Revista n.º 1066 / ISSN 1885-6039

El éxodo rural de la Comarca Norte de Gran Canaria entre 1940-1980.

Domingo, 29 de abril de 2012
Ramón Díaz Hernández (Profesor de Geografía de la ULPGC)
Publicado en el n.º 415

En la historia de la isla de Gran Canaria (y en el resto del Archipiélago) no se ha conocido un proceso de cambio de la envergadura igual. Tal es así, y a modo de ejemplo, que todavía en los barrios de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria se mantienen (40 ó más años después del gran éxodo) fiestas y tradiciones de clara exaltación campesina.

Foto aérea de la costa Norte de Gran Canaria.

 

Hace cuasi cuarenta años la isla era otra cosa… los profesores del colegio te llevaban de excursión a Los Chorros (que) era entonces un bosque verde de tierra encarnada entre Firgas y Valleseco. Hoy ya no. Hoy es un restaurante donde te ponen queso tierno y papas arrugadas. Quedan arbolejos, sí, pero no los suficientes para que un niño pueda perderse. Un niño canario tiene pocas posibilidades de perderse en el bosque.

(José A. Alemán, 1989)

 

 

Introducción

Somos conscientes de que el estudio de las migraciones interiores ha sido desplazado por el creciente interés que representan los flujos internacionales de personas y que, por sus propias características, atraen más la atención de la opinión pública en nuestros días. Sin embargo, en el caso que estamos tratando, la movilidad interior acaecida en el pasado en nuestra Comarca Norte, nos permite recuperar la memoria sobre cómo se resolvieron en su día determinadas disfunciones cuando se produjo el desbordamientos en materia educativa, asistencial, sanitaria, déficit de viviendas y graves desequilibrios en el mercado laboral en las zonas de acogida, e igualmente cómo se produjeron los procesos de integración social sin manifestaciones de rechazo especialmente dramáticas. También interesa conocer qué procesos de reajuste social, económico y laboral se debieron acomenter en la zonas de despoblamiento y las secuelas que estos fenómenos dejaron.

 

Partimos de la base de que en estos años la política de desarrollo económico que España llevó a cabo en Canarias era eminentemente selectiva y polarizada; no pretendió resolver desequilibrios ni armonizar crecimiento con desarrollo integral. Su interés, en cambio, se centró más bien en evitar escenarios de riesgo social y político. Los primeros que ensayaron esa estrategia fueron los militares encuadrados en el Mando Económico de Canarias (1941-1946) que luego dejaron en manos de las instituciones públicas locales fuertemente controladas por las organizaciones vinculadas al Movimiento Nacional hasta 1978 como fueron los gobiernos civiles, los cabildos insulares, los sindicatos verticales y los municipios, todos ellos revestidos de un fuerte carácter antidemocrático y centralista.

 

En general, la dinámica emprendida por el Plan de Estabilización (1959-1961) y los diferentes Planes de Desarrorrollo (1963-1973) estuvo presidida por la pretensión de acotar el crecimiento del disperso rural y la sobrecarga demográfica que se acumulaba en los municipios de medianías y costas de barlovento, favorecidos por la etapa reruralizadora de la autarquía (1939-1959). Estos aspectos coincidieron en el tiempo con las mayores dificultades que encontró la emigración isleña en la mayoría de las repúblicas latinoamericanas. Ante una situación de posible insurgencia social en el interior y el agravamiento de las tensiones anexionistas de Marruecos sobre Sidi-Ifni y los movimientos secesionistas en las últimas colonias españolas en África (Guinea Ecuatorial y Sahara), se optó por poner en marcha un vasto plan hidrológico que abasteciera de agua a las áridas tierras de las comarcas Este, Sureste, Sur y Suroeste de Gran Canaria, débilmente pobladas hasta entonces, para reconvertir la anterior agricultura de secano y de escasa empleabilidad en agricultura de exportación (BENÍTEZ PADILLA, 1959). La redención de la mitad oriental de la isla junto a la intención de desarrollar al máximo el sector pesquero con sus industrias conserveras y salazones que, a su vez, dinamizarían la actividad portuaria, reparaciones, astilleros y avituallamiento; desarrollo concentrado de la actividad turística y la construcción en Las Palmas de Gran Canaria, para de esta forma poder reforzar su atractividad1 y potenciar su crecimiento económico y poblacional.

