Revista nº 1037
ISSN 1885-6039

El Crucificado. Parroquia de Nuestra Señora de La Encarnación.

Domingo, 17 de Abril de 2011
José Guillermo Rodríguez Escudero
Publicado en el número 361

Dos días después de la primera procesión de este Cristo falleció su autor. El emblemático y polémico religioso contaba ochenta y nueve años... Cayó por las escaleras de la Parroquia Matriz de El Salvador en la madrugada de Pascua de Resurrección...

 

Considerada como una de las más bellas y elegantes del Archipiélago Canario, la Semana Santa de Santa Cruz de La Palma -hecho sociocultural de primer orden- es de las únicas que guardan escrupulosamente la sucesión cronológica de acontecimientos de la Pasión y Muerte de Cristo. Así pues, los pasos que van desfilando por sus calles van mostrando los sucesos tal y como los cuentan las Sagradas Escrituras, y siempre por ese orden.

 

Otra de sus características más destacadas es el alto nivel artístico de su imaginería procesional. Desde el Domingo de Ramos hasta el Viernes de Pasión, el espectador asiste embelesado a la exhibición de un magnífico catálogo escultórico de arte flamenco, barroco y neoclásico. Estas exquisitas piezas son trasladadas desde sus templos y ermitas en solemnes procesiones que recorren sus estrechas, históricas y empedradas calles.

 

Una de estas imágenes neoclásicas es el Crucificado de tamaño natural que actualmente se venera en esta antiquísima iglesia de Nuestra Señora de La Encarnación. La bella efigie -que preside este acto- es la última obra que realizó el célebre sacerdote liberal Manuel Díaz Hernández (1774-1863), el Cura Díaz, y que puesta al culto el Viernes Santo de 1863 (hace ahora 148 años).

 

El Cura Díaz fue un hombre ilustrado. Practicó la literatura, la música, la política, el arte y la oratoria (ésta de forma tan profunda y sagaz que más de una vez tuvo que asistir a las llamadas de atención que le hacía el Santo Oficio). Recordemos que uno de sus mítines-sermones trajo consigo las mayores denuncias de sus enemigos políticos. Estos lo acusaron de infidencia, motivo por el cual tuvo que abandonar La Palma en 1824. Por ello fijó su residencia en Tenerife hasta febrero de 1835, cuando retornó triunfalmente a su patria chica. Una buena definición de su talante la expresaba con escuetas palabras el fallecido cronista de la ciudad, Jaime Pérez García: este sacerdote, que vivió para la Religión, la Libertad, La Caridad y el Arte... Ciertamente, don Manuel Díaz se dedicó en cuerpo y alma a una de sus pasiones: el Arte.

 

Si bien ha sido conocida su labor como escultor, es precisamente esta faceta artística la que menos trabajó. De ahí el pequeño catálogo de obras suyas. En ellas, como alumno autodidacta, reflejaba una poca formación, tanto en dibujo como modelado, con la que contó desde sus primeros comienzos. El único maestro que pudo dejar en él cierta huella artística fue Marcelo Gómez, cuyas formas barrocas servirían de base al iniciado Díaz. Pero los dominicos fueron los que marcaron su inclinación por todo lo relacionado con el Arte.

 

 

Este polifacético religioso ocupaba su tiempo en varias cosas a la vez, lo que conllevó una falta de atención hacia su labor escultórica. Sin embargo, sus feligreses se lo perdonaban. No ya porque el resultado fuese una obra de alta calidad artística, que no lo era, sino porque procedía de una persona muy querida y admirada. Su arte se iba convirtiendo en una mezcolanza de tendencias y estilos, sin una clara y precisa orientación.

 

En el cuerpo de su Crucificado de la Misericordia se encuentran unos resultados que se acercan más a la imaginería andaluza que a la canaria. Fue un encargo de los Señores García de Aguilar y Carballo para la Cofradía de la Misericordia del convento franciscano y, aunque consciente de sus limitaciones y de su avanzada edad, quiso complacer a la hermandad y no desagraviarla. La figura de Cristo aparece con la mirada puesta en el Cielo, recordando a los Crucificados andaluces. Es probable que el Beneficiado Díaz conociese mediante algún grabado o dibujo del Cachorro de Sevilla, obra de Franciscano Ruiz Gijón. Aunque el resultado nada tuvo que ver con este venerado modelo barroco, plasmó en su Cristo palmero prácticamente las mismas soluciones.

