Revista nº 1040
ISSN 1885-6039

La Casa Parroquial de San Mateo: la dádiva de un párroco. (I)

Martes, 12 de Noviembre de 2013
Pedro Socorro Santana (Cronista Oficial de la Villa de Santa Brígida)
Publicado en el número 496

Francisco Pérez Alvarado regresó en 1837 a su pueblo natal para convertirse en el sacerdote que más tiempo ha permanecido al frente de la iglesia y en el mecenas que antes de morir donaría su residencia habitual para que sirviera de morada a los párrocos venideros.

 

 

Hay vidas que nacen para ser buenas y respetables y al servicio de Dios. Después de cinco años como párroco en el municipio vecino de Valsequillo, Francisco Pérez Alvarado (1804-1889) regresó en 1837 a su pueblo natal para convertirse en el sacerdote que más tiempo ha permanecido al frente de la iglesia de San Mateo (Gran Canaria) y en el mecenas que antes de morir donaría su residencia habitual para que sirviera de morada a los párrocos venideros. Ésta es la historia de un cura y de la casa parroquial.

 

La Casa Parroquial. Próxima a la parroquia de la Vega de San Mateo y a la plaza pública se levanta una casa que en otro tiempo fue la residencia habitual de Francisco Pérez Alvarado. Se trata de la actual Casa Parroquial, una edificación tradicional que es una muestra de la sencilla arquitectura doméstica de La Vega y de su patrimonio monumental. La casa, con dos pisos, se asoma a un lateral de la iglesia a través de una sola ventana, desde donde parece posible tocar con las manos las campanas de la cercana torre.

 

Es una casa grande, de suelos de madera, aunque alterada por dentro en sus elementos originales, pues el nuevo párroco de San Mateo, Agustín Domínguez Domínguez, realizaría una gran reforma a comienzos de 1904. Para entonces el inmueble presentaba un estado «muy ruinoso y deteriorado, de tal modo que para que pueda ser habitada se necesita una restauración o reedificación completa»1, según aseguraba el nuevo inquilino de la casa. Entre otras acciones, se cerraría una antigua galería de madera de la planta alta que miraba hacia la huerta, se mejoraría la cubierta y los suelos se renovarían con baldosas hidráulicas ajedrezadas, salvo el primer tramo del zaguán, que sigue siendo de cantería. El mismo, que parecía largo y luminoso, contaba con dos habitaciones en los extremos. La más próxima a la puerta principal servía de recibidor o sala de recibir visitas, hoy destinado al archivo municipal. Al fondo del pasillo estaba el patio con helechos colgantes y macetas plantadas, de donde partía una escalera de madera, y hierro forjado, que llevaba a la planta superior.

 

Panorámica de la Casa Parroquial de San Mateo, segunda por la derecha, donada por el párroco Francisco Pérez Alvarado.

A la derecha, una vista del interior de la Casa Parroquial, con la escalera de madera (P.S.).

 

Vista de la fachada trasera que da hacia el barranco de Los Chorros y que es la más interesante,

en cuanto a la conservación de la tipología inicial y los materiales

 

El cauce del barranco de Los Chorros limitaba la vivienda por su parte trasera, por lo que en el momento de construirse debió sortearse un cierto desnivel dado que se encuentra en el mismo borde del barranco. Tipológicamente constituye un buen ejemplo de vivienda autosuficiente, en tanto que posee en la parte trasera su propia huerta, un horno de pan y unas vistas maravillosas al cauce. 

 

Fachada hacia la C/ Párroco Antonio Gil y vista del corredor de acceso hasta el patio de la edificación

 

Vistas de la escalera principal y del corredor de planta baja (Ayto. San Mateo)

 

La donación. Esta casa fue adquirida a mediados del siglo XIX por el párroco Francisco Pérez Alvarado a su regreso a la Vega de San Mateo por compra al acomodado comerciante Mateo Rodríguez Gil, quien había sido Alcalde en 1877 y Concejal de la Corporación Municipal durante muchos años. Don Francisco Pérez deseaba tener una morada propia, apacible, muy cerca de la iglesia en donde iba a desempeñar su labor espiritual, así como una pequeña huerta donde plantar y entretenerse, pues debía ser muy fuerte la atracción de la tierra para quien desde pequeño se había pasado la vida inclinado sobre ella. A su muerte, esta casa (o su valor) sería donada por este sacerdote olvidado, quien también regalaría a la ermita de San Bartolomé de Las Lagunetas una suerte de tierra donde llamaban La Yedrecilla. Pero ¿quién era este bondadoso y acaudalado religioso? Empecemos por el primer dato.

