8 de julio de 1931: un incendio destruye la sede de la sociedad La Investigadora en Santa Cruz de La Palma. Junto al inmueble, situado donde hoy se encuentra el antiguo Parador Nacional de Turismo, desaparecieron también dos parejas de gigantes adquiridas en Tetuán hacia 1860, y un cabezudo realizado por el sacerdote Manuel Díaz hacia 1863, a modo de personaje bastonero o director de danza. Estas figuras aguardaban la llegada de la Bajada de la Virgen en las dependencias del conocido popularmente como El Casino, momento en el que recorrerían las calles de la ciudad tras ser vestidas y adornadas por las familias que así lo hacían tradicionalmente. Desde los años sesenta del siglo XIX hasta el momento del incendio, este grupo de mascarones había participado siempre en las Fiestas Lustrales.
A raíz del incendio, por tanto, surgieron dos necesidades claras. Por un lado, La Investigadora precisaba una nueva sede, y por otro, la próxima Bajada de la Virgen debía contar con una nueva comparsa. Para resolver este último problema, fueron encargadas cinco figuras a la casa alemana Eilers & Mey, prestigioso establecimiento fundado un siglo antes con sede en Manebach (Turingia, Alemania). Desde allí llegaron a Santa Cruz de La Palma dos pares de cabezas –los dos mascarones conocidos hoy como las Mendoza, así como el Asmático y su gemelo)– y el desaparecido Liputiense. También se encargó a un escultor local, Félix Martín Pérez (Félix Castilla), un segundo personaje bastonero.
La búsqueda de una nueva sede por parte de La Investigadora llevó a esta sociedad a la adquisición de una antigua casona de la calle Pérez de Brito, situada en el lugar donde se encuentra actualmente El Casino. Éste es el escenario que acogió, entre el 5 de julio y el 30 de septiembre, la exposición La Danza de Mascarones en el Casino, organizada dentro del ciclo El Patrimonio Cultural de Santa Cruz de La Palma: la Bajada de la Virgen, promovido por el Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma, la Real Sociedad Económica de Amigos del País de La Palma y el Foro Cívico de la capital palmera, a modo de debate sobre la posible candidatura de la Bajada de la Virgen como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Se trató de una muestra comisariada por la Asociación Cultural Mascarones –sociedad creada en 2011 para difundir y proteger los valores singulares que poseen los gigantes y cabezudos en La Palma– que devolvió al Casino su tradicional relación con los mascarones palmeros.
Una pareja de gigantes vestidos de magos flanqueaban el acceso al Casino, en cuya sala de exposiciones se pudo participar en el recorrido imaginario de una comparsa, gracias a la presencia de figuras antiguas y actuales, paneles informativos y algunos materiales documentales. De hecho, como si un desfile real fuera, la Bruja daba la bienvenida. Se trata del mascarón de 1940, que tradicionalmente abría la comitiva asustando con su escoba a una multitud de niños que se agrupaba a su alrededor. De origen desconocido, probablemente procede de algún taller de la Península.
A continuación, se encontraba el Biscuit actual, realizado en 1990 por Julio Fernández Pérez. No es el único, ya que también estvuvo presente su antecesor, la figura encargada en 1935 a Félix Martín Pérez, y que se conserva en el taller de su hijo, Luis Martín Rodríguez. De esta manera, la exposición contó con los dos personajes bastoneros que han desfilado por las calles de Santa Cruz de La Palma, después de la desaparición del más antiguo en el incendio de La Investigadora. Se trata de una figura emblemática para la capital palmera, no sólo por ser el primer cabezudo del que se tiene noticia en la misma, sino porque del mismo procede el uso del término mascarón con el que hoy se da nombre, de manera genérica, a la comparsa de gigantes y cabezudos de Santa Cruz de La Palma.
Entre ambos personajes bastoneros se exhibió una serie de mascarones del segundo tercio del siglo XX. Estuvieron presentes las mencionadas Mendoza, que en su primera salida desfilaron como gigantes. A partir de 1940, tras la adquisición de dos parejas de gigantes, pasaron a desfilar como cabezudos. Este dúo es uno de los más antiguos, igual que el formado por el Asmático y su gemelo. En representación de ambos, la exposición contó con la presencia de el Asmático.
Estuvo presente también la Luna de Valencia donada en la década de 1950 por el comerciante Andrés Pérez Castro a la Cofradía del Rosario para desfilar en las Fiestas de Naval, y la figura que se utiliza actualmente. El origen de este simpático personaje, de aspecto distraído, debió ser hispanoamericano. Así parece asegurarlo una fotografía del Carnaval uruguayo, en la que aparecen unos curiosos personajes similares a nuestra Luna, imagen que se pudo ver en la exposición. En 1995, debido al frágil estado de la Luna de Valencia, el artesano Luis Martín Rodríguez elaboró una copia en fibra de vidrio, que es la que participa desde entonces en los pasacalles de las Fiestas Lustrales. La pieza original se conserva bajo la custodia de Víctor Díaz Molina (Sosó), quien ha sido uno de los bailadores exclusivos de este personaje.
Cerraba la magia de esta exposición un enanito de Blancanieves, recientemente restaurado por el pintor palmero Miguel Ángel Brito Lorenzo. Aunque se desconoce la procedencia de esta figura, se sabe que llegó a Santa Cruz de La Palma en los inicios de la década de 1950, formando parte de un grupo inspirado en un cuento de los hermanos Grimm —popularizado gracias a la película de animación realizada por Walt Disney Blancanieves y los siete enanitos, en 1937—. El destino de este grupo, igual que el de la Luna de Valencia, era la comparsa de Naval.
Por último, una fotografía de la plaza de Santo Domingo tomada en 1890 o 1895 —disponible en el archivo de la Fundación para la Etnografía y el Desarrollo de la Artesanía Canaria, FEDAC (la que se ve en la cabecera de este artículo)— nos recordaba que tal vez no hemos cambiado tanto durante este tiempo. Desde hace más de un siglo, los mascarones nos invitan a sumarnos a su fiesta.