Revista nº 1040
ISSN 1885-6039

La Fiesta de Las Marías en Guía de Gran Canaria. 200 años de historia de una promesa a la Virgen de Guía (1811-2011).

Viernes, 16 de Septiembre de 2011
Manuel Ramírez Muñoz (Doctor en Historia de la UNED)
Publicado en el número 383

La presentación del libro Fiesta de Las Marías en Guía de Gran Canaria, 1811-2011 del investigador y archivero municipal Sergio Aguiar Castellano, realizada el pasado 9 de septiembre en esta ciudad norteña, se enmarca en el comienzo de una de las fiestas más emblemáticas de Canarias.

 

Por muchas razones se merece esta nueva publicación un comentario en su venida al mundo. Primero, por el contenido de la misma, que visiona con detalle tanto los orígenes como evolución posterior de la Fiesta de Las Marías hasta los tiempos recientes. Y luego porque podemos sacar muchas conclusiones fuera de los aspectos propios de esta fiesta, tales como una entidad histórica como los Mayordomos de Las Marías, que se atreven a organizar un bicentenario desde una perspectiva conservacionista para avanzar con ello hacia el futuro manteniendo los primigenios valores de esta fiesta, fiel a la expresión clásica que expresa que conservar es progresar. Para ello cuentan, o mejor, aciertan al conseguir a un investigador local comprometido con el hecho histórico-festivo, conocedor además del pasado gracias a su tesón y a su posición privilegiada como archivero municipal que es Sergio Aguiar, que hasta en el título de la obra hace alusión a algo por recuperar aún: el nombre histórico de este municipio: Guía de Gran Canaria.

 

El libro se presenta en el tamaño de 15x21 cm con un volumen de 182 páginas a todo color en papel couché mate de 110 gramos con la letra Garamond en sus variantes diversas. La cubierta, con solapas, en papel cartón Ibiza a cuatro tintas, presenta el color verde dominante en estrecha relación con el color de la vestimenta de la Virgen de Guía y las ramas predominantes en el paisaje de esta histórica fiesta. En su diseño interior destacamos las ilustraciones de fotógrafos históricos tanto naturales de Guía como Rivero o Elías Gil, como de otros foráneos establecidos en esta ciudad, hasta alguno más reciente como Alfredo Betancor, más una cartografía reciente realizada por otro guiense, el geógrafo Javier Estévez, que ubica al lector de aquí y de más allá en los recorridos del paisaje de esta fiesta.

 

La presentación de este libro corrió a cargo, tal como informamos en su momento, del profesor de la UNED Manuel Ramírez Muñoz, cuyo texto completo ofrecemos a nuestros lectores a continuación.

 

 

 

Sres. Mayordomos de las Marías
Señoras y Señores:

 

Vdes., y especialmente nuestro común amigo Javier Estévez, me van a perdonar una pequeña licencia: la de apropiarme de la descripción que hizo tres años atrás, de ese estado de ánimo colectivo que nos envuelve, cuando al equinoccio otoñal le da la bienvenida una fiesta, tan ancestral como la que se anuncia para dentro de una semana. En un breve texto, de gran belleza literaria, dice Javier que si Guía tuviese tiempo propio, calendario municipal, el primer día del año estaría reservado para el lunes siguiente a Las Marías. Sería inevitable.

 

Parafraseando a Javier, lo que se conmemora con Las Marías es el nacimiento de una historia nueva que marcó el devenir de la ciudad de Guía, hace ahora doscientos años. Una historia bicentenaria que, con prístina pureza, se renueva año tras año el tercer domingo de septiembre y que supone la diagonal imaginaria que, más que dividir, lo que hace es enlazar el antes y el después de una actitud colectiva, cuya bandera no es otra que la que lleva impreso el color de la esperanza. Una historia bicentenaria ante la que Sergio Aguiar nos coge de la mano para adentrarnos en sus más recónditos vericuetos.

 

Y de esa historia entresacamos una frase que encierra un profundo significado, cuando la fe de sencillos campesinos creyó que fue la intervención de la Virgen lo que detuvo, a las puertas de la comarca de Guía, la terrible langosta peregrina, cuya avanzadilla anunciaba, a manera de fúnebres campanadas, la llegada del hambre, de la miseria y de la desolación. ¡Y el milagro se hizo! es el título que sirve de pórtico al libro que hoy se viste de largo para presentarse ante ustedes como homenaje a nuestra principal fiesta votiva.

