Revista n.º 1074 / ISSN 1885-6039

Los primeros intérpretes en el Atlántico.

Lunes, 19 de diciembre de 2011
Jessica Pérez-Luzardo Díaz
Publicado en el n.º 397

A propósito del libro de Marcos Sarmiento Pérez Cautivos que fueron intérpretes. La comunicación entre europeos, aborígenes canarios y berberiscos durante la conquista de Canarias y los conatos en el Norte de África (1341-1569). Libros ENCASA, Málaga, 2008 y 2012.

Portada del libro Cautivos que fueron intérpretes.

 

El proceso aculturador iniciado por los europeos en las Islas a finales de la Edad Media puede contemplarse desde diversas atalayas. En el novedoso libro, cuyo contenido nos disponemos a presentar resumidamente ?con motivo de su próxima reedición?, el autor lo hace desde su peculiar percepción de docente y profesional de la traducción-interpretación, centrando la atención en los personajes que, a lo largo de dos siglos de historia, mediaron lingüística y culturalmente entre misioneros, comerciantes, tratantes de esclavos, conquistadores, burócratas, etc., por un lado, y aborígenes canarios y berberiscos, por otro. En el devenir de los acontecimientos fueron ?casi siempre? los propios isleños, o, en su caso, los norteafricanos, quienes facilitaron la comunicación, tras haber pasado previamente por algún tipo de cautiverio, durante el cual aprendieron la lengua del enemigo. 

 

No en vano ?como se expone en el primer capítulo?, uno de los aspectos más llamativos de la conquista del Archipiélago fue el escenario lingüístico en el que se desarrolló, compuesto por tres grupos de lenguas: a) las de los europeos ?italiano (genovés, florentino), portugués, catalán (mallorquín, valenciano), aragonés, castellano, francés (gascón, normando) e incluso alemán y flamenco?; b) la de los aborígenes canarios en sus variantes dialectales correspondientes a cada una de las siete islas; y c) el bereber y el árabe de los norteafricanos. Si bien las lenguas europeas no presentaban mayores dificultades de intercomprensión, debido a su derivación común del latín vulgar, y a que todavía no había culminado su proceso de evolución hacia lenguas con rasgos diferenciadores estabilizados, la situación de la hablada por los isleños era más compleja: pese a su más que probable procedencia de la familia lingüística bereber (amazigh), presentaba siete variantes dialectales ?correspondientes a cada una de las islas? cuyos respectivos hablantes, al menos de entrada, no se entendían entre ellos. El desconocimiento de la navegación había provocado que los isleños permanecieran incomunicados entre sí durante más de quince siglos. A esto se añadía que el bereber, como es sabido, se compone de una diversidad de dialectos cuyos hablantes, incluso hoy día, no se entienden entre sí cuando la distancia que los separa empieza a rondar los 100 kilómetros. Y como es de suponer que no todos los pobladores llegados a las Islas procediesen de la misma zona, amén de que, como también se sabe, lo hicieron en varios periodos, las diferencias que exhibía la propia lengua norteafricana asentada en las Islas eran notables.

 

Eran lógicas, pues, las diferencias dialectales percibidas por los europeos que visitaron más de una de las islas durante los siglos XIV y XV, y que éstos considerasen necesaria la mediación de intérpretes entre isleños de dos islas distintas; pero también que, dado el tronco lingüístico común, algún isleño dotado de especial talento para las lenguas pudiera familiarizarse rápidamente con la variante dialectal de otra isla diferente a la suya; e igualmente cae dentro de la lógica que sólo contemos con una referencia directa a la posible intercomprensión entre aborígenes canarios y bereberes.  

 

Tomando como hilo conductor los acontecimientos históricos, Sarmiento Pérez deja buena constancia de la necesaria intervención de los intérpretes en todas las etapas del proceso de aculturación y conquista. Así, la acción evangelizadora de carácter misional-comercial, auspiciada por el Reino de Aragón y la Iglesia Católica en la segunda mitad del siglo XIV, y que estuvo marcada por la convivencia pacífica entre europeos e isleños, fue posible gracias a un grupo de canarios y canarias cautivados en la primera expedición de mallorquines. Durante diez años de cautiverio en las Islas Baleares habían aprendido el catalán (mallorquín), y, aunque tristemente sus nombres quedaron en el anonimato, fueron los primeros intérpretes en las islas atlánticas.

