Fray Diego, guardián del convento de Betancuria, un día echa de menos a Fray Juan de Santorcaz, y por su tardanza pregunta a los pastores del lugar si lo habían visto, pues el celo de Fray Juan le hace salir por caminos pedregosos y difíciles a evangelizar. Los pastores dirán que sólo han advertido unas luces y resplandores en el Barranco de Río Palmas.
Fray Diego va barranco abajo con los pastores y otros religiosos. Allí ven flotar el sombrero de Fray Juan sobre las aguas de la presa y en el fondo de la misma al fraile de rodillas y en actitud orante. Uno de los pastores se arrojó a la charca y lo sacó. Al salir, el fraile, que estaba en éxtasis, no tenía ni las ropas mojadas.
Fray Juan contó entonces que, andando por aquellos caminos, había resbalado y cayendo a la charca se encomendó a la Virgen, a la que agradece el milagro de su salvación. Este lugar se llama Buen Paso y Mal Paso.
Ante los resplandores que salían de la peña, decidió Fray Diego, por inspiración divina, atacarla. Al abrirse la roca aparece la escultura blanca de la Virgen con el Niño, que desde entonces se llamó la Virgen de la Peña. Fue llevada la imagen al convento de S. Buenaventura y más tarde, al construirse el santuario en el s. XVII, trasladada al mismo por la devoción popular.
Foto de portada: Aparición de la Virgen de La Peña. S. XVIII (Museo de Arte Sacro de Betancuria)