Revista n.º 1074 / ISSN 1885-6039

La peculiar Fuga de San Diego de los estudiantes de La Aldea de San Nicolás. (Incluye amplia galería de fotos y video)

Viernes, 10 de diciembre de 2010
José Miguel Perera
Publicado en el n.º 343

La Fuga de San Diego es una tradición estudiantil propia de Canarias que, a lo largo de los años, ha ido perdiendo todo el sentido que tuvo en otras épocas. Sin embargo, los estudiantes aldeanos mantienen su diferente forma de celebrarla, a día de hoy única en toda Canarias.

Un alumno con los brazos alzados en el baile de la Fuga de San Diego de 2010 de los estudiantes aldeanos.

 

Llegado noviembre, alrededor del día 12 del mes, por regla general los estudiantes canarios, sean de Enseñanza Secundaria o Universitaria, celebran un día festivo, un día sin clase que, según el momento de la historia y el lugar, tiene diferenciadas manifestaciones: desde el simple acto de no ir a clase (puede que sea un día solamente, pero en algunos casos puede que hasta se dé una semana de ausencia), hasta el sano ambiente del encuentro de un organizado asadero, como jornada colectiva de unión y de experiencia compartida. Bien es verdad que en los últimos tiempos la Fuga de San Diego se ha reducido al triste momento de cogerse uno o varios días de descanso, sin mayor trascendencia que el hecho de no asistir al centro de estudios.

 

Aún así, en el curso del pensamiento actual de la sociedad que lleva al movimiento de rescate de determinados hechos tradicionales del pasado, se ha generado una cierta vivificación de esta festividad estudiantil canaria en su núcleo de origen; y es por este motivo que desde el IES Cabrera Pinto de La Laguna (Tenerife) se trataba, hace unos años, de poner de nuevo en funcionamiento la antigua tradición de dirigirse por el camino de San Diego hasta la histórica ermita. Así también en este mismo año de 2010 el IES San Benito, junto al instituto nombrado anteriormente, y dentro de su proyecto Tradiciones laguneras: San Diego, se disponía a resucitar la tradición tras la resistida apertura del pequeño templo histórico en cuestión.

 

Pero lo de La Aldea es otra historia diferente. Lo llamativo de la Fuga de San Diego de los estudiantes aldeanos, en la actualidad los y las jóvenes del llamado IES La Aldea de San Nicolás (Gran Canaria), no es que se haya vuelto a ningún origen primigenio. Lo original, lo significativo y puede que asombroso estriba en que, a medida que han ido pasando los años, el día en que se decide hacer La Fuga ha tomado los perfiles de una nueva tradición, corta en tiempo pero intensa, que se mueve entre la rebeldía, el jolgorio y los valores educativos.

 

Baile en La Fuga de La Aldea.

 

 

1. La Fuga de San Diego: los orígenes de una tradición festivo-educativa canaria

 

Los comienzos de esta costumbre estudiantil canaria, al parecer, se remontan a noviembre de 1919, momento en que llegaba al Cabrera Pinto don Diego Ximénez de Cisneros y Hervás, que prohibía a la juventud de entonces ir a la tradicional romería de San Diego, de alto valor participativo en la sociedad lagunera de aquellos años. La negativa del docente originó la respuesta contraria del alumnado, que decidió no asistir a clase. Por ello optaron fugarse, dando principio a la costumbre de llegar hasta la ermita de San Diego para contar los botones de la estatua de Juan de Ayala, fundador del convento del Santo en 1615. Según se ha transmitido, la acción de contar dichos botones (algunos dicen que es imposible contarlos todos, de tantos que tiene) influía en el aprobado de las materias y del curso.

 

Más tarde la tradición se traslada a la Universidad, a otros institutos y a otras islas, hasta convertirse hoy en costumbre para toda Canarias. Aquel era el acto principal y primero de la Fuga de San Diego, aunque a lo largo de los años lo que fue pasando en muchos sitios es que ese día los estudiantes se trasladaban a zonas de asadero y tenderete, o al monte, a pasar una jornada diferente de fiesta con comida, buena bebida y mejor ambiente. Hoy, por regla general (con la magnífica excepción nombrada de la nueva resurrección promovida por los mentados centros laguneros), ya ni eso ocurre: simplemente no se va a clase.

 

En esta resumida historia de décadas, en breve centenaria, y a la luz de las derivas frías a las que se ha desplazado la tradición histórica de los estudiantes isleños, toma cuerpo y sentido la fuga aldeana de la última década: los alumnos no faltan a clase el día acordado y, tras el aviso de un volador desde el exterior, salen todas y todos, en medio de una hora de clase determinada, a través de los sonidos de las bombillas (como allí se dice) y de los petardos, hasta llegar a la puerta del Centro, donde algunos miembros de la banda de música de jóvenes del pueblo esperan para celebrar la huida con alegría, canto y baile colectivos.

