Revista n.º 1070 / ISSN 1885-6039

Prólogo al nuevo libro Escritos y noticias sobre Tomás Morales (1922-1972).

Lunes, 21 de febrero de 2011
Andrés Sánchez Robayna
Publicado en el n.º 354

Hoy se celebra en las Islas el Día de Las Letras Canarias, dedicado este año a la figura literaria de Tomás Morales. Para conmemorarlo, desde BienMeSabe.org ofrecemos el prólogo de una obra fundamental sobre la recepción histórica de la poesía del poeta, que será públicamente presentada en el mes de marzo.

Detalle del rostro de Tomás Morales en una foto de 1920.

 

En 1992 —hace ya, por tanto, casi veinte años— veía la luz, en edición de Manuel González Sosa, Tomás Morales. Suma crítica, libro de singular importancia para el estudio y la difusión de la obra del poeta modernista canario. Se recogen en ese volumen algunas de las páginas más representativas que se escribieron sobre Morales desde 1908, fecha de la publicación de su primer libro, hasta finales del decenio de 1980. El conjunto de artículos, reseñas y ensayos diversos sobre la poesía y sobre la significación histórico-literaria del autor de Las rosas de Hércules recopilados en esa ocasión por González Sosa constituye lo que podríamos llamar la historia crítica de la obra de Morales, el testimonio de su recepción a través del tiempo. La utilidad de ese volumen es doble: leídos en secuencia cronológica, todos esos textos nos permiten observar de qué modo ha sido interpretada la poesía de Tomás Morales a lo largo de casi un siglo, y también extraer algunas conclusiones acerca de las ideas estéticas manejadas en cada momento por la crítica. Más aún: como suele ocurrir en esta clase de libros, esos textos nos hacen ver hasta qué punto la historia de una obra literaria se funde y se confunde con la historia de su crítica, de la cual se vuelve, muchas veces, inseparable.

 

No puede negarse, así pues, la importancia de esta clase de recopilaciones, que ha llegado a convertirse en una modalidad editorial a partir del esquema «el escritor visto por la crítica»; y ello a pesar de que, inevitablemente, esos libros están formados, en lo esencial, por una selección muy estricta de artículos, como ocurre en el caso mismo de Tomás Morales. Suma crítica. Todo, sin embargo, queda compensado al fin. Téngase en cuenta no sólo el interés que posee ver reunidos los escritos más relevantes acerca de un escritor, sino también el hecho de que —y es igualmente el caso del volumen compilado por González Sosa— no pocos de esos artículos resultan con frecuencia difíciles de encontrar y son exclusivamente conocidos por los investigadores de la prensa periódica o de la bibliografía académica que difunden, en muy restringido modo, las revistas especializadas. ¿Cómo acceder a viejos artículos de Ramiro de Maeztu, de Fernando Fortún, de Cipriano Rivas Cherif, y cómo discernir, sin la ayuda del estudioso, entre aportaciones académicas a veces incontables? El rescate de esos escritos es en sí mismo una tarea crítica de indiscutible importancia.

 

En la época moderna y contemporánea, la prensa escrita ha desempeñado un papel determinante tanto en la difusión de la literatura como en la recepción crítica del hecho literario. No sólo los escritores escriben en los periódicos —incluidos los poetas: la publicación de versos era cosa habitual, por ejemplo, en la prensa diaria del Novecientos—, sino que la atención prestada a las novedades en poesía, novela, ensayo o teatro, lo mismo que las semblanzas de escritores y las noticias culturales, eran parte fundamental del conjunto de informaciones que se consideraba de relevante interés para el lector. Asombra no poco, al hojear las páginas de un periódico de 1910 o de 1925, el cúmulo de noticias (a veces, tan solo breves «sueltos») protagonizadas por escritores, artistas, compañías teatrales o declamadores de versos. La prensa escrita, dicho sea de un modo muy sintético, constituía un factor de extraordinaria importancia en la sociología del hecho literario.