 

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Aunque el más preciado galardón que tiene la Fiesta de Las Marías es el de permanecer en el corazón de todos los guienses, a modo de escapulario mágico que le acompaña desde que nace hasta que muere, de alguna manera las instituciones grancanarias han sabido reconocer su extraordinario valor etnográfico y su enorme potencial evocador como la más acendrada manifestación de la cultura popular canaria.

 

Prueba de ello es la distinción que a los celosos guardianes de esta entrañable tradición, los Mayordomos de Las Marías, les han concedido nuestras instituciones. Así, la entrega de la Medalla de Oro de la Ciudad, por parte del Ayuntamiento de Guía, en el año 2001 y, en actual, la concesión del Roque Nublo de Plata en el ámbito folklórico, con el que el Cabildo de Gran Canaria reconoció, a nivel insular, la contribución de los Mayordomos al fomento y difusión de las tradiciones, costumbres e historia del pueblo grancanario.

 

Estas distinciones fueron precedidas, en el 2009, por la declaración por parte del Gobierno Canario de la Fiesta de la Rama de Las Marías como Bien de Interés Cultural en la categoría de Conocimientos y actividades tradicionales de ámbito local. Ésta, más dos Zonas Arqueológicas: el  Tagoror del Gallego y el Cenobio de Valerón; dos Monumentos: la iglesia de Santa María y la Casa Natal del Canónigo Gordillo y un Conjunto histórico: el casco antiguo de la Ciudad de Guía, son los Bienes de Interés Cultural declarados aquí, que constituyen un fiel exponente de la preocupación del guiense por su patrimonio histórico y cultural.

 

Tanto las Zonas Arqueológicas, como la Iglesia de Santa María y el Casco Antiguo fueron declarados como Bienes de Interés Cultural con anterioridad a la Ley de Patrimonio Histórico de Canarias de 1999 e, incluso, el Cenobio de Valerón lo fue en 1978 antes de aparecer la Ley de Patrimonio Histórico Español de 1985. Esta es una herencia que significa no sólo el soporte de nuestra identidad atlántica e isleña, sino también un legado que demuestra la sabiduría y el arte de los canarios que nos precedieron y que ofrece las claves para entender el camino que nos condujo, a través de los tiempos, a nuestra realidad actual, a lo que somos hoy, según reza el párrafo 2º del Preámbulo de la Ley Canaria de Patrimonio Histórico.

 

En este patrimonio destacamos la Fiesta de la Rama de Las Marías, como una manifestación de la cultura popular perfectamente arraigada, pues como leemos en el Programa de 1948 es la fiesta más hermosa de toda Gran Canaria, la más intrínsecamente popular y limpia, la que encierra aún el más típico perfume, rudo y agreste de nuestras montañas. Una fiesta -continúa dicho programa- que, aunque nacida de la angustia, conserva la frescura y la ingenuidad del canto de un niño y del trino del capirote en el brezal.

 

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Respecto a la riqueza patrimonial del Archipiélago Canario conviene destacar una cosa: la diferencia tan grande de Monumentos considerados como Bien de Interés Cultural y el reducido número de Bienes Muebles que de forma individual reúnen valores históricos para su declaración. A estos últimos podemos unir la parva cosecha de los de Conocimientos y Actividades Tradicionales. Frente a los 230 Monumentos catalogados como Bien de Interés Cultural, sólo hay cuatro Bienes Muebles y nueve en la categoría de Conocimientos y Actividades Tradicionales, de los cuales dos son de ámbito insular: la Romería de la Virgen de la Peña en Fuerteventura y las Alfombras del Corpus en La Orotava.

 

Los siete restantes de ámbito local son: la Fiesta Jurada de San Miguel Arcángel en Tuineje, la Batalla de Lepanto en Barlovento, la Danza del Diablo en Tijarafe, la Librea de Tegueste, la Fiesta de los Corazones de Tejina y la Librea de Valle Guerra. A los anteriores de ámbito local hay que añadir la citada fiesta guiense por antonomasia, la de la Rama de Las Marías.

