su festividad el 3 de febrero, primera fecha posible del Miércoles de Ceniza. Entre el soplo que hincha y el niño a punto de nacer se instaura la confusión. En toda la cristiandad se bendice ese día la garganta de los fieles con la ayuda de dos cirios cruzados encendidos. La imagen de San Blas es un hombre sentado en el umbral de la caverna rodeado de animales salvajes. Capturado en ella por los soldados del gobernador, es atado fuertemente y conducido preso. Su poder es el de devolver a la vida las almas de los animales. La leyenda más antigua del uso sagrado de las candelas es precisamente la del día de San Blas, no el de La Candelaria10. Su culto en el Archipiélago es muy antiguo. En Mazo cuenta con ermita desde fines del XV, convertida en curato en 157111.
La Virgen rumbo a San Blas, un día de viento. Década de 1950
La procesión del 2 de febrero. La procesión de La Candelaria el 2 de febrero, tal como la relata Juan Primo de la Guerra en 1810, era la siguiente: La Virgen va a la Cueva de San Blas después del mediodía, y a continuación es restituida al templo, acompañada de la imagen de San Blas. Se entonan las letanías y se da principio a una procesión deprecatoria. A la 7 de la tarde se conduce la santa imagen en procesión, dejando el trono a San Blas en su camarín12. El texto es bastante significativo de esta íntima relación.
Lope de la Guerra la presenció en 1783. La comitiva del Cabildo, tras su arribada a la localidad, asistió el día 1 de febrero por la mañana a sacar del camarín la Sagrada Imagen, llevando los varales en la procesión el corregidor y los diputados. Por la noche se celebró el Nombre y al día siguiente se asistió a la función, que a su salida en la procesión llevaron los varales de las andas tales autoridades, pero los diputados las dejaron en la puerta de la iglesia, mientras que el corregidor continuó toda ella hasta la cueva de San Blas. De ella se sacó la imagen del Santo que se trajo al convento para hacerle la fiesta al día siguiente13. Cristóbal del Hoyo refirió que era creencia de los vecinos de Güímar que la Virgen al ir dicen que menos de una pluma pesa y más que plomo cuando vuelve14. Juan Primo precisa que, después de restituida al templo, se entonaban las letanías y se daba principio a una procesión deprecatoria, que iba sobre la arena hasta el frente de las casas capitulares, donde se verificó su despedida, volviendo la Virgen y la comunidad al convento. Por la tarde era conducida desde su trono a su camarín, reemplazándole en él San Blas. Mientras tanto había permanecido en él la imagen de Santo Domingo penitente y tenía las paredes colgadas de damasco carmesí. Las mujeres de La Esperanza, que habían cantado una salve compuesta en versos españoles, en la noche de su Nombre, se la cantaron de nuevo con la canción que dice “Oh Virgen de Candelaria, lucida estrella del Mar15. Es esta romería de las esperanceras similar a la que efectuaban en el Carmen realejero y en el Rosario portuense, simbiosis una vez más entre el culto marino y la montaña.
La fiesta del 2 de febrero presenta notables diferencias con respecto a la que se le tributa el 15 de agosto, en la que se representa la escena de la aparición de los pastores. La del 2 es la fiesta de la isla, mientras que la del día de la Asunción es la de los habitantes del Valle de Güímar, los llamados naturales, que se llaman a sí mismos descendientes de los antiguos pobladores de las Islas. A ambas concurría multitud de gentes en toda la isla, aunque lógicamente por el tiempo era más propicia la veraniega.
Al ser el 2 de febrero la fiesta oficial de La Candelaria, el Cabildo lagunero desde la Conquista la institucionalizó como la fiesta de la isla, convirtiéndose en su patrono y en el encargado de realizarla. La posesión de la Imagen se convierte desde ese momento en una pugna entre los habitantes del valle de Güímar y el Cabildo de la isla. Y ello se traduce lógicamente en una abierta confrontación en el privilegio de cargas de las andas en la procesión de ese día, en el que el Ayuntamiento insular visita Candelaria. El pleito, ya estudiado por Rodríguez Moure para el s. XVII, continúa con su vigor en el XVIII, revitalizándose de nuevo en 1735.
