En el arzobispado de Santiago de Cuba estaba integrada a mediados del siglo XIX la región oriental de la isla. Incluía tres regiones étnicamente diferenciadas con diverso grado de expansión socio-económica, pero que tenían en común la reducida penetración de la plantación azucarera y la trata esclavista, que había alcanzado unas proporciones inusitadas en la occidental.
Como se puede apreciar en el censo de 1841, las diferencias entre Occidente y Oriente eran bien nítidas. El Oeste tenía una población de 321.274 esclavos, que representaba un 58,85% del total, de 244.023 blancos, en torno a un 38,6%, y de 66.463 libres de color, tan sólo un 10,52%, resultado de la profunda transformación social que supuso la trata masiva y el auge de la plantación. Por contra, en Oriente la proporción es bien diferente: 60.395 blancos, un 33,51%, cifras que demostraban la mucho menor intensidad de la expansión azucarera y su amplio nivel de mestizaje, con un porcentaje de mulatos muy elevado.
Sin embargo, esas cifras se muestran todavía más relevantes en Oriente. Existen tres áreas claramente delimitadas, con diferencias étnico-sociales sustanciales. En primer lugar, la sud-oriental, con capital en Santiago, la más poblada y con más esclavos sólo 43.841, un 67,2%. La occidental, con capital en Camagüey, tenía una población de 56.259 habitantes, de los que un 79,4% eran libres (44.688) y un 20,6% eran esclavos (11.571). Los blancos eran un 57,6% (32.402) y los de color un 42,4% (33.857). La nor-oriental era la menos poblada, sólo 24.830 habitantes, pero con 21.977 libres, un 88,5%, 2.853 esclavos, un 11,5%, 18.689 blancos, un 75,3% y 6.141 de color, un 24,7%.
La simple cotejación de estas cifras nos habla de realidades bien plurales en la configuración del Arzobispado que pesarán en el ejercicio de su apostolado. Un primer dato llamativo es la proporción de libres de color, considerada un peligro por las autoridades coloniales; en segundo lugar, su predominio en Santiago y la alta proporción de blancos en las otras dos, mucho menos pobladas. Una diversidad que condicionaría su evolución, incluso después de que se registrara en ellas en las décadas venideras el auge de la plantación azucarera.
La política matrimonial española en Cuba y los planteamientos claretianos
En 1776 la Pragmática Sanción fue un viraje de ciento ochenta grados en la política matrimonial española. Supuso la consolidación de la autocracia paterna como freno a los matrimonios desiguales, en abierta oposición a la consuetudinaria permisividad eclesiástica hacia las nupcias invocadas por mujeres que argüían palabra de casamiento de los varones. A partir de esa fecha, corresponde a los padres la decisión final a través de su consentimiento para su celebración. Las consecuencias fueron dramáticas en la generalización de los amancebamientos y en el auge de la legitimidad, como se puede apreciar en Canarias1.
Hasta 1805 el control sobre los casamientos recayó en los padres. Trajo consigo por su propia consideración un serio obstáculo a la profundización del mestizaje, al considerar el matrimonio mixto denigrante socialmente. El viajero francés Depons describe esa evolución en el ámbito venezolano: La diferencia de color sería suficiente causa para impedir el matrimonio, conforme la pragmática de 1776, la cual prohíbe el matrimonio entre blancos y pardos. El prejuicio recuperó, gracias a esta disposición, todo el dominio perdido con el tiempo. Los criollos de Canarias eran quienes, hasta entonces, mostraban menos dificultades en casarse con pardas. Pero luego se han puesto no menos delicados que los blancos, y puede decirse, en verdad, que tales reuniones no abundan actualmente2.
El 15 de octubre de 1805 el Consejo de Indias promulgó la Real Cédula que prohibía a los españoles de conocida nobleza y limpieza de sangre casarse con personas de otras razas. Los matrimonios interraciales pasaron a ser competencia directa de las autoridades civiles. Su autorización dejó de depender de factores personales de los cónyuges y se convirtió en política de Estado. Como freno al proceso de mestizaje y a los libres de color, la Real Cédula se aplicó en Cuba a todo blanco por el hecho de serlo, independientemente de su origen social3.