 

Luego, cuando, a partir de 1402, la acción evangelizadora vino acompañada por las armas, y se inició la conquista de señorío, también resultó crucial la mediación de cuatro intérpretes. Tres de ellos ?Alfonso e Isabel, naturales de Lanzarote, y Pedro el Canario, de Gran Canaria?, habían vivido nueve años en Europa, o sea, desde 1493, cuando ?casi con toda seguridad? fueron apresados en la terrible razzia que tuvo lugar aquel año en varias de las Islas. Ya bautizados con nombres castellanos, volvieron a casa al servicio del normando Jean de Béthencourt y el gascón Gadifer de La Salle. Alfonso e Isabel allanaron el camino para la conquista de Lanzarote y Fuerteventura, y Pedro el Canario facilitó los contactos con los grancanarios. Y, aunque de más vaga procedencia, el intérprete Augerón, capturado, si no en la mencionada razzia, sí en otra de las innumerables que se sucedieron en las costas canarias, resultó relevante en la conquista de El Hierro.

 

Lienzo alusivo al desembarco de los conquistadores en Canarias.

 

Una vez culminada la conquista de las islas de señorío en 1406, los intérpretes de las posteriores etapas, aunque también mayormente cautivos, ya se formaron en el propio Archipiélago. Sobre todo en Lanzarote empezaron a convivir habitantes de las restantes islas ?tanto de las ya conquistadas, por los lógicos desplazamientos de personas, como de las libres aún, por la presencia de esclavos capturados?. Así, isleños de cualquiera de las siete islas podían aprender la lengua de los europeos (inicialmente el francés y luego el castellano). Por otro lado, en el transcurso de las incursiones, muchos isleño-castellanos caían cautivos en otras de las islas, en las que, si sobrevivían y permanecían tiempo suficiente, se familiarizaban con otra (u otras) de las variantes dialectales de la lengua aborigen, o sencillamente, la aprendían.

 

Así, cuando Diego de Herrera e Inés Peraza, los nuevos señores de las Canarias a partir de 1452, prosiguieron la conquista, ya dispusieron de los nuevos intérpretes: Juan Negrín y Mateo Alonso, ambos naturales de Lanzarote, que probablemente habían vivido algún tiempo cautivos en Gran Canaria y Tenerife. Con su ayuda, Herrera aplicó una estrategia de conquista consistente en la firma de pactos y acuerdos ?en realidad, auténticas farsas desde la perspectiva castellana? con los guanartemes de Gran Canaria y los menceyes de Tenerife, que condujeron a la construcción de torres o fortalezas desde las que, subrepticiamente, impulsaría el asedio armado. A la intervención de los dos intérpretes se debió, por ejemplo, el éxito de las negociaciones entre Herrera y los grancanarios en 1462. Como es sabido, culminaron en la firma del tratado de paz y de comercio por el que los castellanos pudieron edificar una pretendida casa de oración en Gran Canaria a cambio de entregar como rehenes a treinta niños de menos de doce años procedentes de familias de Lanzarote y, probablemente, también de Fuerteventura.

 

De entre aquellos niños salieron los siguientes intérpretes: con seguridad, Juan Mayor, años más tarde el más destacado de la conquista de Canarias, y, muy probablemente, también Guillén Castellano, que igualmente vivió algún tiempo cautivo entre los guanches de Tenerife, y desempeñó luego un destacado papel como mediador lingüístico en la conquista de esta isla. La actividad de Mayor se inició cuando los abusos del matrimonio Herrera-Peraza sobre sus propios súbditos en Lanzarote (y Fuerteventura) provocaron que éstos, alzados pacíficamente contra el gobierno señorial, lo enviaran como procurador-mensajero-intérprete a la Corte de los Reyes Católicos para presentarles sus reivindicaciones.