 

El poeta ante el microscopio. Foto de Tomás Gómez Bosch (Archivo de la FEDAC)

 

Hace tiempo que, en lo que a Tomás Morales y a otros escritores de su tiempo y lugar se refiere, un investigador viene haciendo notables contribuciones críticas y bibliográficas. Pocas personas conozco que posean una tan envidiable familiaridad con la prensa del siglo XX como Antonio Henríquez Jiménez. La pasión y la perseverancia con las que rastrea un dato, así como la curiosidad y el seguro instinto con los que es capaz de hallar, en viejos periódicos, artículos y textos de interés relacionados con la obra de ciertos escritores, pero también —lo que es aún más importante— escritos y poemas firmados por los escritores mismos, están en la base de aportaciones críticas que se encuentran entre las más destacadas de las que se han realizado en los últimos tiempos al conocimiento de la obra de Morales. Citaré aquí, a manera de ejemplo, la recuperación de un olvidado pero significativo soneto («Especies, libro de González Díaz») que se encontraba sepultado en un periódico de Las Palmas de Gran Canaria de 1913, o el descubrimiento de que unos versos en su día atribuidos a nuestro poeta son, en realidad, una traducción (espléndida traducción, por cierto) de un poema debido al escritor postsimbolista francés Léo Larguier. Y eso para no hablar del hallazgo de importantes autógrafos, como el del poema «Brindis en la glorificación de un matemático», firmado en Agaete en diciembre de 1916, y que incluye los ocho versos divulgados en la primera edición del diario Ecos y finalmente desechados cuando la composición pasó a integrarse en Las rosas de Hércules. Las pesquisas del profesor Henríquez Jiménez no se limitan, claro está, a la prensa periódica. Conoce muy bien las fuentes bibliográficas en general y sabe siempre dónde encontrar textos y documentos de interés, incluidos aquellos que pasan inadvertidos a otros investigadores o que éstos no han sabido valorar de manera adecuada. Fruto de todo ello es un conjunto de trabajos que se han vuelto ya imprescindibles, muy especialmente en lo que se refiere a las fuentes documentales.

 

Antonio Henríquez Jiménez ha ido reuniendo a lo largo de los años un número no pequeño de referencias, noticias y escritos relacionados con Tomás Morales que hoy pone a disposición de los lectores e investigadores de la obra del poeta. Nótese, en primer lugar, que su trabajo es distinto al de Manuel González Sosa en Tomás Morales. Suma crítica. No aspira Henríquez a seleccionar los artículos y ensayos más notables sobre el autor, sino a proporcionar una serie de textos y documentos que contribuyen a tener una idea más precisa del eco suscitado por su obra, así como a conocer aspectos de importancia aparentemente menor pero sin duda representativos de su posteridad crítica. En el volumen de González Sosa no cabía, por ejemplo, una entrevista con el pintor Eladio Moreno, a quien se deben algunos de los más bellos retratos de Morales (un Morales muy joven, todavía estudiante en Madrid y con aire decididamente tardorromántico), o un breve pero sugestivo comentario realizado por Gerardo Diego a raíz de la reedición de Las rosas de Hércules en 1956, un escrito por el que sabemos que el autor de Fábula de Equis y Zeda llegó a asistir a la ya famosa lectura de Morales en el Ateneo madrileño a principios de 1920; entre otros detalles de interés, ese comentario confirma además la fama de Morales como memorable lector en voz alta de sus propios poemas («sazonada la dicción cadenciosa y solemne con la dulzura de la fonética subtropical»), una fama que ya conocíamos —aunque no es, desde luego, el único testimonio— por muy elocuentes palabras de Emiliano Ramírez Ángel. Lo mismo podríamos decir sobre el ensayo del crítico de arte Ángel Vegue y Goldoni publicado en Los Lunes de El Imparcial en marzo de 1924, en el que se establece ya con rigor y penetración el paralelismo creador y la conjunción artística entre la poesía de Tomás Morales y la pintura de Néstor, tema muy insuficientemente explorado hasta hoy y que suele en la actualidad abordarse con muy manidos tópicos. El lector agradece encontrar también en estas páginas un poema poco conocido de Manuel Machado dedicado a la memoria de Morales; se trata sin duda de versos muy significativos, y no sólo porque —como afirma Luis Doreste Silva— fueron, «posiblemente, de los últimos que escribió». No hay que olvidar, por otra parte —y por seguir con los ejemplos—, la referencia contenida en un número de La Gaceta Literaria de 1927 a la publicación en Leipzig, ese mismo año, del volumen Die Moderne spanische Dichtung, antología preparada por J. F. Montesinos que recoge una muestra de la poesía de Morales (exactamente dos sonetos, la «Alegoría del Otoño» y dos fragmentos de la «Oda al Atlántico»), un meritorio trabajo que contribuyó sin duda a fijar el canon de la literatura española del momento; la antología de Montesinos, según el anónimo comentarista, «termina en la [generación] contemporánea 1914-1924», curioso modo de percibir que, en ese momento, ni Federico García Lorca, ni Dámaso Alonso ni Pedro Salinas podían ni debían ser considerados miembros de la «generación» última.

