Revista n.º 1073 / ISSN 1885-6039

La Gomera. 51371

Miércoles, 6 de octubre de 2010
Florence Du Cane
Publicado en el n.º 334

A comienzos del siglo XX se publica en Londres un libro sobre Canarias de una británica viajera interesada por la vegetación insular. En medio de algunas imprecisiones históricas, deja perlas tan interesantes sobre, por ejemplo, el lenguaje silbado, del que dice que en este momento sólo se conservaba en la zona de Chipude y que los más adelantados silbadores no utilizaban los dedos para la ejecución.

Ilustración de la británica Ella du Cane de San Sebastián de La Gomera en 1911.

 

La Gomera apenas es visitada por los turistas, pero se puede hacer una rápida visita durante la escala del vapor interinsular que presta servicio en el archipiélago. En verano, sus montañas y bosques ofrecen lugares ideales para acampar con tiendas de campaña, pues el clima es muy bueno. El campo parece extremadamente rico, retribuyendo bien al que lo cultiva, y las cumbres aún tienen hermosos bosques que, por ahora, se van librando de los destructivos carboneros. El suelo de la isla, aunque volcánico, es uno de los pocos del archipiélago que no alardea de poseer un viajo cráter, siendo de 1.350 metros su punto más alto. Un detalle curioso de su vegetación es la ausencia de pinos; actualmente, no hay ninguno, y ya algunos viejos historiadores comentaron esta ausencia. Esto dio a antiguos autores una idea aproximada de la altura de la isla, porque el Pinus canariensis se encuentra adecuadamente ambientado a unos 1.200 metros sobre el nivel del mar, mientras que lo que vive a menos de esta altitud es la Erica arborea. En La Gomera, los brezos se desarrollan más que en las otras islas, adquiriendo aspectos de verdaderos árboles y, en el encantador trayecto desde San Sebastián, donde está el puerto, hasta Vallehermoso, al que le cuadra muy bien su nombre, el viajero pasa por una serie de terrenos bien irrigados y arbolados que componen un bello paisaje forestal, sin igual en Canarias. San Sebastián tuvo antiguamente más importancia que ahora porque, en tiempos pasados, su abrigado puerto era más valioso para los navegantes.

 

Probablemente por esta razón, se convirtió en el lugar favorito de recalada de Cristóbal Colón en sus viajes de descubridor. Primero visitó el Puerto de la Luz, en Gran Canaria, para reparar la avería de uno de sus buques; pero, dejando a un lugarteniente al cuidado del barco averiado, se trasladó a La Gomera el 12 de agosto de 1492. En aquella ocasión, pasó allí once días, regresando a Gran Canaria para recoger La Pinta, pero volvió a La Gomera el 1 de septiembre. Al parecer, pasó una semana acopiando visiones, y allí se adhirieron a la expedición algunos marineros de la isla. En el segundo viaje, volvió a su antiguo fondeadero, recogiendo, esta vez, más tripulantes y, como llevaba bajo su mando una flota mucho mayor, embarcó vacas, ovejas, cabras, cerdos y gallinas, además de plantas y semillas que deseaba introducir en la tierra que había descubierto, hecho de gran interés para los zoólogos, que intentan aclarar el verdadero origen de muchos animales encontrados en las Indias occidentales. Colón visitó dos veces más La Gomera que, sin duda, era su escala favorita. Algunos historiadores afirman que vivió allí durante algún tiempo, y aun hay quien señala una casa de San Sebastián asegurando haberle pertenecido. A partir de su matrimonio, en Lisboa, con una hija del navegante portugués Perestrello, se sabe muy poco sobre su vida durantes unos años. Los habitantes de Madeira dicen que vivió en una casa de Funchal, mientras que otros autores afirman que residió en La Gomera, y hablan de su regreso a "su viejo domicilio", después de uno de sus viajes.

 

Antiguamente, los habitantes de la isla se llamaban Ghomerythes y, después de la conquista por los españoles -lograda sin dificultad porque, aunque los isleños eran un pequeño grupo de valientes, sabían poco o nada del arte de la guerra- los invasores tuvieron su ayuda para atacar a las otras islas. No vivió La Gomera en paz, incluso después de la conquista, porque, en 1585, Sir Francis Drake hizo varios intentos de ataque a la isla y una flota holandesa, al mando de Van der Does, invadió la ciudad cinco años más tarde.En las paredes de la curiosa y vieja iglesia de San Sebastián, hay unas pinturas que representan el rechazo de la flota holandesa en 1599. Los moros atacaron la población en el siglo XVII, e incendiaron parte de ella.

 

Una particularidad de la isla es su extraño lenguaje silbado que fue practicado, probablemente, por todos los habitantes, pero que hoy está más o menos localizado en una comarca, la próxima a la montaña de Chipude, siendo raramente utilizado por los naturales de San Sebastián que, en su mayoría, no saben hacerlo. Los mejores silbadores pueden hacerse oír a seis o siete kilómetros y, en la zona donde todavía se aplica, todos los recados se transmiten por este medio que, sin duda, es muy conveniente donde no se conocen los telegramas, y profundos barrancos separan los pueblos unos de otros. Los que mejor utilizan esta habilidad no emplean los dedos para silbar y, por simples entonaciones y modulaciones de dos o tres notas, elaboran un lenguaje inventado para hacer posible una conversación. El siguiente relato de un viajero da idea de lo que puede hacerse con este lenguaje: "Un terrateniente de San Sebastián, que tenía fincas en el sur de la isla, aprendió, en secreto, a silbar. La primera vez que visitó a sus medianeros, oyó que se iba anunciando su presencia de montaña en montaña, y que se estaban dando instrucciones para ocultar una vaca aquí, un cerdo allá, y así sucesivamente, con el fin de que él no reclamase su parte de aquello". El mismo viajero, oyó el siguiente mensaje: "Aquí hay un caballero que quiere que le traigan una carta de San Sebastián. Dile a Fulano que vaya y la traiga". En cuanto se oyó esto, se pusieron en marcha. Si tiene alguna duda sobre la exactitud del mensaje, el receptos lo repite y, una vez aclarado, contesta nuevamente "Ayer, aye". Es deseable que no desaparezca del todo esta práctica, porque creo que el lenguaje silbado de La Gomera es único.

 

 

Portada de la primera edición de The Canary Islands, de la británica Florence Du Cane, de 1911.El capítulo XII, llamado "La Gomera", que aquí reproducimos forma parte del libro The Canary Islands, del que es autora la viajera británica Florence Du Cane, y que tiene ilustraciones de Ella Du Cane (como la de portada, de San Sebastián de La Gomera). Fue publicado por primera vez en 1911 en Londres, y su versión en español tiene como resultado Las Islas Canarias, traducido y prologado por Ángel Hernández, y editado en 1993 por la Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias.

 

 

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