Nicolás Estévanez Murphy ejerció una actividad intelectual como escritor bastante interesante. Dentro de esa actividad se conoce más la de poeta que la de prosista. Se le adscribe a la Escuela Regionalista de La Laguna (Tabares Bartlett, Antonio Zerolo, Guillermo Perera, Domingo J. Manrique...), que se caracteriza fundamentalmente por la exaltación del pasado indígena y de la naturaleza canaria. De hecho, a mucha gente le viene a la mente la parte del poema Canarias de donde esta Asociación* ha tomado su nombre (“Desde la sombra del almendro”): “Mi patria es de un almendro / la dulce, fresca, inolvidable sombra”. Ahora nos dicen que el almendro es una planta no autónoma, pero debe haber sido introducida muy temprano después de la conquista, ya que nuestro primer gran poeta Cairasco de Figueroa cita el término “almendra” y “almendros” en dos de sus cantos de su santoral; hay que decir que no está describiendo ningún elemento canario, aunque el verso donde está el almendro, contiene “almendros, cañas dulces y ceresos”.
Ya sabemos cómo Unamuno habló con cierta ironía de estos célebres versos, de lo cual se retractó al final de su vida. La faceta política de Estévanez, y sus ideas de la conformación del Estado, no se avinieron con lo que España era y sigue siendo. Todavía hay quien no sabe distinguir entre ideales de un hombre y su obra, y el desprecio por unos le lleva al desconocimiento y desprecio de la otra.
Decía que de su faceta de hombre de intelecto es más conocido como poeta, pero también escribió mucho en prosa; y en esta forma sobresale la práctica de la crónica periodista. No estaría mal reunir todo lo que escribió en el periódico republicano El Nuevo Régimen, bajo el título de “Croniquita parisiense”. Algunas características de su manera de enfocar los problemas, e incluso de escritura, se pueden rastrear en los escritos de Franchy y Roca y en los de Alonso Quesada.
***
Como traductor se ganó la vida en su destierro parisino, donde trabajó casi a destajo y en condiciones de esclavo en las traducciones que le ofertaba la casa Garnier. En esa faceta de traductor, hay obras grandes, como la Geografía universal de Grégoire, y obras más pequeñas como Los caracteres de Teofrastro. Incluso hay una traducción de las Fábulas de Lafontaine.
Sus traducciones son curiosísimas, sobre todo las de obras de pensamiento, en las que amplía o resume, o anota dando su opinión personal sobre las cuestiones que traduce, orientando a sus lectores hacia sus ideas.
Uno de sus escritos periodísticos se titula precisamente “El traductor”. En él recuerda un epigrama que un amigo suyo dedicó a un Académico de la Española, “muy dado a traducciones clásicas, bíblicas y portuguesas”. Dice: “¿Sabes tú por qué lloraba / el profeta Jeremías? / Porque ya profetizaba / que tú lo traducirías.” Luego sigue echando pestes de lo mismo que él hacía. Tampoco deja bien parado a los editores. Dice: “Cuando un editor dice que un libro es bueno, debe entenderse que tiene buen papel, que está bien encuadernado o que le deja un beneficio del 85 por 100.”
Tradujo obras de Grimm (Narraciones y leyendas), Andersen (Cuentos), Walter Scott (El abad, segunda parte de El Monasterio; La linda moza de Perth o El día de san Valentín), Corneille, La Bruyère, Cyrano de Bergerac (Historia cómica de lo estado e imperios de la luna y del sol), Diderot (El sobrino de Rameau, Obras escogidas de Diderot), Sainte-Beuve (Galería de escritores célebres); Séneca (Obras escogidas de Séneca); Aristóteles (La política), Antero de Quenthal (varios poemas), Rodolphe Töpffer (Los viajes escolares; precedidos de una noticia por Sainte-Beuve), Montesquieu (El espíritu de las leyes. Grandeza y decadencia de los romanos); Cicerón (Obras escogidas); Tolstoi (Katia).