 

Podrían citarse otros muchos ejemplos. Los textos coleccionados por Antonio Henríquez Jiménez informan acerca de cuestiones muy variadas, en las que Morales no es siempre el protagonista principal, pero de quien se nos ofrece en todos los casos algún dato curioso y relevante. No me resisto a mencionar aquí los dos proyectos de reedición —ambos finalmente frustrados— de Las rosas de Hércules en la década de 1940. El primero estuvo, el parecer, promovido por Dionisio Ridruejo en 1944 para la editorial Montaner y Simón (véase el artículo sin firma «Tomás Morales y Dionisio Ridruejo», publicado ese mismo año); del segundo nos da noticia un comentario, también sin firma, aparecido en un periódico de Las Palmas de Gran Canaria en el verano de 1947 (véase «Las obras completas de Tomás Morales»). Una y otra iniciativas nos hablan con toda claridad del sostenido interés que ha suscitado la obra del poeta canario a lo largo del tiempo y en muy distintas promociones de escritores. Fue en 1956, como es sabido, cuando vio la luz por fin la muy esperada reedición de Las rosas de Hércules, ahora en un solo volumen y con el añadido de los materiales conservados del inconcluso Libro Tercero. Es ese volumen el que ha servido de modelo y referencia para las distintas ediciones de la obra llevadas a cabo hasta el presente.

 

Portada del libro Escritos y Noticias sobre Tomás Morales, editado por Antonio Henríquez.

 

Son varios, como se ve, los temas y los aspectos de la vida, la obra y la personalidad de Morales que estos textos contribuyen a esclarecer. Quisiera detenerme, siquiera sea brevemente, en dos de los artículos aquí reproducidos que tienen sin duda un interés especial.

 

El primero es el del periodista argentino Valentín de Pedro publicado en la revista madrileña La Esfera en 1922, y recogido en su libro titulado España renaciente. Opiniones. Hombres. Ciudades y paisajes, publicado en Madrid ese mismo año. De Pedro llegó a visitar a Morales en julio de 1921, es decir, apenas un mes antes de la muerte del poeta (que ya, leemos, «estaba en el lecho, pálido y demacrado»). En su entrevista, al asegurarle De Pedro que se proponía realizar, o estaba realizando ya, un largo viaje, el poeta comentó:

 

 

— Yo también pienso hacer un largo viaje —nos dijo—. Es necesario, para terminar mi obra, para hacer el tercer libro de Las rosas de Hércules. Este viaje, en el que pienso desde hace mucho tiempo, responde a un ideal estético; si no lo hiciera, mi obra quedaría fragmentaria. Hasta ahora he dado en mis versos mi emoción de isleño frente al mar y al mundo que nos llega por él; necesito salir al mundo, vivir en Europa y América, para ver qué emociones se despiertan en mi alma, con qué ligaduras se ata mi espíritu a las otras tierras...

