Desde el 13 de mayo se viene conmemorando en Gran Canaria el centenario de la primera venida de Miguel de Unamuno a nuestra tierra. El programa presentado es abrumador por la cantidad de actos programados (11 en mayo, 13 en junio), que seguirán en octubre y noviembre con algún salto a Tenerife. Se trata de un esfuerzo enorme por poner en conocimiento de los interesados los alcances del contacto de Unamuno con nuestra tierra, que debería sustanciarse en la publicación de todas las conferencias y que hay que agradecer a su entusiasta coordinador, el profesor J. A. Luján. De entre tanta cosa positiva que he escuchado, me voy a fijar hoy en varios elementos que, a mi parecer, han quedado algo diluidos, y que intentaré conectar con otras noticias que creo sugestivas.
Por lo que se va viendo, la asistencia a estos actos ha sido algo irregular, con muchos concurrentes a unas conferencias y muy pocos a otras, que no han sido, por lo general, las menos interesantes. Se nota que mucha gente acude al reclamo de ciertos nombres y también que éstos llevan tras de sí a sus incondicionales. Los medios de comunicación han ayudado bien poco a anunciar y difundir estos actos, salvo contadas excepciones muy interesadas. Hoy pasa lo mismo que cuando vino Unamuno: la prensa de la época sólo sacaba a luz lo que le interesaba y halagaba sus intereses y posiciones políticas. La información de lo que hoy ocurre en el mundo cultural (y no sólo en él) no ve apenas la luz. Sólo lo hace en los casos que he dicho. Antes de llegar, y en el momento de la llegada de Unamuno a Las Palmas, todo era felicidad, alegría, con anuncio de lo que hacía y decía el Rector, con una especie de pelea a ver quién publicaba el artículo o el poema más curioso. Cuando habló lo que habló, muchas publicaciones (en Las Palmas entonces había más de seis periódicos) casi enmudecieron y dejaron de reseñar el día a día del visitante.
Por parte de los intervinientes, salvo honrosísimas excepciones, se han repetido cosas dichas por otros y se ha caído a veces en los tópicos de siempre, porque parte de las conferencias se han alimentado de las mismas monografías, sin discernir ciertas afirmaciones en ellas contenidas. Salvo las aludidas excepciones, pocos de los conferenciantes se han puesto a ver qué ha dicho el otro para no repetir conceptos y opiniones. No es de mucha cortesía, por ejemplo, que se venga a hablar de Unamuno y se repita exactamente algo ya conocido y publicado por el propio autor de la conferencia.
Evidentemente, fue un acierto hacer la presentación de lo más novedoso sobre Unamuno en Canarias al comienzo de los actos programados. Se trata de parte de la tesis de Bruno Pérez Alemán (Las agonías insulares de Miguel de Unamuno, Anroart, 2010), donde se recogen muchísimos textos del vasco sobre las Islas, algunos inéditos hasta ahora, y otros –muchos– expurgados, ya que la incuria de los transcriptores con demasiadas prisas ha ido transmitiendo algunos textos con sus apresuradas malas lecturas. Es una pena que, por ejemplo, de las cartas cruzadas entre Unamuno y Alonso Quesada, Bruno Pérez solamente transcriba tres, y no otras tantas, para que queden restituidas algunas de las malas lecturas que se perpetúan más ahora con la edición facsimilar de dicho epistolario que este Centenario ha motivado.
Entre esos textos exhumados por Bruno Pérez, hay varios poemas de Unamuno escritos en su viaje a Las Palmas en 1910 (“El poema del mar. Letanía al mar”, pp. 361-364; “Vienen y van los días, lentos o raudos” (pp. 365-366), y “A bordo del ‘Romney’, rumbo a Oporto” (pp. 367-374), que están también en su obra publicada, y desmienten la opinión expresada en estos días ante un buen grupo de oyentes de que Unamuno no escribió ningún poema en su viaje de 1910 a Las Palmas.
Como suena más el Pérez Miranda que fundó y dirigió el Diario de Las Palmas, a éste se le endosa la presidencia de la Sociedad El Recreo del Puerto de La Luz, que fue la que trajo a Unamuno a los Juegos Florales. El presidente de dicha Sociedad era Salvador S. Pérez Miranda. Su hermano Alfredo fue el director del diario leonino. El conferenciante que tal afirmó, en vez de indagar por sí mismo, se confió en las palabras del ensayista de quien se nutrió y a quien, como es de cortesía, citó.
