Los Carnavales satauteños en la democracia
Fue, sin embargo, con la llegada de la democracia cuando el Carnaval conquistó de nuevo la calle, y la gente recuperó el tiempo perdido. Estaba muerto el General. Había cerrado los ojos oscuros y penetrantes. Los casi cuarenta años de dictadura no lograron borrar la voluntad y los deseos del pueblo para volver a celebrar su fiesta más popular sin temor a ser detenido.
Su fama y espectacularidad aumentaron con el tiempo, y la antigua máscara, de sábana y careta, sería sustituida por lujosos trajes. Pronto comienzan a realizarse concurridos bailes, paseos con música y quema de voladores, mientras determinados establecimientos hosteleros del municipio vieron también una magnífica oportunidad para el negocio. El martes 11 de febrero de 1975 el Contry Club Santa Brígida (Villa Monte Verde) celebró una gran cena de martes de Carnaval al precio de 1.500 pesetas. El anuncio aparecido en la prensa advierte a los asistentes que debían acudir de rigurosa etiqueta o disfraz. Se entraba en la etapa de la tolerancia en la que el Carnaval ya no encontraba obstáculos para que el pueblo lo celebrase con entera libertad. En Las Grutas de Artiles se celebrarían también afamados bailes.
El primer alcalde de la nueva etapa democrática en Santa Brígida, José A. García Viera (1979-1986), entonces en el Partido Socialista, fue uno de los que más participó de estas fiestas, disfrazándose para la ocasión y dándole a los carnavales un apoyo institucional hasta entonces desconocido. El Martes de Carnaval fue considerado por primera vez fiesta local. Era concejal de festejos Lorenzo Santana, vecino de El Gamonal.
Pero, sobre todo, los carnavales satauteños contaron a partir de entonces con la masiva participación del pueblo, representado por la Peña Las Cañas. Con ellos, llegó el escándalo. El Carnaval se convirtió en un torbellino de intensa y masiva participación popular gracias al espaldarazo de este grupo de amigos. Nadie puede negarles el mérito de haber logrado la normalización y resurgir del Carnaval, que vivió una auténtica edad dorada por la sincronía entre público y sus propuestas imaginativas.
La Peña Las Cañas se fundó en 1979 en la Tienda del Barro que regentaba Luisito Medina, y debe su nombre a una caña arrancada en el barranco de Teror cuando varios de sus fundadores acudieron de romeros a la villa mariana en una mañana de septiembre irrecordable. A partir de ese instante fijaron los jueves para reunirse, rellenar la quiniela y, si la salud y el bolsillo lo permitían, echarse una copa al paso cadencioso que marcaba Luisito. Y la integraban, entre otros carnavaleros, Jacobo González, Benito Troya, Tomás Troya, Gonzalo Troya, Luis Rodríguez Ortega y su hermano Manolo, Armando López Santana, Pepe Benítez y su hermano Gonzalo, Juan Carlos Rodríguez de la Coba, Pancho, Marcelo Santana Talavera, Juan y Ángel Ortega y Braulio López Santana.
Dos años después, los integrantes de aquella peña, entusiastas y jóvenes vecinos que hoy son abuelos, lograron conectar a la sociedad actual con los años esplendorosos del Carnaval satauteño, participando en algunos actos programados por el Real Casino, en cuya sede se ofreció un inolvidable baile de máscaras en 1981, pero no hubo tiempo para más ni el momento era propicio para fiestas. El golpe de Estado del 23 de febrero dejó al alcalde socialista, García Viera, con el susto en el cuerpo, que se enteró de la noticia cuando celebraba en un bar del Caserío de Bandama el ascenso de Manolo Gutiérrez a cabo de la Policía Municipal.
1982 se convertiría, sin embargo, en el punto de inflexión de estas fiestas, y supuso la explosión del Carnaval en Santa Brígida. En esta nueva edición, en el laboratorio Fotocolor de Satautejo se construyó un gran dragón ideado por Jacobo González, hecho a base de aros de hierro que soldaron Tomás Troya y Manolo Rodríguez Ortega, además de emplearse papel, harina y muchas horas de trabajo para confeccionar los trajes chinos con los que se disfrazaron los participantes. La Peña Las Cañas ganó el primer premio en el apartado de disfraces de conjunto, dotado con 50.000 pesetas y placa, en el “Gran Coso” del Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria. Sueño cumplido, pues el deseo y la ilusión de esta peña era que el pueblo estuviera representado en aquel acontecimiento.