 



Estas palabras tienen para nosotros singular importancia. Por ellas sabemos que el poeta canario pensaba ofrecer en la nueva sección de Las rosas de Hércules un contrapunto de los temas y motivos específicamente insulares, a través de poemas relacionados con otras tierras o espacios, tanto europeos y como americanos. «Salir al mundo», dice. Para Morales, su «ideal estético» se vería enriquecido de ese modo, esto es, a través de nuevas y diferentes «ligaduras» poéticas. ¿Veía acaso nuestro poeta alguna clase de limitación en el hecho de que hasta ese momento hubiera dado, ante todo, su «emoción de isleño frente al mar y al mundo que nos llega por él»? Tal vez no se trataba, en la mente del poeta, de una limitación, sino más bien de una necesidad interior, hondamente sentida o intuida, de abrir su mundo lírico a otros paisajes y experiencias, para él indisolublemente ligados a otras tierras, a espacios suprainsulares. No es descabellado pensar, por otra parte, que Morales pudo haberse sentido ya cansado de quedar reducido y hasta etiquetado por muchos como el «poeta del mar», cuando en realidad se sentía capaz de pulsar —y ya había dado no pocas pruebas de ello— otras muchas cuerdas del arco lírico. Sea como sea, las palabras registradas por Valentín de Pedro resultan preciosas para entender cómo concebía Morales, al final de su vida, el que habría de ser —hijo como era, al fin, del simbolismo y el parnasianismo— su libro único.

 

El segundo texto al que quisiera referirme con algún detenimiento no es propiamente un artículo, sino una encuesta realizada en 1968 acerca de la «vigencia» de la obra de Morales. Las dos cuestiones propuestas —«importancia» y «vigencia» de esta poesía— eran tan amplias que, en realidad, permitían respuestas de todo tipo, tan extensas o tan breves como se deseara, tan ambiguas o tan interpretables como se quisiera. Y, en efecto, de todo hubo. Sorprenden hoy, sin embargo, dos datos o asuntos que merecen cierta reflexión. El primero es el hecho de que se preguntara por la «vigencia» de la obra de Morales, una «vigencia» puesta en duda y hasta negada por algunos de los encuestados. No hay que olvidar la fecha: 1968. En ese momento dominaba aún la escena literaria española un realismo empobrecedor y dogmático que, guiado por la antología Un cuarto de siglo de poesía española (1965), de José María Castellet, trataba de dar una respuesta cultural a las duras condiciones políticas del franquismo (un realismo que conocía, sin embargo, diversas excepciones y que ya empezaban a impugnar algunos jóvenes). Preguntar por la «vigencia» de la obra de Morales en ese preciso contexto era casi innecesario: no sólo se conocía de antemano la respuesta sino que se habría visto con malos ojos la defensa de una obra «escapista» que, como escribió uno de los encuestados, estaba además cargada de una «facilidad retórica» de la que poco podían aprender «unos poetas comprometidos con el pueblo y su realidad histórica». Entre esos mismos encuestados, pocos advirtieron o intuyeron, en realidad, que preguntar por la «vigencia» de Morales, en el plano estrictamente poético, era como preguntar por la vigencia de Juan de la Cruz, la vigencia de Góngora o la vigencia de Rubén Darío. Únicamente Manuel González Sosa supo ser terminante al respecto, y lo fue citando con elegancia e innegable sentido de la oportunidad un famoso verso de Keats: «una cosa de belleza es un goce para siempre» (A thing of beauty is a joy forever). ¿Cómo puede, en efecto, hablarse de la pérdida de «vigencia» de un Góngora, por mucho que su obra no estuviera en el santoral de los poetas del «realismo»? Muy pocos supieron distinguir entre vigencia y actualidad, aunque esa vigencia fuese entendida más bien como influencia y aunque la actualidad tuviera sus importantes, significativas excepciones. Bien se ve hasta qué punto un poeta «realista» no podía ni debía gustar de un modernista (ni de un barroco ni de un místico), bajo peligro de incoherencia ideológica. Sorprende, en efecto, el profundo arraigo de una doctrina estética y, de paso, del prejuicio y la comodidad mental. Una vez más, sólo uno de los encuestados supo ver la «filiación “progresista”» y la profunda «sintonía» del Morales con su propio momento histórico, según se echa de ver con claridad en poemas como la «Elegía por las ciudades bombardeadas», el «Canto conmemorativo», el «Canto en loor de las banderas aliadas» e incluso algunos fragmentos de la «Oda al Atlántico». Tampoco se vio el profundo compromiso del poeta con la realidad natural de las Islas y su condenable degradación en un poema como «Tarde en la selva», que hoy vemos como una de las piezas más significativas de la conciencia histórica, social y hasta política de un poeta canario en relación con el medio físico en que nació, vivió y murió.