 

 

La desruralización en Gran Canaria entre 1940 y 1980

Siendo tradicionalmente elevados los saldos vegetativos de las comarcas rurales de Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura, sin embargo, obtuvieron un débil crecimiento demográfico entre 1951 y 1960, con una tasa media anual de 1,8 %, con signo negativo incluso entre 1961-1970, en que se alcanzó un -1,5% (MARTÍN RUIZ, 1985). Esta paradoja encuentra explicación en el fuerte éxodo rural que se vivió en las islas orientales en las cuatro décadas bajo examen. Nada menos que 63.057 personas se registraron en los censos y padrones de Las Palmas de Gran Canaria durante estos treinta años procedentes básicamente de Gran Canaria (53.142) y, en menor medida, de Lanzarote (5.821) y Fuerteventura (4.094). Se trata de un masivo extrañamiento de jóvenes y familias enteras que vinieron desde zonas rurales propiamente dichas o de enclaves urbanos de tamaño medio o pequeño con fuerte dependencia de las actividades agraria, ganadera y pesquera.

 

La crisis del sector primario en la isla de Gran Canaria fue muy acentuada toda vez que comarcas completas como las del Noroeste, Centronorte e interior experimentaron tasas medias anuales de crecimiento negativo o incluso inferiores al 1% en todo el período considerado (MARTÍN RUIZ, 1981). La zona Norte y las Medianías (a las que luego nos referiremos más detenidamente) fueron, sin duda, las que sufrieron con mayor incidencia los abandonos por parte de labriegos sujetos a trabajos duros en jornadas interminables y con un régimen salarial dos o tres veces inferior  a los que se percibían en la construcción y la hostelería de las zonas de destino.

 

A las causas generales que enmarcan el proceso desagrarizador y que ya fueron analizadas al principio, debemos agregar otras más detalladas que guardan relación con la modernización del campo y el creciente cese de la explotación de tierras marginales. Desde mediados de los sesenta se abren las Islas a las importaciones de productos alimenticios excedentarios procedentes de la CEE y EE.UU. mediante prácticas de dumping, con lo que se acabó definitivamente con el sistema de policultivos encargados hasta ese momento de abastecer el mercado interior y que, tradicionalmente, ese papel siempre estuvo asignado a las medianías y cumbres de la isla. En cambio, en la zona costera, los cultivos de plataneras mantienen su vigencia pero se ven obligados a introducir nuevas técnicas de producción que determinan recortes de plantillas, congelación y hasta reducción de los salarios.

 

Además, se generaliza la fertilización con productos sintéticos importados que expulsan a los ganaderos, hasta entonces principales productores de estiércol orgánico mediante el tradicional sistema de arrimos. Así mismo se implanta moderna maquinaria agrícola para labores que antes se hacían a mano y nuevas técnicas mecánicas de riego (aspersión y goteo) suprimieron el viejo sistema de manta que requería el empleo de más personal; la fumigación se hace ahora con potentes aspersores eliminándose a los limpiadores manuales de cochinilla, pulgones y demás insectos. El transporte en camiones hace innecesaria la contratación de tanto personal como antaño en las fincas y almacenes de empaquetado. La profesión de arriero, boyero de yuntas de arar, herrero, marcador, avisador, ranchero o distribuidor de agua, vigilante (guardias del palo), dosificador de purines y extractores de pozos negros para inmersión de residuos urbanos líquidos en el agua de riego, y otras muchas actividades relacionadas con el sector primario, van desapareciendo poco a poco. En el medio rural se desata una crisis definitiva de profunda trascendencia existencial2. En la historia de la isla de Gran Canaria (y en el resto del Archipiélago) no se ha conocido un proceso de cambio de la envergadura del que se efectuó durante estos pocos años. Tal es así, y a modo de ejemplo, que todavía en los barrios de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria se mantienen (40 ó más años después del gran éxodo) fiestas y tradiciones de clara exaltación campesina. Y eso es más llamativo cuando apenas queda ya vida campesina en la isla. Lo que indica que la pervivencia de la cultura rural se mantiene viva pero en forma de ensoñación nostálgica, con lo que en cierta manera se desfavorece el afloramiento de nuevas identidades culturales, más acordes con el medio urbano por parte de las nuevas generaciones.

