La risa que le envuelve todo.
La risa marca distancias. La ironía es el lenguaje de la razón. Liborio López Ramos es hombre de recuerdos, de pesares y de alegría. Sus evocaciones del ayer se agitan en el marasmo del humor. Su infancia fue dura y el paso a la madurez le pilló en plena faena. No tuvo tiempo para excesivas distracciones. Los únicos entretenimientos de aquellos días en los que se presentía la llegada de la electricidad nacían al calor de las conversaciones, las hablas y estancias de los mayores. En esas reuniones, dejando atrás las faenas del día se expresan las inquietudes del presente, las lluvias, los calores, las semillas, los cultivos; también se sacaban a la luz las viejas historias de la emigración y, como no, las visiones, los misterios que el monte les reportaba.
Por la noche la gente mayor se sentaba por fuera de las casas a echar cuentos. Cuentos de brujas y de miedos. Anoche fui a tal sitio y se me presentaron dos burros en el camino. ¿Y eso? Aquellos no eran burras, eran brujas. Había, habían brujas. Ya se acabaron porque hay electricidad. Ya eso no existe. Antes sí existían. Yo recuerdo que allá arriba, en el tiempo de la trilla en la era, estando en la cuadra de las vacas, yo y mi hermano dentro del pajar sentíamos por debajo de la puerta unos resoplidos y carreras dentro de la era. Como si estuvieran las bestias trillando en la noche. ¡Díos mío, qué será eso! Eso son ovejas. ¿Ovejas? Se levantó mi padre pensando que la novilla estaba suelta y la novilla estaba amarrada. Mi padre no nos dijo nada. ¿Sabe por qué no nos dijo nada? Porque teníamos que darnos allí veces y si estábamos solos no nos quedábamos. Por eso decía que era la novilla que se soltó. Yo me acuerdo que yo mismo la amarré. Cosas así muchas veces pasaron. (…) Venir de arriba del manchón, donde se siembra la avena para echarle al ganado y cuando iba llegando a bajo al barranco, sentí unas cadenas arrastro. Por el barranco para bajo, en la noche. ¿Las vacas se soltaron? No eran las vacas. Eran las brujas haciendo brujerías. Mi padre dijo que se volvió para atrás y se estuvo allá afuera en un lomo, sentado más de tres horas. Ya cuando le pareció a él, bajo a la casa. Pero antes viró la cintura del pantalón para fuera. Esos cuentos echaban ellos. También es verdad que hay cosas que pasaban y no eran como uno pensaba. Eso si lo vi yo. Cuando eso yo ya tenía novia y venía a verla a esta casa. Salí de aquí como a las doce de la noche. Cuando llego allí, más arriba, me pasó una cosa por delante de la cara. Yo para mí que era una coruja. Eso me pareció a mí. Seguí pero con miedo. Seguí, seguí y cuando llegué más arriba, una cochina que bajaba. Me quedé parado y me eché fuera del cochino. Cogió una vereda y desapareció. Llegué a la casa de de mi hermana y me acosté en la cama. Esa noche mi hermana se había a dormir a casa de sus suegros que vivían más arriba. Apagué el quinqué y me acosté. Al cabo del rato la cama empezó a moverse, a temblar. Encendí el quinqué y alumbré debajo de la cama a ver si había alguien. Pensé que las brujas me venían siguiendo. Al día siguiente me enteré que esa noche hubo un temblor de tierra y yo pensando que eran brujas que me habían seguido hasta la cama.
Mundos misteriosos.
Confiesa Liborio López que eran tantos los que creían que pareciera una irreverencia, una herejía no participar de ese mundo misterioso. Afirma con plena seguridad que lo que se contaba de las brujas no sólo les llegaba de los cuentos al calor del fuego. Él mismo los presenció, los sintió en carnes propias. Y lo cuenta con naturalidad. Con absoluto reverencia. Sin mirar para los lados, cerciorándose de oídos indiscretos, burlones. Cree en lo que afirma porque lo ha vivido. Simple y llanamente.
A los que le pasó no lo querían decir. La gente decía que si decían algo de ellas, si las descubrían, los mataban. Las brujas. Yo no las vi, pero oírlas si las oía pasar por sobre nosotros gritando. Un primo mío, también las oyó cuando estaba acostado en la paja y le dijo: ¡Alzad putas! y sale de ellas: ¡Alza cabrón, que bebiste agua en mi culo! Él decía que cuando pasaban gritando es que iban a putear por ahí. Acostumbraban a reunirse y salir en parranda por esas cumbres, por las montañas altas. Mi madre y mi padre echaban los cuentos que se estregaban por debajo de los brazos, se desnudaban, dejaban la ropa y salían volando de parranda, la que era bruja. Iban con el diablo. ¿Te das cuenta? Yo, verlas, nunca las vi, pero sentirlas sí. A mí nunca me llegó una y me dijo: soy una bruja y estoy aquí.
La mujer desnuda.
Una vez uno fue por leña a la cumbre y se le presentó una bruja. Él tenía el cuchillo en la cintura y lo espetó en el suelo en medio de una cruz y se quedó ella desnuda al lado de él. Si no quita el cuchillo de allí, todavía estaría ella allí.
– ¡O me dejas ir o te mato! -le dijo el hombre a la bruja-.
Mi tío Cayetano, que echaba esos cuentos, decía que había que tener alma para decirle a una bruja: o me dejas ir o te mato. Cuando la bruja se presenta puede ser una burra, una gallina, una cochina o lo que sea y con el cuchillo espetado la cruz se hace una mujer desnuda.