El hecho de que fuera Unamuno y no otro el que viniera a ser mantenedor de aquellos Juegos Florales se lo atribuye el periodista madrileño, entonces en Las Palmas, Juan Téllez y López, que propuso su nombre a la junta directiva de El Recreo, y fue aceptado inmediatamente (otros nombres propuestos fueron Maura, La Cierva, Moret y Melquiades Álvarez). Recordemos que Saulo Torón era miembro también de aquella junta. La parte principal de las negociaciones las llevó a cabo en Salamanca Domingo Doreste Rodríguez (Fray Lesco), en cuyo Juzgado de Primera Instancia trabajaba como escribano de actuaciones. Coincidió con Unamuno en Las Palmas en las vacaciones de 1910. También estuvo involucrado Juan Rivero del Castillo. De las cartas enviadas por Unamuno a Salvador S. Pérez Miranda, que el lector puede ver en la edición que preparó Laureano Robles, titulada Miguel de Unamuno. Epistolario americano (1890-1936) (Salamanca, 1996), extractaré algunas noticias.
En la carta n.º 183 (23-II-1910), Unamuno le dice a Salvador S. Pérez Miranda: “cuando escribí al Sr. Téllez no me había aún dado cuenta de todas las dificultades que para mí tiene el tener que ausentarme, ni aun por quince días, de Salamanca.” En la carta n.º 184 (29-III-1910), explicita más claramente Unamuno la actuación de Juan Téllez y López. Después de agradecerle a Salvador S. Pérez “la distinción que me hacen de aplazar los Juegos Florales”, comenta: “Debo advertirle que como le digo al Sr. Téllez y López voy a ésa a aprender, inquirir e informarme más que a otra cosa. Con mis impresiones de ahí, espero hacer tal vez un librillo. El amigo Téllez le dará más noticias. / A Domingo Doreste le escribiré pronto.” En la carta n.º 187 (7-V-1910), le dice: “Ya el señor Rivero del Castillo le habrá escrito lo que con él traté. […] Cuando más se acerca el día, son más las cosas que se me ocurren, pero muchas de ellas no me parecen adecuadas para un discurso de Juegos Florales. Y según una indicación que Doreste me hace en carta que acabo de recibir sé que tendré otras coyunturas de decirlas. […] como le dije voy a enterarme y a aprender. / Hay ciertas cosas sobre el concepto y sentimiento de patria y de religión que quiero decir ahí.” En la carta n.º 189 (24-V-1910), vuelve a citar a Juan Rivero del Castillo. Dice: “El Sr. Rivero del Castillo le habrá escrito lo que he pensado mejor. Siendo los Juegos el 26, si saliendo de Cádiz el 15 llego ahí el 18, ¿qué hago en esos ocho días? […] es mejor salir después del 20 […] Desde luego acepto lo de dar conferencia o lectura en la Sociedad que usted preside.” En la última carta a Salvador S. Pérez del Epistolario Americano (n.º 198, 1-VIII-1910), le dice Unamuno, entre otras cosas: “Corregiré, como le dije, es decir reharé mis discursos de ésa.”
Valbuena Prat, tan citado en estas conferencias, estuvo en La Laguna de catedrático desde comienzos de 1926 hasta comienzos de 1931, y no sólo en 1926. Pidió excedencia para marchar a la Universidad de Puerto Rico en el curso 1928-1929.
En una de las intervenciones quedó en el aire la presunción de que Unamuno conociese de vista, desde lejos, a don Domingo Rivero, viéndolo pasar frente por frente a donde él se encontraba. Como hay varias evidencias de que las cosas no sucedieron así, me explayaré algo más en este punto. En primer lugar, el interviniente se estaba confundiendo con lo que afirmó luego Unamuno sobre Francisco González Díaz, en una carta que el Rector le escribe con motivo del envío de su libro Especies, de fecha 6 de julio de 1912 (la transcribe Alfonso Armas Ayala, en las pp. 420-422 del artículo titulado “Del aislamiento y otras cosas. Textos inéditos de Miguel de Unamuno” del Anuario de Estudios Atlánticos, n.º 9, 1963): “Cuando estuve ahí no le vi sino una vez y de paso, yendo usted en coche. Pero me hablaron mucho de usted y de sus encerronas dentro de su nube.”
