Uno de los más extraños y recordados sucesos acaecidos en el pueblo tuvo lugar a mediados del siglo XVIII, que ha pasado a la posteridad con el nombre de "Milagro" de San Agustín. El episodio comenzó en torno a los años 1745 ó 1746 cuando en el barranco de Añavingo se desmoronó un risco de tierra sobre la corriente de agua que allí manaba, ya sea por un movimiento sísmico o por cualquier otra causa, quedando completamente tapado por una gran cantidad de tierras. Para lograr recuperar el naciente se organizaron escuadras de hombres que trabajaron a destajo para descubrirlo, pero a pesar de que abrieron un profundo pozo no lograron hacer manar el agua.
Debido a la carencia del preciado líquido, los vecinos de Arafo sufrieron una considerable angustia, pues tenían que acudir a Güímar en su busca. Además, supuso una disminución en los ingresos de la ermita, pues no podía rematar el agua de su propiedad. Ante la imposibilidad humana de lograr el desescombro del naciente, Juan Hernández Santiago, en representación de varios vecinos, propuso al capellán Pedro de Castro llevar en procesión un cuadro de San Agustín hasta el fondo del barranco de Añavingo. Sin embargo, el sacerdote le especificó que previamente era necesario hacerle un novenario, el cual se empezó a celebrar el día 12 de septiembre de 1751, exhortando el párroco al pueblo para que se dispusiesen con una confesión a impetrar de Dios el bien que solicitaban. Así, se llegó al 21 de septiembre de ese mismo año, en que una comitiva formada por la práctica totalidad del vecindario, y presidida por el capellán, sacó en procesión la imagen del Obispo de Hipona, en un día caluroso y despejado, rezando el tercio y cantando letanías, hasta el barranco de Añavingo. En ese lugar se dejó instalada, con su luz encendida, aprovechando el abrigo de una cueva, quedando al cuidado de la misma el referido Juan Hernández Santiago, al ser el impulsor de la rogativa.
Barranco de Añavingo
De regreso, comenzó el día a oscurecerse y a formarse espesos nubarrones, y antes de que los vecinos llegaran a Arafo comenzó a llover. Esa noche el temporal fue tan grande que Juan Hernández no pudo dormir, preocupado por el estado de la imagen. Al cantar el gallo se levantó y acudió barranco arriba, aún con lluvia. Al entrar en la angostura dio contra su pecho un pájaro de color pardo oscuro, lleno de lodo y algo mayor que un mirlo, de una especie que nunca había visto. Aprovechando un rosario que llevaba en su mano y lleno de temor lo espantó. Sin embargo, pensó en cazarlo para su hijo al posarse en un brezo, más no pudo y el ave salió volando para no verlo nunca más. Así llegó hasta la cueva en la que estaba depositado el santo y comprobó que permanecía en perfecto estado con su luz encendida y a lo alto, en un lugar conocido como el Saltadero de los Maestrantes, vio el agua manar de una cueva aún más honda. Presuroso acudió al pueblo a comunicar la buena nueva, que fue acogida por los vecinos como un prodigio, pues durante varios años habían intentado desentullar el naciente sin conseguirlo. Además, a pocos pasos de la ermita, encontró medio real que le faltaba para pagar el novenario ofrecido al santo.
La imagen estuvo en el barranco hasta el 9 de octubre de 1751, en que todo el vecindario acudió a buscarla, encabezado por el monje agustino Fray José de Oropesa, y rezando la tercia fue devuelta al templo y colocada en sus andas con la mayor veneración posible. En acción de gracias se le ofreció una solemne función religiosa y procesión al domingo siguiente.
En el Sur de Tenerife, los manantiales de agua, por su rareza, eran bienes muy valorados pues su pérdida o extinción podían suponer la desaparición de las aldeas y pagos que proveían. Por ello, la población atribuye su paralización a fuerzas sobrenaturales, que son las únicas capaces de negar al pueblo la fuente fundamental de su supervivencia y, por los mismos motivos, implora al Creador su devolución, en caso de arrepentimiento. Dentro de la mentalidad religiosa popular, los milagros están siempre expresados por premoniciones y presagios, que son inspirados por Dios, mediante alguna persona devota, en este caso, Juan Hernández Santiago. Así, tras faltarle real y medio para pagar el novenario a San Agustín, halló la cantidad casualmente al lado de la ermita, lo que le sirvió de presagio de gracia; o también el episodio del encuentro con el pájaro, que viene a representar la premonición del fin de la tormenta y el triunfo de la obra divina, a manera de la paloma de Noé.
Llama la atención en este relato que no se acuda a rogar la intercesión de San Juan Degollado, santo bajo cuya advocación se encontraba la ermita, sino a San Agustín, lo que demuestra la influencia en el lugar de Arafo del convento agustino del Espíritu Santo de La Laguna, poseedor desde hacía más de dos siglos de esa agua y tierras que habían sido dadas a cambio de un tributo a los descendientes de Catalina Núñez y Tristán Báez en el siglo XVI.
