Revista n.º 1065 / ISSN 1885-6039

Relatos de un cabuquero (y IV). Liborio López. La tierra enseña.

Jueves, 5 de noviembre de 2009
Cirilo Leal Mújica
Publicado en el n.º 286

¿Desgracias? Suelen haber desgracias en las galerías. Especialmente si uno no sabe escuchar lo que ella te quiere decir. Ya le he dicho que la tierra enseña. Mucho. Hay que estar pendiente. Dejarse llevar por ella. No engaña. Uno de los principios esenciales de la supervivencia reside en la capacidad del ser humano para escuchar y aprender de la naturaleza. La tierra enseña al que quiere aprender, hace sabio al que sabe escuchar sus manifestaciones y designios. En los tiempos que corren, las sociedades de nuestro ámbito, de creciente desarrollo y avances tecnológicos, le ha ido dando las espaldas a la naturaleza.

Liborio López con su mujer.

 

 

El campesino, esa especie en extinción, sabía mirar, contemplar e interpretar las señales del tiempo. Acomodar cosechas y acciones en función de lo que los astros, los vientos, los insectos les indicaban. Esa referencia, crucial en otros tiempos, se ha ido perdiendo puesto que hoy nos valemos por de las interpretaciones –tardías muchas veces– de aparatos y técnicos, especialmente en lo referentes a predicciones meteorológicas. Para algo tan importante nos falta tiempo. Sin embargo ella está ahí, donde siempre. Los pocos observadores de los tiempos que aún quedan por esos campos saben, que algo está cambiando, las referencias se han ido trastocando, los refranes y adagios populares se han ido quedan en entredicho.




Lecciones de la galería.



El cabuquero de Icod el Alto, Liborio López Ramos, lo tiene perfectamente claro y no se cansa de pregonarlo: la tierra, el terreno, ha sido su maestra. Escuchándola, observándola, atendiendo sus mensajes no sólo ha preservado su vida de peligros y riesgos innecesarios, sino que le ha convertido en un experto cabuquero. Con los compañeros de la fatiga y el tajo se aprende mucho, pero más de las lecciones de la naturaleza. A ella siempre le ha prestado oídos. Esta regla elemental se convirtió en su pauta de vida y nunca terminó de comprender cómo algunas personas dedicadas a los menesteres de las galerías no la aprendieron. A algunos se les fue la vida en ello.



Entrábamos a la galería por la mañana, a las seis o a las ocho, la otra piña ya había salido a las cinco de la mañana y ya llevaba dos horas que se explotó. Si entrabas y aún quedaba humo, lo tragábamos. Cuando eso uno no pensaba en salud, solo en trabajar. Se limpiaba la pega, la escalichábamos, la sacábamos para fuera, para la boca de la galería. A veces eran riscos grandes lo que había que sacar fuera por los raíles y envolcando carros. Si la galería está en condiciones, el carro sale solo. El terreno enseña a uno. Si es flojo, le das menos barrenos, si es más fuerte, le tienes que dar un barrenito o dos. Esas cosas se aprenden sobre la marcha, en el terreno. La galería enseña a uno. Después de limpiar el frente, se vuelve a dar la primera pega. Esperas a que salga el humo, se limpia y se da la otra pega. A la segunda pega te marchas y la otra piña viene. ¿Cuándo se come? Entrabas a las ocho de la mañana y salías a las once, con la pega y los carros sacados para fuera. Se echaban unas papitas al fuego, potaje o lo que fuera y a comer en la puerta de la galería. Se echaba el motor para que diera un poquito de aire y va uno para dentro a sacar carros para fuera. Un carro mientras más grande mejor, porque saca uno las piedras de casi dos viajes. Si el carro es pequeño, pese menos, pero hay que dar más viajes de vagoneta. La piña éramos tres. Uno estaba jurando, otro estaba llenando el carro y el tercero era el maquinista. El maquinista estaba pendiente por si rompía manguera o alguno se mancaba, entonces cogía el carrudo y entraba dentro. Se trabajaba toda la semana. Hasta los domingos aprovechábamos. Porque había falta. ¿Qué íbamos a hacer? Si estábamos allá abajo un domingo no salíamos de la venta. Había falta. Yo le entregaba a mi madre setecientas pesetas al mes.



Toda una vida bajo tierra.



Liborio López se sorprende al echar cuenta de los años que dedicó al oficio de la extracción de agua, de perforación de las entrañas de la tierra. Largas experiencias acumuladas en las labores al lumbre del quinqué de llenan largas horas de conversación y plática con quienes desean oírle y encandilarse con sus relatos y décimas. Los integrantes de Medio Almud Teatro, el grupo escénico de Icod el Alto que desde hace varias décadas mantiene el compromiso y el empeño de rescatar las vivencias de sus mayores para plasmarlas sobre el escenario, son algunas de las personas que acuden al conjuro de las palabras del maestro Liborio.

Liborio López con su mujer.




Estuve trabajando más de cuarenta años en galerías. Empecé a los dieciséis años y me retiré a los cincuenta y cinco. Porque me operé de la cadera porque si no había estado trabajando hasta que me retirara. En la primera que trabajé fue en la Pasada de las Vacas, después me vine al barranco de las Lajas, después me fui para el Partido, después para Bilbao; en el sur trabajé en el Morro de la Arena, la parte alta de Fasnia; en el Río de Guía, debajo de las Cañadas del Teide; después en el Hornito; la Fuente del Pino, por el Llano del Moro paralante, en la fuente Pedro. También trabajé en una galería del Pal Mar. Se me esfondó a dos mil ochocientos metros. En dos días hicimos seis metros y cuando volvimos el techo se había hundido, la tuvimos que dejar, ¿quién se metía a archetarla? Después la Gaimora, donde estuve más de veinte años, tenía gases y dio agua, hicimos canales, contadores, casetas. No hay muchos años que se compraban los burros para meterlos en las galerías y sacar los carros para fuera. Sobre todo en las galerías del sur. En una galería había un burro que él solo sacaba cinco carros. En la galería la Camuesa. ¿Desgracias? Suelen haber desgracias en las galerías. Especialmente si uno no sabe escuchar lo que ella te quiere decir. Ya le he dicho que la tierra enseña. Mucho. Hay que estar pendiente. Dejarse llevar por ella. No engaña. No hay muchos años que le ocurrió la desgracia a uno que le decían el Cebollón. Para hacerse el valiente, para que la gente no cogiera miedo, se metió. Él era rematador. Le dijeron que no entrara, que había tiempo que nadie entraba dentro. Hay que ventilarla muy bien. ¡Ah, eso no tiene nada, no tiene nada! Entró pa dentro. Cayó, él que era rematador, el técnico y otro más. Cayeron tres. La galería está por Guía de Isora. ¿Cómo es posible entrar en galería cuando ella y los mismos compañeros le están diciendo a usted que hay peligro? Sin embargo esas cosas pasan y a veces, como ese caso, terminan mal.

 

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