 

Gráfico 1. Procedencia del éxodo rural de la isla de Gran Canaria con destino al municipio de Las Palmas de Gran Canaria

Gráfico sobre el éxodo rural en Gran Canaria en el siglo XX.

Fuente: Mancomunidad Interinsular de Cabildos de la Provincia de Las Palmas

 

En el gráfico 2 se refleja la desigual participación de las comarcas grancanarias en el éxodo rural correspondiente al conjunto de la etapa considerada. En primer lugar se ve cómo las comarcas del Norte y de los municipios de las medianías barloventeñas son los espacios más castigados por las bajas padronales. Los municipios de la Cumbre y del Suroeste perdieron en estos años cuantiosos recursos humanos y aceleraron el proceso de envejecimiento de sus poblaciones locales, y si aportaron poco en términos relativos al conjunto del éxodo grancanario que se fue hacia la capital, fue debido a que entonces ya eran comarcas escasamente pobladas. En las comarcas restantes (Sur y Sureste) el desenraizamiento no fue mayor porque en estos años se van a ver muy favorecidas por las nuevas infraestructuras (autopista, aeropuerto, presas y nuevos regadíos) que se acometen en ellas y que tanto favorecieron el desarrollo de una agricultura exportadora (tomates, hortalizas y flores), al mismo tiempo que propiciaron la implantación de actividades industriales y comerciales asociadas a la construcción, turismo de masas y servicios. El gráfico número 3 pretende facilitar la visualización del proceso inmigratorio hacia la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria por ciclos intercensales y por grandes lugares de procedencia. En el mismo se aprecia de nuevo cómo en una primera parte el éxodo rural de la isla de Gran Canaria tiene un peso relevante, especialmente para los años anteriores a 1960 y entre 1961-1971, mientras que los restantes colectivos presentan una menor significación, a excepción de los que llegan desde el resto de España que empiezan ya a destacar sobremanera entre 1961 y 1971.

 

Gráfico 2. Procedencia del éxodo rural de la isla de Gran Canaria con destino al municipio de Las Palmas de Gran Canaria (sobre datos totales para 1950-1980)

Gráfico sobre el éxodo rural en Gran Canaria en el siglo XX.

Fuente: Mancomunidad Interinsular de Cabildos de Las Palmas

 

Se puede decir que la diáspora rural se agota en los setenta puesto que a partir de entonces cede su protagonismo a la llegada de otros dos colectivos importantes: el procedente del resto de España (que alcanzó la supremacía en los años setenta) y el que viene desde países extranjeros. Por lo tanto se puede terminar diciendo que los años setenta supusieron el final de un período marcado por los movimientos migratorios interiores y es también cuando se empieza una etapa en donde los inmigrantes interregionales toman el relevo, para luego dejar paso a la posterior consolidación en los ochenta del pasado siglo de los movimientos migratorios internacionales que, por otra parte, son los que hoy prevalecen en el panorama local y nacional.

 

 

Desagrarización y desruralización de la Comarca Norte de Gran Canaria entre 1940 y 1980

Los cambios económicos que se producen en Gran Canaria entre los años 1940 y 1980 tienen una incidencia espacial y social considerables. La actividad turística, la construcción y el aumento de los servicios relegan al sector primario a una posición marginal de graves consecuencias, especialmente para aquellas zonas en donde la tierra era el único sostén de su economía. La situación social y económica que experimenta la Comarca Norte de Gran Canaria entre 1940 y 1980 es de clara recesión si nos atenemos tan sólo al principal elemento productivo que era entonces la agricultura de exportación. En efecto, el descenso de un 18,4% del número de explotaciones agrícolas cuando en toda la isla el retroceso sólo había alcanzado un 14,1 % en paralelo al creciente abandono de superficie productiva, constituyen la mejor prueba de ello. El descenso en el número de explotaciones es mucho más elevado en los municipios de Gáldar (-35,4%), Firgas (-33,5%) y Arucas (-30%), mientras que en Guía, Valleseco y Agaete se recogen cifras más bajas (respectivamente de -16%, -8,4% y -6,2%), al mismo tiempo que en Teror y Moya se da el fenómeno contrario ya que sus fincas productivas crecieron en 8,4% y 4,2%.

