Ya contaba Purita, vecina del grancanario barrio cumbrero de Risco Prieto, que antes de llegar el segundo fin de semana del mes de julio los vecinos de Las Lagunetas modificaban su actitud; incluso en las tareas de la labranza se notaba el cambio ya que, sobre todo en las recogidas de papas, en las que se hacían juntas de amigos y vecinos, se comenzaban a escuchar más asiduamente los cantares picaos que algunos de los trabajadores recitaban con el único objetivo de molestar a alguien y provocar una respuesta. Estos cantares formaban parte de la vida cotidiana de los canarios y en esta época se multiplicaban para hacer más ameno el trabajo.
Pero junto a los que recitaban cantares, siempre había alguien que conocía Puntos Cubanos y también los dejaba salir de su pecho para deleitar a los que allí se encontraban. Después del trabajo procuraban buscar sus mejores trapos para ir a la fiesta de Los Indianos. Sólo a los llegados de las Indias se les distinguía por ir vestidos de blanco, ya que el resto vestía con lo que tenían: algunas jóvenes llegaban a hacerse unas enaguas nuevas con alguna talega de pan que conseguían en el pueblo. Eran tiempos difíciles, pero ello no evitaba que se utilizara el ingenio para poder pasar un buen rato junto a los amigos en la plaza del barrio más poblado de la Vega de San Mateo.
A las cinco de la mañana Las Lagunetas recuperaba la vida ya que cientos de puntos de luz se movían por los estrechos caminos con una sola dirección, la plaza del barrio del lugar. Los más jóvenes, acompañados de algunos mayores, se dirigían desde todos los lugares habitados hasta la iglesia para escuchar la primera misa. Algunos tenían la suerte de alumbrar el camino con una antorcha hecha de un carozo de piña envuelto con un trapo mojado en petróleo, otros no tenían más remedio que guiarse por la luz que la luna les brindaba. Al llegar al Pueblo, como siempre lo han llamado los que son de allí, aprovechaban las paredes de piedra que había a la altura de la Meliana y guardaban en sus agujeros a modo de zapatera los zapatos de diario, para luego sacar de la bolsa de papel marrón el calzado de salir, aquel que tanto tiempo costó conseguir.
Las fiestas eran motivo de alegría, no solo porque daban comienzo al verano, sino porque también eran las fechas en las que se dejaba un poco de lado el trabajo para dedicar algo de tiempo a las amistades. Los más jóvenes aprovechaban para pasear en torno a la iglesia y así tratar de enamorar a alguna pretendienta, comprando en algunos casos para aquella que cortejaban un canuto de papel amarrado con una cinta que al desenrollarlo les mostraba un romance que variaba en todos los pequeños pergaminos; y los pequeños que tenían más suerte compraban algún turrón o endulzaban la mañana con pastillas de café.
Luego tocaba rendir culto ante la Virgen del Corazón de María y llevar a cabo la tradicional procesión recordando a tantos vecinos y amigos que tomaron la decisión un día de jugárselo todo haciendo un viaje a las Indias, en busca de un futuro mejor. Al salir de la iglesia, el olor a bestias indicaba que los ganaderos de la zona habían acercado sus animales hasta el lugar para hacer la feria de ganado, situación esta que aprovechaba algún marchante para hacer su negocio. Más tarde llegaba el momento de juntarse algunos vecinos del barrio y otros de fuera para hacer sonar sus cuerdas, mientras los más jóvenes bailaban en la trasera de la iglesia, eso sí, bajo la supervisión de las madres de las muchachas o de algún mayor de confianza. Otros juntaban algunos tableros y arrastraban algunos sacos de millo que hacían las veces de silla y les permitía jugar una partida a la zanga mientras degustaban un poco de queso duro con algo de vino de la tierra o un pizco de ron.
Pero en la fiesta Indiana no podía faltar aquel poeta que improvisaba y que había venido de Cuba con una lesión que no le permitía trabajar y que le obligaba a hacer uso de su ingenio arrancándose con unos Puntos Cubanos con los que conseguía ganarse la vida de fiesta en fiesta de forma honrada. Con aquellos versos lograba dos cosas: la primera era que los más jóvenes conocieran a través de los cantos algunas de las hazañas vividas, y por otra parte conseguía humedecer los ojos de los que habían llegado de aquellos parajes, ya que recordaban sus propias vivencias.
Los Indianos de Lagunetas se encargaban de pagar sus promesas en la fiesta del barrio y para ello normalmente gastaban muchos de sus cuartos lanzando fuegos artificiales, síntoma este de alto poder económico. Otra parte del dinero acumulado ya lo traían invertido en las guayaberas blancas, sombreros de palma y pantalones de lino, que eran adornados por algún reloj de oro. Pero mientras la mayoría de los lagunetenses miraban el cielo observando la quema de los fuegos, algún vecino desviaba su mirada hacia la vuelta del portillo, por si hubiese buenas nuevas en la llegada de algún familiar que había marchado años atrás.
Pero contaban los más viejos que los agraciados que pudieron hacer fortuna fueron los que menos ya que, como ellos indicaban, mientras jugaban a la baraja, allí se trabajaba de sol a sol y se comía muy mal y poco, teniendo en ocasiones que echarse un terrón de azúcar a la boca para pasar la fatiga y sacar algo de fuerzas y poder terminar la jornada. Fue esta la causa que llevó a muchos canarios a tener que quedar en las Indias sin posibilidad alguna de retorno a la tierra que los vio nacer.
Navegando en alta mar *
Canarias tiene terrenos *
Dile a España que no venga *
Canario hay que luchar *
Contigo me caso Indiana
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Composiciones recogidas en la colección Medianías cantares de ayer, llevada a cabo por Eloy Naranjo Perera. Las dos primeras fotos son de Julia Perera Perera y la última de Pedro Ravelo Suárez.