Después de un año de espera, Agaete se hizo baile, danzando en la oscuridad, como solo se baila el 4 de agosto, con la mente y el cuerpo, unidos en un único sentimiento. Amaneció en la villa, con el pueblo danzando al compás de los sones de la Diana, exprimiendo al máximo las primeras horas del día más esperado del año.
Atrás quedaron los efectos de la Noche sin Sueño, aliviados con la rica taza de caldo y un buen chorro de agua fría, para alejar el cansancio.
Y mientras en el pueblo los olores del caldo hacían su anual milagro, Los Muchachos enfilaban hacia la ermita del Puerto para ofrendar a la Virgen de las Nieves el bolero que se canta con las primeras luces del alba.
Apenas hubo tiempo para digerir las emociones que despierta la Diana, porque la mañana voló, y a las diez en punto volvió a estallar el volador en la trasera de la iglesia; y entonces Agaete se hizo un solo cuerpo, mezclando a vecinos y foráneos, formando una sola alma para bailar su Rama.
Desde la Villa Abajo, al ritmo del Campeón y de la Madelón, se fue hacia la Ailla Arriba, al encuentro anual con La Rama, que se recogió casi recién traida de Tamadaba. Y se confeccionaron las frondosas ramas de eucalipto y retama, y con ellas en la mano se siguió bailando. Y se bajó por la Majá, como si la villa no fuera pueblo sino un gigantesco bosque verde, con sentimiento propio, hasta llegar a la calle principal, en la que el año de espera explosionó para dejar paso al tiempo de alegría que representa la enramada.
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