Antes de llevar aquel dragón a la ciudad, nuestro animal mitológico echó fuego por las calles del pueblo, llenas de vecinos y animadas por la música de la charanga municipal. Aquello fue una explosión de júbilo popular que ni los más ancianos del lugar se lo creían. El dragón llegó hasta el Sur, para participar en los carnavales de Playa del Inglés, pero a la vuelta una ráfaga de viento hizo volar su cabeza cuando pasaban por la zona de Juan Grande, lo que obligó a realizar una delicada restauración, con tiritas incluidas. Era aquella carroza de tracción humana, por lo que en el interior se encontraban los miembros de la peña. Entre risas, recuerdan cómo las botellas de ron entraban por la cola a fin de animar al personal, pero apenas llegaba el ron a los hombres que se encontraban cerca de la boca del dragón. Para que vean que no todas las copas suben a la cabeza.
Curiosamente, el dragón se convirtió en la primera Sardina de los carnavales de Santa Brígida, pues a la semana siguiente se quemó en el campo de fútbol, entre fuegos artificiales y una gran animación tras tantos años de silencio impuesto.
Nuevas ilusiones se abrían paso tras esta primera andanada popular. El Carnaval se consolidaba en el pueblo de manera definitiva. Fue tanta la ilusión creada que al año siguiente (1983) la Peña Las Cañas buscó un nuevo motivo alegórico para el Carnaval. Entonces idearon realizar el famoso tren transiberiano, mientras las mujeres se encargaban de decidir y confeccionar con gran habilidad los modelos para quienes desearan ser maquinistas, revisores o pasajeros de nuestra particular locomotora.
Muchos vecinos fueron los que subieron a aquel tren, con vagones de distintos colores, chimenea humeante y provista de una enorme caldera, que funcionaba con serrín y gasoil, recuerdan los más memoriosos. El tren hizo su penúltima parada en la ciudad para participar en la cabalgata capitalina. Entretanto, el Real Casino celebró un gran baile de máscaras. Al regreso de la ciudad, se decidió no prenderle fuego al tren como acto de fin de fiesta, debido a la poca combustión de los materiales con que se había construido. En su lugar se pescó una enorme sardina compuesta por hierro para el espinazo y papel como escamas, además de muchos kilos de pintura para dar el colorido necesario al pez que pondría el broche de oro a los carnavales de 1983 y el inicio del Entierro de la Sardina. Su artífice sería el vecino e hijo adoptivo de este pueblo Jacobo González Velázquez. ¡Cuántos paisajes inolvidables del alma emocionada se vieron desde aquel tren! La gente esperaba con ganas, con ilusión, el próximo viaje.
Y llegamos a 1984. Ese año la peña publicó un inolvidable cartel, cuyo motivo alegórico, un tronco de caña, es obra del maestro y ex concejal de Cultura Juan Sixto Muñoz. En esta ocasión, la Peña Las Cañas participó en la cabalgata del pueblo con una carroza alusiva a un castillo de la Edad Media, con su mazmorra y catapulta, cuyo palo de pitón se partió en dos cuando la carroza trataba de entrar al Parque de Santa Catalina, en la ciudad. Entretanto, el Ayuntamiento se implicaba cada vez más en la organización de los actos, como aquella Verbena de la Sábana, celebrada el 10 de marzo en el aparcamiento municipal, con premios a los mejores disfraces en individuales y parejas.
Un año después llegaría el turno de las brujas. La Peña construiría un gran caldero donde las brujas hacían los brebajes y otras pócimas milagrosas. En la parte trasera de la carroza se exhibían unos grandes tubos de ensayo por donde pasaba el elixir que garantizaba la vida eterna.
Ya entonces se celebraban en el pueblo las primeras galas y actuaciones de murgas y comparsas llegadas desde la ciudad. Para ello, el Ayuntamiento contó con la labor de un gran amante de estas fiestas, don Eduardo Azofra, uno de los organizadores de los carnavales del Círculo Mercantil, en la ciudad. Azofra realizó en el pueblo un trabajo encomiable, siendo, además, el primer pregonero de nuestro Carnaval. En sus inicios, tanto las galas como actuaciones de las murgas más importantes del momento, Los Nietos de Kika o Los Guanches Picapiedras, y comparsas, como Maracaibos, tenían lugar en el antiguo cine del pueblo, que acogía por primera vez la elección de la Reina del Carnaval, siendo la primera reina la joven vecina del barrio de Las Meleguinas Mari Carmen Peñate Navarro. Antes de conocerse el fallo del jurado, un joven cantante Marcos Jesús y su Mariachi amenizaba el momento de la espera.
La época de la movida
Los Carnavales de los años 80 hicieron época, la época de la movida. Fue un momento eufórico en que Santa Brígida se convirtió en uno de los focos de atención festiva de Gran Canaria con las primeras verbenas del lechón, la elección de Miss Las Palmas, con la llegada de los gnomos de la tele, y actuaciones de famosos cantantes como Manolo Escobar y Rocío Jurado en el aparcamiento municipal. La señal también de que la España de los ochenta del siglo pasado ya no estaba traumatizada por el franquismo y la transición.