 

Y cuando, como consecuencia de lo anterior, los Monarcas decidieron reservarse para sí la conquista de Gran Canaria, La Palma y Tenerife, a partir de 1478, y Lanzarote quedó desplazada por Gran Canaria en el papel centralizador de la conquista, en esta isla se formó la última tanda de intérpretes, casi todos de renombre: Pedro de la Lengua, Francisca de Gazmira, Fernando Guanarteme y, muy probablemente también, Juan de La Palma. Su labor fue verdaderamente intensa: en las confederaciones con los menceyes de Tenerife y los caudillos de La Palma, en los contactos y negociaciones con las tribus norteafricanas, en trámites burocráticos una vez finalizada la conquista y en algunos de los interrogatorios inquisitoriales, pues, como es sabido, el Tribunal del Santo Oficio fijó su sede en Gran Canaria, etc.

 

Ya con el ejército expedicionario enviado por los Reyes Católicos en 1478 al mando del capitán Juan Rejón para emprender la conquista de Gran Canaria, venía como adalid mayor, o sea, también como intérprete, Fernán Guerra, que, aunque natural de Sevilla y vecino de Lanzarote desde hacía muchos años, había vivido cautivo en Gran Canaria. La ayuda de Guerra resultó crucial, por ejemplo, en la elección del Guiniguada para el establecimiento de las tropas de Rejón, y en sus primeros contactos con los grancanarios.

 

Cuatro años después, Juan Mayor volvió a mediar en varios acontecimientos relevantes: cuando Thenesor Semidan ?último guanarteme grancanario (Fernando Guanarteme)?, tras haber sido apresado por los hombres de Alonso Fernández de Lugo, hubo de encontrarse, primero, en la Cuesta de Silva con el general Pedro de Vera, y, luego, con éste y con los restantes mandos del ejército castellano en el campamento Real de Las Palmas. Y acto seguido, acompañando al guanarteme a la Corte de los Reyes Católicos, a quienes había de rendir pleitesía. Este intérprete, que estuvo luego presente en todas las actuaciones del ya ex guanarteme hasta que finalizó la conquista de Gran Canaria, intervino también en encuentros con caudillos de La Palma. 

 

En esta última etapa destacó, como decíamos más arriba, Pedro Delgado, más conocido como Pedro de la Lengua, por sus especiales dotes para la interpretación. Muy probablemente hijo del último faicán de Gáldar y primo de Fernando Guanarteme, aprendió pronto el castellano en su propia isla y, seguramente en ella también, las variantes dialectales de Tenerife y La Gomera, por el contacto regular con habitantes de estas dos islas. Delgado participó en las negociaciones con los menceyes guanches de las paces, en las sumisiones pacíficas, en las instrucciones a los espías, en los interrogatorios a los prisioneros, etc., y, además, ?lo que más llama la atención de él? en las campañas de Alonso de Lugo en Berbería, por su conocimiento del bereber.

 

En el proceso de la conquista de La Palma destacó la aborigen de aquella isla Francisca de Gazmira, que a la sazón vivía cautiva en Gran Canaria como criada del regidor Diego de Zurita y había aprendido el castellano. Francisca medió entre los castellanos y los principales caudillos de su isla natal, logrando que varios de ellos viajaran a Gran Canaria y aceptaran ser bautizados. Pero también destacó como mediadora y defensora de su pueblo cuando, una vez culminada la conquista de La Palma, Lugo, incumpliendo lo pactado, vendió como esclavos a un considerable número de palmeses. Pese a la oposición del pérfido gaditano, la heroína palmesa se plantó ante los Reyes Católicos a finales de 1494, consiguiendo que los Monarcas pusieran en marcha una pesquisa, que, finalmente, llevó a la localización y liberación en Jerez de la Frontera de un grupo de esclavos, entre los que había palmeses, grancanarios, gomeros y guanches.

 

Durante la invasión definitiva de la isla, el indígena Juan de La Palma ?ya cristianizado, pero que también había sido prisionero-cautivo? medió como intérprete-adalid entre el capitán conquistador y los caudillos palmeses, especialmente Tanausú, de quien era pariente y su adalid, ofreciéndole rendirse y reconocer por supremos señores a los Reyes Católicos, a cambio de recibir un buen trato. Como es conocido, Lugo no respetó lo pactado, apresando al caudillo palmero en una emboscada y dando fin, de este modo, a la conquista de La Palma en la primavera de 1493.