 

Gráfico 3. Población inmigrada a Las Palmas de G. C. según lugares de procedencia

Gráfico sobre el éxodo rural en Gran Canaria en el siglo XX.

Fuente: Mancomunidad Interinsular de Cabildos de Las Palmas

 

Fruto del intenso desarrollo económico experimentado entre 1950 y 1980 la población de Gran Canaria se duplica pasando de 331.725 a 672.716 habitantes en sólo tres décadas. La mayor parte del crecimiento insular (340.991 habitantes) lo absorbe la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, que también multiplica por más de dos su población, que era de 153.262 en 1950 para quedarse en 360.098 en 1981, mientras que el 40% restante va a parar a los municipios del Sureste que ya empiezan a sentir los beneficios de los nuevos regadíos, la autopista recién abierta, el aeropuerto, los polígonos industriales y especilamente el turismo. Se inicia un nuevo equilibrio que inclina la concentración demográfica hacia las zonas más dinámicas de la isla, concentradas ahora en la capital, Nordeste y el corredor Sureste-Sur, mientras que las medianías, cumbres, Suroeste y Norte entran en una fase recesiva de la que aún no se ha recuperado del todo, cuando con anterioridad habían sido un importante motor de su economía y el principal abastecedor de sus mercados internos y externos.

 

Gráfico 4. Importancia del éxodo rural de la Comarca Norte respecto al resto de Gran Canaria

Gráfico sobre el éxodo rural en Gran Canaria en el siglo XX.

Fuente: Mancomunidad Interinsular de Cabildos de Las Palmas

 

El resultado es que cuando se publica el censo de 1981 la Comarca Norte de Gran Canaria contaba tan sólo con 87.118 habitantes, es decir, un escuálido 12,9% de la población total de la isla, cuando en 1950 suponía nada menos que una cuarta parte. En las tres últimas décadas los municipios del Norte obtuvieron un pobre crecimiento demográfico del 4,1%, cuando en ese mismo tiempo parte de la isla, y sobre todo su capital, crecieron un 102,8 y 135%, respectivamente. Y eso contando con que Gáldar y Firgas habían aumentado respectivamente en un 34,3% y 10,5%, lo que en términos absolutos suponía un aporte de 5.225 nuevos habitantes a la Comarca. Por su parte Arucas, Guía y Agaete obtuvieron resultados positivos pero mucho más moderados que los anteriormente citados (unos 1.010 nuevos habitantes), mientras que Valleseco, Moya y Teror perdían recursos humanos (en una proporcion de -21,6%, -12,9% y -5,3%), lo que significaba en términos absolutos un total de 2.774 personas. Pero el común denominador en todos los casos estudiados es que una parte considerable de su población se incorporó al éxodo rural que presidió la tónica dominante de esos años al margen de los flujos tradicionales con destinos extrainsulares.

 

Eso significa que, entre 1940 y 1981, un total de 27.407 personas de la Comarca Norte se fueron a vivir a Las Palmas de Gran Canaria. En cifras relativas eso equivale a un tercio de sus recursos humanos. Hay que tener en cuenta que, en esos mismos años, muchos otros tomaron una decisión más drástica todavía como era la de marcharse a Venezuela, a trabajar en plataformas petrolíferas en diferentes compañías del mundo; al Sáhara Occidental o Guinea Ecuatorial hasta 1975; hacia otras islas, a la Península o incluso a determinados países extranjeros de Europa Occidental y Nórdica. Los hubo quienes se encaminaron al Norte de África (Argel, Orán, Tánger, Tetuán, Larache, etc.), también a la lejana Australia o Estados Unidos y Canadá.

 

Gráfico 5. Participación de los municipios de la Comarca Norte en el éxodo rural de Gran Canaria

Gráfico sobre el éxodo rural en Gran Canaria en el siglo XX.