Los barrios comenzaron, por su parte, a implicarse cada vez más en los festejos, trayendo al casco sus respectivas carrozas para participar en la Cabalgata de un pueblo efervescente. Aún se recuerda con cariño cuando los vecinos de El Gamonal vinieron disfrazados de presos y guardias municipales o cuando desde la Plaza Doña Luisa llegaron los pitufos. Hoy día, sin embargo, tan sólo el barrio de Los Llanos de María Rivera cuenta con un Carnaval digno y sencillo, sin que apenas cuente con ayuda municipal. Cosas del ingenio popular.
El cinco de noviembre de 1988, en tiempos del alcalde Carmelo Vega Santana, se creó, por primera vez, una comisión gestora encargada de organizar los carnavales, representada por las distintas asociaciones y que dio lugar al denominado Patronato Municipal. Este Patronato, compuesto por vecinos de la villa y el citado Eduardo Azofra, se encargó de la organización de los carnavales de 1989, año en el que actuó la primera murga del municipio denominada Los Cataiferos, con más de cuarenta integrantes y fundada por vecinos del barrio de La Atalaya, entre los que se encontraba el maestro y gran activista vecinal de aquella época, Pepe Navarro.
Durante los primeros años de la década de los noventa se volvió a introducir la novedad de la figura del pregonero, a cargo de un personaje público o vecino que, desde el balcón del Ayuntamiento o sobre el escenario del antiguo cine, engalanado con la ambientación característica a ese año, invitaba a disfrutar de estas fiestas. Aunque esta declaración festiva no siempre se cumplió en la apertura de los carnavales satauteños, desapareciendo en los últimos años. Y llegados a este 2009 ni siquiera se celebran los carnavales, salvo algún que otro acto organizado por el Real Casino.
Fuente: Programas de la Concejalía de Festejos. Elaboración propia
Pero, sin duda, uno de los actos más significativos del Carnaval en esta Villa es el Entierro de la Sardina, con la participación de la charanga de Santa Brígida y la lectura de su testamento. Entonces tenía como digno escenario el antiguo campo de fútbol, que daba a la escena una brillantez y comodidad a la numerosísima presencia de la gente, sentada en las gradas. Entretanto, las viudas y allegados lloraban desconsoladas y caían rotas por el dolor junto a los numerosos montículos de serrín empapados con gasoil ardiendo, que daban una espectacularidad luminosa a aquella pira mortuoria. En una ocasión, llovió tanto en Santa Brígida que hubo que esperar tres domingos seguidos para poder quemar a la dichosa sardina. Y vaya que se quemó, como este año (por 2009) se ha hecho humo la expresión de alegría popular, aunque por hechos ajenos a los meteorológicos.
Lástima que en esta época de crisis no resucitemos aquel espíritu alegre que siempre acompañó a estas fiestas, de las máscaras envueltas en sábanas blancas, del antifaz negro, los huevos pedidos por las casas y las tortillas de Carnaval. Lástima también que ese mismo espíritu de alegría no se incorpore a la otra máscara que nos ponemos en nuestra vida cotidiana y que es la que en realidad conforma nuestra personalidad. A ser felices.
Fuentes y bibliografía
. Hernández Martín, Orlando (1988). El Carnaval de Gran Canaria: 1574-1988. Las Palmas de Gran Canaria: Fundación del Carnaval de Las Palmas (Gráficas Bordón), 1989.
. Texto: Angela Merino (Mayo de 1999). Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria. Las Palmas de Gran Canaria: Fiestas del Carnaval de Las Palmas S.A., Depósito Legal: M. 19930-1999.
. Archivo Histórico Parroquial. Archivo Diocesano de Las Palmas.
. Archivo Histórico Municipal de Santa Brígida.
. Archivo del Real Casino de Santa Brígida.
. El Eco de Canarias, sábado 8 de febrero de 1975. Hemeroteca Museo Canario.
. Diario de Las Palmas, 19 de febrero de 1915. Hemeroteca Museo Canario.
. Diario de Las Palmas, 1 de marzo de 1906.
. Diario de Las Palmas, 15 de febrero de 1929.
. La Prensa, 3 de febrero de 1876.
. La Legalidad, 25 de enero de 1876.
. El Eco de Canarias, 28 de enero de 1970.
. Entrevistas a los vecinos Jacobo González Velázquez, Lorenzo Santana Santana, Paco Santana, Luis Rodríguez Ortega, Manolo Rodríguez y Juan Sixto Muñoz.