No hace mucho, hablando en otro Rescate de un comentario de Ángel Guerra sobre un poemita de Rivero, recordaba yo el parecer de una hija de Domingo Rivero acerca de si Unamuno tuvo conciencia del alcance de los conocimientos del Secretario de Gobierno de la Audiencia de Las Palmas sobre literatura inglesa y francesa, y de sus visitas a Francia y a Inglaterra, así como de sus impresiones acerca de los personajes que entonces tratara. Las palabras que Unamuno dejó plasmadas en el recuerdo autógrafo de la visita a la finca familiar de El Monte, en julio de 1910, dirigidas a la mujer de Rivero, doña Nieves del Castillo, parecen manifestar esa cierta incredulidad (y algo más). Además de los recuerdos de familiares y de amigos, quedó constancia de la visita en esas palabras citadas de nuevo en este Rescate de manera más completa y que el lector puede leer en el libro de Eugenio Padorno, Domingo Rivero. Poesía completa. Ensayo de una edición crítica, con un estudio de la vida y obra del autor (p. 33), que transcribe del artículo de Alfonso Armas Ayala citado.
Una foto de Luis Ojeda Pérez (Fedac)
Unamuno estuvo, pues, en la finca familiar de El Monte, en el lugar de Los Hoyos, la jornada del lunes 18 de julio de 1910, un día antes de su regreso a la Península. Allí acudió desde la mañana, almorzó y trabó tertulia con el entorno familiar. La invitación y aceptación de la visita se debía a la amistad de Juan Rivero del Castillo, hijo de Domingo Rivero, y que fue uno de los que intervino en los preparativos de la venida de don Miguel.
Pormenores de la relación de Juan Rivero con Unamuno se pueden ver en las cartas cruzadas entre el Rector y los miembros de El Recreo. Alfonso Armas Ayala, en el artículo citado (p. 378), afirma que Juan Rivero “sirve de mediador entre Pérez y Unamuno. Y es Castillo el que comunica a los amigos de Las Palmas la fecha definitiva del viaje.” En la p. 385 del artículo citado, se nos dice que “Unamuno fue invitado por su antiguo alumno Juan Rivero del Castillo a pasar un día en su casa del Monte Lentiscal”. Allí se encontraba toda la familia Rivero en una de sus permanencias estacionales. Juan Rivero era en aquel tiempo alumno de la facultad de Derecho de Salamanca y se encontraba pasando sus vacaciones en Gran Canaria. Según tradición familiar, en Salamanca Juan Rivero solía asistir a algunas de las clases de Unamuno, y lo acompañaba a veces en sus caminatas por las calles o por las afueras de la capital castellana. No es extraño que entonces le hablara de los viajes de su padre y de sus inquietudes de todo tipo. El testimonio de un contemporáneo, el escritor Luis Benítez Inglott (Pío Cid), nos lo presenta, en un escrito del Diario de Las Palmas (6-XI-1964), así: “útil enlace para que Unamuno aceptara venir a Las Palmas como mantenedor de los primeros Juegos Florales”. Es el tercero de los Rescates de hoy.
Se ha aducido un cierto alejamiento de Domingo Rivero de Unamuno en el hecho de que el autógrafo que dejó plasmado de su visita (primer Rescate de hoy) esté dirigido a su mujer y no a él. La cortesía obligaba resumir los reconocimientos en la señora de la casa. Así, pues, es muy normal que fuera el ama de la casa, doña Nieves, la receptora del recuerdo escrito de la visita, por simple educación y deferencia del escritor consagrado. El hecho de que el texto no esté dentro del consabido álbum habla a favor de que posiblemente fuera Unamuno quien pidiera escribir tal recuerdo, conocedora toda la familia de sus opiniones sobre las peticiones de autógrafos para los álbumes, sobre todo femeninos. Es sabido que Unamuno dejó constancia de su agradecimiento por el agasajo familiar de los Rivero en una especie de pergamino. Durante el almuerzo y la tertulia subsiguiente, se hablaría de muchos temas. Es posible que el natural retraído y algo apartadizo de Domingo Rivero lo alejara de la conversación con Unamuno. Parece ser que casi nunca ésta existía, pues don Miguel hablaba, hablaba y hablaba. De alguien de la casa oiría los saberes e historias del paterfamilias (si no es que ya los conocía, como apunté más arriba), y la reacción ante sus valores cantados por el cariño familiar se plasmaron en el texto que dejó en el mencionado pergamino.
