Revista n.º 1074 / ISSN 1885-6039

El histórico castañero de El Madroñal.

Jueves, 18 de agosto de 2011
Pedro Socorro Santana (Cronista Oficial de la Villa de Santa Brígida)
Publicado en el n.º 379

Un árbol característico del campo grancanario es el castañero (Castanea sativa Mill), que desde hace siglos ha compartido paisaje y protagonismo con la esbelta palmera, el recio pino o el mítico drago, dueños cada uno de ellos de una valoración simbólica.

Cantañero gigante de El Madronal a finales del siglo XIX.

 

En la antigua China, por ejemplo, al castaño tradicionalmente se le consideraba ejemplo de persona previsora, en tanto en cuanto que su fruto servía de alimento para el invierno. Las hojas de castaño, cuyo color torna del verde al castaño o marrón, recuerdan la tristeza otoñal...

 

En la Santa Brígida señorial y labriega de antaño hubo dos singulares castaños o castañeros, como también decimos, acusando la influencia portuguesa de un vocablo que ha enraizado en nuestra peculiar forma de hablar. El primero de ellos creció a la salida del casco histórico del pueblo, en una antigua hacienda situada  en la parte baja del camino real de La Vega. Ignoro quién lo plantó y cuándo desapareció. Pero pudo estar allí cuando llegaron los fundadores de Santa Brígida al alborear el siglo XVI, pues se supone que este árbol fue muy propagado a partir de la Conquista por los colonos portugueses, al descubrirse las amplias posibilidades ambientales que ofrecían las medianías grancanarias para su cultivo. El canario vio en este árbol donde abastecerse de madera y obtener frutos; madera para fabricar los cercos flexibles para la sujeción de las duelas de las barricas de vino o para confeccionar muebles. Y frutos para su alimento y para asar las castañas en las fiestas de los finaos con los primeros fríos de noviembre.

 

Debió de ser un hermoso ejemplar, de porte caprichoso e inmenso en sus dimensiones, pues el nombre del árbol sirvió para bautizar a la hacienda que lo cobijaba y, posteriormente, al lugar donde en el transcurso de los años fueron edificándose un puñado de casas sobre una irregular orografía que parecía echada a sus pies. A poco de nacer el siglo XVIII, la denominada hacienda del Castaño era propiedad del regidor perpetuo del Cabildo de Gran Canaria, Francisco de la Cruz Betancort y Quintana, la cual estaba entonces plantada de trigo, según manifestó en su testamento, realizado en Las Palmas el 28 de abril de 1707. Conviene resaltar que una pequeña parte del trigo cosechado se entregaba al monasterio de San Bernardo, en la ciudad, donde una hermana del dueño, Catalina de San Leonardo, era religiosa profesa. Declaro que de la hazienda que llaman del castaño pago trescientos y mas rrs. a el monasterio y monxas de Nuestro Señor San Bernardo y en cuenta de ellos tengo dado a don Francisco de Casares, su sobrino, veinte fanegadas de trigo que le parece fue a precio de catorce rrs. y medio la fanegada.

 

Entre las numerosas propiedades del regidor se encontraba, por tanto, esta hacienda que, según declaró, la había adquirido después de enviudar de su esposa, Antonia de Flores y Figueroa, con la que le unía un cercano parentesco, ya que era su prima hermana. En la finca trabajaban un nutrido grupo de trabajadores y esclavos radicados en La Vega, bajo las órdenes de un mayordomo, que roturaron los suelos y construyeron bancales hasta el cercano barranco de Santa Brígida destinado al cultivo de frutales y cereales. El abasto de agua estaba asegurado con las dos horas y media de aguas del heredamiento de Satautejo que regaban los predios de esta finca a través de una red interna de canales y acequias. Todavía hoy se conservan restos de estos elementos del patrimonio hidráulico, aunque la mayoría muy deteriorados.

 

A la muerte del regidor de la Isla, la vieja propiedad en explotación pasó a manos de su nieto y heredero Vicente Romero Jaraquemada, el primogénito de su hija mayor, Josefa de Bethencurt y Quintana, casada con el capitán de artillería de las Islas, Luis Romero Jaraquemada, descendiente de un conquistador oriundo de Extremadura. Y a mediados de ese siglo, en torno a 1745, la finca pertenecía al capitán de las milicias, Fernando Gaspar Calimano Nardari, familia noble del ducado de Saboya, que hacía pocos años se había establecido en Gran Canaria.

 

Subida al cementerio en la zona de Santa Brígida a comienzos del siglo XX.