 

No menos sorprendente es que esa encuesta de 1968 quedara restringida a escritores e intelectuales de las Islas. De haber sido realizada con un horizonte más amplio —el de España o, mejor aún, el de la lengua española—, las respuestas habrían sido sin duda muy distintas. Si se hubiera encuestado a Dámaso Alonso o a José Manuel Blecua, a Jorge Luis Borges o a Octavio Paz, a Ángel Crespo o a Pedro Gimferrer, el balance de la encuesta no habría sido tan decepcionante críticamente hablando, ni tan negativo para el poeta a la hora de su valoración estética. Dámaso Alonso estimaba profundamente la obra de Morales, sobre la que había escrito un curioso poema en su época juvenil. José Manuel Blecua, por su parte, había escogido varios poemas de Las rosas de Hércules para su excelente —y muy influyente en el mundo académico— antología Floresta de lírica española (cuya primera edición es de 1957). Jorge Luis Borges sabía de memoria muchos versos de Morales, que elogió e imitó en su juventud y que seguía recordando con admiración en su vejez. Octavio Paz no sólo no rechazaba la supuesta «facilidad retórica» o la presunta «superficialidad» de la poesía modernista sino que vio en esta —empezando por la de Darío— el «gran comienzo» al que están íntimamente ligadas las vanguardias y las tentativas de toda la poesía contemporánea de lengua española. Otro tanto puede decirse de Ángel Crespo o de Pere (entonces Pedro) Gimferrer, que en 1969 —es decir, apenas un año más tarde— publicaba una meritoria Antología de la poesía modernista que fue un revulsivo para el gusto realista de la época y que, naturalmente, incluía una amplia representación del poeta canario.

 

Esta oportuna recopilación de noticias y escritos relacionados con Tomás Morales —con su vida y con su obra— tiene la virtud de llamar nuestra atención no sólo sobre un conjunto de datos curiosos e informaciones de interés, casi todos ellos poco o nada conocidos, sino también sobre el preciso momento histórico en que fueron divulgados a través del periódico o la revista. Todo tiene su fecha, por supuesto, incluidos los versos de Morales. Sólo los buenos poemas van más allá de la fecha en que fueron escritos y, hablándonos desde ella, se convierten en un bien intemporal. Nuestro conocimiento del autor de Las rosas de Hércules se beneficia no poco con estos textos ahora reimpresos. Aunque sólo hubiera sido por el modo en que todos esos textos nos confirman, a través de datos singulares y muchas veces desconocidos, la significación histórica de Morales, el esfuerzo de recopilación, selección y ordenación de este conjunto de escritos quedaba plenamente justificado. Y el lector interesado agradece tenerlos a mano limpiamente transcritos en un solo volumen.

 

 

La obra Escritos y noticias sobre Tomás Morales (1922-1972), editada por nuestro colaborador Antonio Henríquez Jiménez con el Instituto de Estudios Canarios, será presentada en el Archivo Histórico de Las Palmas de Gran Canaria el próximo 17 de marzo a las 19:00 horas; y en la sede del Instituto de Estudios Canarios, en La Laguna (Tenerife), el 24 de marzo a las 19:30 horas. En ambos actos la presentación estará a cargo del escritor Eugenio Padorno.

 

 

Foto de portada: detalle de una imagen del poeta de 1920

 

 

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