 

Por último, cuando, a finales de aquel mismo año, los Reyes Católicos prometieron conceder a Alonso Fernández de Lugo el título de gobernador de Tenerife en cuanto la isla quedase conquistada, ya se habían establecido confederaciones con cuatro de los nueve menceyatos: Güímar, Abona, Adeje y Anaga. Para ello habían mediado como intérpretes, principalmente, Pedro de la Lengua, Guillén Castellano y Fernando Guanarteme, que ya había aprendido el castellano y, además, se manejaba bien en la variante dialectal de Tenerife. Con los cinco de los nueve menceyatos restantes ?Taoro, Tegueste, Tacoronte, Icod y Daute? había sido imposible negociar.

 

A Fernando Guanarteme encomendó Lugo la mediación en dos misiones sumamente delicadas: antes de la primera de las dos grandes batallas, para renegociar con el mencey de Anaga, Beneharo, cuya actitud, pese a ser ya uno de los cuatro de paces, se había vuelto hostil. Y más tarde, al final de la batalla definitiva, la de La Laguna, cuando, tras haber caído herido de muerte el gran Benitomo de Taoro, Alonso de Lugo quiso entablar relaciones diplomáticas con Bentor, su hijo y sucesor, “por si todavía era posible conjurar la ruina y la desolación general”. Guanarteme logró traer a Beneharo al campamento de Lugo, asegurar su neutralidad e incluso que ayudara al conquistador en diferentes oportunidades, pero no pudo convencer a Bentor, que se negó a cualquier tipo de parlamento pacífico con quienes habían dado muerte a su padre.

 

A partir de 1496, mientras la lengua de los aborígenes isleños fue languideciendo hasta su total desaparición en las postrimerías del s. XVI, siguió siendo necesaria la intervención de los intérpretes. Por un lado, en zonas aisladas en Tenerife, no pocos hubieron de seguir valiéndose de otros indígenas que hablasen el castellano para poder relacionarse con la nueva sociedad. Por otro, dada la composición de la población del Archipiélago (además de castellanos, judeo-conversos, moriscos, indígenas mal convertidos al cristianismo, esclavos negros y centroeuropeos previsiblemente influidos por ideas luteranas), la Inquisición precisó de numerosos mediadores lingüísticos en sus interrogatorios. Y, en tercer lugar, también propiciaron la intervención de intérpretes los intensos contactos desde las Islas ?iniciados ya desde 1477 por Diego de Herrera? con las tribus norteafricanas.

 

En los interrogatorios del Santo Oficio a los moriscos solían intervenir parientes o conocidos de los interrogados y, no era inusual, que los hijos, que aprendían antes el castellano, asistieran a sus padres. Y en el caso de los europeos contagiados de luteranismo, los mediadores solían ser otros europeos afincados en alguna de las islas y que ya hablaban el castellano, como fue, por ejemplo, el caso del alemán Hans Oberbach, residente en Tenerife, que, en 1529, asistió como intérprete a dos marineros compatriotas acusados de portar libros luteranos.

 

Y también fue intensa la actividad de los intérpretes en las relaciones entre Canarias y Berbería, centrada en tres ámbitos: las incursiones para capturar esclavos y ganado, los intentos de conquista y los rescates ?estos últimos entendidos en los dos sentidos que el término tenía en la época: operaciones de compra-venta o trueque de productos- y liberación de cristianos caídos prisioneros de los moros en territorio africano. En la primera época destacó la labor mediadora del moro Heluxgrut, quien, pasado al bando castellano en 1479, fue bautizado con el nombre de Juan Camacho y participó en más de cuarenta incursiones en territorio africano con Diego de Herrera y sus sucesores, pues rebasó los 140 años de edad.

 

Ilustración del Le Canarien.