 

Esta diferencia comparativa puede dar lugar a muchas lecturas, todas muy atractivas para el investigador, pero yo sólo me quedo con una: el celo de todo un pueblo por mantener siempre encendida la llama de su más preciada tradición, la voluntad de vestir la propia historia con el tejido inconsútil de su memoria colectiva y el orgullo de sentirse protagonista de una tradición que, sin solución de continuidad, permanece intacta en el corazón de todos los habitantes de esta comarca y que, conscientes o no, reviven la tragedia y la esperanza de sus antepasados que para luchar contra un implacable enemigo, la langosta peregrina, utilizaron como herramienta principal la que tenían más arraigada en el corazón: su fe en la voluntad divina, transustanciada hoy en una hermosa jaculatoria festiva.

 

* * *

 

La Fiesta de Las Marías no es sino una reminiscencia votiva que tiene su origen en un universo mental propio del Barroco. Las catástrofes naturales no son otra cosa que un castigo divino por los pecados del hombre y, para conjurarlas, se hace necesario recurrir a la clemencia del cielo a través de sus intermediarios que, en el caso de las plagas de langosta, son: Santa Teresa en Gran Canaria, en Guía nuestra Patrona, San Agustín en la isla de El Hierro, en La Laguna San Plácido y sus compañeros, la Virgen de los Remedios en Buenavista, la del Rosario en Agüimes, San Antonio de Padua en Mogán, la Virgen de la Encarnación en Adeje, el Cristo de la Misericordia en Garachico, en Valleseco San Vicente Ferrer…, y aún podríamos alargar más la lista.

 

Es un pensamiento propio de la época  precientífica, en la que el aforismo no hay efecto sin causa sólo tiene una explicación para la mentalidad agraria de la gente sencilla: la causa es Dios y es, por lo tanto, la Iglesia, quien únicamente posee herramientas adecuadas para luchar y contener, en el caso que nos ocupa, los terribles efectos de una plaga de langosta. La Iglesia dispone, pues, de todo un catálogo de conjuros y exorcismos para ello.

 

Tampoco hay que remontarse mucho en el tiempo para encontrar algún residuo de esta mentalidad, pues con ocasión de una plaga de langosta que apareció en el sur grancanario en 1914, los vecinos de Cercados de Araña adoptaron una actitud propia del Antiguo Régimen. Como lo consideraban un castigo de Dios, sólo los curas debían luchar contra ella con sus exorcismos. Consecuencia: los daños en Cercados de Araña fueron mucho mayores que en las comarcas colindantes.

 

 

Cuando en Gran Canaria aparecía la langosta, subía un sacerdote a los tejados de la Catedral, provisto de estola e hisopo y dirigiéndose a los cuatro puntos cardinales, los rociaba con agua bendita pronunciando un largo exorcismo en latín en cada uno de ellos. Remedio que se pensaba eficaz y más si el agua estaba sacralizada al haber sido tocada por alguna reliquia de San Gregorio Ostiense, el más firme abogado en España contra la langosta y que en la Península, sobre todo, dio lugar a un activo comercio por la posesión del líquido bienhechor. Otras veces se la excomulgaba. Podemos imaginar el caso que haría la langosta y el temor que sentiría al verse anatematizada.

 

Pero hoy, a pesar de los conocimientos que poseemos sobre su ciclo biológico, migraciones, condiciones climatológicas, situación político-social en los países gregarígenos, etc., no podemos adoptar actitudes simplistas y, con una sonrisa en los labios, caer en la tentación de ver el pasado con los ojos del presente, pues la historia no es un juzgar, sino un comprender. Es más. Como dice Edward Carr, la historia no es sino un diálogo sin fin entre el pasado y el presente y una prueba palpable la tenemos en esta hermosa Fiesta de Las Marías, que evoca cada año el drama vivido por quienes nos precedieron y, mediante una entrañable escenografía, nos vuelve a recordar periódicamente el esfuerzo realizado para detener al apocalíptico invasor y el despertar de un deseo incontenible de superar la impotencia ante la triste visión de unos campos arrasados por la marea rojiza. Millones y millones de langostas cayendo implacablemente sobre los cultivos y que el campesino canario intentó detener, además de con la oración, con lo que tenía más a mano: el ruido.

 

Ese drama se representa todos los años cuando al terminar la Fiesta Mayor y la Virgen se encuadra en la puerta principal de la iglesia, la nube de papelillos multicolores disparada por varios cañones asemeja un enjambre de langostas. El triángulo sonoro, formado por tambores y cajas de guerra, bucios y campanas tocando a rebato, rememora el esfuerzo del hombre, casi siempre inútil, ante la capacidad destructiva del terrible insecto. Una representación, hoy festiva pero ayer trágica que nos retrotrae a una época en la que la indefensión del campesino canario era casi total.