 

Fuga de 2005 en La Aldea (Foto: Eugenia Bello)

 

 

2. Algunas notas sobre la historia de La Fuga en La Aldea hasta el año 2002

 

A. Los orígenes y la fiesta en El Chozo

Todo empieza a finales de los setenta (parece que en el año exacto de 1977, según nos relata Marcial González Medina, actual profesor del IES La Aldea, y estudiante por aquellos años), un mes de noviembre, con la llegada al pueblo de jóvenes aldeanos que se habían ido a estudiar a la Universidad de La Laguna. Pudieron venir a pasar unos días de descanso al pueblo porque en las facultades de la universidad se tomaban libres los días en torno a San Diego. Y es precisamente esta engolosinadora novedad para ellos la que transmiten a los más jóvenes que por aquellos años estudiaban en el instituto de Bachillerato de La Palmilla, situado en el centro del casco. Estamos en plena Transición, y aquello fue toda una novedad que poseía el llamativo sentido de saltarse las normas en medio de un estado social que andaba pujando por espacios de libertad. Fugarse, burlar a la autoridad, docente en este caso, suponía un acto declarado de rebeldía que podría conllevar determinadas consecuencias. De esta manera, como en el municipio aldeano, se fue extendiendo en la mayoría de los centros de enseñanza de Canarias a finales de los 70: como acto a contracorriente en las puertas de entrada del sistema democrático.

 

Pues así llegó y así se hizo. La compañera Pino Ramos, profesora de Lengua y Literatura actualmente en el instituto del municipio, en aquellos momentos alumna de La Palmilla, recuerda con detalle cómo algunas y algunos se escondieron hacia la zona de la azotea del edificio antes de escaparse. Nos cuenta también que ella y otras, ese día, como forma de huir lejos de donde la gente los viera, así como para añadirle un fuera de la ley más al novedoso instante, llegaron haciendo dedo hasta el barrio de El Risco, a medio camino de la carretera que une La Aldea y Agaete.

 

Paqui Bolaños González, también presente en el Bachillerato de aquellos primeros años de Fuga, recuerda perfectamente cómo su grupo de clase se fugaba por primera vez, y así nos lo muestra con una fotos históricas que posee de dos años consecutivos del acto en los primeros instantes. Se pusieron de acuerdo para irse y se fueron; y así pasaban el día por el pueblo y sus rincones, como el de la Plaza Vieja. En aquellos primeros años no siempre se fue a El Chozo (hecho que poco después se convertirá en norma y tradición), al menos algunos grupos, como ella mismo dice.

 

Un grupo de estudiantes en la originaria Fuga de 1978.

Abajo: Fuga en el año 1979 (Fotos: Paqui Bolaños)

 

Llama la atención un hecho concreto que se repetirá hasta el día de hoy: una vez fugados, los y las jóvenes compran comidas y bebidas y se desplazan a algún lugar donde poder hacer un tenderete. En la mayoría de los años, y desde tempranos momentos (por lo menos desde 1981), el jolgorio se ha concentrado en la zona conocida como El Chozo, lugar emblemático de recreo del municipio situado en el barrio de La Playa, en las inmediaciones del famoso Charco, donde se lleva a cabo el acto principal, con reminiscencias ancestrales, de las Fiestas Patronales de San Nicolás. El Chozo es el espacio de asueto por excelencia de los aldeanos y las aldeanas, e igualmente para los estudiantes, aunque cuentan que no todos los años fue así, o al menos que algún grupo se iba a otro lugar, por poner un caso la zona de El Salao, otro espacio emblemático de esparcimiento en el pueblo, este hacia el interior. Suponemos que hubo momentos puntuales en que la celebración de algunos y algunas se haría a su forma y medida pues María José Cabrera, antigua alumna del viejo instituto de FP (hasta la segunda mitad de los noventa hubo dos institutos: uno de Bachillerato y otro de Formación Profesional), hoy colegio Virgen del Carmen, nos informa de que cuando ella estudiaba allí, en los años que van de 1984 a 1988, lo que hacían era, tras fugarse, ir a una tienda que estaba al lado del Centro (la tienda de Jacintita, que ya no existe), comprarse algunas bebidas y comida, y marcharse con alguno de los compañeros que tenía coche por el pueblo para pasar el día. Cada cual lo hacía, si lo hacía, con su grupo de amigos.

