Revista n.º 1065 / ISSN 1885-6039

Fumar en tiempos difíciles.

Sábado, 27 de noviembre de 2010
Manuel J. Lorenzo Perera y María Dolores García Martín
Publicado en el n.º 341

Quienes fumaban eran mayormente los hombres, también y abiertamente algunas mujeres, aunque pocas. De no disponer de tabaco ni de dinero para adquirirlo, se recurría a otras sustancias, entre ellas moñigos de burro, hojas secas de altabaquera, semillas de hinojo…

Una foto antigua de un señor fumando en cachimba.

 

Como nos ha ocurrido siempre, cualquier tema de la cultura tradicional desborda nuestras previsiones iniciales, obligando a hacer un gran esfuerzo de síntesis. Y en cada ocasión exclamamos lo mismo: ¡Cuánta riqueza atesora el patrimonio heredado de nuestros padres y abuelos! La entrega que hacemos en esta ocasión versa sobre la circunstancia de fumar durante los tiempos difíciles, habiendo entrevistado y contado con la colaboración de numerosos informantes, naturales de cada una de las Islas del Archipiélago. En boca de uno de ellos, procedente de Las Manchas (Los Llanos de Aridane. La Palma), recogimos el siguiente texto: si yo sé que todo esto (se refería al modo de hacer la trenza con hojas curadas de tabaco) es historia, hubiera aprendido el proceso. Indicativo de que continúa flotando en el ámbito social la creencia de que la historia trata únicamente de lo que guarda relación con los hechos y personajes sobresalientes. En las escuelas hay que recordar a los niños y a las niñas que historia es todo, incluyendo la propia historia familiar y el cúmulo de actividades y expresiones que le dan forma y contenido, entre ellas la costumbre y el arte de fumar.

 

Entre las aportaciones de la emigración a Cuba -adonde se encaminaron cuantiosos canarios a finales del siglo XIX y comienzos del XX- destaca lo concerniente al mundo del tabaco, trayendo conocimientos y, en ocasiones, las semillas de la mencionada planta, cultivada para el consumo doméstico en pequeñas huertas que debían regarse, ubicadas en las proximidades de las casas, casi siempre en zonas de medianías. El tabaco se curaba por los propios agricultores, encontrando variantes de suma curiosidad e interés cultural en cuanto al modo de efectuarlo. Por entonces, después de trenzarlo y picarlo, la mayor parte del tabaco se fumaba en cachimbas, muy curiosas y variadas en cuanto a formas y materiales utilizados (frecuentemente moral), en ocasiones elaboradas artesanalmente, muchas veces por los propios usuarios. Quienes fumaban eran mayormente los hombres, también y abiertamente algunas mujeres, aunque pocas. De no disponer de tabaco ni de dinero para adquirirlo, se recurría a otras sustancias, entre ellas moñigos de burro, hojas secas de altabaquera, semillas de hinojo…

 

En la mayor parte de los pueblos del campo, las primeras ventas fueron surgiendo a lo largo del siglo XX, muchas de ellas por iniciativa de quienes regresaron de la emigración. En los citados establecimientos -tan imbricados con la vida social, cultural y económica de las comunidades- empezó a venderse tabaco en hojas (luego vino la picadura), puros y cigarros, llegando a acontecer lo siguiente: cuando vino el cigarro, muchos dejaron la cachimba y fumaban cigarros o puros. Estos últimos, sobremanera los cigarros, se adquirían por dinero o cambiándolos, con frecuencia, por huevos de gallina.

 

Ahora bien, el dinero faltaba en la inmensa mayoría de los bolsillos, empezando a rodar, como hemos escuchado cuantiosas veces, en los años que prosiguieron a la emigración a Venezuela, décadas de los 60 y 70 del pasado siglo. La falta de perras, los nefastos reveses y avatares posteriores a la guerra civil española (1936-1939), la extremada pobreza... nos explican el motivo por el cual muchas personas aficionadas a fumar, niños y hombres, se dedicaran a recoger colillas del suelo al objeto de disfrutar con ellas, originándose escenas tan fuertes como las que nos narró su protagonista, un niño de aquel entonces: un hombre, un viejo ricachón me pegó un cogotazo por coger una cola, tenía tuberculosis; se pensaba que era para mí y me pidió perdón, era pa un viejo que me mandó a cogerla; eso fue en Los Silos, yo nací en Los Silos.