 

Sin embargo a Díaz le faltó una mayor especialización en la escultura. Fue necesario haber permanecido junto a Luján o Estévez a fin de perfeccionar más su técnica y capacidad artísticas. Sus grandes compromisos eclesiásticos le impidieron desarrollar un método escultórico determinado. En su Cristo en la Cruz de La Encarnación destaca el dibujo al cuidar la estructura anatómica, abundando en las formas redondas. El precioso Crucificado, llamado originalmente Señor de las Siete Palabras (170 cms. x 115 cms), desfiló procesionalmente en la mañana del Viernes Santo de la capital palmera hasta el año 1968 (hace 43 años). Formaba parte del Calvario de la Parroquia de San Francisco de Asís junto con la Magdalena (obra del orotavense Fernando Estévez del Sacramento, amigo del Cura Díaz) y San Juan Evangelista (de su sobrino Aurelio Carmona).

 

Dos días después de la primera procesión de este Cristo falleció su autor. El emblemático y polémico religioso contaba ochenta y nueve años. Cayó por las escaleras de la Parroquia Matriz de El Salvador en la madrugada de Pascua de Resurrección y en el lugar donde murió, en medio de la Plaza de España, se alza una estatua en bronce, primer monumento civil erigido en Canarias y el primero levantado en honor a un canario.

 

Antigua cabeza original del Crucificado de la Misericordia

 

Si bien fue muy valorado el cuerpo de este Cristo, modelado en pasta de papel, no lo fue así su cabeza, que fue considerada una obra de deficiente calidad técnica. Es por ello que se le encargó una nueva testa a Aurelio Carmona López (1826-1901) para que se ajustara a este cuerpo perfecto. Este ilustre personaje ha llegado a ser considerado como el escultor más sobresaliente de cuantos nacieron en La Palma en el siglo XIX.

 

La cabeza fue esculpida en torno a 1865, dos años después del fallecimiento del Beneficiado Manuel Díaz. Es de estilo clasicista, ejecutada en madera policromada y de unos 30 cms. de altura. Su puesto en la procesión del Calvario fue ocupado en 1969 por el Crucificado actual, obra del fallecido Ezequiel de León, maestro orotavense.

 

El desaparecido investigador palmero Alberto José Fernández García, al referirse a la obra de Carmona, destaca su mirada al infinito, como implorando consuelo a su Padre Omnipotente. Fuentes informaba de que Aurelio tuvo que tallar la suya guardando el movimiento de la anterior, de ahí que el rostro de Jesús dirija la mirada hacia lo alto, en el momento de expirar, que recuerda a los Cristos sevillanos.

 

El Cristo cuando participaba en la procesión del Calvario de Viernes Santo

 

Actualmente la cabeza del Cristo de Díaz -de 42 cms.- se custodia en la sacristía de la ermita de San Sebastián de esta ciudad. Este busto carece de originalidad artística, aunque se observa un conocimiento del modelado. Según Fuentes Pérez, parece como si hubiera querido hacer realidad el dolor de la cruz, pero le faltó fuerzas y conocimientos. Recuerda tibiamente el rostro del Cristo de Limpias, pero el enorme número de defectos en toda su ejecución -incorrecta posición de los ojos, con un claro estrabismo, deformaciones en los pómulos y en la oreja izquierda, así como en el acabado del cabello- indican la mediocridad del autor.

 

Afortunadamente, aún podemos contemplar en todo su esplendor, dentro de la misma pieza, dos estilos diferentes de una pareja de importantes artistas palmeros muy distintos: tío y sobrino, anciano y joven, religioso y seglar, maestro y aprendiz… un recuerdo inolvidable que nos ayuda a entender, disfrutar y estudiar a dos grandes figuras en la reciente historia del Arte en la Isla de San Miguel de La Palma.

 

 

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