 

Volviendo a aquellos primeros tiempos inaugurales de la Fuga de San Diego en La Aldea de San Nicolás, en los que la situación económica y social era muy diferente a la de ahora, resulta ilustrativa la anécdota del también profesor actual del instituto Paco Ojeda, joven estudiante de La Palmilla en los primeros años que, entusiasmado por el acto en sí, y una vez escapado del Centro, se dirigió a donde se encontraba su padre (que andaba cerca en las labores del trabajo diario) a pedirle 200 pesetas para poder comprar e ir a la celebración juvenil de El Chozo con todos sus compañeros. Pero lo que recibió (tal era la situación económica en aquellos años) fue una invitación para que fuera a trabajar con su hermano a la finca, perdiéndose tristemente la juerga de El Chozo que deseaba vivir en aquellos comienzos del San Diego aldeano.

 

Con respecto a este encuentro festivo, hay un detalle curioso que casi siempre se ha dado y que últimamente se ha perdido: buena parte del profesorado (sobre todo los que más confianza y cercanía tenían con el alumnado), acabada su jornada lectiva en el día de La Fuga, se desplazaba también al lugar del tenderete para compartir con el alumnado esos buenos momentos de convivencia fuera del Centro. Así era al menos en La Fuga del alumnado de La Palmilla, como también lo fue tras la fusión con el instituto de FP en la segunda mitad de la década de los noventa. Que el profesorado no asistiera a compartir un rato con ellos era una verdadera afrenta para los más jóvenes. Nos lo cuenta, entre otras personas, un antiguo profesor de Matemáticas del instituto de Bachillerato (hoy profesor en el IES Guía), Pepe Ojeda, que se estrenó en aquel Centro como docente a comienzos de los 80 (dos cursos consecutivos) y que todavía hoy sigue recordando la fuga aldeana de muy buenas maneras, aunque no era del todo como en el presente se desarrolla. Esta añorada rememoración alude, más que nada, al acto de ir a clase, a guardar el secreto del día y la hora de irse, y al compartir un rato el alumnado y algunos de los profesores como él -bastante cercano a los jóvenes en aquellos momentos- en El Chozo y La Playa.

 

Esta convivencia entre determinados profesores y estudiantes se ha perdido en los últimos dos o tres años por diferentes motivos que no vienen al caso, pero que son indicadores de la progresiva y triste desvinculación, al menos en determinados ámbitos públicos, de los más jóvenes con los adultos o viceversa. Sea como sea, pasados los años, para los estudiantes sigue siendo, a día de hoy, de obligado cumplimiento, al menos para los que cursan el último año en el instituto, ir a pasar el día de fiesta a El Chozo.

 

Celebración y convivencia en El Chozo en una de las ediciones

 

B. La obligatoria asistencia a clase

Si pensamos, como hemos expuesto más arriba, que en la actualidad la celebración de la Fuga de San Diego en casi todo el Archipiélago ha quedado en la mera no asistencia ese día o esos días a las aulas, la experiencia aldeana se presenta todavía más llamativa y significativa. En todos estos años, desde los orígenes hasta la original celebración actual, incluso cuando FP y Bachillerato estaban separados -con contadas excepciones algún año-, los estudiantes de La Aldea siempre van a clase y, una vez allí, según lo acordado, se marchan; es decir, cumplen con el nombre del hecho festivo: se fugan.

 

A partir de la información que hemos ido recopilando, y sin que sea algo fijo en cada curso, ha habido una tendencia a que la marcha masiva de estudiantes ese día sea en la segunda hora de la jornada escolar. La causa está, como es lógico, en el sentido significativo del hecho de fugarse en medio de esa hora, o sea, de marcharse sin permiso rompiendo las barreras de la normalidad legal como acto rebelde en sus orígenes y, en cierta manera, todavía hoy. No tendría tanta significación si se realizara en el recreo o en el espacio temporal de rigor entre una clase y otra. Lo importante, lo fastidioso, lo asombroso y hasta gracioso (sobre todo cuando se cuenta pasado el tiempo de la vivencia) es dejar al docente o a la docente con la tiza en la mano en el inesperado momento de, todos a una, traspasar las paredes del aula y del edificio educativo. Esta experiencia es mayormente expresiva cuando es relatada por los que han vivido la Fuga de San Diego desde el otro lado, o sea, siendo profesores; pues era y sigue siendo algo inesperado (ahora contaremos el ambiente de tensión y expectativa que se genera), por mucho que circulen tantas veces las sospechas de que La Fuga está al caer.

 

La fuga tras el aviso (Foto: Jesús Quesada)

 

C. Los diferentes avisos de fuga

Hemos hablado de irse, generalmente, en medio de la segunda hora del día, pero ¿en qué momento preciso? En este punto hay que tener en cuenta que en los comienzos había menos cantidad de jóvenes en el instituto y que, al menos en algunos años, los que se fugaban y llevaban la voz cantante (esto hoy sigue siendo así) eran los mayores del Centro. Así que, una vez en el instituto, se reunían sin armar revuelo y decidían en qué instante de la jornada lectiva se fugarían, aparte de concretar qué se iba a comprar, y dónde, para el tenderete.

