Revista n.º 1069 / ISSN 1885-6039

Los tintes.

Domingo, 9 de enero de 2011
Guía de Artesanía Tenerife
Publicado en el n.º 347

El atractivo de los tejidos populares canarios reside, además de en su textura rugosa y cálida, en su gran colorido. Paños rayados en mil colores -rojos brillantes, azules francos, amarillos- contribuyen a crear un efecto cromático intenso en la indumentaria tradicional, acorde con el sentido lúdico y extravertido de las Islas.

Hilos de diferentes tintes.

 

Aunque no hay que olvidar que, hasta hace unas décadas, la vestimenta cotidiana de las mujeres urbanas privilegiaba el negro riguroso, como lo atestiguan numerosas crónicas de finales del siglo XIX y principios del XX.

 

La industria de los tintes conocerá en Tenerife a partir del siglo XVI un desarrollo paralelo a la textil, aunque ya desde muy antiguo las Islas basaron una parte importante de su economía en su explotación. El principal tinte fue la orchilla (Rocella vicentina, según los biólogos David y Zoë Bramwell), un liquen que crece en los riscos cercanos a los ambientes costeros y proporciona un color púrpura, muy apreciado desde la Antigüedad.

 

Anteriormente al uso de la orchilla, los fenicios extraían el tono púrpura de los moluscos Murex trunculus y Murex brandaris que hallaban en la costa mediterránea y en las costas atlánticas del Sur de Marruecos. Más tarde, en época romana, el rey de las dos Mauritanias, Juba II, instalaría una fábrica tintórea en un islote situado frente a la ciudad marroquí de Essaouira, no muy lejos de las costas canarias.

 

En un intento por hallar nuevos filones purpúreos, los fenicios -según expone la investigadora grancanaria Nilia Bañares en su reciente trabajo Tintes Naturales, experiencias con plantas canarias- arribaron a las costas de Fuerteventura y Lanzarote descubriendo que, si bien el preciado molusco no abundaba, de la orchilla se obtenía un color muy similar. De hecho, Plinio se refería a las Islas Canarías como las Purpurarias.

 

Los hilos en un telar.

 

Aparte de la púrpura y la orchilla, fueron numerosos los tintes utilizados en Europa anteriormente a la conquista de América. Procedentes la mayor parte de Oriente, los más afamados fueron el sándalo, el azafrán y el índigo, extraído de una planta, la Indigofera tinctorea, de la que se obtenía un brillante color azul, llamado también añil, con el que los normandos se embadurnaban el rostro para infundir respeto y amilanar al enemigo. Los targui (plural de tuareg) emplean este tinte para el velo que les cubre la cabeza y parte del rostro; de ahí el nombre de hombres azules con que a veces se les conoce.

 

Entrado ya el siglo XV, el conquistador Juan de Bethencourt reparte las tierras canarias entre españoles y franceses como si fueran un simple bizcocho, y decide apropiarse de la explotación y comercialización de la orchilla, vendiendo el codiciado tinte en los mercados florentinos.

 

Como explica Nilia Bañares, la recolección de este liquen de color pardo negruzco y aspecto seco era extremadamente peligrosa, pues requería trepar por riscos y paredes de acantilados muy abruptos. A menudo se utilizaba a los niños para estos fines, debido a su mayor agilidad y docilidad. Los accidentes laborales eran un hecho harto frecuente.

 

La orchilla tinerfeña -hoy protegida por Medio Ambiente- debió ser muy reputada a juzgar por lo que describía el viajero francés del siglo XVII André-Pierre Ledru: La orchilla (Lichen rocella), empleada en el tinte morado y que se recoge en los peñascos, era hace tiempo una rama importante del comercio de Tenerife, ya que era mucho más apreciada que la de las otras islas. Un recaudador la compraba a ocho francos el miriagramo en nombre del rey de España, quien a veces la volvía a vender a 75, una vez limpia y seca1.