El Oriente de Cuba era una región verdaderamente conflictiva desde la perspectiva eclesiástica. Las profundas transformaciones que la diócesis experimenta tras la desamortización y las reformas liberales originan una considerable reducción del clero local, que siempre había sido escaso. El mismo diría con crudeza: me lleno de indignación al presenciar el criminal abandono que el Gobierno español tiene al culto y clero de este Arzobispado (...). A veces el pobre cura se ve presado a ir a la choza del negro para que le convide a comer su ñame y su plátano y no perecer de hambre. (...) Aunque la nación española tuviese otro pecado que la grande injusticia que está cometiendo en las parroquias de este arzobispado, ¡Dios ha de castigarla terriblemente!4
La diócesis sólo contaba con 85 clérigos de los que 46 residían en el distrito capitalino y 20 en el de Bayamo, en la misma región sur-oriental. La escasez era preocupante en Camagüey, donde el separatismo estaba muy arraigado entre la élite local y la pertenencia al clero era sinónimo de españolismo, por la estrecha unión entre el Trono y el Altar. Las vocaciones eran ínfimas en esa estratégica región. O'Donnell sostenía en 1845 que es el que merece mayor cuidado, pues es innegable que las ideas de independencia es allí donde fomentan algunas cabezas y a donde en diferentes ocasiones ha habido intentos más o menos marcados de realizarlos5. Téngase en cuenta además que en el distrito central había 101 sacerdotes y en el occidental 171.
Conflictividad socio-política y graves problemas diocesanos son dos ejes esenciales, con lo que el nuevo Arzobispo se enfrenta desde el mismo momento que arriba a Santiago. El santo catalán es consciente de ello y ante tales circunstancias tratará de convertirlo en un auténtico territorio de misión. El lustro de su mandato será una permanente y contumaz etapa de visitas y predicaciones misionales, de una intensidad hasta entonces desconocida. Se propone una nueva evangelización. En una carta a la Reina, fechada en Guiza en 22 de octubre de 1852, expone que el motivo de la elección que V.M. se sirvió hacer de mi humilde persona para Arzobispo de Cuba fue mi carácter de misionero (...). No esperé a aclimatarme sino que empecé desde luego a trabajar abriendo inmediatamente la Santa Misión en la Capital y la Visita pastoral. Año y medio hace que estoy en Cuba y he visitado y misionado ya en la mayor parte de mi vasta diócesis, atravesando páramos y extensas sabanas pantanosas por donde nadie transita, unas veces no teniendo que comer y otras cobijándonos bajo los árboles para procurarnos algún ligero descanso, sin dejar rincón ni partido alguno donde no dar a conocer y adorar a Jesucristo. Son a millares los concubinatos que he reducido a matrimonio, a más de las restituciones cuantiosas, reconciliaciones de personas entre quienes fomentaban el rencor y la división. Vicios inveterados, sin pararme e enumerar los otros muchos beneficios de todas clases que consigo lleva la misión Santa hecha en nombre de Jesucristo. Así desde que permanezco en Cuba voy sosteniendo con los hechos el carácter de misionero que movió a V.M. a designarme para este caso pesadísimo. La misma vida que yo han traído y siguen observando los pocos pero muy celosos sacerdotes que me acompañan6.
Una dimensión de apostolado conforme a los parámetros de la nueva evangelización que trataba de recuperar la fe popular tras su abierta erosión con la consolidación de las reformas liberales. Una misión viva, que agrietaba en el terreno de los amancebamientos, la política colonial de prohibición de los matrimonios interraciales.
El Prelado no defendía la igualdad de razas ni el mestizaje. Ni eran sus planteamientos, ni se lo hubiera aconsejado su delicada posición socio-política, teniendo en cuenta que en última instancia su nombramiento era una decisión del Estado español en virtud de la aplicación del Real Patronato. Podía entender que los matrimonios entre personas desiguales eran perjudiciales, pero no en todos los casos: Paso porque la mezcla sea un mal social y político y que debe evitarse si es posible, cuando no haya prole de por medio; o pueda cortarse, sin proceder al matrimonio, la relación ilícita. Pero si este exceso no puede corregirse de otra manera, ¿qué bienes resultarán de impedirlo? ¿Qué no se mezcle la raza? No, porque ese es un hecho consumado. Estaba poniendo los puntos sobre las íes en su disidencia frente al status quo. Para él el primer bien es dejar satisfecha la moralidad y acatar la religión. No puede consentir que el contubernio sea un estado normal en esta parte de la isla. Cree que la religión es el primer elemento social y el más eficaz de todos; es preciso robustecerlo, aunque hayan de unirse algunos blancos y morenos. Cuando hay hijos de por medio, se da unión de hecho y si los dos cónyuges son solteros es un atentado contra el sacramento tal oposición. Era la piedra angular de su disparidad.
La autoridad civil se niega a legalizar todo matrimonio interracial como política de sujeción colonial; Claret sostiene que más dañinas son las uniones de hecho con la educación filial desatendida. Razón de Estado frente a moral católica. No cree que sea hoy de trascendencia que se casen unos pocos blancos con pardas, de quienes públicamente tienen hijos, lo que sí cree es de suma importancia es vigilar con el mayor esmero para que ni las creencias se pierdan ni las costumbres se corrompan si son buenas, y si son malas se corrigen7.