 

Pero poco después la cosa fue cambiando en el instituto de La Palmilla. Empezó a existir un aviso, una señal llamativa que daba el toque de alarma que se interpretaba como el ansiado momento. Esta señal era la sirena del instituto, que había que lograr tocarla en el justo tiempo decidido. Así que la labor principal en este punto meridiano era despistar al conserje, el recordado Manolito, para que uno de los alumnos hiciera sonar, sin permiso de nadie, el timbre. Esto se sumaba al hecho ya rebelde de La Fuga como un acto más que iba derivando en lo que solemos nombrar una perrería, en la acepción más cariñosa de la palabra. Así, un año, Manolito, atento a lo que pudiera pasar, avisado de otros cursos pasados, logró que no pudieran tocar la sirena a escondidas. Entonces, ¿qué hicieron? Tal como nos cuenta Nieves Hernández, estudiante en el Centro a finales de los 80 y principios de los 90, se decidió que Coque (Abel Jorge Hernández Segura), uno de sus compañeros, que tocaba la trompeta, fuera a buscarla a su casa para que con su música se hiciera la señal de fuga. Esta graciosa anécdota de la trompeta se torna altamente significativa vista desde los momentos actuales, o así la interpretamos, pues se estaba asistiendo al primitivo origen de lo que, más de diez años después, iba a ser uno de los factores increíbles y necesarios de La Fuga aldeana, aunque no como señal de aviso, como explicaremos: la presencia de la charanga de jóvenes del pueblo en las puertas del Centro en el momento de la salida del alumnado tras el volador que avisa.

 

Antes del momento: junto al volador, las bombillas

 

Nos cuenta también José Miguel Ramos que, al menos algún año de los que él estudiaba (coincidió en algún curso con la fusión de los centros de FP y de Bachillerato), algunos se escondieron en el baño, al comienzo de la segunda hora, y dieron el aviso haciendo ruido con todo lo que cogieran: por ejemplo con las papeleras (eran cacharros -seguramente de pintura- en aquel momento), así como con petardos, las famosas bombillas, que ya habían hecho presencia en este día, y que adquirirán una importancia ingente en los últimos años.

 

También se habla de una curiosidad que tiene bastante interés desde el punto de vista de la originalidad y el ingenio en las propuestas de aviso: al parecer un año el toque de alarma de La Fuga lo hizo, por los pasillos del Centro, un alumno tocando un bucio, también llamado caracola.

 

Así, entre la nueva presencia de las bombillas, se llega al aviso que se da en la actualidad para dar comienzo a la huida, esto es, a la salida sorpresiva del alumnado en medio de una hora de clase, de un miércoles o un jueves (son los dos días más usados para el acto) de la semana que toque: un volador tirado desde el exterior, donde se queda algún miembro organizador, sin entrar a clase, para ese cometido.

 

El baile en 2005 (Foto: Eugenia Bello)

 

  

3. La actual Fuga de San Diego en La Aldea de San Nicolás.

Un acontecimiento único en Canarias

 

Antes de 2002, que es cuando se produce un cambio sustancial en este día especial, aparte de lo hasta ahora comentado, se dan -según algunas profesoras como Eugenia Bello, presente en la docencia aldeana desde 1993- determinados elementos destacados como, por ejemplo, la utilización esporádica de algún pito o algún pandero en el momento de la escapada; incluso, antes de la total fusión de los centros de La Palmilla y FP (cercanos en el espacio) a mediados de los 90 , los de este último parece que se acercaron en alguna ocasión hasta las puertas del otro instituto bajando por la calle en donde comienza La Rama de las Fiestas de La Aldea, por el Almacén de los Picos, para dar el aviso al centro de abajo de que La Fuga había llegado. Dicen que alguna vez, como contrarrespuesta, también se hizo al revés.

 

En el año 1996 llegaría la unión de los dos institutos, cerrando La Palmilla y funcionando solamente el ubicado en Los Cardones, en la zona donde está el que hoy se conoce coloquialmente como el antiguo FP, y que en la actualidad lleva por nombre IES La Aldea de San Nicolás, único centro de Secundaria del presente en el valle del Noroeste grancanario.

 

 

A. La creatividad juvenil aldeana: la aparición de la Banda

No hemos acabado de saber exactamente a quién se le ocurre esta original y triunfadora idea, pero lo que no deja opción a la discusión es que en 2002 se le inyecta a la Fuga de San Diego de los estudiantes de La Aldea de San Nicolás la presencia de un elemento que va a ser esencial y fundamental: la Banda o Charanga musical de los jóvenes del lugar, que se llamó en un primer momento Sabrosa Banda La Aldea y que en la actualidad tiene por nombre Banda El Charco, que es la que ameniza, junto con la Banda de Agaete, La Rama de las Patronales Fiestas del Charco, una de las Ramas históricas de Gran Canaria.