Subida al cementerio y al Castaño Alto a comienzos del siglo XX (Fedac, al igual que la imagen de portada)

 

Con los años y las necesidades de suelo, este espacio agrícola variado y autosuficiente fue dividiéndose. En la parte superior de la antigua hacienda se construiría, a partir de 1862, el cementerio municipal; por eso hoy se conoce a este lugar como El Castaño Alto y a la zona donde está el actual calvarito El Castaño Bajo. También a la vía que pasaba por delante de este núcleo se le conocía como Paseo al Castaño, nominación que a partir de la Guerra Civil se sustituyó por la de calle Calvo Sotelo, en memoria del político José Calvo Sotelo (1893-1936), asesinado en aquellos días de furia y odios encontrados.

 

Como el caso del castaño, no es raro encontrar en la toponimia de la Villa otros nombres de origen botánico tales como Los Olivos, El Madroñal, Lomo Espino, Pino Santo, Monte Lentiscal, Mocanal, Gamonal, El Palmeral, etc. Muchos de estos nombres tan expresivos sirvieron a los habitantes de este lugar como referente locacional, nominando sus pagos gracias a una inspiración que nacía muchas veces de la simple contemplación del paisaje natural que le rodeaban.

 

 

El gigante de El Madroñal

También en la Vega de Enmedio, al borde del antiguo camino que unía la ciudad de Las Palmas con la Vega de San Mateo, junto al límite con este último término municipal, existió otro coloso vegetal que causó asombro a todo aquel que se acercaba ante su imponente silueta. Varios viajeros, científicos y turistas europeos recogieron en sus crónicas las increíbles dimensiones de aquel magnífico castañero, situado poco después de la ermita de El Madroñal. Fue, sin embargo, la incansable viajera inglesa Olivia M. Stone, que recorre junto a su marido John Harris, fotógrafo, todas las Islas en 1883 y 1884, la que aportó la descripción más detallada sobre este gigante vegetal en la excursión realizada el sábado 24 de noviembre de 1884, y luego publicada en su conocida obra Tenerife y sus seis satélites.

 

 

Un gigantesco castaño atrajo nuestra atención, se alzaba cerca del borde de la carretera, muy solo en medio de un campo, por lo que nos bajamos a inspeccionarlo, descubriendo que era un ejemplar magnífico. Como no tiene ningún otro árbol cerca de él, ha crecido uniformemente, y desde luego es un castaño frondoso. No es tan grande como el de La Orotava, pero aún está en su mejor momento. Tiene un diámetro de veinticinco pies, a cuatro pies del suelo, y las ramas brotan a los cinco pies. Tiene tres ramas principales, que se subdividen, cerca de su punto de unión con el tronco, en muchas otras ramas grandes. Solamente le han cortado una rama. Su interés estriba, sin embargo, quizás más en la belleza y simetría de su forma que en su tamaño. Es propiedad de don Francisco Manrique. Se encuentra en una zona más alta que el de la villa de La Orotava, ya que está a 2.25 pies sobre el nivel del mar, y a unos dieciocho o diecinueve kilómetros (unas doce millas) de Las Palmas.

 

 

Sin duda, aquel ejemplar situado dentro de la hacienda de Francisco Manrique de Lara y Manrique de Lara (1850-1920), causaba gran admiración entre los viajeros que recalaban en la isla, como el periodista inglés Isaac Latimer, que la visita junto a su hija Frances en la primavera de 1887 con el propósito de escribir un reportaje para el periódico Western Daily Mercury de Plymouth, y quien señala en sus Notas de un viaje a las Islas de Tenerife y Gran Canaria cómo al circular por la carretera del Centro los botánicos pararon los carruajes y se bajaron para medir el tronco de un famoso castaño que estaba contiguo a la carretera. Encontraron que, cerca del suelo, tenía treinta pies, seis pulgadas, de circunferencia.

 

La magia de la extraordinaria rareza natural del castaño de El Madroñal ya había cautivado al médico y antropólogo francés René Vernau (1852-1938), quien en el verano de 1876 expresó sus impresiones sensitivas sobre este bello ejemplar, aunque lo situara en la Vega de San Mateo. En San Mateo he visto un castañero cuyo tronco medía 14 metros de circunferencia y cuyas ramas, después de cubrir una gran extensión de terreno, terminaban formando una especie de tienda por encima de la carretera. Se me afirmó que existe otro más grande todavía, pero yo no puedo hablar sin haberlo visto.

