Pudimos disfrutar de un minucioso e impagable trabajo que, como muy acertadamente Carlos Rodríguez Morales definió en el Pregón de este año, convirtió al municipio en "un bosque gótico", sembrado de arcos como "árboles que despuntan en formas y colores inagotables. Flores gigantes. Paredes y alfombras de líquenes. Un místico jardín cerrado. Mazo crea con sus manos un Jardín de las Delicias, lo siembra en su propia tierra y de sus propias semillas”. Sin duda, una bella imagen. Para mí, una de las mejores que me regala cada año el pueblo donde nací.
La lluvia no fue suficiente para detener tantas manos artesanas que hacen de la sencillez y elegancia arte. Volvimos a vivir (esta vez más que una madrugada fue una mañana) momentos inolvidables y “pasados por agua”. Pero, aun así, se “plantaron” los arcos de todos los barrios, se pusieron las alfombras y se colocó el tapiz de la Plaza. Y Mazo, entre paraguas, carpas, chubasqueros, sonrisas y preocupaciones, y con la total entrega de su pueblo, volvió a demostrarnos a todos por qué el Corpus es su fiesta grande.
Tras una noche oscura y una mañana gris, los rayos del sol empezaron a hacer acto de presencia, y como “por designios de Dios” iniciamos la celebración de la Solemne Eucaristía con la esperanza puesta en poder recorrer junto al Santísimo las empinadas calzadas. Y así fue. Las campanas anunciaron al pueblo que la “custodia” recorrería sus calles para ser alabada y bendecir el trabajo de muchas horas de dedicación y entrega. Un trabajo generoso y hecho desde la devoción. Que recoge de la grandeza de la artesanía de un pueblo y también de la unión de sus gentes.
Para lo macences, y me atrevería a decir que cada vez para más gente, el Corpus en Mazo es algo más que una simple fiesta. Se trata del fiel reflejo del sentir de un pueblo. Un pueblo que se une y trabaja conjuntamente, aprovechando la gran riqueza de la tierra y la inagotable creatividad humana para hacer un verdadero homenaje de fe.