 

Más tarde, cuando las operaciones en los arenales africanos las continuó Alonso Fernández de Lugo ?a quien los Reyes Católicos otorgaron el título de capitán y gobernador de África?, bien fuera negociando diplomáticamente con las tribus de beduinos o de bereberes vecinas en San Bartolomé y Mar Pequeña, o haciéndoles la guerra en toda regla para que reconocieran la soberanía de Castilla, el primer mediador fue Diego de Cabrera, un natural de Lanzarote, que dominaba el árabe por haber vivido en la Torre de Mar Pequeña. Y posteriormente lo hicieron María de Almuñécar y Mahoma (o Mohamed), que, aunque no sabemos a ciencia cierta cómo y dónde aprendieron el castellano, cabe suponer que, capturados en algunas de incursiones (cabalgadas) de los castellano-canarios en Berbería, hubiesen vivido luego en las Islas o la Península Ibérica. Por último, cuando Lugo llevó a cabo una primera expedición a San Miguel de Saca, frente a las costas de Lanzarote, con el propósito de tomar posesión del reino de la Bu-Tata y continuar la expansión en los territorios de las tribus que se habían mantenido rebeldes, mediaron como intérpretes Pedro de Bobadilla, por su conocimiento del hebreo, y el grancanario Pedro de la Lengua, que hablaba bereber.

 

A partir de la firma del tratado de Sintra en 1509, por el que los Monarcas españoles renunciaron a sus grandes aspiraciones africanas, no solo continuaron las expediciones de rescates, sino que se intensificaron. Y, por ende, se intensificó también la intervención de los intérpretes, cuyas condiciones de trabajo y relación con el comerciante al que prestaba sus servicios profesionales como adalides, o sea, como guías y mediadores lingüístico-culturales, se solían recoger en un documento contractual: concierto de lengua. Un ejemplo nos lo brinda Luis Perdomo, un moro traído inicialmente como esclavo a Tenerife y que, una vez convertido al cristianismo y afincado en la isla, empezó a pasar a su tierra natal como intérprete de comerciantes, llegando él mismo a tener sus propios esclavos.

 

La intervención de los intérpretes en el presente contexto no quedó restringida al Archipiélago y a la costa africana, sino que se extendió también a determinados puertos peninsulares, principalmente Sevilla y Valencia, vinculada a la venta de eslavos canarios y bereberes. Una vez allí, antes de procederse a su venta y al pago del correspondiente impuesto por los mercaderes, los infelices cautivos eran interrogados por medio de intérpretes, que solían ser esclavos más antiguos que ya habían aprendido el idioma local. Las preguntas y las respuestas quedaban recogidas en los Libros de Confesiones de Cautivos.

 

Sin duda, una de las principales conclusiones de Cautivos que fueron intérpretes es la constatación de que allí donde intervinieron intérpretes se logró alcanzar acuerdos y la conquista avanzó más rápidamente que cuando sólo hablaban las armas; pero, igualmente, que cuando los intérpretes no eran los adecuados, la misión se veía considerablemente dificultada o fracasaba. E, igualmente, que más allá del mero conocimiento de dos lenguas, la relación de parentesco o la proximidad cultural de los intérpretes con los isleños demostró ser relevante en numerosas ocasiones para la consecución de los objetivos de los conquistadores.

 

A lo expuesto nos resta añadir que el papel desempeñado por los intérpretes de la conquista de Canarias ha suscitado el interés también entre algunos de los investigadores de mayor relieve internacional en el ámbito de la interpretación. En este sentido, la revista Interpreting. International journal and practice in interpreting ha publicado recientemente un artículo de Sarmiento Pérez (“The role of interpreters in the conquest and acculturation of the Canary Archipelago”. Interpreting 13.2, 2011, 155-175, John Benjamins Publishing Company, Amsterdam / Philadelphia) sobre la temática abordada en su libro, que, entre otros aspectos, incluye una tipología de aquellos primeros mediadores lingüísticos.

 

En suma, Cautivos que fueron intérpretes es una obra excepcional que nos brinda una visión ciertamente original de la historia de la conquista de las Canarias, que constituyó un campo de ensayo para la posterior colonización de América también en cuanto a la labor de los intérpretes: Isabel, Pedro de la Lengua, Juan Mayor, Francisca de Gazmira, etc., fueron los predecesores de doña María, la Malinche, intérprete de Cortés en México. Pero, además, la redacción de toda la obra en un estilo muy ameno, pese a la densidad de la información, hace que su lectura ?que, sin duda, recomendamos? resulte fácil y fluida. 

 

 

Jessica Pérez-Luzardo Díaz es traductora-intérprete y profesora en la Facultad de Traducción e Interpretación de la ULPGC.

 

 

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