 

La creciente disminución del liquen debido a su explotación intensiva a lo largo del siglo XVIII -pese a las medidas que se adoptaron para regularla-, y la importación europea de orchilla procedente de Perú y Madagascar a precios más competitivos, dieron al traste con este lucrativo comercio que desapareció casi por completo en el siglo XIX. A ello se sumó el cultivo más o menos intensivo de la hierba pastel (Isatis tinctorea), de la que se obtenía un preciado color azul, y la introducción de tintes artificiales, gracias al descubrimiento de los derivados de la anilina por el inglés William Henry Perkins. Pese a ello, y a la escasez actual de este liquen de apariencia humilde, aún perviven en Fuerteventura algunas personas dedicadas a su aprovechamiento.

 

 

Tras la explotación de la orchilla canaria llegó a tierras insulares procedente de México la cochinilla. Se trata de un parásito animal, el Coccinus escarlata, que se alimenta de las tuneras o chumberas. Por cierto, la palabra tunera le viene a la higuera de Indias, o chumbera, del árabe tin (higo). Según las Apuntaciones sobre el cultivo del nopal y cría de la cochinilla en las Canarias, del cultivador Manuel Ossuna e impreso en 1846: En el año de 1820 llegaron á Cádiz con dirección a su Sociedad Económica ocho nopales ó higueras tunas traídas de América, las que venían cargadas del insecto llamado Cochinilla2. La viajera Olivia M. Stone relata los pormenores de su introducción, que no debió resultar del todo fácil. La cochinilla se introdujo en 1825 de México, desde donde se trajo sobre cactus. Nadie se tomó la molestia de conservar los insectos, excepto un sacerdote de La Laguna, quien más tarde donó los insectos y plantas a un jardín de Santa Cruz. Un oficial, Don Santiago de la Cruz, los llevó desde allí al sur de Tenerife y a Fuerteventura, encontrando mucha oposición a sus intentos de reproducción y cultivo3.

 

Para obtener el tinte en polvo, y siempre según el citado manual, la cochinilla se introducía durante unas horas en un horno ligeramente caliente para después secarla al sol y filtrarla con un cedazo. Aún existen en la actualidad en Lanzarote extensas plantaciones de tuneras destinadas a la producción de este parásito que se utiliza para la obtención de tintes no tóxicos en cosmética, farmacia y cocina.

 

Los productos locales de origen vegetal eran también muy aceptados en Tenerife, aunque los resultados no siempre fueron tan buenos como se deseaba, a juzgar por la decoloración que sufrían los tejidos al cabo de cierto tiempo. Así, se usaba el acebifio (Ilex canariensis), el alazor (Carthamus tinctorius), o azafrán bastardo, la gualda (Reseda luteola), el almendro, el nogal y muchos otros. Según la tejedora Estaníslaa García, hasta hace no mucho se utilizaba la cresta de gallo (Isoplexis canarienses) y el laurel (Laurus azorica) para conseguir el verde. También cebolla morada e higo pico o chumbo, como se conoce en la Península. Se usaba el higo pico colorado y el higo pico blanco. Con el colorado también se teñía.

 

 

Notas

 

1.- Ledru, A. P., Viaje a la isla de Tenerife (1796), trad. Delgado, J. A., notas Hernández, J., col. A través del tiempo, Madrid, 1982, p.1982, p.109.

2.- Ossuna Saviñón, M., Apuntaciones sobre el cultivo del nopal y cría de la cochinilla en las Canarias, Santa Cruz de Tenerife, 1846, p. 3. Edición facsímil, Museo Arqueológico y Etnográfico de Tenerife, Tenerife, 1989.

3.- Stone, O. M., Tenerife y sus seis satélites, vol. 1, trad. Amador, J. S., Ed. del Cabildo Insular de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 1955, p. 532.

 

 

Artículo extraído del libro Guía de Artesanía Tenerife, publicado por la D. Gral. de Industria del Gobierno de Canarias con la colaboración de Inés Eléxpuru, Juan Carlos Martínez Zafra y María Victoria Hernández.

 

 

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