Desde el siglo XVI, los flujos comerciales y culturales entre América y Europa traen a Canarias gran número de semillas y cultivos que, como el millo, echan raíces en el agro isleño. Muy presente en la gastronomía tradicional y en el paisaje agrícola insular, concretamente de Gran Canaria, la piña y el millo se han convertido en parte inseparable de la cultura insular y del imaginario colectivo. Y es por lo que el Cabildo de Gran Canaria celebraba días atrás, en la Casa de Colón, unas jornadas rotuladas Solo-millo, en las que participó el autor, Francisco Suárez, asiduo colaborador de nuestra revista, con esta nueva publicación que ofrecemos.
Como bien dice el investigador en el pórtico de entrada:
El gofio fue una de las primeras transformaciones agroalimentarias de la economía aborigen canaria, para ello los cereales tostados se molturaban con morteros de piedra y molinillos de mano.
En los primeros años de la Colonización, la nueva sociedad colonizadora introdujo desde los reinos hispánicos y Flandes nuevos conocimientos sobre artilugios hidráulicos y eólicos para la fabricación del gofio y harina, a lo que se unió una nueva materia prima traída del Nuevo Mundo: el millo. A su vez se transfirió desde nuestras Islas a estas tierras de Ultramar tecnología molinar y algunos elementos de la misma como piedras de molino.
A tal efecto, pretendemos explicar desde una amplia visión geográfica e histórica la evolución de la industria molinar insular con los diversos artilugios y sus fuentes energéticas: la sangre, el agua, el viento, el fuego, la electricidad… que experimentan nuestros molineros a lo largo de cinco siglos, cuyas evidencias físicas conforman uno de nuestros principales bienes patrimoniales: los molinos de gofio.
Foto de portada: molino de agua en una postal coloreada de la Fedac (principios del siglo XX)