«Por San Bartolo, el diablo está suelto»
Según una vieja tradición del pago de La Galga (en el municipio palmero de Puntallana), por las vísperas de San Bartolomé (24 de agosto) «el diablo —o perro maldito— anda suelto». Desde muy antiguo, la chiquillería del barrio viene protagonizando infinidad de travesuras en el vecindario pero, como coartada, culpan de tales molestias al «diablo de San Bartolo». Cambian unas por otras las macetas de los patios y, especialmente, se preocupan de hacerlo entre las familias que «no se llevan bien». Cada año, estas ruindades son recurrentes y, aún hoy en día, se diversifican. Todo lo achacan al poder de El Mal, que representa el diablo que, atado a una cadena, domina San Bartolo (El Bien). De esta singular manera se nos presenta la imagen de San Bartolomé que se halla en la ermita galguera.
Hace cuatro años, un grupo de vecinos ideó el Diálogo entre El Bien y El Mal, una breve obra teatral inspirada en los autos barrocos del Corpus y protagonizada por personajes alegóricos. El libreto es escrito ex profeso cada año y en él aparecen referencias a los males y bienes de ese año, representados por sucesos recientes acontecidos y por viejas reivindicaciones sociopolíticas del barrio.
El entorno de la antigua ermita de San Bartolomé Apóstol se convierte en escenario natural de la puesta en escena. Comienza entonces una disputa verbal entre dos ángeles. El ángel malo o demonio (vestido de negro y rojo, con cuernos y rabo, siguiendo la iconografía tradicional), subido en una azotea, se dirige al público comunicándole su intención de producir el caos. Interrumpe su temible alocución el ángel bueno, colocado en el balconcito de la ermita, desde donde tañe las campanas (vestido de blanco y alado). En un momento determinado invade la calle, a cuyos extremos se extiende el público, el Perro Maldito o demonio, concebido como una tarasca (gran cabeza de pasta de papel y cuerpo de tela bajo el cual se alojan sus cuatro conductores), acompañado por el ritmo ensordecedor de un grupo de batucada.
El ángel bueno
Es un momento de nervios para los más pequeños y para los no tan niños. La tarasca se convierte en la gran protagonista de la noche. Corre de un lado a otro, deambula arrojando sus males sobre los vecinos, aunque todos viven en el convencimiento de que San Bartolomé les favorecerá y protegerá. La famosa y recordada jaculatoria será de nuevo vencedora en la víspera del santo patrón: San Bartolomé bendito, amarra al perro maldito.
La plegaria se entremezcla con otra vieja costumbre pagana. En las esquinas de las paredes de las casas aparecen colgadas cabezas de ajos, procedentes de la rica huerta puntallanera, puestas al azar por los participantes. Según la vieja tradición, los ajos alejan a todo espíritu malévolo. Se trata, en definitiva, de símbolos y creencias que permanecen vivos en un lugar de arraigadas costumbres y tradiciones populares.
No hay lugar de escape
En su artículo «Alrededor de una fiesta», publicado en Diario de Avisos (22 de agosto de 1961), G. Vives del Moral recoge las antiguas creencias del barrio, según las cuales el protagonista principal era un gran gato. Cuenta que en el pago puntallanero de La Galga, «que en otros tiempos lo llamaron La Gran Galga, ha de celebrarse este año, como en los anteriores, la fiesta del Apóstol S. Bartolomé [...]. En tales días, y según la tradición, el demonio está suelto y San Bartolomé viene a ser un encargado de dominarlo y amarrarlo. Por eso dicen, lo tiene a sus pies atado con una cadena. Y muchas personas crédulas, llevadas por su fe, acuden al templo a implorar al Santo amarre al perro maldito. También hacen la misma súplica en las procesiones y aún en sus actos particulares y privados».
Justifica el cronista que «tal creencia parece arraigada en los fieles y, debido a ella, cuéntase que en cierto tiempo aconteció que un labrador muy honrado y timorato le ocurrió un día al ir arar un terreno que tenía más arriba del vecindario, en despoblado, y, habiendo preparado sus vacas para iniciar dicha labor, no pudo hacerlo porque la yunta no se movía, a pesar de ser estimuladas por el aguijón. Extrañados de esta paralización de su yunta, tanto el labrador como las personas que le acompañaban, observaron que un terrible gato estaba delante de ellas y les dirigía su fogosa mirada. En seguida pensaron en el “perro maldito” y soltaron el ganado. Hecho así, amedrentados y llenos de grima, regresaron a sus casas sin haber verificado el trabajo que se habían propuesto. El demonio no les permitía trabajar. Estaba suelto, tal era la fe de aquellas honradas gentes».
Al parecer, así «se cuenta ocurrió y así se divulgó por todo el pueblo entre los crédulos vecinos que, durante dichos días dirigían al Santo la siguiente jaculatoria», compuesta en versos pareados: «San Bartolomé bendito, / amarra el perro maldito». Sobre estas creencias, aún perdura en los galgueros la costumbre de abstenerse de trabajar en las vísperas de San Bartolo, nombre más popular y cariñoso que desde muy antiguo el pueblo le da al apóstol y, por extensión, al barrio.
La tarasca recuerda al diablo de San Bartolomé
La iconografía de la imagen titular aparece representada en la mayoría de las ocasiones llevando un cuchillo porque, según la tradición, murió despellejado vivo. Es habitual también que a sus pies, dominándolo, se halle una serpiente o dragón encadenado, representando El Mal. Al parecer, Bartolomé predicó en la antigua Persia, cuyos habitantes daban culto al dios Astaroch. El apóstol propició la destrucción de la divinidad pagana; entonces, el demonio, que se encontraba en su interior, salió y comenzó a deambular, creciendo la creencia de que los dioses grecorromanos eran ídolos diabólicos.
Una vez más, vuelve a sorprendernos gratamente el ciclo festivo popular palmero; en este caso, permanece vivo el espíritu más genuino del concepto de lo popular. De un lado, por el alto nivel de participación de los vecinos en tareas de organización (producción, diseño y confección del vestuario, escrituración del libreto teatral, dirección artística y regiduría) y actuación (actores, batuqueros, etc.), sin faltar la colaboración de un público más activo que pasivo, que se mueve al ritmo de la tarasca o que huye despavorido. Y, de otro, la marcada interrelación entre niños, jóvenes, adultos y ancianos: todos tienen una tarea encomendada y todos quieren voluntariamente significarse en ella. En este sentido, la labor de coordinación que conduce la Comisión de Fiestas es, ciertamente, más que loable: no se escatiman esfuerzos durante todo el año, tanto en lo que respecta a la recaudación económica como a la preparación del programa, enriquecido con actos de raíz cultural y lúdica, conjugados en una simbiosis, en verdad, envidiable.
Con esta aptitud queda garantizado el futuro del Perro Maldito de La Galga, que ya comienza a ocupar un puesto destacable en el repertorio festivo estival de la isla.
El Perro Maldito de San Bartolomé de La Galga (Puntallana, La Palma)
Las fotografías son de la autora del texto.