Fuente: Mancomunidad Interinsular de Cabildos de Las Palmas

 

En cifras absolutas unos 9.586 norteños tomaron la decisión de mudarse a Las Palmas de Gran Canaria mucho antes de 1960, significando un 18,7% sobre el total de los nuevos residentes que hicieron también lo mismo en nuestra capital insular y provincial. Entre 1960 y 1971 la cifra se elevó a 11.618 personas, que suponían un 17,7% del aporte foráneo que recibió por entonces la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Entre 1971-1981 la cifra de norteños baja a 6.203 (un 8,2% sobre el total de personas que fijaron su nueva residencia en la primera ciudad de Gran Canaria), pero esa reducción responde más que nada a un claro vaciamiento de la Comarca como se ha venido demostrando posteriormente. En otras palabras, no se fueron más porque se redujeron los candidatos a hacerlo. Sólo se quedaron los que no podían cambiar de residencia por motivos de edad, familiares, patrimoniales, profesionales y laborales que lo imposibilitaron.

 

 

Conclusiones

Se puede decir que el salto decisivo en el ritmo de la vida insular durante el franquismo no se produjo sino a partir de los años 60 y que se tradujo en un cambio radical que modificó en buena medida la fisonomía de la isla entera.

 

La transformación fue de tal calibre que, en pocos años, la estructura económica (con un crecimiento sostenido cercano al 8% anual del PIB entre 1960 y 1975) y social dieron tal cambio que afectaron fuertemente tanto a su paisaje como al conjunto del entorno natural.

 

En apenas década y media se pasó de una sociedad tradicional, asentada en un modo de producción fuertemente vinculado a la tierra, a una sociedad moderna, aunque profundamente distorsionada, basada en el crecimiento hipertrofiado de los servicios a partir del boom’turístico y el espectacular crecimiento de la construcción. Estas dos actividades, asociadas a la especulación del suelo, tuvieron una elevada responsabilidad en la degradación de los espacios de mayor calidad paisajística del litoral capitalino y de las comarcas Nordeste, Sureste y Sur de Gran Canaria, en donde sin ordenación ni previsión de futuro se asentaron los principales núcleos urbanos de la isla. Supuso también el comienzo del proceso de suburbanización del conjunto de la isla.

 

Esta gran mutación incidió sobre las formas y niveles de vida que pasan a gravitar ahora en medios eminentemente urbanos. El crecimiento demográfico fue igual de espectacular al de la concentración de la población en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. La población insular se triplicó, pero su distribución dejó de ser más equilibrada para concentrarse en la aglomeración de Las Palmas de Gran Canaria y en el gran corredor de la autovía Sur en donde hoy se despliega un gran contínuo urbano que se prolonga prácticamente hasta Mogán.

 

También, en ese mismo período, los movimientos migratorios abandonaron su tradicional destino americano, para centrarse en una movilidad limitada al interior de la isla y de la provincia, pasando en los años setenta por una corta etapa de hegemonía en la llegada de peninsulares hasta la aparición de la inmigración internacional a finales de los ochenta del pasado siglo.

 

La mejor muestra del aluvión inmigratorio registrado en los años 1950-1980 viene reflejado en el censo de 1981, que nos recuerda que más de un 40% de la población empadronada en Las Palmas de Gran Canaria había nacido en otros lugares diferentes.

 

En ese período los mejores recursos humanos (jóvenes en su mayoría bien formados) de la Comarca Norte de Gran Canaria abandonaron sus municipios y actividades primarias para promocionar fuera de ella, siendo una de las múltiples razones que explican la actual postración de la misma.

 

 

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Notas

1. El liderazgo de D. Fernando León y Castillo (1842-1918) en Gran Canaria y su notable influencia  en Madrid, la Ley de Cabildos Insulares de 1912, su reglamento de desarrollo y la división provincial de 1927, favorecieron tácitamente un gran pacto de colaboración entre la burguesía local y la clase dominante española que después de la Guerra Civil se prolongó prácticamente durante toda la era de Franco.

2. La mayor crisis se centra sobre todo en la llamada agricultura tradicional microfundista que estuvo siempre sostenida por un campesinado pobre y en donde prevalecía una estructura arcaica de la producción y tenencia de la tierra que combinaba formas capitalistas con otras premodernas todavía más atrasadas.

 

 

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