Revista nº 1040
ISSN 1885-6039

El recuerdo oloroso de Alonso Quesada.

Martes, 22 de Mayo de 2012
Antonio Henríquez Jiménez
Publicado en el número 419

El domingo 20 de mayo habrán podido muchos asistir a la celebración de la Ascensión en la catedral de Las Palmas de Gran Canaria, y habrán contemplado la lluvia de rosas. Yo les quiero traer hoy el recuerdo de esa ceremonia de la mano de Rafael Romero Quesada, que hoy no firma como Alonso Quesada, sino como Arimán.

 

Lo hace en una serie titulada "Memoranda" que publicaba por 1920 en el periódico de Las Palmas La Jornada. El título de la serie está tomado posiblemente del de un libro de Pérez Galdós (tan presente siempre en Alonso Quesada): Memoranda (Madrid, Perlado, Páez y Compañía, 1906), en el que el escritor canario recoge varios trabajos (Paco Navarro.- La Reina Isabel.- La casa de Shakespeare.- Pereda.- Cuarenta leguas por Cantabria.- Clarín.- Ferreras.- Don Ramón de la Cruz y su época.- Niñerías.- Soñemos, alma, soñemos1.- Rura.- ¿Más paciencia?.- La República de las Letras).

 

El significado del término es: "lo que se debe recordar". El recuerdo y el título de dicho libro debió ser avivado por la reciente publicación de la obra de Eugenio d’Ors, Glosas. Páginas del Glosari de Xenius. 1906-1917. Versión castellana de Alfonso Maseras. Madrid, Editorial Saturnino Calleja, 1919? La primera glosa se titula “Amiel en Vich” (pp. 17-33). Allí habla D'Ors de las Memorias de Francisco Rierola y Masferrer, editadas por sus compañeros los escritores de Vich. Dice D’Ors:

 

Este dietario tiene un carácter doble: confesión íntima, por un lado; por otro, memorándum de acontecimientos públicos. Ora un lírico Amiel, ora un objetivo periodista. Un Amiel de vuelo corto, de estrecho criterio, de tristeza más prosaica, de soledad menos pura, con la misma ineptitud social, pero sin la excusa del aristocratismo. Un periodista capaz, de cuando en cuando, de trazar, con cruda elocuencia, en cuatro plumadas, breves y precisas, pequeñas escenas de vida ciudadana y de sus históricos fastos y nefastos; pequeñas obras maestras alguna vez, como son las páginas en que se cuenta la primera velada en el teatro del Liceo, después de la luctuosa del 7 de Noviembre de 1893, o la enfermedad de uno de los leones que albergó la colección zoológica del Parque.

 

Por aquellos tiempos del principio de los 20 del siglo pasado, estaba Alonso Quesada interesado por preparar una selección traducida de Pensamientos de Amiel. En la misma serie, va Rafael Romero definiendo el título: “pequeño volante de recuerdos”, “Dietario”.

 

 

Memoranda. Las hojas de rosa2

Después de diez años hemos vuelto a la Catedral. Era día de la Ascensión. Nos habíamos levantado temprano, vacíos de recuerdos. Ni el recuerdo de la noche anterior. Todo el espíritu, solo. Caminábamos en silencio, en medio de los hombres mañaneros, cuando llegamos a la Catedral. Y de pronto, la imaginación fatigada del ocio da un salto de veinte años. Un salto a la niñez.

¿No era aquí, en la Catedral, donde caían por unos agujeros de la bóveda las hojas de las rosas? ¿De dónde venían estas hojas queridas? ¿Había un ángel escondido que sembraba hojas de rosas sobre los canónigos y sobre los beneficiados?

Y llegó el día del colegio y el día del traje nuevo estrenado en Semana Santa, resucitado hoy, día de la Ascensión. Y un olor a rosas frescas en el alma –olor de niñez y de alegría– y los ojos se iluminaron y volvieron a ver las rosas deshojadas descender al altar. Y el Obispo Cueto, tan pequeño y tan dulce y tan limpio, pisando los montones de rosas. Y luego, las campanas, que tenían el sonido y el aroma de las hojas que caían, en una lluvia constante, infantil. Las capas pluviales eran luminosas, el órgano sonaba más claro. Toda la iglesia era Mayo, un Mayo único, que se agolpaba todo en este día tan bueno.

Hoy estaba la ciudad llena de holandeses y de británicos. Unas mujeres rosas, claras, también de Mayo. La Catedral se llenó de estas mujeres. Y nosotros, fuera, pensamos que estas mujeres nuevas traían a la lluvia de rosas una nueva cordialidad. Y el recuerdo de ayer se precisaba más amplio. Era necesario recordar otra vez.

Y entramos. ¿Dónde estaba el ángel? –No era un ángel. Era un sacristán el sembrador de rosas. Pero tampoco estaba el sacristán. No había hojas. Los ojos se perdieron en las bóvedas. La lluvia había caído. Al menos, cuando entramos, no llovió más. Desde la puerta, nuestros ojos lloraron la antelación de la lluvia o el retraso de nuestra curiosidad.

Pero en nuestro espíritu, las hojas estaban ya secas y eran dos o tres nada más que se llevaba el viento. Un viento frío que venía de un cielo gris sin emoción.

Arimán.

 

 

 

Notas

1. Título citado varias veces en la obra de Alonso Quesada. Este artículo regeneracionista abrió el primer número de la revista Alma Española, el 8 de noviembre de 1903.

2. La Jornada, 14-V-1920, p. 1: “Memoranda. Las hojas de rosa”, Arimán [Obra Completa, t. 4, Prosa, pp. 252-253: “LAS HOJAS DE ROSA”].

 

 

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