 

Si, como ya hemos dicho, el alumnado aldeano hoy homenajeado con este texto nunca ha dejado de ir a clase el día de La Fuga (aspecto ya de por sí  especial en el contexto canario), la puesta en escena de la música ha colmado y reinventado, con una fuerza inusitada, una tradición que se erige más viva que nunca. La profesora y el profesor que llegan por primera vez al instituto, como le pasó a este que les escribe, no salen de su asombro cuando contemplan lo que sucede en este día, especialmente acostumbrados a la ausencia de estudiantes los días cercanos al 12 de noviembre en la gran mayoría de los centros educativos canarios. Y si encima se encuentran la maravillosa efervescencia adolescente que sucede, la afirmación esto no se ve en ningún otro sitio es muy normal escucharla.

 

Aquel primer año de 2002 con banda, tal como nos cuenta Ángel Armas, miembro de la misma, tenía una picaresca lógica de jóvenes estudiantes, al menos como él recuerda vivirlo: el normal pensamiento juvenil de que, sea como sea, y de la manera que sea, hay que perder clases. Al parecer, ese primer año musicado hubo más de un problema, entre otros que algunos profesores impidieron la salida del aula. Esto conllevó, por ejemplo, que Ángel mismo llegara tarde a tocar con la banda en las puertas del instituto. Pero no sólo eso: empezaron de una forma más clara y contundente los petardos, e incluso se llegó a cerrar a cal y canto el instituto. Ya al siguiente año la cosa mejoró mucho, con conversaciones entre los organizadores y los responsables del IES, llegando a tal punto de celebrado acuerdo que -nos sigue diciendo Ángel- las cosas se fueron normalizando, dentro de lo que cabe, para que se materialice la fiesta en la forma de hacerla de los últimos años. Y mira tú, lo que son las cosas, aquello se convirtió en tradición, nos vuelve a decir Ángel, en la actualidad maestro.

 

Cuentan Ayoze Sosa y Raúl Ojeda que aquel año, así como en las ediciones siguientes, el grupo de músicos llegó a ser de unas 12 ó 13 personas, entre las que estaba gente de todas las edades: unos jovencitos Stefan, Ángel y los hermanos conocidos como Los Titis (David y Víctor), así como su hermano mayor Alexis; también tocaba la caja Juan Santiago, el bombo Augusto, y Pablo y Ayoze a la trompeta, entre otros. Casi todos eran alumnos del instituto; los más pequeños acababan de llegar a él, con escasos 12 años (poco tiempo después serían ellos los organizadores de este día especial).

 

 

Cabe subrayar en este momento un inconveniente que se está poniendo sobre la mesa en las últimas tres Fugas: aquellos primeros músicos han terminado sus estudios en el Centro, lo que implica que los organizadores (el alumnado de 2º de Bachillerato) deben contactar con ellos para que ese día (jornada de trabajo y entre semana) algunos de los miembros de la banda puedan acercase allí. La situación que se está dando es que el número de instrumentistas, si bien se han ido sumando caras nuevas, ha descendido considerablemente; y muchas veces cuesta cuadrar bien el día y la hora para que puedan asistir a ese diferente y emotivo acto del que ellos mismos fueron personajes principales en otros tiempos. Lo que está claro es que la música se ha convertido en uno de los ejes vertebrales de la tradición, de tal manera que su ausencia -interpreto- podría llevar a la desaparición de la misma. Y pongo un caso significativo al respecto, sucedido hace tres años.

 

En la madrugada del día que habían decidido llevar a cabo La Fuga los jóvenes de 2º de Bachillerato del curso 2008/2009, la gente de la banda que supuestamente iba a tocar (ya no son alumnos del Centro, como dijimos) dio la negativa sobre su asistencia. Los organizadores aquel año sufrieron un verdadero batacazo, e incluso llegaron a plantearse no hacerla. No tener música suponía vivir una verdadera vergüenza pública entre ellos (¿qué pasaría, de cara a todo el alumnado del instituto, si el año que a ellos tocaba organizar dejaba de haber Fuga?); además, con debate interno de mantener el secreto de cuándo iba a ser el día de fugarse y el tener que guardar también entre ellos que peligraba la música. Como oí escuchar a Lucía Rodríguez o a Cristina Martín -dos de las organizadoras en ese curso-, aquellos días los jóvenes se planteaban ideas como las siguientes: ¿Qué es una Fuga sin banda? Estamos pensando en suspenderla... Pero al final y por suerte algunos músicos decidieron no faltar y tocar aquella mañana, aunque los más grandes no dejaron pasar el momento para colocar carteles (ver foto) en todo el instituto que ironizaban y se quejaban de la ausencia de los tocadores: un hecho que dice muy mucho hasta qué punto, como decíamos, la música ya es connatural a la Fuga de San Diego de La Aldea después de nueve años con ella. Ello connota hasta qué grado la banda y su música son los elementos diferenciadores y necesarios por excelencia.

