Don Alfredo López Dorta, natural de Valle Guerra (La Laguna, Tenerife), nació en enero de 1932; a sus 80 años de edad practica tanto ejercicios físicos como mentales, le gustan los crucigramas: cuanto más difíciles, mejor. Su vida de jubilado la pasa junto a su esposa en Los Gigantes; allí preside el Centro de la Tercera Edad “Amelia Martín” del Puerto de Santiago.
Procede de familia campesina; su padre, don José López Pérez, quien era aficionado a la mecánica y después fue a lo que se dedicó, le contaba que mi abuela era muy estricta, cada uno de sus hijos tenía que trabajar su trozo de tierra; y mi padre, como le gustaba la mecánica, con su trabajo pagaba a un peón porque se lo exigía los padres, la parte suya la hacía un peón. En el año 1939 se vinieron a La Laguna y arrendaron las tierras de Valle Guerra; seis años después retornaron al campo: porque la posguerra fue muy dura.
Su madre, doña Francisca Dorta López, le contó que en los años, por el 17 o 18, cuando la Primera República, hubo una gran sequía, como siete años sin llover, eso se llevó por delante mucha gente y animales (...). Muchos emigraron, se fueron a Cuba, yo tengo tíos en Cuba que se fueron y nunca más se supo nada de ellos. De los que quedaron aquí, que fueron tres hembras y un varón, pusieron una panadería, iban caminando desde Valle Guerra al Puerto de la Cruz con las cestas de pan a la cabeza (su abuela y tías) y las traían cargadas de otras cosas, era el trueque (...). En ese tiempo fue Arafo y Güímar casi los que fueron los abastecedores de Santa Cruz y La Laguna, venían los camiones con papas, yo iba con mi cestita y el dinero y no pude llegar al camión, la gente me pasaba por encima (...); de regreso, cuando iba por La Concepción, me encontré con un camión con chicharros y con el dinero que tenía compré la cesta llena de chicharros (...), estuvimos comiendo chicharros durante tres días.
También relató algunos recuerdos de su madre: a pesar de todos los trabajos que pasó la pobre, murió a los 93 años, se acordaba de todos, nos hacía un bizcochón por el cumpleaños (...) éramos seis varones y una hembra. A Maestro Alfredo le tocó vivir su infancia en una época de verdadera crisis: ahorrando perrita a perrita, era para la Fiesta del Cristo, después me las gastaba todas el primer día...
Toda su vida ha sido un reto. A principios de la década de los años cincuenta, don Alfredo, con su hermano Filemón Esteban, abrieron un negocio de taller y fundición en la zona de San Benito (La Laguna), Talleres López, muy conocido por la elaboración de las tapas de alcantarillas con la inscripción de T. López; tal es así que entre su propia familia bromeaban diciendo que era el apellido más pisoteado de La Laguna.
El taller tenía dos especialidades: reparación de motores de coches y camiones y reparación y fabricación de piezas. En el año setenta y uno nos separamos, él se quedó con la fundición y yo con el taller. Fue en el año ochenta y uno cuando hice la sociedad (...). El taller se llama TALOMEREC, quiere decir: Talleres López, Mecánica y Rectificado.
Aunque pudo estudiar hasta los 14 años, don Alfredo siempre quiso saber más, mucho más, de forma incansable. Su inquietud hizo que fuera muchas veces a la Feria de Barcelona, dedicada a la metalurgia; en ella no sólo veía las novedades fruto de la imaginación de ingenieros en la materia; además, conoció a muchas personas interesantes, coincidiendo con una academia francesa que, a su vez, estaba relacionada con una imprenta que hacía catálogos de motores. Esa academia le ofreció hacer los cursos y con ello consiguió un título de una especialidad que no existe en España, la de Ingeniero Metalúrgico.
Su curiosidad y sus ansias de aprender, cada día algo más, lo hicieron viajar por muchos y lejanos países: Lo que me mantenía era la afición... llegué a ir a Japón, Argentina, a Los Ángeles (Estados Unidos); bueno, llegué a Filipinas, siempre a ver talleres y a informarme de todo. Todo ese conocimiento acumulado, aunado a su ingenio, lo hizo creativo, diseñador, capaz de componer y arreglar máquinas que no lo hacían ni las propias fábricas que las producían: hay que saber a la altura a la que está uno, es decir, saberse valorar y, con ello, afrontar los retos que nos pone la vida.
Su inquietud fue tan grande que cada vez que compraba una máquina iba hasta la fábrica donde se hacía para ver todo el proceso: quería meterme en la fábrica y me metí en casi todas. Es que si uno lo ve todo, cuando se avería alguna máquina ya la puedes arreglar, porque conoces todas sus piezas y el mecanismo...