En la Antología de líricos ingleses y angloamericanos, de Miguel Sánchez Pesquera (1916-1924), aquel juez venezolano que ejerció en Las Palmas, se pueden ver traducciones del inglés de Estévanez. De Émile André tradujo Manual de esgria:m florete, espada y sable; de Boutet, traduce Pasteur y sus discípulos. Historia abreviada de sus descubrimientos y doctrinas; de Émile Debeaux, Los porqué de Susanita; de Louis Desnoyers, Aventuras de Roberto y de su fiel compañero Baltasar Lavena; de L. Grégoire, Nueva geografía universal; de Desiré Lacroix, Historia de Napoleón; de Gréville, H., La Mamselka, novela de costumbres; de André Saint Lu, Juicios y estudios literarios; de G. Le Rouge y G. Guitton, El globo dirigible.
Publica también obras de tipo didáctico, como El álbum de los niños; Lecturas americanas. Nuevo curso gradual para uso de las escuelas; Miscelánea de ciento treinta lecturas. Otros títulos son Quisicosas: traducidas y aumentadas, La familia desconocida. Página de historia natural.
Momento de la intervención del autor en el acto conmemorativo
Alonso Quesada, con uno de sus pseudónimos no ventilados, por 1914, cita en un momento un párrafo de Los Caracteres de Teofrasto que está tomado de la traducción de Nicolás Estévanez de la versión que había hecho en francés La Bruyère: Los Caracteres de Teofrasto traducidos del griego con Los Caracteres o Las Costumbre de este siglo por La Bruyère. Con un juicio de Sainte-Beuve. Obra traducida de la última edición francesa por Nicolás Estévanez (París, Casa Editorial Garnier Hermanos, sin fecha [1890]). En la página 53, “De las obras de ingenio”, aparece la cita que transcribe Rafael Romero travestido. El párrafo entero dice: “Todo está dicho y se viene demasiado tarde después de más de siete mil años que existen hombres y piensan. Sobre lo concerniente a las costumbres, lo mejor y lo más bello ha sido ya recogido; no se hace más que espigar siguiendo a los antiguos y a los hábiles entre los modernos.”
***
Buena parte de la obra de Nicolás Estévanez se puede leer en El Museo Canario, y en diversos centros, aunque en estos no abundan los títulos. Es curiosa la no existencia de obras suyas en otras “distinguidas” bibliotecas de Las Palmas.
Como he citado al pensador francés La Bruyère, quiero terminar con lo que dice al final de su traducción de Los Caracteres de Teofrasto, tal como se encuentra en la traducción de Nicolás Estévanez: “Si no placen estos Caracteres, lo extrañaré; y si placen, lo extrañaré lo mismo.”
Si la obra de La Bruyère y la de Teofrasto han tenido y tienen la virtud de poder molestar a quienes se ven retratados en ellos, una gran parte de las notas “guiatorias” de Nicolás Estévanez a sus traducciones puede surtir el mismo efecto. Quizás esa sea una de las causas de su ausencia en los plúteos bibliotecarios, y no solo de su isla natal.
No estaría de más leerse, aquí y ahora, con lo que nos está cayendo, esos Caracteres teofrastinos. Solo les cito algunos de sus títulos: Del disimulo, de la adulación, del impertinente, de la rusticidad, del complaciente, del bribón, del gran charlatán, del proveedor de noticias, de la desvergüenza causada por la avaricia, del ahorro sórdido, del importuno, del servicial, de la estupidez, de la brutalidad, de la superstición, el descontentadizo, del hombre sucio, de un hombre incómodo, de la necia vanidad, de la avaricia, de la ostentación, del orgullo, del miedo o de la falta de valor, de los grandes personajes en una república, de la instrucción tardía, de la maledicencia.
* Se refiere a la Asociación Cultural Desde la Sombra del Almendro, organizadora de los actos de conmemoración por el 175 Aniversario del nacimiento de Nicolás Estévanez, marco en el que fue leído este texto de nuestro colaborador.