 

Cartel de protesta en La Fuga de 2008 (Foto: Jesús Quesada)

 

  

B. La organización, la fuga y el hecho festivo

Tomemos como ejemplo, para describir cómo es la manifestación festiva estudiantil aldeana, la última Fuga de San Diego celebrada: la de noviembre de 2010.

 

Como hemos comentado, todo el cotarro lo mueven los jóvenes que están durante el curso en cuestión en el último año, o sea, los 2º de Bachillerato. Este es uno de los motivos continuados casi desde los inicios: los grandes organizan (antes era el COU). La diferencia con los últimos años es que en estos el trabajo organizativo se vuelve algo mayor ya que juegan en el acto varios elementos más que en las primeras ediciones. De esta manera, una vez se reúnen, siempre en la clandestinidad de los recreos de las mañanas o en alguna hora libre, o incluso por las tardes, transmiten a los delegados de los demás cursos del Centro cuándo será el día de La Fuga, con la advertencia de rigor y sobreentendida, importantísima, de guardar el secreto por encima de todo. El juego está en que suele ser alrededor del día 12 de noviembre y, como marca la tradición, puede que un jueves o un miércoles... Pero lo atractivo de todo es que no siempre ha sido de esta forma, con lo que a lo largo de los días se va creando un aire de enigma, de no saber, de creer que puede ser mañana o pasado, pero sin saberlo bien... de no tenerlo claro del todo, de tampoco tener seguridad de la hora de la mañana en que será... Comprenderán que estos factores sorpresivos y ocultos son todavía más significativos, ilusionantes y hasta estresantes para los más pequeños, en particular para los que acaban de entrar en el instituto ese año. La información a ellos les llega menos nítida, pues tienen más reducido el contacto con los grandes que otros compañeros de cursos más avanzados; así que si el revoloteo de nerviosismo durante días es supino, imagínense cómo lo será en los cursos inferiores de 1º y 2º de la ESO.

 

En el caso de la edición de este año, a mi modo de ver, los organizadores jugaron perfectamente con todos y todas; eso sí, con la salvedad no tan positiva de retrasar La Fuga una semana más de lo normal: se vino a celebrar un habitual jueves, pero el del 18 de noviembre, algo fuera de lo común por la tardanza; y además, a 4ª hora, un momento del día infrecuente en los últimos años. Todos estos cambios, a los que hay que sumar los mensajes falsos que se dedicaron a lanzar durante casi dos semanas, armaron una tensión y un revuelo sanos durante muchas horas y muchos días: hasta el profesorado, por todos estos motivos, acaba entrando de lleno en esa cierta jiribilla positiva del cuerpo que hace de esos momentos por un lado, y  en ocasiones, algo tensos (se nota más alboroto del frecuente entre clase y clase); pero, por el otro, muy diferentes a las repetidas jornadas escolares de casi todo el año. Con los cambios drásticos de este año, sin duda consiguieron los organizadores, con imaginación e ingenio, crear la expectativa deseada en todos los miembros de la comunidad educativa, logrando hacer llegar a nuestro estado de ánimo esa embolia de tenernos en vilo durante mucho tiempo.

 

Llegados el día y la hora acordados, suena el volador lanzado desde el exterior de los muros escolares, donde ya está la banda situada en las puertas comenzando a tocar. Los momentos previos suelen sucederse llenos de jiribilla salpicando todos los rincones, pues son palpados por los pasillos y las canchas más movimientos de los normales, aparte de escucharse alguna bombilla de baja intensidad, que muchas veces confunde. A la vez que el volador rompe, estallan casi al unísono por todos los pasillos de los dos edificios del instituto bombillas, algunas con un estruendo tal que llega a asustar, como más de una vez les ha sucedido a los más pequeños. La fiesta ha comenzado; la fuga, la huida, la marcha del Centro es unánime, y desde las diferentes colmenas de las clases sale a la velocidad de la luz, en una misma dirección, todo el alumnado portando su feliz miel juvenil. El punto de llegada es directo, la entrada del instituto, que se convierte más que nunca en la salida, en el reboso de los fugados, alterados e ilusionados para bailar colectivamente, en comunidad, como desafío a las leyes de los horarios y las reglas, en el mismo pórtico de la autoridad docente. Allí siguen las bombillas y los petardos, a los que ahora se une la música que suena a Rama, lo que es indicativo todavía más de que aquello es una fiesta, el jolgorio de los estudiantes aldeanos, que han convertido esta jornada en su día festivo por excelencia.