En sus talleres se formaron muchos mecánicos, quienes, posteriormente, pusieron sus propias empresas. Otros empezaron a los catorce años y se jubilaron allí (...) Llegamos a tener hasta treinta y cinco empleados, ya se han jubilado como diez.
Arriba: fachada del antiguo taller. Debajo: antiguos empleados ya hoy jubilados
En los talleres de Maestro Alfredo se han hecho trabajos para casi todas las fábricas de Tenerife: bloqueras, panaderías, etc.; así como multitud de mecanismos para las bombas de agua, desaladoras, pozos, multitud de piezas para reparar maquinaria industrial... Ha desarrollado una mentalidad práctica, diseñando él mismo elementos que hoy se les conoce como minimalistas, destinados a solucionar cuestiones técnicas que, a priori, parecen complicadas y las ha hecho de forma sencilla; parece haberse adelantado a su tiempo, y ya tenía en su mente lo que hoy son tendencias modernistas.
En la imagen de la izquierda podemos ver a don Alfredo junto a una mandrinadora de bloques moderna, pero que es una réplica de la antigua máquina que tenía en San Benito. En este tipo de talleres los trabajos son de alta precisión, se trabaja con unidades de centésimas de milímetros. Sus clientes habituales son los mecánicos, empresas...
De los antiguos trabajos. En el pasado número de esta revista, la 69 edición, en las páginas que van de la 3 a la 7, se publicó íntegramente el discurso del Doctor en Historia Manuel J. Lorenzo Perera: Homenaje a personajes ilustres de San Benito, gente del Pueblo, habiendo sido uno de ellos el laureado y apreciado Maestro, don Alfredo López. El mencionado texto aborda someramente parte de la vida y trabajo de don Alfredo.
Dentro de los diferentes apartados que procesaban en el taller había bombas de agua, los componentes de depuradoras, bloques de motores, todo tipo de tornillajes para maquinarias, los encargos que le hacían de fábricas, mecánicos, y un largo repertorio de elementos que tuvieron que salir de la imaginación creativa del Maestro... Uno de los más llamativos por sus detalles, fueron los hornos de pan, para dulces...: Juan Cachila era especialista para hacer hornos, nosotros hacíamos los herrajes; la puerta de guillotina con un brazo y un contrapeso para poder abrir la puerta a la altura que se quisiera (abrirla un poco para poder ver y que no perdiera calor), el contrapeso hacía que se quedara fija.
Afortunadamente queda algún horno íntegro como el que tuvimos la oportunidad de visitar, donde hoy está situado el taller de mecánica de automóviles SUMAC, en el camino de Las Gavias. Este horno mantiene todos los elementos; de hecho, el dueño del taller, don Jesús Rodríguez Viera, comentó que años atrás había horneado un cochino. El hogar se ponía en un costado del horno, allí iba la leña o carbón. Tenía una reja y una gaveta, cuando se abría la gaveta caía la ceniza porque debajo estaba el cenicero (...).
Otro de los artilugios del horno es la linterna, situada en el lado opuesto del hogar o leñera, que contaba con un bombillo que iluminaba el interior del horno cuando fuera necesario y así observar el proceso de cocción de los dulces, pan... Los hornos también disponían de una chimenea en un lateral, también con una chapa que se podía desplazar para regular la temperatura en la bóveda.
Debajo: Interior del hogar
Talomerec en la actualidad. Hoy es su hijo José López quien regenta el taller. Desde el año 2006 que se cerró la antigua sede en San Benito, se han trasladado a la nave 7 del edificio Star en Los Rodeos (Carretera General del Norte, km 2), una zona de talleres especializados; próximo al suyo está situado otro destinado a la reparación de piezas de aviones. El local cuenta con una superficie de algo más de 900 metros cuadrados, pero han colocado las oficinas en lo alto, con lo cual toda la superficie está destinada al taller. Sus clientes siguen siendo los mecánicos, las fábricas, empresas, fincas o particulares que quieran montar una desaladora, bombas de agua, etc. Aún hoy, con la situación económica que estamos atravesando, estos talleres mantienen 23 empleados, afanados en complacer a sus clientes como ha venido siendo su línea de trabajo desde los inicios.
En la actualidad
Interior de la linterna
La bóveda es de planta semicircular: para repartir bien el calor uniforme, tiene como dos metros de fondo y ladrillo refractario. Debajo, puerta con receptor y el brazo donde se enganchaba el contrapeso (izqda.); vara para enganchar el contrapeso (centro); interior del hogar (dcha.).
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Este artículo fue previamente publicado en el número 70 de la revista El Baleo.