Parece ser que en los años cuarenta del siglo pasado era muy frecuente preparar los conocidos higos porretos (también llamados carreños en algunos sitios, o simplemente porretas), un trabajo que por lo general solían hacer las mujeres. Se barrían los higos picos, se les quitaban las cortezas, quedando la masa de granas o pipas, y se ponían a secar al sol sobre esteras hechas de hojas de palma o algún otro elemento natural del Archipiélago. Una vez que tenían melaza, se recogían para la venta o el consumo, y en algunos casos de agricultores de alguna isla llegó a ser una fuente de ingresos.
Mujeres recogiendo y tratando higos porretos en Máguez (Lanzarote). 1947 (foto de Javier Reyes Acuña).
Una noticia aparecida hace un tiempo en el Diario de Avisos, de la mano de N. Dorta, nos ayuda a entender realmente el proceso de este producto. Se trata del testimonio de una vecina de Aripe (Guía de Isora, Tenerife), que lleva seis años recuperando este producto.
María Rodríguez es, como decíamos, de Aripe, una pequeña localidad a cinco minutos de Guía de Isora. A sus 75 años sigue consumiendo, cuando puede, uno de los "manjares" más apreciados en el pasado en las zonas rurales: los carreños o porretos. Son higos picos (tunos) desecados y azucarados al sol.
Esta conserva, recuerda María, podía consumirse durante todo el año, aunque reconoce que ya en febrero en la mayoría de hogares se habían terminado a causa del hambre y la necesidad de esos duros años de escasez. María y su esposo, Eliseo Hernández, reiniciaron hace seis años esta tradición casi perdida. Se le han unido en la tarea Paulina Placeres de 84 años, Amelia González de 69 años y Domingo Morales de 72. Todos nacidos en Aripe.
La variedad de higos picos que más se utilizaban para pasar carreños eran los blancos sobrantes, que solían ser los más abundantes, en vez de los rojos o colorados, que eran más delicados y apetitosos y se consumían frescos.
Al sol en Tiscamanita (Tuineje, Fuerteventura)
Proceso. El proceso para pasar carreños comienza con la cogida de los higos, para lo que se utiliza una herramienta de madera conocida como manijas o pinzas (hay quien lo hace con una misma penca seca o cualquier otro elemento que proteja de las picaduras de los picos, púas o espinas). Luego los higos se mantienen en el suelo y se barren para quitarles los picos con ramas de codeso, de chamizos o altabacas, entre otras plantas. Seguidamente se pelan. Luego se cargan en cestas o baldes y se dejan al sol sobre piedras u otros elementos, como dijimos al comienzo, entre tres y ocho días, dándoles de vez en cuando unas vueltas para que se despeguen de las piedras.
Una vez desecados los higos se depositaban en cajones o cestas donde se prensan para iniciar el proceso de fermentación de los azúcares. Al cabo de uno o dos días se estrujan o escachan para despegarlos de nuevo y se repite el proceso hasta que las granas o semillas quedan sueltas. Así ya están listos para el consumo a cualquier hora del día.
Antes iban al cajón de las conservas a temperatura ambiente, pues no había neveras. María recuerda que los higos eran un alimento idóneo para llevar al monte cuando se iba a trabajar. Se solían combinar con queso y gofio amasado, y sentencia que con un puñado de carreños que uno se comiera a las 10 u 11 de la mañana, a la hora del almuerzo no se tenía aún ganas de comer. Esta vecina de Aripe recuerda a su madre, Flora, con uno de sus hermanos dándole el pecho, calando y comiendo porretos, ya que según se dice eran muy buenos para producir leche materna. Además, por las fibras y azúcares naturales son también recomendables para evitar el estreñimiento.