 

Muchas veces no se dispuso de los medios para conseguir tabaco en los comercios y hasta se hacía dificultoso encontrar colillas. Y ese padecer lo notaron esencialmente los pequeños fumadores, siendo raro y ocasional el de las niñas que lo llevaron a cabo. Los niños se iniciaban desde muy corta edad, a escondidas de sus padres, desde que teníamos uso de razón, asiduamente en momentos de soledad, cuidando las cabras o los camellos, desde el interior de la tagora o al zoco de alguna pared; se pretendía con ello imitar a los mayores, decisión tan repetida en tiempos de infancia, sin desdeñar algún que otro propósito, como el narrado a continuación: no fumaba cigarros porque no había con qué; había mucho frío, pa matar el frío, porque beber no se podía, porque no había... Existía una edad pa fumar, es decir, para hacerlo públicamente y delante de los padres, cifrada en torno a los 18 años de edad. Hasta entonces, cuando no se podía conseguir tabaco o cigarros, circunstancia muy repetida, los más pequeños y los magallotes recurrían a alguno o algunos de los productos que aparecen en el cuadro número 1. Y a lo mismo se obligaban aquellos fumadores adultos: cuando no tenían tabaco, echaban deso también, escena vista con desprecio por quienes la diosa Fortuna posibilitó tener dinero sonante y contante en sus carteras y monederos de rejilla: ese pordiosero está fumando adelfa.

 

Cuadro de un artículo de El Baleo sobre lo que fumaban los niños en épocas pasadas.

 

 

Entre las numerosas sustancias que dan contenido al citado cuadro, las hay recogidas en el medio natural, de origen agrícola, animal o las que son consecuencia de la elaboración. Algunas han tenido un uso muy localizado como el icán o jicán, orchilla de color amarillo a la que recurrían los pastorcillos de Fuerteventura; o más general, como acaece con las hojas secas de altabaca, de higuera, la barba millo y, sobremanera, la semilla del hinojo. El sabor de algunos de esos productos es fuerte (icán, hojas secas de venenero, hojas secas de amapola...), recurriéndose a los mismos cuando no había otra cosa y porque no teníamos pa comprar tabaco. Sin embargo, el de otros (hojas secas de algaritope, de poleo, semillas de hinojo...) es dulce y aromático. Por figurar de forma destacada en los dos grupos, vamos a referirnos a la semilla seca del hinojo, conocida en diversos lugares como matalauja; daba fuertes estallidos durante su combustión y suele decirse de ella que es sabrosa, dulcita e inclusive que sabe a matalahúga o matalaúva, virtudes por las que, aparte de fumarlas solas, acostumbraba a mezclarse can otras sustancias, incluso tabaco.

 

Puede apreciarse en el cuadro número 1 que llegaron a fumarse palitos de determinadas especies vegetales. Con los otros elementos (hojas secas, semillas, polvo del icán, barba millo, badana de la platanera, moñigos de burro) se formaban cigarros liados en papel de fumar, baso o de envolver en la venta, hojas de libros… en función de lo que se pudiera conseguir. Cuando no era posible contar con papel -hecho muy repetido- se liaba con componentes de determinadas especies vegetales, hojas de magnolia y, principalmente, con capas finas de fajina o camisas del millo o maíz. Y cuando no había papel ni ningún otro material envolvente, lo que aconteció en cuantiosas ocasiones, el recurso era la cachimba, siendo la más usada y difundida la que mostraba la cañuela (caño, tubo...) y el depósito o cachimba propiamente dicha hechas de caña, existiendo -que nosotros sepamos y en lo que a empleo de material se refiere- otras once tipos más, incluso con la cachimba o pilita hecha a partir de una piedra blanca amorosa, usada por jóvenes cabreros de Fuerteventura.

 

Las estampas relacionadas con esas formas tan peculiares de fumar no suelen formar parte de la memoria de quienes cuentan en la actualidad con menos de sesenta años de edad. Muchas cosas se han modificado, inclusive el procedimiento y la tenencia de medios para conseguir no sólo tabaco sino otras sustancias que durante los tiempos revueltos en los que nos hemos centrado, no formaban parte del uso cotidiano.

 

 

Lo expuesto -y lo mucho que queda por decir sobre el deseo de fumar- reflejan que en torno al mismo diferenciamos también toda una cultura, siendo pródiga su terminología lingüística, la artesanía con creaciones desarrolladas por los propios niños (elaboración de cachimbas, de boquillas...), manifestaciones de signo folklórico (adivinanzas, cuentos, anécdotas, apodos, cantares, dichos...) e incluso procederes adscritos a la medicina tradicional: se fumaban determinados productos para aliviar los dolores de muelas, reducir la ventosidad, los gases... Pero a todo ello pretendemos dedicarle mayor cantidad de tiempo y espacio.

 

Los pueblos nunca deben olvidar lo que han sido, sus penitas y los ratos de alegría. Todo ello es historia.

 

 

Este artículo fue publicado en la revista número 52 de la revista El Baleo. Los autores publicaron, a finales de 2009, en Ediciones Bujamé, un libro donde se explica pormenorizadamente lo que en este texto aparece resumido. La publicación se llama, precisamente, Fumar en tiempos difíciles, y desde aquí recomendamos su lectura encarecidamente.

 

 

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