 

El 3 de noviembre de 1804 nace en la Vega de San Mateo Francisco Pérez Alvarado, siendo bautizado cinco días después en la parroquia de su pueblo natal. Juan Antonio Pérez Guerra y María del Socorro Alvarado Medina son sus padres, y es el padrino de esta sencilla ceremonia religiosa su abuelo paterno, Ignacio José Pérez Magás, que había casado con María del Carmen Guerra Peñate, vecinos todos de ese lugar. La familia era apreciada y respetada en la sociedad local, dedicada a las labores agrícolas.

 

El cura regente Diego Pineda redactó así la partida de bautismo del nuevo cristiano, que será el mayor de cuatro hermanos y que con el tiempo se convertirá en el cura párroco más duradero de la historia de La Vega:


En esta parroquia de S. Mateo a ocho del mes de noviembre de mil ochocientos y quatro años Yo el Ynfranscrito Párroco bapticé puse óleo y Crisma a Francisco Antonio que nació el tres de dicho mes, hijo legítimo de Juan Antonio Pérez y María Alvarado; Abuelos paternos Ygnacio Pérez y María Peñate; Maternos Joseph Alvarado y María Medina, todos naturales y vecinos de aquí; Padrino Ygnacio Pérez, abuelo paterno, quien fue advertido de la obligación y parentesco y lo firmé.

Diego Pineda2.

 

Desde su niñez Francisco Pérez Alvarado irá a vivir a Teror para ser criado y educado a la sombra de su tío el presbítero Vicente Pérez, de quien probablemente tomaría ejemplo para emprender el camino eclesiástico. En la villa mariana cursa la enseñanza primaria y al alcanzar la madurez no tardó mucho en discernir acerca de su futuro. Así que el 7 de febrero de 1825 tomó una decisión que puso en práctica de modo inmediato: ordenarse presbítero. Para ello, su padre Juan Pérez, vecino del pago de Las Lagunetas, decide apuntarlo al Seminario Conciliar de Las Palmas y pedir una beca para hacer realidad los deseos de su hijo de «perfeccionarse en los estudios propios».

 

En cuatro años colmó sus aspiraciones, pues el 19 de diciembre de 1829 fue ordenado presbítero. En su época, para poder recibir las órdenes sagradas los aspirantes debían demostrar, además de su vocación, moralidad y costumbres religiosas, el poseer bienes suficientes para mantener con dignidad el estado eclesiástico. Por tal motivo se ordenó gracias a un título de patrimonio vitalicio que le hizo su padre, donando a la Iglesia una suerte de tierra y agua en el paraje de Las Peñas, en Las Lagunetas.

 

Apenas dos meses antes de ordenarse, don Francisco Pérez comenzó a desempeñar el destino de Catedrático de Filosofía del Seminario por espacio de tres años, hasta mayo de 1832. Luego se establece en el pueblo de Valsequillo, donde pasó a desempeñar el cargo de cura ecónomo de la parroquia, tras haber sido nombrado el 24 de abril de ese año. En el vecino pueblo estuvo hasta los últimos días de mayo de 1837, cuando retornó a su pueblo natal para hacerse cargo de su parroquia. Tenía 33 años.

 

Cura párroco de San Mateo (1837-1889). A partir del 29 de mayo de 1837 lo vemos, por tanto, figurar al frente de la iglesia de La Vega, consagrándose de lleno a su parroquia. Como cura ecónomo estuvo dos décadas y como cura propio y mayordomo de fábrica, encargado de las obras de mejora, a partir de 1857. Será el sexto párroco y estará al frente de la misma la friolera cantidad de ¡43 años!, rubricando con su firma los libros parroquiales al menos hasta el 31 de enero de 1880, pues ese año, por motivos de su avanzada edad, será sustituido por el nuevo cura regente Manuel Morales Caballero. No obstante, don Francisco seguirá ejerciendo aún los cargos de cura propio y mayordomo. Se convertirá, por tanto, en la persona que más tiempo ha permanecido rigiendo la parroquia en la historia de San Mateo, aunque en los últimos años de su magisterio recibirá la ayuda de varios coadjutores y sacerdotes que pasaron por la iglesia: Juan Valls Roca, Antonio Moreno Marrero, José Peraza Barrios y el citado Manuel Morales Caballero.