En la fiesta del 2 de febrero de 1587 los llamados naturales, descendientes de los primitivos habitantes del Valle de Güímar, fueron despojados de la exclusividad en la carga de la Santa Imagen en las procesiones, y maltratados de palabra y obra dentro y fuera del templo, por lo que acudieron a la Audiencia, que despachó a su favor una Real ejecutoria cometida al bachiller Juan Pereira de Lugo, vicario eclesiástico de La Orotava, que les dio posesión de ese privilegio el 2 de febrero de 1588. Sin embargo, esa prerrogativa no fue no cumplida en su estancia en La Laguna al coaligarse para no obedecerlo los frailes dominicos, los regidores y el vicario de la isla, lo que les llevó a recurrir al Consejo de Castilla que amparó su derecho y obligó a perpetuo silencio a sus contradictores. Finalmente, los naturales, por la escritura de concierto firmada el 2 de febrero de 1601, cedieron al clero su derecho a transportarla desde el trono hasta las gradas del presbiterio y al Cabildo desde este último punto hasta la puerta de la iglesia, lo que a la larga originaría, como veremos, nuevas controversias en el siglo XVIII.
Otro pleito aconteció el 2 de febrero de 1595 entre los beneficiados de las dos parroquias de La Laguna. Hasta esas fechas era potestad de los de la Concepción de ir a Candelaria con la cruz alzada a celebrar tal función, que fue contradicha en ese año por los de los Remedios. Alegaron los primeros posesión inmemorial y aquiescencia de los segundos sin reclamación por más de ochenta años. Mas el fallo del vicario de la isla el 10 de junio de 1595 declaró que esa festividad era de las alternas, sentencia que fue confirmada por el Provisor y por la Audiencia de Sevilla el 24 de julio de 159716.
El llamado pleito de los naturales ilustra cómo desde el momento de la Conquista de Tenerife los aborígenes fueron destinados a cargar las andas de la Virgen para favorecer su integración y evangelización, que había jugado un papel clave en el proceso bélico, al pertenecer por ella los menceyatos del Sur de la isla a los llamados 'bandos de paz'. Sin embargo, a fines del siglo XVI, los regidores del Cabildo lagunero vieron en la asunción por ellos de ese privilegio una muestra de su ennoblecimiento a tono con sus intentos por consolidar su prestigio nobiliario ante el común de los vecinos. Los regidores Cristóbal Trujillo de la Coba y Gaspar Yanes Delgado ordenaron en la festividad de 1587 que ellos eran los encargados de transportar la Virgen. Los descendientes de los primitivos habitantes del Valle de Güímar se contentaron con reclamar la posesión, mientras que fueron descalificados con los apelativos de pícaros, majaderos, bellacos y sobre todo de guanches de baja suerte. Violentados los ánimos, los frailes decidieron que fuera cargada por dos de ellos y dos naturales, lo que provocó insultos contra dichos naturales, que derivaron en un motín en el que se rompieron las andas y hubo varios contusionados y heridos. Recurrieron ante la Audiencia, que falló el 17 de noviembre que se debía amparar en tal posesión a los dichos naturales, conminando a los perturbadores con multas de 50.000 maravedís, excepto al Gobernador de Tenerife, que podía ayudar a llevar la Imagen, tomándola donde quisiera y en el brazo de las andas que fuere de su voluntad. La sentencia fue cumplida en Candelaria en la festividad de 1588, como señalamos con anterioridad, pero no fue cumplida ese año en su traída a La Laguna por considerar una afrenta a su mentalidad nobiliaria que se privilegiase a tales aldeanos, por lo que el Vicario eclesiástico, el chante colombo, coaligado con los frailes y los regidores, puso pena de excomunión tanto al encargado por la Audiencia de poner el auto en ejecución, Pereira de Lugo, como a los naturales, ordenando que fueran sólo los religiosos los que cargasen las andas, lo que derivaría en otro pleito que finalizaría con la citada escritura de concierto de 2 de febrero de 160117.
Candelaria en fiesta
Para el cabildo la actitud de los vecinos del valle de pretender cargar la Virgen es una ofensa infringida a la institución que regía los destinos de la isla. Ante los ojos de los nobles regidores los habitantes de esa Comarca no pueden pretender esas preeminencias por la atribución de considerarse descendientes directos de los aborígenes, ya que la gente de Güímar que por lo general son unos pobres que buscan su vida cargando madera, viniéndola a vender a Santa Cruz y ejercen otras obras serviles, no parece conforme querer anteponer y preferir a los caballeros regidores que pasan representando en forma de consejo la isla, lo cual lo consideran algo monstruoso y ajeno a la razón.