En esa dicotomía radicaba la raíz de las disputas. ¿Quién decide la autorización de los matrimonios mixtos? Para las autoridades coloniales no hay duda, es potestad suya y en ningún caso debe autorizarse. Para Claret debe oírse la voz del Prelado, pues es ante todo un sacramento y no aplicarse esa visión restrictiva de la ley a los blancos pobres, siempre que tengan descendencia.
En una sociedad con una elevada proporción de blancos criollos y mulatos libres, la migración canaria presentaba unas áreas de influencia en las que su número era mayor a la peninsular. Su divergencia esencial era la proporción de mujeres. Mientras que en los primeros era muy alta, y en algunas localidades incluso superior, en los segundos era prácticamente nula. Este hecho condicionará sus peculiaridades y explicará la profunda endogamia en los canarios. Si a ello unimos el hecho de que en la peninsular no destacaba ninguna comunidad -pues todavía el grueso de la gallega y asturiana no se había hecho presente y era fundamentalmente urbana y mercantil-, se puede llegar a entender las diferencias.
Los isleños, en su inmensa mayoría campesinos, presentaban una identidad diferenciada frente al conjunto de los peninsulares. Rasgos negroides estaban presentes en algunos de ellos y en general la tez de la piel era más oscura. Su ruralidad les llevaba necesariamente a mezclarse más intensamente con la población mestiza. A diferencia de los peninsulares, que no aspiraban en general a casarse con los pardos, sino a mantener el concubinato, había un sector de ellos de origen humilde que ansiaba legalizar sus relaciones extramatrimoniales.
Es precisamente por estimular estas nupcias, por lo que chocará abiertamente Claret con las autoridades gubernativas. El santo es bien preciso: Gentes pobres como son la de los campos, muchos de ellos isleños, y todos, aunque blancos, de clase llana, no encuentran mujeres blancas con quien casarse porque su orgullo les impide ocuparse en las faenas domésticas. Por pobres que sean, ninguna o muy raras son las que se sujetan a vivir sin alguna negra por lo menos que las sirva; y tal vez no hay blanca que se acomode jamás a los oficios humildes de las negras. Pues ¿qué infeliz veguero o montuno puede convenir con tales exigencias? Y como, por otra parte, la gente de color no repugna el trabajo, de aquí el preferirlos los blancos pobres y el amancebarse con ellas, si se les dificulta o prohíbe el matrimonio.
El mundo rural, una parte de los canarios pobres, bien varones o féminas, trata de legalizar su relación extramatrimonial interracial. Al pertenecer al mismo grupo social, aunque el racismo sigue siendo una realidad indiscutible, las aseveraciones del santo catalán son ciertas, ya que no pueden aspirar ni permitirse el lujo de mantener mancebas, ni de contraer nupcias con criollas acomodadas.
En el peninsular, y especialmente en el catalán, siempre varón y que vive en una urbe o en una pequeña localidad, y por tanto en un entorno con mayores prejuicios socio-raciales, generalmente con mayores recursos económicos y sin interés en legitimar tales relaciones, se da la posición contraria. Sus paisanos serán precisamente sus mayores oponentes en su cruzada contra los concubinatos, porque no sólo se niegan a contraer matrimonio, sino que harán público con prepotencia su situación, como le aconteció con el alcaide de Bayamo que se le presentó con desfachatez e insolencia con tres mujeres encintas y le preguntó con irreverencia con cuál de ellas se casaba. Diría al respecto que los más malos son los que han venido de España, y singularmente los catalanes, son malísimos, son pésimos; nunca confiesan ni comulgan, no van a oír misa; todos, o viven amancebados, o tienen ilícitas relaciones con mulatas y negras, y no aprecian a otro Dios que el interés8.
La elevada proporción de canarios en el mundo rural y su considerable porcentaje de mujeres explica que se den una amplia gama de peculiaridades locales y regionales en el Oriente de Cuba. Aunque en ellos predomina de forma abrumadora la endogamia étnica, en un porcentaje menor se dan esas uniones obligatoriamente extramatrimoniales. En un número nada desdeñable también, el de emigrantes casados con sus mujeres en el archipiélago, que viven amancebados en Cuba; o isleños e isleñas que viven separados de sus mujeres y mantienen relaciones ilegítimas. En la segunda mitad del siglo XVIII, en la que la emigración masculina fue mucho más elevada que la femenina, fue muy común el primero de los casos, hasta tal punto que canario fue sinónimo o sospechoso de bígamo cuando aspiraba a contraer nupcias con una blanca criolla o una parda, porque podía haber estado casado en las islas, como de hecho ocurría. A principios del siglo XIX, la aplicación más estricta de la legislación racista en materia matrimonial abocó a una mayor generalización, si cabe, de las relaciones ilegítimas9.