 

Fue don Francisco un sacerdote generoso y desprendido, desarrollando en el pueblo una gran labor social, la mayor parte de las veces a costa de su propio peculio. En el verano de 1851, en plena epidemia del cólera morbo en la Isla, prestó su apoyo y su ayuda a los enfermos y moribundos a los que no les quedaba más medicina que la esperanza. En aquellas jornadas infaustas, don Francisco formará parte de la Junta Local de Sanidad de aquel pequeño pueblo del interior y se desvivirá llevando la extremaunción o la comunión a los enfermos de los barrios y pagos lejanos, montado en una bestia y precedido por un hombre que portaba un farol y tocaba una campanilla. Un consuelo espiritual que él administraba con dramática solicitud a los enfermos que agonizaban en sus lechos o a los que caían exhaustos en medio de los caminos. Según él mismo escribiera al Obispado, fallecieron 88 vecinos, 10 de ellos forasteros que se refugiaron en la Vega de Arriba, como el caso de Catalina Medina, esposa de Domingo Nieves, que había abandonado apresuradamente la ciudad, cayendo abatida en el pago de Cueva Grande, cuando se dirigía al sureño pueblo de Tirajana. Será la primera víctima del mortal enemigo, y allí mismo recibiría sepultura dando lugar a que el paraje fuera conocido a partir de entonces con el topónimo de la Vuelta de la Muerta3.

 

Después de aquella experiencia inolvidable la devoción de la feligresía no paró de crecer en el pueblo. Como curiosidad, en la Semana Santa de 1862 el párroco puso en práctica en el pueblo la procesión de las distintas estaciones del Vía Crucis (Camino de la Cruz), según él mismo manifestara, «llevado de su devoción a la Pasión y muerte del Divino Redentor»4.

 

Uno de los pasos del Vía Crucis de la Parroquia de San Mateo

 

El nuevo acto de palabra, silencio y canto tuvo una gran participación por parte de la feligresía, lo que le obligó a pedir la debida autorización canónica al Obispado quince años después. Unos pasos que se han mantenido tradicionalmente hasta el día de hoy, sobre todo el Viernes Santo, y que la prensa de los años 30 del pasado siglo reflejaba.

 

Para los de esta comarca y aún para muchos pueblos de la Isla no es un secreto la solemnidad con que los vecinos de este pintoresco e importante pueblo celebran su Semana Mayor. Este año, dado el celo y actividad que ha desplegado el párroco don Antonio Gil, con la cooperación de significados hijos de esta localidad, todos los actos prometen revestir el máximo esplendor, superando a años anteriores, tanto en el interior del templo parroquial como en las suntuosas procesiones que tendrán lugar los días 14, 17, 18 y 19 con los “pasos” acostumbrados, a los cuales contribuirán [sic] a dar realce la afamada banda de música de este pueblo, tantas veces aplaudida por propios y extraños. Con tal motivo, la religiosidad de los habitantes de San Mateo, en varias veces demostradas, se va agigantado más y más ante la perspectiva de tan fastuosas solemnidades5.

 

Renuncia al cargo de cura regente. Ya en los últimos años de su vida, con problemas de vistas, don Francisco será sustituido por el coadjutor catalán Pedro Bertrana Masramón en el cargo de párroco de San Mateo. El nuevo sacerdote había nacido en San Baudilio de Llusanés, diócesis de Vich (Barcelona), y su primer destino en Canarias fue la parroquia de San Matías en Artenara, pueblo cumbrero del cual solicitó su cese por lo riguroso del clima. Era don Pedro Bertrana bastante severo en el cumplimiento de la doctrina cristiana y mostraba una actitud intransigente y condenatoria contra la corriente espiritual de la masonería, tan en boga en aquellos años de finales del siglo XIX en los que, de un modo discreto, iba calando en los pueblos del interior de la Isla.