 

Y, junto al ruido, el humo. La visión sobrecogedora de unos campos convertidos en hoguera permanentemente encendida, nos hace pensar en que no todo se confiaba a impetrar el favor divino, sino que se acudía a una acción complementaria, llevando a la práctica el conocido aforismo a Dios rogando y con el mazo dando. Esta última figura metafórica, la del mazo, adquirió pleno significado cuando a mediados del siglo pasado y con ocasión de la gran plaga de 1954, la utilización de productos químicos se aplicó intensamente en la lucha contra el maldito visitante, al que Viera y Clavijo calificaba como el más funesto presente que nos suele hacer la vecina costa de Berbería.

 

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Todo cuanto antecede no es sino el sustrato en el que hunde sus raíces la labor investigadora de Sergio Aguiar que, en el tema de la Fiesta de las Marías, ha cristalizado en dos grandes proyectos felizmente transformados en realidad: el completo e impecable informe que realizó para la declaración de dicha fiesta como Bien de Interés Cultural y el libro, magnífico en contenido a pesar de la sobriedad de su continente, que hoy me cabe el honor de presentar en sociedad, en el que sobresale la maestría investigadora de su autor y la calidad literaria con la que expone un proceso histórico que, a veces, desborda el marco concreto que sugiere su título y, otras, invita a que nos sintamos plenamente identificados con nuestro acervo común.

 

Esto hace que el libro La Fiesta de las Marías en Guía de Gran Canaria. 200 años de historia de una promesa a la Virgen de Guía (1811-2011), pueda considerarse, en primer lugar, como el valioso estudio antropológico de una de las fiestas más populares a nivel insular: las enramadas, que tanto se prodigan en la geografía grancanaria y que la de Guía destaca por ser la más antigua de la isla. La historia de la fiesta en general, definida como cultura popular en acción, encuentra en el libro de Sergio Aguiar un marco idóneo que, a pesar de su brevedad, sirve para presentarnos una de las manifestaciones de sociabilidad más peculiares de Gran Canaria y que, a modo de cordón umbilical, une el presente con nuestro pasado.

 

Tanto este capítulo, como el anterior en el que nos describe también con brevedad telegráfica la comarca del noroeste de Gran Canaria en el siglo XIX, responde a la necesidad del historiador de fijar unas coordenadas en las que situar aquello que permanece, ese universo estático al que apela el Profesor Luís Ribot y sobre el que tiene lugar el proceso, siempre cambiante, de la transformación cotidiana de la historia.

 

Junto a la historia de la fiesta, como modelo de participación social, el libro tiene para mí y creo que para todos ustedes, un atractivo especial: identificarnos plenamente con una tradición que va de padres a hijos y sentirnos protagonistas hoy de una manifestación colectiva de historia, religiosidad y folklore, de la misma manera en que se sintieron nuestros antepasados. Porque el libro no es sino un majestuoso mosaico multicolor, compuesto por una miríada de teselas acumuladas a lo largo de dos siglos por todos los habitantes de la Comarca y que nuestro autor, Sergio Aguiar, ha juntado pacientemente para lograr una obra cuya grandeza reside en ser de todos porque no es de nadie.

 

Una aseveración que no creo exagerada al observar el riquísimo archivo fotográfico que se sucede a través de sus páginas, en el que podemos ver cómo somos y cómo fuimos a lo largo del tiempo. De esta colección ilustrativa se pueden seleccionar unas sesenta fotos que reflejan nuestra imagen de ayer, la de nuestros vecinos, la de nuestros padres y tal vez la de nuestros abuelos, pero todas, sin excepción, envueltas en ese halo misterioso e inaprensible que no se puede asir más que con los latidos emocionados de nuestro corazón. Un halo que no es sino el resplandor de la fe sencilla que, por encima de cualquier consideración, nos envuelve a la manera de un hermoso rayo de luz intenso, colorista e inextinguible.

 

 

 

Fotos: presentadas por Alfredo Betancor en nuestro I Concurso Fotográfico Francisco Rojas Fariña "Fachico". Las Fiestas Populares Canarias.

 

 

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