Mitos como los de las brujas isleñas que vuelan a Cuba para vengar en las mulatas o sus hijos el abandono de sus maridos están arraigados dentro de la cultura popular de ambos lados del Atlántico. Lo mismo cabe decir de otros, como el de la mulata rica que enriquece al humilde e inculto campesino canario, soliviantado por sus encantos que contribuyen a reforzar el sincretismo cultural en el mundo rural cubano, bien visible en el Oriente de Cuba.
El cambio cualitativo en la composición de la migración canaria desde los años veinte del siglo XIX, con el aumento espectacular de la participación de la mujer y su conversión en familiar, incide en esa nueva orientación, como explica Claret: Hemos hallado algunos ultramarinos que vivían amancebados y para no dejar sus mancebas intentaban matrimonio, siendo ellos casados en sus tierras. Esa mala fe es bastante común en canarios casados y en canarias casadas, pero separados y amancebados aquí, y si alguno resulta casado, yo siempre quedo excusado con el cumplimiento de la ley, y la autoridad civil les prende y les forma la sumaria con la pena de diez años de presidio”10.
Una fuente tan valiosa como el Diccionario geográfico de Pezuela, que recoge abundante información valiosa de composición étnica por localidades en la década de los 50, puede ayudarnos a comprender las especificaciones locales y comarcales. En las regiones occidental y nor-oriental del Arzobispado, es donde la migración isleña es significativa. En la sur-oriental, sin embargo, hay localidades donde es prácticamente nula. En la jurisdicción de Camagüey, de un total de 1.613 peninsulares, 1.541 son varones y 72 mujeres. Los canarios, por su parte, son 2.081, de los 1.344 son hombres y 737 mujeres. Dentro de la misma región occidental, en una localidad de más reciente fundación, pero de gran expansión como Nuevitas, los canarios eran 193, de los que 94 eran varones y 99 mujeres y los peninsulares 73, de los que sólo 8 son mujeres. De estos últimos sólo son representativos los catalanes con 19 varones y 4 mujeres. Si descendemos al mundo rural propiamente dicho, dos distritos de Nuevitas como Mayatabo o Montalbán son más elocuentes aún. En el primero, los canarios son 148, 78 hombres y 70 mujeres, los peninsulares son 28 y todos varones, sin ninguna región significativa; y 19 peninsulares con sólo una mujer. En la región nor-oriental, en la de Holguín, los canarios son un total de 2.289, de los que 1.825 eran varones y 464 mujeres. Los peninsulares por su parte, eran 1.292, de los que 1.251 eran varones y 41 mujeres. En Gibara, los canarios eran 690, de los que 450 eran hombres y 240 mujeres. Los peninsulares 291, de los que 273 eran varones y 18 mujeres. Incluso en la de Santiago, en la que la proporción de mulatos libres es muy elevada, aunque el número de peninsulares varones es mayor que el de los canarios, su porcentaje sigue siendo alto. Los canarios son 254,156 varones y 107 mujeres y los peninsulares 216, muy repartidos por regiones, de los que 17 son mujeres y 199 varones. En el mundo rural se dan contrastes sorprendentes como el de Baoya, donde hay 96 canarios, de los que 30 son varones y 66 mujeres. Los peninsulares son 43, de los que 8 son mujeres y 35 hombres11.
NOTAS
1. M. HERNÁNDEZ GONZÁLEZ. Mujer y vida cotidiana en Canarias en el siglo XVIII. Tenerife, 1997.
2. F. DEPONS. Viaje a la parte oriental de Tierra Firme. Caracas, 1930, p. 101.
3. V. STOLCKE, Racismo y sexualidad en la Cuba colonial. Madrid, 1992.
4. Cit. en L. MARRERO, Cuba. Economía y sociedad. Madrid, 1987. Vol. 13, p. 27.
5. R. LEBROC MARTÍNEZ, San Antonio María Claret, arzobispo misionero de Cuba. Madrid, 1992. p. 105.
6. SAN ANTONIO MARÍA CLARET. Epistolario. Preparado y anotado por José María Gil. Madrid, 1987. Vol. 3. págs. 110-111.
7. Carta al Gobernador de la provincia. Santiago, 15 de julio de 1851. En Op. cit. Vol.1, pp. 571-576.
8. Op. Cit. Vol. 1, p. 705.
9. M. HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, "La influencia cultural de Canarias en las Antillas hispanas: la penetración de los hábitos socio-culturales del campesinado isleño en la población negra de Cuba”. Anuario de Estudios Atlánticos, n.°38. Madrid-Las Palmas, 1992.
10. R. LEBROC MARTÍNEZ, Op.Cit., p. 199.
11. J. PEZUELA. Diccionario geográfico, estadístico, histórico de la Isla de Cuba. Madrid, 1868-1878. Tomo IV, pp. 296-298. Tomo IV, pp. 141-142: pp. 65-67; pp. 68-70. Tomo III, pp. 405-406; Tomo I, pp. 279-281; pp. 279-281; pp. 150-151.