Como segundo Rescate, presento el soneto que Rivero, catorce años más tarde, dedicaría y enviaría a Unamuno por mediación de su hijo Juan, en carta fechada el 12 de agosto de 1924, y que se ha tenido la feliz oportunidad de leer en una de las conferencias del Centenario actual. En esa carta, le dice Rivero: “Domingo Doreste me ha dado copia de cinco de sus admirables sonetos y no me consuelo de no haber podido oírselos leer a usted. –Juan le explicará el motivo que me lo impidió–. Ahora hubiera sido otra cosa. Ya estoy jubilado. / Como recuerdo de su paso por estas islas, le envío ese soneto en que no ha de ver usted más que la admiración y la simpatía que me inspiran las ideas que usted representa. / Recuerdos de la familia. / Le abraza su buen amigo / Domingo Rivero”.
Rivero se jubiló de Secretario de Gobierno de la Audiencia de Las Palmas el 6 de agosto de 1924 (al menos ese día dan la noticia los periódicos). La carta parece querer decir que, en su calidad de destacado funcionario de la Audiencia, no podía significarse públicamente como partidario de Unamuno, y asistir a sus lecturas. Éstas tuvieron que tener lugar entre el 11 y el 21 de julio de 1924, que es cuando estuvo Unamuno en Las Palmas antes de partir para Francia, fechas en que aún Rivero no había sido jubilado. Por lo demás, Unamuno tendría ocasión de leer en la prensa de Las Palmas del mes de junio el soneto “Yo, a mi cuerpo” de Rivero. Lo que dice el soneto titulado “Unamuno” y enviado al mismo manifiesta el conocimiento de lo que el escritor vasco venía escribiendo y publicando en la prensa española y americana en su confinamiento fuerteventureño.
Palabras de Unamuno en una especie de pergamino de doña Nieves del Castillo de Rivero
A Doña Nieves Castillo de Rivero. Agradecido recuerdo de un día de hospitalidad familiar, a largas leguas yo de mi familia, en un rincón perdido entre montañas, que es un remanso de quietud y de sosiego, entre vides generosas, lejos de todo tumulto mundano, en una verdadera isla dentro de la Isla. Y por todo ensanche de horizonte un boquete abierto al mar, es decir, al ensueño, a lo indeciso y movedizo y vago. ¡Y qué dulce debe ser ahí soñar en viajes y aventuras que jamás han de emprenderse, y sabiendo que no han de emprenderse, y fantasear tierras remotas! Y dejarse cunar por el canto de las olas, que no se sabe si es ruego o queja o rendimiento de gracia. Y dejar que así se vayan y vengan los días como las olas vienen y van, y esperar a la última ola, o a la que nos traiga el descanso, tal vez después de la tempestad. Una vida de dejase vivir, o lo que es igual de dejarse morir. Pero la lucha me reclama y llama, y a ella me debo. El descanso no puedo gozarlo sino así, a pequeños tragos furtivos. El día del Monte del Lentiscal no lo olvidaré tan aínas. Gracias. Miguel de Unamuno Las Palmas, 18-VII-1910.
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Soneto de Domingo Rivero
UNAMUNO
Fuerteventura –el yermo castellano
El trágico poeta, hacia el lejano
Y en la Isla triste que la sed devora,
oye a las olas presagiar su hora,
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Texto de Pío Cid sobre Juan Rivero del Castillo
El papel vale más
Entre las figuras que debemos recordar aquí, cuando se celebra el centenario de Unamuno, está la de Juan Rivero del Castillo. Juan, hijo de don Domingo, poeta de gran clase y al cual no se le recuerda como es debido, estudiaba en la Facultad de Derecho de Salamanca. Aunque Unamuno explicaba en la de Filosofía y Letras, Rivero del Castillo amistó con el insigne don Miguel, y esa amistad sirvió de útil enlace para que Unamuno aceptara venir a Las Palmas como mantenedor de los primeros Juegos Florales. Fue también Rivero del Castillo, en unión del inolvidable Fray Lesco quien organizó el banquete que en honor de Unamuno se celebró en el antiguo Hotel Metropole al terminar el extrañamiento en Fuerteventura. Pío Cid. (Diario de Las Palmas, 6-XI-1964, p. 3) |
Foto de portada: detalle de una de las esculturas de Unamuno en Fuerteventura.