La posesión de la Imagen es el trasfondo fundamental. Para el Cabildo es de Su Majestad el Rey por derecho de Conquista y no de los naturales. Para el apoderado del Ayuntamiento lagunero, Francisco Yáñez de Torres, son los vecinos los que tienen derecho privativo de pedírselo a la puerta de la iglesia, pues es un derecho de vasallaje, una cesión gratuita del cabildo, que tiene la potestad de la fe de sacarlo del tabernáculo y no, como mantienen los vecinos, que la imagen es suya propia. La permanente intranquilidad pública que se vivía ante estos acontecimientos lleva al Comandante General a tratar de atajar los riesgos de sublevación que se vislumbraban obligando a los vecinos a nombrar apoderado con el objetivo de comprometer a la élite local en un pacto cuidadosamente meditado que supusiese la entrega del privilegio de cargar las andas a los naturales más importantes, a la par que garantizar la continuidad de la presidencia del Cabildo en la conducción dentro del templo de su patronato. El convento es utilizado hábilmente al servicio de la institución municipal, cediéndole los tres puestos que le había concedido el pacto a tres regidores. La escritura de concordia del 1 de febrero de 1738 pone fin a un largo e ininterrumpido pleito en el que el Comandante supo limar asperezas, sin humillar el pretendido porte de nobleza del Ayuntamiento de la isla y dando pie a las ansias de notoriedad y prestigio de los grupos sociales más acomodados de la Comarca18.
La Fiesta de la Purificación es la festividad nobiliaria por excelencia. Acaparaba en sí todo el boato y la magnificencia de un acontecimiento principal. Acudían a ella con sus cruces parroquiales y un párroco todas las feligresías de la isla y el Cabildo a cargo de sus propios financiaba todos los gastos. Tenemos la cuenta y razón de los gastos realizados en 1758, que, pese a estar sujeta a la estricta obligación impuesta por el regidor de la Audiencia Tomás Pinto Miguel de gastar como máximo 3.000 reales, la misma llegó hasta los 3.930 y 3 cuartos. La relación del derroche es bastante expresiva. En cera se gastaron 144 libras y 3 cuartos, 211 reales en el alquiler de 13 caballos de silla para los miembros del Cabildo, 4 libras de chocolate y 2 de bizcocho al Teniente y 2 y 1 respectivamente a cada diputado y escribano mayor; y lo mismo a los beneficiados y al sochantre; 6 fanegas de trigo, 3 de cebada, 4 barriles y medio de vino, 1 puerco, varios carneros, 4 pavos, 20 gallinas, 30 pollos, 2 botijas de aceite, 6 libras de alcaparras, 4 lechones, 4 jamones, entre otros productos para la alimentación del Cabildo19. Ledru se hace eco de esos gastos suntuarios con la consustancial critica ilustrada: ¿Por qué el corregidor, depositario de esta suma, no emplea una parte de ese dinero para cubrir los campos de árboles frutales y retener las aguas necesarias en los riegos del verano?20.
El esplendor de la fiesta a medida que avanza la centuria se debilita y la decadencia es visible en la actitud de las jerarquías eclesiásticas y civiles que cada vez en mayor número renuncian a acudir a Candelaria. El Síndico Personero de la isla, Antonio Miguel de los Santos, se quejaba en 1779 de que de pocos años a esta parte han ido poco a poco cercenando la asistencia hasta que ya no concurran más que los de esta capital, sin embargo que Su Majestad por Real Cédula de Noviembre de 1717 tiene mandado guardar la costumbre y los obispos la intimaron bajo pena de multas. Santos se lamenta de cómo la función vio en otros años con gran complacencia el excesivo concurso de fiales de toda la isla mientras que hoy se ha observado la falta de concurso que debe atribuirse al retiro de sus pastores, por lo que obliga a los mismos a cumplir tales mandatos21. Pero una vez más su efectividad fue escasa, como refiere Juan Primo de la Guerra, que especifica que sólo concurren las cruces de aquella parroquia que le toca el turno de fiestas en La Laguna, bien que ocurren llevados por el cabildo los beneficios de ambas parroquias de la ciudad22.
No obstante cabe decir que si bien es cierto el cierto retraimiento popular, también es verdad que fue mucho menor que el demostrado por las autoridades, porque, como señalan todos los testimonios, por un lado Candelaria se hallaba siempre llena pese a las inclemencias del tiempo y las dificultades de transporte en esas fechas invernales, y por otro la festividad del 15 de agosto seguía congregando a multitud de romeros. La decadencia vendría más tarde con la desaparición de la Imagen en el aluvión de 1826 y las consecuencias de la desamortización.