 

No sabemos a qué otro castañero se refería Vernau, pero los más de catorce metros de perímetro certificaban que el histórico castañero de El Madroñal era un ejemplar muy añejo. Además, ofrecía otros atractivos, pues a la sombra y frescor de aquel digno competidor en años con el drago de Icod de Tenerife se hizo habitual que se realizaran meriendas campestres. La visita al castañero gordo, como se le conocía, se convirtió desde los años ochenta del siglo XIX en una excursión turística frecuente, en parte gracias a la apertura de la carretera del Centro que, a partir de 1873, favoreció el acceso de los viajeros hacia el interior de la isla.

 

Castañero gigante de El Madroñal y una tartana a comienzos del siglo XX.

Una tartana junto al antiguo castañero de El Madroñal a comienzos del siglo XX

 

De aquel soberbio ejemplar, que ni tan siquiera seis personas podían abrazarlo, sólo quedan los restos de su tronco en la finca denominada Los Pasitos, hoy propiedad de los herederos del empresario Manuel Rivero Sánchez, concretamente su sobrino Carlos Rodríguez Rivero. Con anterioridad, la finca había pertenecido a la IV Marquesa de Muni, doña María del Pino de León y Castillo y Manrique de Lara. El castañero gordo, el más antiguo que existía en la isla, cayó rendido por los achaques de su edad y por los designios de la Madre Naturaleza cuando parecía destinado a la eternidad. Esto sucedió en torno a la década de 1970 pues el poeta y escritor Claudio de la Torre (1895-1973), en su Guía de Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote, publicada en 1966, quedó asombrado por la presencia del castañero cuando iba camino de San Mateo, acompañado del cronista Juan del Río Ayala. El Madroñal, como su nombre indica fue un antiguo bosque de madroños. Pocos quedan hoy, pero podemos ver en cambio un curioso ejemplar de castaño multicentenario, de descomunales proporciones, el más antiguo conocido en la Isla. Se mantiene aún con vida gracias a una de las ramas del árbol que, por extraña simbiosis, realiza con su sabia la misión de raíz.

 

Ya entonces el estado de conservación de uno de los más sobresalientes castañeros que han crecido en el Archipiélago Canario sin que nada ni nadie impusieran restricciones a sus querencias era más que preocupante. Hoy apenas quedan los restos de un tronco cubierto por una densa enredadera y en medio de un hermoso y antiguo jardín de diseño romántico, con trazado sinuoso de paseos, fuentes y alamedas cubiertas de hibiscos, madreselvas, laureles, flores de pascuas, muy presentes en las viejas hacienda de esta villa. Afortunadamente, la invención de la fotografía y la curiosidad de algunos viajeros permitieron la inmortalización de estos ejemplares, que la historia hubiese condenado al más absoluto olvido si no fuera que en el lugar donde existieron quedaron unos topónimos que hablan de su pasado y que mantienen vivo su recuerdo.

 

Restos actuales del tronco del antigua castañero gigante de El Madroñal de Santa Brígida (Gran Canaria).

Rincón de la finca de Los Pasitos en El Madroñal de Santa Brígida.

Arriba: el tronco del castañero de El Madroñal, cubierto por una enredadera.

Abajo: uno de los bellos rincones de la finca Los Pasitos

 

 

Fuentes y bibliografía consultada

. ARANDA MENDÍAZ, M.: El hombre del siglo XVIII. El testamento como fuente de la investigación histórico-jurídica. Las Palmas de Gran Canaria, 1993, pp. 624-631.

. DE LA TORRE, C.: Guía de Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote. Ediciones del Cabildo. Las Palmas de Gran Canaria, 1966, pp. 246-247.

. HANSEN MACHÍN. A. (Dtor.): Geografía de Santa Brígida. Ayuntamiento de la Villa de Santa Brígida. 2001.

. LATIMER, A.: Notas de un viaje a las Islas de Tenerife y Gran Canaria (Un clima de verano en invierno). La Orotava. 2002, p. 91.

. NARANJO RODRÍGUEZ, R./ ESCOBIO GARCÍA V.: «El castañero (en las islas Canarias: su evolución en el paisaje insular. Consideraciones etnobotánicas». XV Coloquio de Historia Canario Americana (2002). Ediciones del Cabildo de Gran Canaria. Las Palmas de Gran Canaria, 2004.

. STONE, O.: Tenerife y sus seis satélites. Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria. Valencia.1995.

. VERNAU, R.: Cinco años de estancia en las Islas Canarias. Ediciones J.A.D.L. La Orotava, 1981, p. 184.

 

 

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