A comienzos de los años 70 del pasado siglo, en Teror (Gran Canaria), la vida fluía, como en cualquier municipio de medianías, con parsimonia y acorde a los cánones de la época. La mayoría de su gente se dedicaba fundamentalmente a la agricultura y ganadería, fuera del casco; al comercio y servicios en el centro. Muchos trabajaban empleados en la fábrica Nik, como repartidores o en el proceso de producción del producto; en la empresa Eidetesa e incluso algunos lo hacían en la Fuente Agria, embotellando el agua o como guardianes.
La chiquillería asistía rutinariamente a la escuela. Una escuela que carecía de infraestructura adecuada. Al casco acudían alumnos del pueblo y de los barrios aledaños (Los Llanos, El Hoyo, El Álamo, El Rincón…), así como de otros pagos más alejados (Arbejales, San Isidro, El Palmar, Miraflor) e incluso de otros municipios (Valleseco, Arucas).
En el centro urbano se hallaban esparcidos diversos garajes, bajos de edificios y otros locales habilitados como aulas, con la dotación mínima que permite dar clases: viejos pupitres, sillas, pizarra, mesa del profesor y poco más. Eran espacios fríos, húmedos, sin ventilación y con iluminación artificial; inhóspitos y nada motivadores.
El alumnado estaba segregado por sexos. Los recreos se hacían en plena vía pública, por donde transitaban personas y coches. Y los recursos educativos de los que se disponían eran los libros de texto y algún que otro material reprografiado con la vieja multicopista, que estaba instalada en Aldea Blanca, centro neurálgico del Colegio Nacional. Este se regía por la recién estrenada Ley General de Educación 1970 que reivindicaba la escuela como factor de igualación social. Ello simplificó la interrelación del alumnado sin distinción de clases.
Tenía el Colegio Nacional un claustro de profesores exquisito. Unos más estrictos que otros, algunos más serios, otros muy exigentes, pero todos unos grandes profesionales: afables, abiertos y accesibles, cordiales, acogedores y entregados a su labor. Destacaban entre otros, D. Sebastián Grimón, D. Ramón Suárez, D. Cándido González, D. Cristín, D. Andrés Acosta, D. Antonio y Dña. Isabel Romero, Dña. Luz Marina Salgado, Dña María de los Ángeles Pascua, Sta. María Dolores Acosta… bajo la dirección de D. Antonio Peña Rivero. Todos ellos, pese a la juventud de algunos, gozaban del respeto y admiración de nuestros padres.
Sin embargo, en el año 1973, en septiembre, con el comienzo de un nuevo curso, se inundaron las aulas de Teror de aire fresco, que traía nuevos aromas, vivencias, sensaciones… Llegaba Talio Noda Gómez, profesor de Música y Plástica. Oriundo de la isla de La Palma, del pueblo de Tazacorte. Era un maestro joven, moderno, guapo, con barba, nada convencional, crítico, inconformista, revolucionario y que además cantaba y tocaba varios instrumentos, entre ellos la guitarra, el timple y la flauta. Con estas cualidades en seguida hizo las delicias del alumnado. No tardó en revolucionar las aulas: es el primer maestro que permitió a sus alumnos-as tutearle y llamarle por su nombre, para escándalo de los otros.
Como las clases se daban en jornada partida ese año, aprovechó el intervalo del mediodía para enseñar, a quien quiso, a tocar un instrumento (guitarra, timple). Asistían a estas clases varones (al principio reticentes porque era el tiempo que dedicaban para jugar al fútbol) e incorporó a las chicas con posterioridad, naciendo así el Coro del Colegio Nacional que pasearía sus canciones y su trabajo por distintos municipios grancanarios (Valleseco, Artenara, Juncalillo, Agaete…), amén de otros conciertos que el grupo dio en el pueblo con distintos fines. Esto fue el inicio de la coeducación, pues previo a las actuaciones estaban los ensayos, los sábados por la mañana.
En las clases de Plástica introdujo algunas novedades: no se usaba libro, se dedicó parte del currículo a la Historia del Arte y fue fundamental el dibujo y el conocimiento de las técnicas que esta disciplina requiere. Tras unas explicaciones teóricas en el aula, lanzaba al alumnado a la práctica, al aire libre, siempre que la climatología lo permitía. La Plaza del Pino, la Alameda, los alrededores de la Iglesia, el Parque Chino… eran los lugares más usuales para las mismas. Cuando no era posible se hacía en el aula, con objetos reales: jarrones, libros, bodegones…
En el extinto Cine-Pabellón Victoria, organizaba proyecciones de diapositivas en las que mostraba y comentaba obras y artistas de las épocas que estudiábamos en Historia del Arte, en todas sus categorías (arquitectura, escultura y pintura). Una nueva oportunidad que permitía la relación entre los chicos y las chicas, pues aglutinaba para la ocasión las clases de un mismo nivel o de varios.