Ledru, que estuvo en Candelaria el 2 de febrero de 1797, relata que encontró en los alrededores una numerosa concurrencia de peregrinos más ocupados de las diversiones que de la devoción; unos cantaban y bailaban al son de una guitarra y otros bebían en las tabernas. Algunos campesinos más devotos que los demás se arrastraban de rodillas con un cirio y un rosario en la mano desde la puerta exterior del convento hasta el altar de la santa. Allí un monje cogía el cirio y recibía en una patena el dinero que la piedad le ofrecía. Entre esos devotos vi una mujer joven con una figura interesante y cuyo vestido indicaba su posición desahogada, que también se arrastraba de rodillas; llevaba cogido de la mano a un niño de 4 o 5 años que marchaba a su lado. La seguí hasta el pie del altar, donde encendió varios cirios pequeños23. Estaba enjuiciando las dos vertientes de la fiesta irremisiblemente unidas e indisociables dentro de una mentalidad religiosa. Pero, como hemos referido, la Fiesta de Candelaria, desde la perspectiva ilustrada, se prestaba a todo tipo de inmoralidades. Anchieta refiere que en el año de 1765 la víspera y el día llovió mucho y a consecuencia de ello todas las gentes que tenían sus ventorrillos de sedas y de comidas y los canarios con sus cajas y demás que tenían de feria entraron a la iglesia y allí, como si estuvieran fuera vendían y era una indecencia, de manera que aún sobre los altares ponían sus tiendas24. Alonso de Narváez, que fue corregidor de Aranda de Duero y administrador de aduanas en la Península, vio con horror la profanación de su santo templo hecho mesón y hostería (...) y los cristianos en las varias irreverentes posturas, arranchados, acostados unos, comiendo y hablando otros y sin moverse a adorar al Señor al tiempo de elevarse en las mismas que se celebraban, cosa jamás vista ni sabida de ningún santuario de los muchos que he estado en España, por lo que conmovido por estas irreverencias decide emplear su sueldo en la construcción de unas salas en el espacio comprendido entre la cueva de San Blas y el castillo, dividida en 8 compartimentos destinados cada uno a un pueblo o dos o tres circunvecinos formado por 15 o 20 vecinos, todos parientes o conocidos. Estas casitas efectivamente fueron construidas, tal y como pormenoriza Primo de la Guerra que las cita con el nombre de casitas de la Virgen25.
Notas
1. Una visión general en HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. Fiestas y creencias en Canarias en la Edad Moderna. Tenerife, 2006.
2. Gaignebet, C. op. cit., pp. 18-19.
3. Ibídem, op. cit., p. 42.
4. Álvarez Rixo, J.A. Cuadro histórico..., pp. 135-136.
5. Gaignebet, C. El carnaval, pp. 15-16.
6. Hernández Perera, J. Orfebrería de Canarias, p. 47.
7. Gaignebet, C. op. cit., p. 7.
8. Berthelot, S. Misceláneas canarias, p. 82.
9. Espinosa, A. Historia de la devoción de La Candelaria, p. 63.
10. Gaignebet, C. op. cit., pp. 81-86.
11. VELÁZQUEZ RAMOS, C. Historia general de Villa de Mazo. Tenerife, 1999, pp. 186-187.
12. Guerra, J.P. Diario (1800-1810). Tenerife, 1976. Tomo II, pp. 176-181.
13. GUERRA Y PEÑA, L.A. Memorias, p. 663.
14. HOYO SOLÓRZANO, C. del. Madrid por dentro, p. 360.
15. GUERRA, J.P. Op. cit. Tomo II, pp. 175-178.
16. RODRÍGUEZ MOURE, J. Historia de la devoción del pueblo canario a Nuestra Señora de Candelaria, Patrona del Archipiélago y de sus dos obispados. 2º ed. Tenerife, 1991, pp. 102-111.
17. Op. cit., pp. 113-123.
18. A.M.L.L. sign. P-II-10. Véase, Hernández González, M. Los guanches y la Candelaria en el S. XVIII. R.O.A. n° 3. Agosto-diciembre, 1985.
19. A.M.L.L. sign. P-II-2.
20. Ledru, A.P. Viaje a la isla de Tenerife (1796), p. 65.
21. A.M.L.L. sign. P-II-10.
22. Guerra, J.P. Op. cit., Tomo II. p. 179.
23. Ledru, A.P. Op. cit., pp. 65-66.
24. A.O.L.L. Papeles de Anchieta; A.O.L.L. Escrito de Alonso Narváez pidiendo el permiso de construir hospicio en Candelaria.
25. Guerra, J.P. Op. cit., Tomo II, p. 176.
Foto de portada: detalle alusivo a La Candelaria en un friso en la plaza del Santuario (Tenerife)