 

No todos bailan, pero los que no pueden dejar de hacerlo son los más grandes, los organizadores, los que el curso que viene ni estarán en el centro escolar ni en el municipio (estudiar un ciclo superior o una carrera para un aldeano desemboca, por regla general, y por las condiciones geográficas lógicas, en irse a vivir fuera del pueblo). Los más pequeños se cortan un poco, pero algunos no dejan tampoco de bailar. Y hasta determinados miembros del profesorado son invitados, en ocasiones arrastrados, hasta el vivo bosque de manos alzadas que canta y se expresa con la libertad del movimiento del cuerpo, de forma inocente y sana, simplemente desde las ansias de la celebración.

 

La original aparición en 2009 de un papahuevo

 

Todo esto se prolonga durante unos buenos minutos, un tiempo relativo dependiendo del año; hasta que cesa la música y todos marchan al lugar que les toque. El principal de estos destinos es, como hemos explicado que marca la tradición, El Chozo, al que no dejan de ir los más grandes, donde celebran con asadero el que será uno de sus últimos encuentros juntos, en grupo, hasta que el fin de curso los disgregue. Otros, los más pequeños, simplemente se dirigen a sus casas pues es el día de la Fuga de San Diego y ahora, tras el baile amenizado, no hay clase.

 

Este año, desde mi punto de vista, las bombillas fueron excesivas; o más bien su utilización no muy bien pensada. Y me explico. Si bien dicha utilización en el exterior, junto a la banda, fue perfecta (no interrumpió casi nada el baile de todos, cosa que otros cursos ha ocurrido), en el momento de la salida de las clases fue un elemento que entorpeció dicha fuga. El gran arsenal fue lanzado en el lugar central de paso hacia la puerta del instituto, y los estampidos eran de tal manera que hubo instantes -que llegaron a minutos- en los que los jóvenes debían pararse hasta que estallaran los petardos, que bloqueaban el centro del hall.

 

Como mismo digo esto, también he de decir que el baile afuera fue, entre los años que yo he vivido desde 2005, el mejor de todas las ediciones. Se prolongó mucho más tiempo de lo habitual, y bailaron más alumnos que nunca. Un momento increíble para ellos (pueden ver, en el video incorporado al final del texto, unos segundos del baile, para que se hagan una idea), pero que se ha convertido también en especial para toda la comunidad educativa, como lo demuestra la presencia de todos y todas allí afuera (profesores, personal no docente, cargo directivos...), al menos como meros espectadores sonrientes y orgullosos de tener un acto tan peculiar en nuestro instituto de Secundaria.

 

Grupos de 2º de Bachillerato en 2010, organizadores de la última edición

 

C. El hecho educativo y la responsabilidad

Aunque pueda parecer simplemente un acto festivo, una excusa para no dar clase, el hecho de que sea en un contexto formalmente educativo ya lo hace poseer cierto carácter formativo. Creo que el asunto fundamental, en este sentido, es la organización del acto, que se torna sumamente relevante en este contexto, el nuestro, de la educación reglada pues, por lo general, todo al alumnado se le da hecho, sea en las horas de clase o en las actividades extraescolares y complementarias: suelen ser seres pasivos en los que tampoco delegamos responsabilidades. En este itinerario por el que razonamos, se vuelve fundamental la acción de que ellos mismos, y bajo sus propias responsablidades (asumidas por tradición sin posible discusión, al ser los mayores del Centro), son los que traman todo con reuniones, diálogos y discusiones entre los dos Bachilleratos. Traman, montan y, en definitiva, organizan el que posiblemente sea el día más especial de su paso por el instituto.

 

Esto puede parecer algo sin importancia, pero no hay que perder de vista que el montaje es complejo: la banda primero; luego decidir el día y la hora adecuados a la luz de los años anteriores, en los que vivieron La Fuga desde fuera; ser originales e imaginativos para engañar al personal y tenernos jiribillados; o, por ejemplo, decidir qué hacer con las bombillas, la cantidad y el lugar donde tirarlas, pues no siempre ha sentado bien que estas interrumpieran el baile, por poner un caso negativo al respecto. En resumen, que la responsabilidad cae toda sobre ellos, y esto supone que si sale mal serán criticados tanto por sus compañeros de otros cursos como por el profesorado y el equipo directivo.

 

 

El hecho de que tengan que discutir y debatir, con el objetivo de que todo salga bien, también insufla la raigambre educativa de la acción. No sólo el tema de los petardos, también deben decidir cuántos días se fugan pues precisamente ellos, los de 2º de Bachillerato, son los que menos horas deben perder ya que la PAU les espera al final de curso, y las horas de clase son importantísimas para este concreto nivel. También en esto son ellos responsables de lo adecuado o no que decidan.