En el área de Música las novedades fueron igualmente llamativas. Talio instruía a sus alumnos-as en el solfeo, materializado en la flauta; en la historia de la música y en el estudio del folklore, propiciando que el alumnado investigara y rescatara su entorno, a través de los mayores del lugar, el acervo cultural y tradicional del municipio. Con esta tarea, Talio pretendía inculcar a sus alumnos-as saber escuchar a los mayores, aprovechando que a estos les gusta hablar y contar historias, así como el respeto a los mismos y a las tradiciones. Personalmente me llevó por el camino del folklore, aprendí mucho y fue una referencia para mi trabajo periodístico (José Vicente Marrero). Al igual que en Historia del Arte, el alumno-a debía elaborar un trabajo de campo y exponerlo al resto de los compañeros. De ahí que Carlos Santana Ferrera afirme que te das cuenta cómo es fácil recordar lo que aprendimos con cariño, con cercanía, con un trato diferente al resto de profesores…
Esa pasión que Talio transmitía por la música se traduce en que actualmente es un referente en esta materia en el municipio. No en vano, muchos de sus alumnos están integrados, o lo han estado, en agrupaciones musicales de distinta índole (banda, folklore…), otros continúan su labor como profesores de música en los colegios y otros son verdaderos estudiosos y conocedores del folklore, como es el caso de Peyo Benítez, quien afirma que Talio le llevó a interesarme por la cultura, por otras culturas, a sentir la música, a respetar.
Talio completaba su trabajo de aula con lo que hoy denominamos actividades complementarias y extraescolares. Lo extraordinario de las mismas era el horario y la actividad en sí. Queda grabado en la memoria de nuestra generación el Coro de Michigan, que él trajo a cantar a la Iglesia y que previamente estuvo en Aldea Blanca, donde nos congregamos para hablar con algunos de sus integrantes en inglés, tarea a la que contribuyeron D. Cristín y él mismo con las traducciones. Igualmente nos llevaba al Teatro Pérez Galdós, por la noche, a ver los ensayos generales de la ópera. O las caminatas que se organizaban algunos fines de semana a Barranco Hondo (Juncalillo), La Milagrosa, Firgas… Y como colofón de todas ellas, el Viaje de Fin de Curso, el primero que se realizaba en el colegio. Fue, como no podía ser de otra manera, a la isla de La Palma, en aquellos correíllos que hacían escala en Tenerife y que nada más pisarlos ya estabas mareado. Para la mayoría era la primera vez que salíamos de la isla y la ilusión y el entusiasmo vencían cualquier contratiempo que se presentara. Fue una experiencia aún viva en la retina y en el corazón de muchos, pese al tiempo transcurrido y a carecer de documentos fotográficos que lo recuerden.
Eran las actividades que se realizaban fuera del aula las que ejercían un enorme poder socializador del grupo, propiciando las relaciones entre chicos y chicas, favoreciendo la creación de vínculos afectivos y fomentando la convivencia entre diferentes realidades sociales y culturales. Los más tímidos tuvieron gracias a ellas su oportunidad de integración y apertura y todos desarrollamos en ellas nuestras habilidades sociales. Fuera del aula Talio mantuvo una relación cercana con los chicos, a los que escuchaba sin emitir juicios y asesoraba en sus conflictos de adolescentes, emocionales, existenciales, generacionales y familiares. En muchos casos esta relación aún persiste, siendo muchos de ellos hoy sus amigos.
¿Qué movía a Talio a hacer todo esto? Ningún método educativo funciona si el maestro-a no pone ilusión. Y él aquí iba sobrado. Tenía vocación, amaba lo que hacía y tenía un fabuloso elenco de compañeros que secundaban sus iniciativas. En su mente un único objetivo: que al menos un alumno-a humilde fuera médico, abogado, ingeniero… Uno, solo uno, era su meta y que fuera humilde, porque daba por hecho que los de clase acomodada lo serían. Médicos, licenciados en Historia, maestros, ingenieros, filólogos, pedagogos, biólogos, artistas, empleados de banca, empresarios, emprendedores, trabajadores… es su balance. Pero por encima de todo, buena gente. Este es el legado de cinco años de trabajo en el municipio, de su entrega, que fue posible gracias al sostén de sus compañeros, al apoyo de D. Antonio Peña, que pese a sus diferencias, siempre le admiró, y al reconocimiento y respeto que nuestros padres le profesaban.
Talio fue, en definitiva, un revolucionario de los que rompen sin dañar; de los que, desde el respeto, cambió mentalidades; de los que, con su ejemplo y coherencia mostró que había otras posibilidades; de los que no impuso ni fomentó las potencialidades de personas y/o grupos… (Eño Egea Molina). Talio ha sido uno de los afectos compartidos entre los de mi generación. Un recurso para empatizar en los momentos en que rememoramos nuestra adolescencia en Teror (Miguel Ángel Sánchez Rivero). Con él tuvimos libertad, respeto, éxito y responsabilidad; aprendimos a crecer con todo ello. Cada cual tiene su época y todas son entrañables para quienes las vivieron. Esta fue mágica para mi generación y para él fue su época dorada.
Hoy, en nuestros colegios, nuestras aulas son espaciosas, luminosas, ventiladas, ricamente decoradas (cortinas, cartelería, imágenes, posters…) y están dotadas con la última tecnología: PDI, ordenadores, cámaras fotográficas, información al instante (internet)… Pero, ¿son nuestros alumnos tan felices como lo fue la generación que Talio formó?
Foto de portada: retrato de Talio Noda realizado por Aitor Quintana