 

El 6 de junio de 1883, a punto de cumplir los 80 años, don Francisco cree que ha llegado el momento de delegar sus últimas responsabilidades al frente de su amada parroquia, dedicándose sólo a decir la misa y a prestar el sacramento de la confesión. Una carta suya al obispo Pozuelo expresa su deseo de que Pedro Bertrana, que había sido ascendido de coadjutor a cura párroco, asumiera también la mayordomía:

 

Convencido V.E.Y. de la imposibilidad en que se hallaba el párroco que suscribe para desempeñar debidamente su ministerio a causa de su avanzada edad, y sobre todo, por la falta de vista, tuvo a bien V.E.Y. revestir al coadjutor de esta parroquia con el carácter de cura regente, poniendo a cargo del mismo el archivo y expedientes matrimoniales con todo lo concerniente a lo espiritual, dejando a cargo del párroco la mayordomía de Fábrica y todo aquello que se refiere al gobierno material de la Parroquia, desempeñando cada uno su cometido hasta el presente.

Pero convencido el párroco que con tal orden de cosas no marcha bien el gobierno de la Iglesia porque por su falta de vista no puede ver las faltas de sus ministros y demás servicios y el regente, por referencia o por juzgar quizás que no es de su incumbencia, hace caso omiso de estas faltas sin poner el debido correctivo.
Por todas estas consideraciones cree el párroco que el Gobierno material de la Iglesia, con su mayordomía de Fábrica debe pasar al señor Cura Regente y se lo suplica a V.E.I  para que este pueda hacer y deshacer en aquello que crea más conveniente, y dejar al párroco sin más obligación que decir misa y a quedar en el confesionario según se lo permitan los achaques que son consiguientes a los ochenta años, de los que ha pasado cincuenta y uno en el ejercicio del Ministerio parroquial y por lo mismo acreedor quizás de algún descanso
6.

 

Don Francisco se quedaría celebrando algunas misas y los cantos de maitines a primera hora de la mañana, que atraía a la sencilla casa de oración a las mujeres del pueblo, ataviadas con mantillas blancas, tal como observara la incansable viajera inglesa Olivia M. Stone cuando, acompañada de su marido John Harris, fotógrafo, visita la iglesia el martes 20 de noviembre de 1884 y publica la siguiente impresión en su conocida obra Tenerife y sus seis satélites.

 

Mucha gente asistió a los maitines esta mañana; había treinta mujeres, tres hombres y un muchacho. Las mujeres llevaban mantillas blancas y sólo se veían algunas negras. Una estaba arrodillada con un jato junto a ella y todas parecían muy pobres. Estaban arrodilladas sobre el tosco piso de piedra de la única nave y el sacerdote musitaba las oraciones en un altar lateral. Las paredes son blancas y el techo, de madera. Las paredes del presbiterio están empapeladas en rojo y tienen cortinas7.


 

Notas

1. AHDLP. Solicitud del párroco Agustín Domínguez, de fecha 12 de enero de 1904. Fondo: Documentación relativa a la Parroquia de San Mateo, hoja suelta. La reedificación fue tasada por los peritos en unas 10.000 pesetas de la época. Los trabajos comenzaron en los siguientes días.

2. APSM. Libro I de Bautismos de la Parroquia de la Vega de San Mateo, f. 79.

3. RODRÍGUEZ SUÁREZ, P.: «La Vuelta de la Muerta», en la revista Legados, nº 1, junio de 2006, Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de la Vega de San Mateo.

4. AHDLP. Carta del párroco Francisco Pérez al Obispo de Canarias, de fecha 6 de febrero de 1877. Caja de documentación de la parroquia de San Mateo. El 7 de febrero de ese mismo año el prelado otorgó la gracia pedida.

5. El Defensor de Canarias, 8 de abril de 1935.

6. AHDLP. Carta del párroco Francisco Pérez al Obispo de Canarias, de fecha 6 de junio de 1883. Caja de documentación de la parroquia de San Mateo.

7. STONE, O.: Tenerife y sus siete satélites. Tomo II, págs.123-124.

 

 

 La foto de portada es el casco antiguo de la Vega de San Mateo en torno a 1890 (Fotógrafo: Luis Pérez Ojeda).

 

 

Noticias Relacionadas
Comentarios