 

Por último, el que les llegue como gusto e ilusión -también como responsabilidad- organizarla un año hace que se despierte en ellos el sentimiento y la razón del respeto por las tradiciones, por conservar los legados que vienen de tiempo atrás. Y esto, en un pueblo como La Aldea, con tradiciones importantísimas desde el punto de vista festivo, etnográfico y social, se vuelve una lanzadera de actitudes ricas, cultural y humanamente hablando, desde el instituto, que pueden interferir positivamente en el cotidiano futuro de sus vivencias en su pueblo o incluso fuera de él, con la consecuente importancia que se genera en la responsabilidad de mantener y revivificar tradiciones, así como de organizarlas.

 

 

4. Final

 

Este amplio recorrido que hemos realizado no es más que una aproximación al hecho festivo-educativo de la Fuga de San Diego en La Aldea de San Nicolás. De todos sus agentes, actuales e históricos, dependerá ir matizando y completando lo que aquí se ha ido diciendo. Nosotros simplemente hemos querido llamar la atención, así como dar a conocer, una peculiar tradición canaria que ha tomado unos perfiles mucho más peculiarísimos en un municipio concreto de Gran Canaria, especialmente llamativos en un momento donde la antigua tradición de San Diego casi se ha perdido al haberse transmutado en el pobre acto de no asistir a clase. La experiencia aldeana dice que otra fuga es posible, y puede ser todo un ejemplo para los cientos de centros educativos canarios. Más que como ejemplo a copiar lo entiendo como caso que sugiera otros modos más nutritivos de operar para ese comienzo de noviembre en la comunidad estudiantil de nuestras islas atlánticas.

 

Con respecto a La Fuga aldeana en sí, el tema de la banda y su presencia será sin duda la dificultad que habrá que superar cada año. Cada generación tendrá que encontrar las soluciones posibles a los pequeños problemas surgidos en las últimas ediciones, y opino que la respuesta está en el mismo alumnado: hay buena cantidad de chicos y chicas en el centro que tocan instrumentos. De ahí podría venir una mejor solución, sin tener que depender cada edición de gente externa a los estudios secundarios. De igual manera, el replanteamiento cada año de los petardos y las bombas es necesario, pensados desde la efectividad del ruido y el jaleo, más que de su presencia en primer plano como estorbo de la salida y del baile. Una bombilla se oye desde muy lejos, y no es necesario lanzarla en los meollos colectivos de la fiesta.

 

Tan importante se ha vuelto la Fuga de San Diego en este instituto que cada año, previa comunicación directa y secreta con los organizadores, convoca a antiguos profesores (como pasó en esta edición), además de a antiguos alumnos y antiguas alumnas que, aunque no bailan, miran atentamente y con verdadero orgullo la celebración de las generaciones que les sucedieron, la tradición de la que ellos mismos formaron parte años atrás, de la que fueron un eslabón necesario para que siguiera viva; y así sentir que aquello que ahora es de otros también es de ellos por haber sido parte activa de la familia de los estudiantes aldeanos que en algún momento de su vida la hicieron posible.

 

Ojalá siga teniendo esta vida por tantos años más. Los jóvenes de La Aldea que vendrán merecen seguir festejando su día inolvidable.

 

 

Ver galería fotográfica Fuga de San Diego de La Aldea 2010

 

 

Video: instantes del baile con la banda en La Fuga (pincha sobre el título si no lo ves)

 

 

 

 

Informantes

 

- Marcial González, profesor y antiguo estudiante de La Palmilla.

- Pino Ramos, profesora y antigua estudiante La Palmilla.

- Carmen Artiles, profesora.

- Eugenia Bello, profesora.

- Paco Ojeda, profesor y antiguo estudiante de La Palmilla.

- Ángela Vega, profesora.

- Dácil Déniz, antigua estudiante y profesora.

- Suso Quesada, antiguo profesor en La Aldea.

- Rosa Castellano, antigua profesora en La Aldea.

- Pepe Ojeda, antiguo profesor en La Aldea.

- Paqui Bolaños, antigua estudiante de La Palmilla.

- Rosi Almeida, auxiliar de la Secretraría de IES La Aldea.

- Antonio Marrero, conserje del IES La Aldea.

- José Matías, trabajador de mantenimiento del IES La Aldea.

- Carlín Armas, conserje del IES La Aldea.

- Nieves Hernández, antigua alumna de La Palmilla.

- María José Cabrera, antigua alumna del centro de FP.

- Ancor Suárez, antiguo alumno de La Palmilla.

- José Miguel Ramos, antiguo estudiante del centro de FP.

- Ayoze Sosa, antiguo estudiante y miembro de la banda.

- Raúl Ojeda, antiguo estudiante y miembro de la banda.

- Ángel Armas, antiguo estudiante y miembro de la banda.

- Guadalupe Suárez, antigua alumna de FP.

 

 

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