La comunidad agustina quiso dejar constancia escrita de este suceso, pues acontecimientos de este tipo daban prestigio a una congregación con deseos de afianzarse aún más dentro del panorama religioso canario del siglo XVIII. A instancias de Fray José Oropesa, el notario público Bernardo Marrero levantó un acta en la que relataba el suceso. No obstante el prior del cenobio agustino, Fray Juan Tejera, quiso que se ahondara en la investigación del hecho y así se lo hizo constar al Vicario de La Laguna, el cual decretó que se presentara en Arafo el Beneficiado de la parroquia de Santa Ana de Candelaria y San Pedro Apóstol de Güímar, Cristóbal Alonso Núñez, en compañía del notario Marrero, a efectos de recoger bajo juramento el relato de doce vecinos que presenciaron el episodio. El día 14 de octubre declararon los testigos, aunque desgraciadamente en el archivo parroquial sólo se conserva el testimonio de Juan Hernández Santiago, Francisco Batista, José Hernández y Ángel Batista, los cuales se manifestaron de una forma similar, aunque fue más larga la exposición del primero, principal espectador del acontecimiento.
Así, Juan Hernández Santiago, de unos 44 años aproximadamente, cuenta que la idea de sacar a San Agustín ya rondaba su cabeza desde 1750 y que la imagen del obispo africano era un cuadro antiguo que se conservaba en la ermita. Con respecto al derrumbamiento de tierras dijo que las piedras se extendieron unos ochocientos pasos por el cauce del barranco y que él mismo había trabajado en las cuadrillas de desescombro. Llegaron a hacer un pozo tan hondo intentando conseguir el agua que en él era posible derriscar un perro.
Resulta curioso el episodio de su encuentro con el pájaro que se golpeó contra su pecho pardo y renegrido, extranjero, según su descripción, y que no fuera capaz de reconocerlo. Relata también que la lluvia ahondó más allí donde estaba sepultado el naciente y por último que le faltaba un real y medio de plata para pagar el novenario, encontrándolo casualmente a pocos pasos de la puerta de la ermita.
El siguiente en prestar declaración fue Francisco Batista, de unos 40 años más o menos. Por él sabemos que mientras no se obtuvo agua, los habitantes de Arafo iban a Güímar en busca del líquido elemento. Habla del cambio brusco de tiempo que estaba sereno y calor y al volver al pueblo algunos se mojaron pues se revolvió el tiempo, comenzando a corren unas nubes de la mar hacia el barranco, lo que parece una clara referencia a un temporal del Suroeste. Destaca igualmente el hecho de que la lluvia ahondara más precisamente en la parte que las rocas tapaban el naciente.
Nicho de San Agustín
Los últimos dos relatos, de José Hernández, con una edad en torno a los 50 años, y de Ángel Batista, de aproximadamente 38 años, no aportan nada nuevo a lo ya expuesto. El primero habla también de los ochocientos pasos de extensión que tenía el entullo barranco abajo y de que la lluvia excavó donde más cubierto estaba el naciente. Sus expresiones eran bastante elocuentes cuando hablaba de las piedras caídas: considerar el alto que dicho entullo en la madre tenia, el que quiso dios, o también se refería a aquellas como tamaños riscos como no se pueden preponderar. Y con respecto al prodigio dijo que ni todo el mundo era capaz de haber hecho lo que la providencia divina hizo por la intercesión del señor San Agustín. Lo más interesante de la declaración de Ángel Batista, que no se conserva entera, es su afirmación de que el agua del naciente de Añavingo era suficiente para el abasto del lugar.
El carácter sobrenatural que tomó el hecho de la recuperación de las aguas de Añavingo, hizo que en determinados momentos se reeditara esta peregrinación como acción de gracias, tal y como ocurrió en 1871, después de que la viruela desapareciera de Arafo, para lo cual la calle principal se adornaba con ramas de brezo, aceviño o laurel. A finales del siglo XIX o principios del XX se abrió un nicho en la pared del barranco y se depositó una pequeña imagen que en determinados momentos se trasladaba hasta la iglesia parroquial. A esas primeras bajadas de San Agustín acudían los pastores con sus lanzas y varias personas hacían sonar los bucios. Se improvisaba un pequeño altar a la altura de los chorros del tanque y se oficiaba la misa con acompañamiento de la banda de música. Era habitual también que el molinero Antonio Marrero García recitara unas loas alusivas al santo desde la casa del antiguo molino. Además, al ser cañero de la comunidad Añavingo se encargaba del cuidado de la imagen y de encenderle su luz; no obstante el repintado de la misma lo hacía el artista local Andrés Rodríguez Fariña.
La bajada coincidía siempre con el verano; la mayor parte del vecindario esperaba al santo en la Canal Alta y cargaban comida y bebida en burros y mulos, siendo acostumbrado el convite entre los asistentes. En la de 1945 actuó la banda Nivaria, aunque por esos años el festejo nunca tuvo una periodicidad definida. Durante la década de los setenta y ochenta del siglo XX se celebraron varias bajadas organizadas por el Casino Unión y Progreso y por comisiones vecinales. Las bodegas de la zona eran abiertas por sus propietarios y se colocaban asaderos de sardinas en puntos estratégicos. Las últimas tuvieron lugar en los años 1984, 1989, 1993, 1997 y 2001, al coincidir con el 250 aniversario del “milagro” y como promesa de los vecinos del barrio de la Cruz del Valle.
Bajada de 2009 (Photowebcanarias)
Extractado del libro del autor del artículo Historia de Arafo. La imagen de portada es de la edición de este año y pertenece al Ayuntamiento del municipio.